El espejo y el desorden de Natalia Cacchiarelli y Deriva utópica de Gilda Picabea, ambas con curaduría de Belén Coluccio, son las nuevas muestras centrales con las que el Museo de Arte Contemporáneo de Buenos Aires (Macba) propone un viaje a la abstracción geométrica a través de más de ochenta obras. A ellas se suma, una nueva propuesta, Kabinet, que tiene como protagonista a David Petroni con Iridiscencia.
Pero empecemos por otro lado. Para 1920 se estrenó El gabinete del doctor Caligari, uno de los grandes clásicos del cine y la obra cumbre del cine expresionista alemán, que a partir de una arquitectura de escena inédita, con líneas oblicuas, espacios que parecían retorcerse sobre sí mismos, como el uso de ángulos de cámara atípicos y la proyección de sombras, entre otros elementos, generaban, en este filme mudo dirigido por Robert Wiene, una atmósfera asfixiante.
Más allá de las lecturas políticas de época relacionadas a los cambios sociales producidos por la inminente llegada de la Gran Guerra, la película, precursora del cine de arte, tomó elementos de Die Brücke (El puente, 1905 y 1913) y de Der Blaue Reiter (El Jinete Azul, 1911 - 1914), movimientos pictóricos conformados ambos en alemania que abordaron lo figurativo a través del uso de los colores fuertes y propuestas que rompían con los ejes de la simetría, el uso de las figuras puras y que tuvieron consonancia directa, en algunos casos, en el surgimiento de la abstracción geométrica.
Volviendo al cine, a fines de los ‘50 llega a las salas estadounidenses El increíble hombre menguante, un filme muy logrado para su tiempo, sobre la historia de una persona que ve, luego de un evento con una neblina tóxica, como su cuerpo se achica y enfrenta la vida con el tamaño de un insecto. Así, su entorno todo se convierte en una trampa, lo cotidiano en una amenaza constante.
Más allá de lo anecdótico, desde lo técnico la obra propone, una vez más, la cuestión del uso del ojo, la cámara, para generar efectos que hacen la historia creíble. En otras palabras, sos hermosos subterfugios que el cine nos regaló antes de la llegada del CGI.
Retomando. Estas referencias cinematográficas, algo caprichosas quizás, se unen al considerar el entorno, la construcción de lo real como una amenaza. Hay algo allí afuera, en el aquí cerca, que nos desafía, que por momentos nos subyuga. Un edificio, un cambio drástico en nuestras vidas, un gobierno.
Ahora, ¿en qué puede asistirnos esta mirada para recorrer las muestras de Cacchiarelli (Bahía Blanca, 1971) y Picabea (Buenos Aires, 1974)? Para empezar, pensarse como ese hombre menguante puede ser un buen ejercicio para recorrer las propuestas en las cuatro plantas del espacio de San Telmo, porque las obras logran, en diferentes abordajes y efectos, generar cierta inquietud, plasmar que detrás de ese orden, de ese milimétrico orden por momentos, se esconden formas del caos que nunca podremos comprender del todo.
Quizá esa sensación de anarquía que se desprende nazca de la misma búsqueda personal, las preguntas personales que ellas tratan de responderse en el lienzo y que logran transmitir a través del quehacer artístico; en otras palabras, lo no palpable, la sospecha, puede resultar inquietante y esa sensación no es ajena en la pintura geométrica abstracta.
Si bien ambas muestras no son retrospectivas ni proponen un recorrido cronológico, sí tienen un ida y vuelta entre obras tempranas y recientes, uniendo los primeros años de producción con el último para, así, revelar “las inquietudes que se van manteniendo y la perseverancia de ciertas búsquedas” que “las vinculan con distintos periodos de la abstracción geométrica de la historia del arte argentino”, dice Coluccio.
Y agrega: “Muchos de los artistas que trabajan en esta línea siempre están pensando en sus antecesores, maestros, en líneas de trabajo. Para el caso de Cacchiarelli, para ella es muy importante su etapa formativa, en los años 90, cuando decide venir desde Bahía Blanca a Buenos Aires”.
El encuentro con la ciudad, cuando tomaba muchas fotografías de las fachadas, con ciertas sombras que aparecían, el deambular por calles y veredas, más la influencia de Adolfo Nigro -de quien conoció una obra en la adolescencia que encendió su deseo artístico y con quien luego estudió- se manifiestan en algunas obras que proponen juegos de contrastes con el fondo y, en otras, el objeto parece suspendido en el vacío, como si la representación fuera una trampa, una ilusión.
“Es interesante las marcas de la perseverancia, las inquietudes que se mantienen, que tiene que ver con la definición de ciertas figuras, extraer el rombo, el triángulo, combinarlos con estos fondos”, dice la curadora, sobre la relación entre las dos salas de la artista bahiense, en la que se puede observar, eso sí, una diferencia marcada en la pincelada.
En su obra más actual, Cacchiarelli presenta un trazo más informal, más expresivo con una idea de que la mano puede trabajar con mayor libertad, sobre todo en los fondos, donde se presentan las figuras geométricas más definidas.
“El título, El espejo y el desorden, pretende ser evocativo de una sensación de dos sentidos contrapuestos. La idea de una geometría muy precisa, muy matemática que estaría en esta idea del espejo, con esa capacidad mimética de la perfección, y, a la vez, hay muchas obras de la producción que se presentan en espejo, como duplicadas”, suma Coluccio.
Luego, explica la curadora, “la indagación formal es diferente, aunque se mantiene esta cuestión de los triángulos, los rombos como formas predominantes, aunque cambia la paleta, la forma de establecer las superficies. Y nuevamente esta idea de las obras enfrentadas, de las obras espejadas”.
Entre las piezas que se presentan se encuentran varias de una serie de vértigos, que “es como adoptar la abstracción geométrica a una manera de ver el mundo, la percepción estética de la ciudad” y que se suscriben a la tradición de la abstracción rioplatense “de Nigro, también discípulo de Torres García, de la Escuela del Sur, y de Pablo Siquier”.
Los vértigos, en ese sentido, tocan ambas muestras. En el caso de Cacchiarelli lo hacen desde la representación estética que bien supo llevar a la pantalla Alfred Hitchcock con su película homónima del 1958, sobre todo en la icónica escena de las escaleras, pero ya presentada un año antes en “El increíble…”, en el momento que el protagonista cae de un mueble de la cocina tratando de escapar de las fauces del gato: elementos cotidianos, pequeñas piezas de la vida, que se convierten en generadores de un temor irracional (o no tanto), como también puede hacerlo la esquina de una ciudad o enfrentarse al lienzo vacío.
En su filme el maestro británico indaga, desde su siempre original perspectiva, en los mismos temas: la realidad como construcción y desafío, que tomamos por cierto si estamos dispuestos a creer, el engaño. El vértigo no es sólo una sensación giratoria, es también la forma en cómo la subjetividad nos altera.
En el caso de Deriva utópica de Picabea, la artista comenta que su práctica la llevó a interesarse en los artistas de Arte Concreto-Invención, que a mediados de los ‘40 indagaron en la abstracción, tanto en muestras como en la revista Arturo.
“Hace muchos años empecé a investigar el movimiento y fui llegando a la abstracción. No fue una decisión trabajar con estos elementos cuadrados, círculos, sino que algo que hacía sobre la tela, que era una acción, fue devolviéndome unas formas geométricas y ahí empecé a estudiar los antecesores, lo que había detrás de mí y sobre todo a los concretos, los debates que tenían sobre el significado de pintar o qué debía ser una pintura”, dice.
Así, sostiene: “Hay una cosa del plano que me resulta incómodo. Entonces trato de que se exprese en todas sus capacidades. Aparece la forma y el color también como los elementos más significativos para mí, porque el color también me resulta muy inestable e intento, trato, de definir qué es pintar o qué es la pintura con estos elementos”.
Picabea tiene la capacidad, como en “El gabinete…”, de transmitir esa incomodidad, a partir de un trabajo meticuloso donde los ángulos, las puntas, que nos pueden remitir a garras que abren la pintura y así al observador.
“Hay una cosa que me motiva que es sumamente inquietante: el plano y todo lo que sucede en él, estas distancias que aparecen, las tensiones entre figura y fondo, que era lo que querían abolir los Concretos. Cuando empiezo a pintar no puedo hablar de disfrute, no hay una cosa muy romántica”.
Aparecen también trabajos con “la grilla como modo de abordar el plano”, “como una forma vinculada al oficio de la arquitectura para resolver las distancias” y “la cuestión del color estructurando el espacio, produciendo también un efecto ilusionista, con esfumados que un poco confunden a la visión”. Otra vez, la cuestión del engaño al sistema ocular, lo latente, lo posible y lo concreto son puestos en disputa.
En otras piezas, el uso de las letras aparece como estructura sobre la que trabaja con una paleta colores muy vibrantes -que remiten a El Jinete Azul- y en los que la forma también aparece entre los resquicios de cada sílaba y el vacío en las formas de cada letra.
En la pintura La Piedad, Picabea propone su versión de la famosa escultura de Miguel Ángel, a partir de su experiencia al enfrentarse a la obra que se encuentra en el Vaticano: “Tenía muchas ganas de enfrentarme a esa escultura y me di cuenta de que nadie puede verla. Está tan lejos, que no se puede circular alrededor, hay un súper vidrio blindado y además tenés una barrera más con todos los turistas”.
Entonces, a partir de una serie de imágenes de internet y “un poco utilizando el esquema de rostros de la Bauhaus” busca acercarla a través de una propuesta de perfiles abstractos. “Creo que es una obra que al contener un poco esta anécdota muestra cómo hacerse cargo del oficio para solucionar o para resolver la inquietud que me generó no haber podido ver la obra”, dice.
La línea roja de Lidy Prati, una obra que en 2021 presentó en el Bellas Artes como parte de un proyecto de investigación, intervención artística y curatorial que se realizó sobre la colección de arte concreto del museo, se coloca en diálogo con una vitrina donde se observa un facsimilar de la revista Arturo y la fotografía, realizada por Amalia García en una investigación, que encendió la idea para esta pieza.
“La obra busca revalorizar el aporte fundamental al movimiento concreto de Prati a través de su intervención en la mítica revista Arturo. Prati fue la única artista del grupo y cuando se separó de Tomás Maldonado quedó un poco corrida de la historia del movimiento del arte concreto. Sin embargo, hizo grandes aportes, sobre todo en la revista, no solamente haciendo algunas de las viñetas interiores, que son como antecedentes del mismo marco recortado, que fue como el gran punto de este grupo, sino también trae el concepto de coplanar, que después va a ser súper importante para para todos los artistas que participaron”, explica Coluccio.
Así La línea roja... surge de una reproducción de una obra de Piet Mondrian en la publicación que, a diferencia de todas las hojas, aparece en color, algo que no se podía realizar por los altos costos de impresión y que la artista, según su propio relato, interviene de manera manual en cada uno de los números.
“Es una intervención puntual que ella hace con una confección bastante artesanal. García encontró cuatro papelitos sueltos, impresos, dentro del archivo de Prati donde no está pintada la línea roja y suponemos que es material residual que quedó del proceso. Cuando Gilda ve esta fotografía queda muy impactada con esa ausencia de la línea, pero inmediatamente la repone en los lugares donde iría y da pie a esta composición que inmediatamente traslada a la pintura”, agrega Coluccio.
Finalmente, en el 6° piso que suele usarse como auditorio, con Iridiscencia de David Petroni (Buenos Aires, 1984) se inauguró la primera serie de MACBA Kabinet, una propuesta que reunirá la propuesta de diferentes artistas.
En este caso, con Petroni, que suele realizar murales en espacios urbanos y pintura al grabado con figuras de volumen tridimensional, se recorren “los ejes de su obra que tienen mucho que ver con la luz y el color, que son dos fenómenos que están íntimamente relacionados”, comenta la curadora Luciana García Belbey.
Así las obras de Petroni que se presentan, también geométricas, habitan entre lo óptico y lo cinético, con una propuesta de sitio específico, con una instalación de muro de 12 metros de ancho, compuesta por 36 piezas modulares, que sobresalen a modo de relieve geométrico, una escultura, dos telas de grandes dimensiones y una intervención de vinilo translúcido con delicados esfumados en los ventanales, que “van cambiando de tonalidades según la hora del día y permiten incorporar a la ciudad, el entorno, en el centro de la sala”.
El título, explica, viene dado por la idea de la iridiscencia: “Si bien parece a priori que la pintura tiene un cierto tornasol, que hay algo que parece brillar, él no utiliza ningún tipo de pigmento ni brillante, sino que lo logra a partir de cientos de granitos de pintura bien fluida”. En ese sentido, el artista logra este efecto a partir del uso de la pistola de aire que a través del grano despliega sutiles gradientes de color que se van difuminando.
Con las propuestas de Cacchiarelli, Picabea y Petroni el Macba presenta la vitalidad del arte geométrico contemporáneo en el país, como las indagaciones y relecturas que aún se realizan con respecto a los movimientos del siglo pasado pasado.
A su vez, más allá de las cuestiones teóricas e históricas, siempre puede ser una buena oportunidad para trazar mapas personales, con la pintura abstracta como excusa, en los que se crucen otros consumos culturales, como el cine, y generar significados propios. El arte, la vida.
Fotos: Eugenia Kais
*”El espejo y el desorden” de Natalia Cacchiarelli y “Deriva utópica” de Gilda Picabea, en el Museo de Arte Contemporáneo de Buenos Aires, Av. San Juan 328, San Telmo. Las dos exhibiciones podrán visitarse hasta mediados del mes de octubre. Martes cerrado. El resto de los días, incluso los feriados, de 12 a 19 horas. Entradas: General, $3.000; estudiantes, docentes y jubilados acreditados, $1.500. Miércoles: $ 1.500