El misterio de los restos del atacante y otros datos datos pocos conocidos sobre el atentado a la AMIA, revelados por libros de investigación

“Después de las 09:53″ del periodista Javier Sinay, y “30 días”, del abogado Alejandro Rúa, vuelven a recorrer la escena e iluminan aspectos centrales. Qué se puede contar hoy

Dos libros recientes exploran detalles e historias alrededor del trágico atentado a la AMIA del 18 de julio de 1994

Mientras no esté cerrada la causa AMIA habrá quienes sigan buscando, investigando, revisando, contando. Por eso ahora, a 30 años del horroroso atentado a la mutual judía de Buenos Aires, dos libros tratan de echar luz sobre qué pasó.

Uno es 30 días. La trama del atentado a la AMIA, del abogado Alejandro Rua, que va detrás de los acusados de la voladura de la AMIA en los días previos al ataque y se mete en las entrañas del poder y de la Justicia en las jornadas que siguieron.

El otro es Después de las 9:53, del periodista Javier Sinay, y reconstruye escenas, coteja hipótesis, habla con los protagonistas, mira el atentado desde el presente.

Aquí, algunos de los momentos principales de esos libros y el análisis de sus autores.

Alejandro Rúa: cada detalle cuenta

Alejandro Rúa lee un fragmento de su libro "30 días: la trama del atentado a la AMIA" (Planeta)

“La identidad del suicida ha sido uno de los puntos más conflictivos de la investigación. Tras la toma de una muestra entre los trozos de lo que quedó de la Trafic, el FBI envió restos humanos a Estados Unidos para su análisis. Se dijo que el estudio de ADN identificó los restos del libanes Ibrahin Hussein Berro. Sin embargo, la muestra de restos humanos se envió sin ningún tipo de control o custodia de las autoridades”. El párrafo resalta en las 318 páginas de 30 días: la trama del atentado a la AMIA (Planeta), de Alejandro Rúa, abogado y especialista en el tema. “Conozco el caso desde muchas aristas y desde hace mucho tiempo”, le dijo a Infobae Cultura a fines de mayo de este año, cuando se publicó su libro, una precisa y rigurosa investigación que aporta datos desconocidos (o soslayados) y disecciona la causa judicial sobre este trágico episodio de la historia argentina contemporánea.

Efectivamente, Rúa escribió de lo que sabe. Desde fines de 2001 y hasta 2006 estuvo a cargo de la Unidad Especial de Investigación creada por el Poder Ejecutivo para coordinar la investigación del atentado. Luego, a partir de 2015, fue abogado de las víctimas y familiares de víctimas “Memoria Activa”, en el juicio que se llevó adelante por el encubrimiento y mal desempeño de magistrados, jefes policiales y de inteligencia que intervinieron en los primeros diez años de la investigación. Posteriormente, asumió como defensor de la ex presidenta Cristina Fernández Kirchner en una causa lateral y posterior a todo el proceso judicial del atentado, pero no menos relevante e incluso decisivo en términos políticos por todo lo que trajo consigo luego: el llamado juicio por el “memorándum de entendimiento con Irán”.

“El libro entrega un detalle muy completo y específico de las innumerables alertas recibidas por el Estado argentino, vinculadas a la producción concreta de un nuevo atentado. Y también se concreta un detalle de todas las actividades que la inteligencia hizo a propósito de esas alertas, sobre un grupo bien concreto y determinado de personas a los que se consideraba sospechosos de haber cometido el atentado en la Embajada unos años antes. Es decir, frente a la posibilidad de que ese grupo volviera a cometer el mismo un nuevo ataque y con la misma metodología”, dice Rúa en el 30° aniversario del atentado que se cobró la vida de 264 víctimas: 86 muertos, 2 desaparecidos y 176 heridos.

"Se recibieron innumerables alertas recibidas por el Estado argentino", dice Alejandro Rúa (Foto: Reuters)

Vuelta al punto de la identidad del conductor suicida que voló la combi blanca frente a la sede de la AMIA y sus restos encontrados ¿Dónde fueron a parar esos restos? ¿Quién se los llevó y analizó? ¿Por qué este detalle no menor no figura en la causa?. El dato que aporta el libro de Rúa revela uno de los más llamativos puntos oscuros de una causa con tiras y aflojes, lobbys geopolíticos y operaciones de inteligencia nacionales e internacionales. “Efectivamente, se los llevaron”, afirma Rúa. “No creo que haya sido porque engañaron o bien porque se los hayan llevado sin conocimiento de la autoridad judicial. Entiendo que fue con autorización, pero esa autorización no está en el expediente. Por eso digo, tal como escribí, ´sin ningún tipo de control o custodia oficial´”, razona el autor de “30 días”.

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De lo que no quedaron dudas para el FBI fue del modus operandi. Uno de los agentes del Bureau que estuvo en Argentina y en contacto con los restos del coche bomba recordó que lo más relevante que descubrieron fue el hallazgo de evidencias físicas que confirmaron que el atentado había sido cometido por un conductor suicida. Habían encontrado “restos biológicos y un trozo de jean” en un pedazo de metal del vehículo, que estaba enrollado y que el personal del FBI se encargó de desenrollar.

Pero cuando los investigadores argentinos buscaron más tarde esos restos, nunca aparecieron. “Hasta donde recuerdo, esa pieza nunca estuvo en poder del FBI”, dijo el agente bajo juramento. Sin embargo, en un informe presentado por el grupo de estadounidenses que llegaron para colaborar con la investigación del atentado se precisó que era “una pieza de lienzo identificada como ropa ´denim´ presuntamente perteneciente al conductor suicida, que parecía contener sangre seca y estaba atrapada en una pieza de metal enrollado correspondiente al estudio exterior de un amortiguador delantero derecho”.

“30 días: la trama del atentado a la AMIA” (Planeta) de Alejandro Rúa

“El FBI encontró esos restos e hizo un informe”, afirma Rúa. Y explica: “El informe dice que encontraron entre los restos de la camioneta una chapa toda doblada que descompactaron (o sea que la abrieron). Ahí había un trozo de jean con restos humanos. Años después se los pidieron al FBI, porque como cuento en el libro, informalmente se contaba que habían hecho un ADN y que habían detectado la identidad de una persona. A los fiscales que intervinieron en el caso de la muerte de Nisman, el FBI le negó eso. ‘Nosotros no nos llevamos nada y no hicimos ningún ADN’. Pero el agente del FBI, que personalmente concretó el hallazgo, dice que se lo llevaron y que no entiende por qué dicen que no se lo llevaron si efectivamente fue así”.

El libro de Rúa abunda en esta serie de explicaciones que, para quien no esté al tanto de todos y cada uno de los vericuetos de una causa kilométrica y manoseada, resultan clarificadores y por muchos momentos, asombrosos.

La llegada de los agentes israelíes a Buenos Aires, horas después del atentado abunda en detalles de información. Y de color también. “El libro cuenta con el mayor de los detalles la tarea del equipo de expertos israelíes que vino un día después del atentado y comenzó a trabajar el segundo día”, dice Rúa. En el contexto de un viaje de urgencia por una crisis internacional del Estado de Israel, la delegación de agentes se cruzó con los flamantes campeones del mundo de 1994, Brasil, el equipo de Romario y Bebeto.

“El equipo israelí llegó a la AMIA a las 0:00 horas. Aterrizaron una hora y media antes en Buenos Aires, tras escalas de carga de combustible en las islas Azores y Brasilia, donde coincidieron en el aeropuerto con una de las paradas del regreso del avión brasilero con los futbolistas campeones del mundo”, escribe Rúa en la página 201 del libro. En el mismo párrafo, también se da cuenta del conflicto diplomático que estuvo a punto de producirse en medio del drama. “El juez interviniente debió apersonarse en el lugar para permitirles ingresar, ante la negativa de las fuerzas argentinas. Hubo reclamos militares por la presencia de tropas con bandera extranjera”.

Javier Sinay: el tiempo está de nuestro lado

Javier Sinay lee un fragmento de su libro "Después de las 9.53"

¿Cuánto más se puede saber 30 años después? Javier Sinay es periodista y ha emprendido un trabajo enorme: contar todo lo que pasó en la AMIA visto desde hoy. Seguir las pistas, volver a hablar con los jueces, ordenar. Eso es Después de las 9.53, el libro que acaba de publicar.

En algún capítulo va a hablar de “trauma”. La AMIA como trauma que “se expresa en la impunidad del caso, que es dejar la herida abierta. Y que significa un fracaso moral y ético del Estado argentino que no puede darles una respuesta a las víctimas y a los familiares de las víctimas fatales. Y por otro lado, se expresa en que esa impunidad provoca una falta de confianza total en el sistema judicial, en el sistema de seguridad y en el sistema de inteligencia”.

Lo cuenta, por ejemplo, así: “Es lunes y son las 9: 53 de la mañana. El estallido destruye todo lo que está a su alcance. A una mujer la arrastra un viento vertiginoso y abrasador que trae polvo y piedras, que son como asteroides y que hasta hace un rato no eran más que la mugre de la ciudad. Ese viento arranca a un niño de la mano de su madre. El resplandor devasta al hombre que está ahí repartiendo cajones de pan con su furgón, el fragor atomiza a la señora que habla por teléfono en un negocio, el volcán echa lava a lo largo de la cuadra”.

Y da un dato: la fuerza del viento generando por un coche-bomba puede llegar a 800 kilómetros por hora, mientras que la de un huracán a 250.

¿Qué más se puede saber 30 años después?

Ahora, Sinay dice a Infobae que, en realidad, se sabe poco pero “se sabe o se supone más de lo que la sociedad cree”. Y que parte de lo que se supone pero no se probó “tiene que ver con que los acusados extranjeros nunca fueron juzgados, entonces en un juicio oral afloran muchas verdades y caen muchas mentiras”.

Y en el libro escribe: “Desde hace tiempo crece la idea de que no se investigó nada. Sin embargo, se probó que a las 9:53 del lunes 18 de julio de 1994, el edificio de la AMIA fue demolido hasta sus cimientos con una camioneta Renault Trafic. El motor del vehículo correspondía a la matrícula C-1.498ki.506. Esta camioneta transportaba entre 300 y 400 kilos de explosivos y fue conducida por un suicida”.

Javier Sinay hizo un enorme trabajo de reconstrucción. (Alejandra López)

Y también: “Las víctimas de ese crimen se acumulan en la morgue a medida que pasan los días. El domingo 24 de julio de 1994 habrá 48 personas fallecidas identificadas, siete N.N. y 19 bolsas con restos humanos en las que hay partes de varias personas —incluso podrían ser diez”

Hay mitos, dice. Uno, o varios en torno a Carlos Menem. “Sobre si fue una venganza contra él, a cuánto encubrió, cuáles eran sus conexiones con los autores del atentado. Me cuesta decir que de todo eso no pasó nada, pero por lo menos los investigadores judiciales argentinos consideran que la cosa no va por ahí”.

En el libro aparecerán los sirios. Desde el mismo 18 de julio. “Ya en la noche, en Buenos Aires, dos hombres —Mohammad Alem y Ghassan Al Zein— y una mujer —Norman Al Hennawi—, todos sirios, son visitados e interrogados por la policía en un departamento en la calle Juncal, donde viven hace un mes. En el expediente judicial se respaldará esta visita con una denuncia anónima: es el recurso clásico de la policía para cubrir a sus informantes. Los tres sirios cuentan poco y dicen que no tienen ninguna ocupación fija. Pero, sobre el final, uno de ellos explica que trabaja en un negocio de ropa de cuero. No es suyo, él es un simple vendedor. Dice que el dueño es el sobrino de Hafez Al Assad, el presidente de Siria. Es una revelación extraña y en el día mismo del atentado nadie sabe qué sentido darle. Son las nueve de la noche en Buenos Aires, las tres de la madrugada en Damasco.”

Homenaje. Los nombres de los muertos en la AMIA. (AP Foto/Natacha Pisarenko)

¿Qué se sabe?

“Lo principal ya se sabe: el atentado fue planeado el 14 de agosto de 1993, entre las cuatro y media y las siete de la tarde.”

“El agregado cultural de la Embajada de Irán en Buenos Aires, el imán Mohsen Rabbani, fue el encargado de la inteligencia para el atentado, de acuerdo a un exfuncionario iraní que colaboró con la investigación argentina —Abolghasem Mesbahi, el Testigo “C”— y a otras pruebas. La SIDE siguió las comunicaciones de Rabbani y descubrió que el clérigo tomó contacto varias veces con una mezquita de Foz de Iguazú y con el cuartel general de Hezbollah en el Líbano, donde lo atendía el famoso Ayatollah Muhammad Husayn Fadlallah”.

¿Por qué se hizo el atentado?

Sinay cuenta lo que fue entendiendo:”Por supuesto que hay un montón de versiones, un montón de hipótesis, un montón de cosas que se investigaron y los motivos no están tan claros, pero según la versión oficial, que es la pista iraní, pudieron haber sido los siguientes motivos; una venganza contra Israel por el bombardeo de un campo de entrenamiento de Hezbollah en Líbano. O una venganza contra Israel por el secuestro, por la captura de un dirigente en territorio libanés. O sea, en ambos casos es un ataque a Israel, también a Estados Unidos, también a la comunidad judía global, pero no específicamente a la comunidad judía argentina, sino que se hizo en Argentina porque era un lugar con un sistema de seguridad muy frágil, donde ya había habido un atentado y estaba completamente impune. Entonces era frágil y era fácil volver a cometer un atentado ahí. Digo “volver” porque según la hipótesis judicial, en Argentina fueron las mismas personas las que cometieron los atentados”.

Una página del expediente de la AMIA, en el libro de Javier Sinay.

¿Quién lo hizo?

Hay, dice el libro, investigaciones más recientes. Escribe Sinay:

“El hombre que armó la bomba se llama Malek Obeid, dice el Mossad. Es un ingeniero sin diploma pero con experiencia: él preparó, también, los explosivos para destruir la Embajada de Israel. En realidad es un electricista con un taller de reparación de aire acondicionado en Beirut, y tiene el aspecto típico de cualquier electricista de cualquier lugar del mundo: cabeza grande y pesada, pelo muy corto, mirada sincera, sonrisa torpe; viste camisetas gastadas. Luego de su llegada desde el Líbano hasta la Argentina, Malek Obeid se dirigió a una vivienda que había alquilado Samuel Salman El Reda en un suburbio bonaerense: media tonelada de nitrato de amonio esperaba por él.”

Samuel Salman El Reda, que habría sido uno de los organizadores del atentado tiene varias identidades (Samuel Salman El Reda El Reda, Salman Raouf Salman, Sulayman Ramrnal, Salman Ramal, Hajj) “y una esposa argentina: Silvina Gabriela Saín, que fue secretaria de Mohsen Rabbani”.

El expediente de la Amia en el libro de Javier Sinay

El Reda, dice, es una figurita dificil. Hoy “hay siete millones de dólares ofrecidos para el que traiga algo más de lo que ya se sabe: que tiene grandes ojos negros, un pequeño bigote y una mata de rulos”.

Otro mito, sostiene Sinay, es que no hubo ninguna Traffic “sino que el edificio implosionó, o sea que los explosivos estaban adentro y no en una camioneta. Y cuando hablas con los investigadores, como el ex juez Galeano o el actual fiscal Sebastián Basso, todos se indignan cuando les planteás eso, porque dicen que hay pruebas científicas de eso, o sea, hay prueba material, hay objetos, que ellos entienden que sustentan la teoría de la Traffic. Son son esquirlas de Traffic en los cadáveres de 27 personas”.

Lo escribe así: “Hay cadáveres que muestran en el cuerpo restos de automóvil: evidencias de un coche-bomba. En el tórax del portero de un edificio ha quedado incrustado un amortiguador. Otra de las víctimas ha sido atravesada por una barra de dirección. Del conductor suicida, en cambio, no han quedado restos; o bueno, en realidad sí: un pequeño tejido hallado entre los pedales de la camioneta. Habrá 27 muertos por las esquirlas”.

Un hombre busca entre los escombros el dia del atentado a la AMIA

Los cuerpos. Los cuerpos atravesados, mutilados, heridos, aparecerán en todo el libro. Uno es el de Augusto Daniel Jesús, “un muchacho de 19 años que murió junto a su madre, María Lourdes Jesús. Ella asistía a un curso de la AMIA para cuidar adultos; él la acompañaba. Al principio no se pudo identificar a Augusto. Solo se conservará de él una pieza de hueso y otra de músculo para cotejar el ADN, algún día, con alguien.

Muchas veces los investigadores creerán ver en esos restos el fantasmagórico rostro del conductor suicida, a quien tratarán de identificar entre todos los despojos humanos que deja la explosión, pero no lo lograrán. Recién en 2016 será confirmado que ese hueso y ese músculo pertenecen a alguien que se llamaba Augusto Daniel Jesús”.

El juez Galeano

En estos años, Sinay entrevistó diez veces al juez Galeano, el primer juez del caso AMIA. Para el libro, recientemente, también.

“De los noventa le quedó una fatwa —una orden dictada por un clérigo islámico que puede ser muchas cosas, incluso un castigo”, escribe. “Después, en 2007, un juez de Teherán pidió su extradición: acusó a Galeano de haber atentado contra la seguridad externa de Irán. La Cancillería le avisó las dos malas noticias. La fatwa era grave: una sentencia de muerte”.

Galeano, en este tiempo se volvió un instructor de hatha yoga. “El día anterior a este encuentro, Galeano guió una meditación por Zoom. Probó el yoga por primera vez cuando, luego de ser apartado de la investigación del atentado, las cosas siguieron empeorando”.

La causa no termina sino que se van sumando elementos, pistas, apariciones extrañas.

Cuenta Sinay en su libro: “Hace poco —el 21 de noviembre de 2023—, un sujeto llamado Sebastian Human Cardan, de entrecejo fruncido, vestido con una camisa negra y una corbata, es detenido a las ocho de la noche cuando intenta tomar fotos del edificio de la AMIA. Cardan nació en Irán y en 2019 se nacionalizó estadounidense. Dice ser un sheriff de un condado cercano a Los Ángeles y pide entrar al edificio. Le dicen que no. Se fastidia, forcejea y entonces la policía lo detiene. Es trasladado a la Unidad de Investigación Antiterrorista, donde revisan su situación migratoria y sus antecedentes penales. Está limpio. La aventura en la AMIA de este sheriff iraní es muy extraña y el secretario de Asuntos Públicos de la ciudad de Buenos Aires, Waldo Wolf, tweetea: “¿ Cómo entró al país? ¿Quién autorizó su ingreso? Una vez más fallaron todas las alertas”. Su presencia en la calle Pasteur sugiere que el caso del atentado sigue latiendo, sigue abriendo posibilidades, sigue amenazante”.

¿Por qué escribe ahora de algo que pasó cuando él tenía 14 años?

Él se lo pregunta y se responde en el libro: “No hay entre las víctimas fatales ni entre los heridos nadie a quien yo conociera —no es eso. Es, más bien, que yo crecí con la historia del atentado resonando como un leitmotiv. Y me dejó alguna marca. Mi adolescencia transcurrió durante la década dura de los noventa: a los atentados de la Embajada de Israel y de la AMIA se sumaron los asesinatos de María Soledad Morales, Walter Bulacio, Miguel Bru y José Luis Cabezas; la explosión de la fábrica militar de Río Tercero; la muerte misteriosa de Carlos Menem Jr.; el levantamiento carapintada de Mohamed Alí Seineldín; las marchas contra la Ley Federal de Educación en las que muchas veces caminé. Yo crecí en los noventa: aprendí que el peligro podía alcanzarte en donde menos lo esperaras”.

¿Habrá justicia para la AMIA?

Sinay es paciente. “Por lo menos el caso fue definido por la Justicia argentina como un caso de lesa humanidad y por lo tanto no va a prescribir nunca, supuestamente. No sé si se resolverá, pero al menos el tiempo está de nuestro lado”

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