¿Hasta qué punto alguien estaría dispuesto a quemar la casa donde viven sus hijos? ¿Cuál es el límite entre lo sano y lo insano? En este territorio arenoso se mueve la novela Perder el juicio, que publicó Anagrama. Entre la delgada línea que divide al amor del odio. Lo legal de lo ilegal. La cordura de lo insano. Porque por amor se puede perder el juicio, ¿o no? Ya se sabe que la pasión mata la razón. Y aquí hablamos de un amor tóxico como “cientos de monos agresivos que saquean a los creyentes en la puerta de un templo budista”. Y así es el vínculo entre Lisa y su ex marido, los protagonistas de la última novela de Ariana Harwicz.
La acción comienza en Francia. Lisa Trejman es una inmigrante argentina y está en plena batalla judicial para poder revincularse con sus mellizos. Su ex la demandó por violenta y se quedó con la tenencia. Pero ella sigue igual, no para. Es un caballo desbocado. “Cualquier madre a la que le cortan las manos de los hijos o los llevan del otro lado del muro, hubiera hecho esto y más. No digo madre porque no es una prueba de amor. La ley no entiende, los jueces no entienden”.
Está más loca que un plumero y fuera de control. Es que no tiene nada que perder. Ya lo perdió todo. Es una paria que vive en una casucha alquilada. Su vida es un caos y necesita reordenarse para poder recuperar a sus nenes. Un trabajo en blanco, estabilidad, bañarse, vestirse con ropa adecuada. En fin, aparentar cierta “normalidad”, cierta “corrección”. Pero es un baile que no quiere bailar. Y eso le va a salir carísimo.
“Nunca se puede saber de antemano en lo que alguien puede convertirse”, dice. Y tiene razón. Cuando está todo bien, no pasa nada. Pero cuando el escenario cambia, ahí sí que puede salir la bestia que llevamos dentro. O no. Bueno, la de ella salió e hizo desastres.
“Cómo hacerlos salir como ratas de una colonia escondida en un cubil”, se pregunta mientras piensa en cómo lograr que sus hijos salgan de la casa -donde viven con el padre y los suegros- para poder llevárselos. “Un fuego creciente sobre la hierba reseca que tenga suficiente combustible para alertar al suegro y al marido atraídos por el calor. Prendo el encendedor y de a poco la montaña va alumbrándose. De a poco los veo salir en busca de agua y un extintor. La suegra sale de la casa y grita. Hay que actuar. Entro por primera vez desde la sentencia. Me muevo dentro de la casa como un fantasma, levanto al más liviano y en la confusión de las llamaradas lo dejo en el asiento trasero, corro a buscar el segundo, y lo dejo sobre su hermano”.
Su cabeza es un polvorín. Arde. “No puedo creer lo que hice, todavía no puedo creer que no esté en la casa angosta fantaseando. (…) Qué dirá la abogada, renunciará, me demandará, me venderá al opositor, qué dirá la adjunta de la abogada oficial. Todavía no tengo mensajes ni llamados, no pasó más de una hora, mis suegros deben estar envueltos en llamas”. Se le mezcla el pasado, el presente y el futuro (¿habrá un futuro?) entre la euforia “los tengo conmigo, acá están, los miro, cierro el auto, lo abro” y el rencor.
Harwicz narra la furia con maestría. El amor-odio es el motor de la trama y lo visceral se apodera de todos. Una violencia capaz de dinamitar el muro de contención de lo civilizado y hacer que todo vuele por el aire.
Las 133 páginas de la novela ponen en el centro el descalabro emocional de una mujer que cuenta en primera persona, el tsunami de sentimientos contrapuestos que no logra gestionar. Él, menos. Pero bue. “(…) tarda mucho la vida en volverse real, a veces nunca termina de volverse real. Es que todo termina siendo menos de lo que pensábamos.” Y es que algo de irrealidad hay en el relato, que por momentos parece muy de los pelos, como sacado de una película de Tarantino. Pero no. Kill Bill existe, vive en Francia y está dispuesta a todo. Mejor, correte.
“Hundir lo más posible al otro”. Un divorcio contencioso, la venganza del amor, la locura y los estragos que trae aparejada. Y los chicos están aterrados. Son el botín. “Ustedes estaban bien sin mí? No saben qué decir, se hacen los bobos, los enfermos. Todo eso que se cuenta de mamá es falso. Nunca hice nada malo”. Difícil de creer, ¿no? Para ellos y para nosotros también. ¿Cómo podemos confiar en lo que dice, si acaba de incendiar la casa donde vivían sus hijos y su ex, solo para que salieran de allí y poder llevárselos? En verdad la palabra correcta sería: secuestrarlos. Tomarlos por la fuerza. Son sus hijos. Si, ya sé. Pero igual.
Es que Lisa Trejman, madre, judía y extranjera, secuestra a sus mellizos. Aunque sean suyos. Es una madre enloquecida, desesperada y humillada, que no puede abstraerse de ser quien es, en una sociedad y un entorno que no la entiende y que no la quiere. ¿Y entonces qué pasa? Aparece la violencia como toda solución. Prender fuego una casa, llevarse por la fuerza a los nenes en medio del caos. Por más que sean tus hijos, nada lo justificaría. ¿No? Aunque ella sí. “Todo lo que dicen del amor está mal. Todo lo que entienden o dicen entender, mal. El amor es una compensación, una venganza”. Y agrego: una locura. Al menos para esta pareja que se autodestruirá en 5 segundos. Y no es chiste.
La lectura de Perder el juicio es un rayo que te parte al medio . Por momentos parece un policial o una película de carreteras. Pero no. Es una confesión exasperante. Es el grito de una madre al borde de su abismo. Es asfixiante, tanto como la huida demencial de la protagonista con sus hijos. Es que pasan muchas cosas en poco tiempo: el incendio, el secuestro, la fuga en auto, el encuentro furtivo con su ex, el sexo entre los yuyos, mientras los chicos duermen en el coche. La confusión: ¿te amo o no te amo? Ni idea. Y nuevamente el robo. Y una angustia que te perfora la boca del estómago hasta el último renglón.
Y cuando pensabas que uf, bueno, listo, ya está, entonces la busca la justicia francesa, la Interpol, el suegro ofrece 10.000 dólares por cualquier dato para ubicarla a ella y a Jonay y Elías Fournier, los mellizos. Es una madre raptora. Son tres prófugos. Hay orden roja en toda la Unión Europea y el mundo. Pero no. La cosa sigue. Porque los planes de Lisa fueron otros.D onde se ocultan es un país enorme y no los van a encontrar ni que los busquen con agentes secretos. “(…) Anochece, ya no estamos en el rango de su alcance. Luché para tenerlos conmigo, pero desde antes de nacer sirvieron a un solo fin, el fin trágico de una pareja”. Y sí, esta vez puede que la madre tenga razón. Y todavía no leyeron nada.
Quién es Ariana Harwicz
Ariana Harwicz es una autora argentina, nacida en Buenos Aires (1977).
Vive en Francia desde 2007.
En 2024 recibió el Premio Konex Letras-Novelas Período 2021-2023, Diploma al Mérito. Su primera novela,Matate, amor (2012) será llevada al cine porMartin Scorsese, con dirección de Lynn Ramsay y contará con la actuación de Jennifer Lawrence. Escribió el libreto de la ópera Dementia, que se estrenará en el Teatro Colón, en la temporada 2025.