“No existe la muerte mientras leemos”: dream team de poetas se dan cita en la Librería Norte

Este viernes por la tarde, con entrada gratuita, leerán Carlos Battilana, Diana Bellessi, Santiago Craig, Silvana Franzetti y Jorge Monteleone. En esta nota, un poema de cada autor

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“Compañeras de viaje” (1862) de Augustus Leopold Egg
“Compañeras de viaje” (1862) de Augustus Leopold Egg

El viernes 26 de julio a las 18:30 horas en la emblemática Librería Norte (Av. Las Heras 2225, CABA) se da cita un dream de poetas: Carlos Battilana, Diana Bellessi, Santiago Craig, Silvana Franzetti y Jorge Monteleone leerán textos y poemas. La actividad es gratuita.

Bajo el título No existe la muerte mientras leemos, la propuesta consiste en dar cuenta cómo “la lectura introduce en la vida cotidiana un margen de reserva íntimo que desata el estremecimiento”, dice la invitación.

“Se abre un tiempo fuera del tiempo que lleva a la poesía, esa zona de la lengua que es revelación luminosa, candor, perplejidad, siempre reacia al deber o al envejecimiento”, concluye. A cntinuación, un poema de cada poeta.

Nocturno, de Carlos Battilana

Carlos Battilana
Carlos Battilana

Liviano ante las ruinas de este jardín,

el aire

que atravesó ciudades y ríos

roza la superficie. ¿Qué

fatiga, qué bellísima fatiga

nos disuelve?

En esta tarde de junio

de un cielo plomizo

dejo atrás lo que viví,

y el escaso margen que queda,

el frío

es

-sabemos-

una llama blanca

que encenderá una letra, una voz y

una caligrafía

con que se pueda escribir

eso que cada uno,

a su modo,

conoce:

que las horas y los días,

que las lluvias torrenciales

son apenas

hechos pasajeros

que más allá

de sus destrozos,

los temporales pueden dotar de fuerza

a los seres

inmersos

en su estruendo

y que el olvido,

que todo lo arrasa

y todo lo ve,

no tiene fin

que, a pesar de todo,

las tempestades

pueden volverse benignas

como animales nocturnos

disolviéndose.

Ajeno al milagro, de Diana Bellessi

Diana Bellessi (Foto: Victoria Egurza)
Diana Bellessi (Foto: Victoria Egurza)

De un rojo bermejo la luna llena sale

por los cielos del este como un huevo

de avestruz que acabara de romperse

y derrapa lentamente dando

al ojo un sagrado pasmo

de emoción intensa en las afueras

del pueblo mientras las aves dicen

sí o dicen no a la belleza final

de la gloria y un perro orina feliz

en la banquina ajeno al milagro

que ya se va como abril se va

por el rosado pudor al rojo punzó

de un corazón maduro que sí, sabe

Entre costa y costa, de Santiago Craig

Santiago Craig
Santiago Craig

Y les diría a los otros:

¿A dónde van ustedes?

¿Cómo saben el camino

que se arma

con el pie detrás del pie,

con la mano en sus manos?

¿Cómo usan así

los ojos y la voz

para indicar

es por acá,

para cruzar los días

entre costa y costa?

Amanecería igual

y sin respuesta

y las sombras se estirarían

sólidas en los caminos.

Creciendo.

Y les diría a los otros:

¿Ya escucharon ladrar

a ese perro que está ahí siempre,

ya vieron cómo levantan los hombres

las persianas en la avenida, ya saben

ponerse en lo que pasa,

como si fueran el pan o los párpados

o cualquier otra cosa fundamental

y para algo hecha,

necesaria?

Silvana Franzetti

Silvana Franzetti
Silvana Franzetti

Por qué Ozu.

El sabor del té verde con arroz

alcanza el fuera de campo.

Qué variedades

se perdieron en los últimos cien años

y por qué causa placer

el sonido de la lluvia

de arroz

al verterlo en el agua.

Construida la perspectiva,

quién sabe si una parte

de las cosas

están en oriente.

Goethe en Roma (fragmento), de Jorge Monteleone

Jorge Monteleone (Foto: Santa Cruz Alejandro / Télam)
Jorge Monteleone (Foto: Santa Cruz Alejandro / Télam)

La noche

sin estrellas la que abría

la puerta que no cesa

van los ojos

de la penumbra al otro

lado: allí late un resplandor secreto

yo vengo de besarte

–era el invierno falso

donde acecha un verano

de animales saciando

radiosas aguas de selvas irreales–

te vas de nuevo y estoy en mi casa

y para dar palabra a tu mudez nocturna

con la voz alta que el aliento calma

abro el libro de las Elegías romanas

–mientras la luz todavía temblaba

en las altas paredes amarillas

y el agua de las fuentes

pulsaba en Roma el eco del mundo–

y leo la “Elegía XIV”:

" –¡Alúmbrame!” decía

–Pero aún no está oscuro, señor, y es en vano

malgastar el aceite y los pabilos.

¡No cierre las ventanas, aún hay sol!

El pueblo está dorado,

se iluminan las casas todavía:

para la noche falta media hora.

–Obedece porque espero a mi amada:

y que esas llamitas de las lámparas,

las mensajeras de la noche, sean

mi consuelo

mirando aquella luna

que abren las nubes en el aura de agosto

con suave movimiento

la incandescencia fija su contorno

y el centro oscurecido

y el halo de una lluvia prometida

a la tierra reseca

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