El 3 de junio se anunció oficialmente que el presidente Perón iniciaría el jueves 6 una visita oficial de dos días a Asunción del Paraguay. Al margen de la firma de un convenio de cooperación técnica y científica, y de recibir el Collar “Mariscal Francisco Solano López” de la Orden Nacional al Mérito, para Perón significaba mucho más. Era su reivindicación: volvía como Presidente de la Nación después de tres décadas, ocasión en que el mandatario argentino devolvió algunos tesoros históricos que la Argentina había capturado en la guerra de la Triple Alianza. También había estado en Asunción en 1955, cuando fue derrocado por la Revolución Libertadora y tuvo que partir de allí como condición necesaria para que el gobierno de Aramburu enviara un nuevo embajador argentino a Asunción. Al presidente Alfredo Stroessner ya lo había visto en diciembre del ‘72 luego de abandonar Buenos Aires, tras su primer retorno a la Argentina que había comenzado el 17 de noviembre.
El mismo día se produjeron dos importantes novedades que los diarios del día siguiente recogieron meticulosamente. Una era la previsible renuncia de Solano Lima como secretario general de la Presidencia de la Nación, cargo en el que fue designado el 12 de octubre de 1973. El 2 de abril de 1974, Lima había sido designado rector “normalizador” de la Universidad Nacional de Buenos Aires y la misión le insumía demasiado tiempo como para ocupar las dos funciones. Quedó como asesor presidencial, con rango de secretario de Estado, con su cargo en la Universidad. Horas más tarde, por decreto del Poder Ejecutivo, se creó la Secretaría de Gobierno que fue ocupada por el coronel Vicente Damasco. La Nación, del jueves 6, intentó interpretar la razón de las nuevas designaciones. No fue generosa para Lima, al decir que los movimientos que había dado el dirigente conservador “se asemejan notablemente a los pasos que podría dar alguien advertido de que la ausencia del doctor Cámpora del país dejaba sin un jefe virtual al ala más ruidosa del peronismo. Del señalamiento se infería cuán poderosa podría ser la tentación de un liderazgo con rumor de multitudes para un político cuya vivaz inteligencia estuvo siempre acompañada por un déficit en el apoyo popular… conviene recordar que el doctor Lima no ha producido ningún cambio de hombres en el elenco universitario que acompañó al Sr. Rodolfo Puiggrós y, posteriormente, al licenciado Ernesto Villanueva”. Más aún, el matutino en la misma columna puso de manifiesto que Villanueva había aceptado el cargo de secretario general de la UBA que le había ofrecido Lima durante una conferencia de prensa brindada en el local de la Juventud Peronista Regional I.
La segunda noticia fue la caída del depósito de armas más importante en manos de una organización terrorista. El éxito fue el resultado de un allanamiento a un galpón de 800 metros cuadrados en la calle La Rioja 763, por efectivos de la Policía Federal encabezados por los comisarios generales Villar y Margaride. También participaron agentes de la SIDE. En los días siguientes los diarios no informaron a qué organización extremista pertenecía el depósito de armas y municiones. Si se hubiera informado que era de “una organización extremista declarada ilegal” se habría entendido el PRT-ERP. Al no decirlo se sospechaba que era Montoneros, aunque era un arsenal conjunto de la JCR, a cargo del PRT-ERP y del MLN-T (Tupamaros).
En esos primeros días de junio, arreciaron en Córdoba los atentados del Comando “Libertadores de América” (versión provinciana de la AAA) contra locales de gremios de extrema izquierda –“combativos” (Luz y Fuerza de Agustín Tosco), “legalistas” (de Atilio López) y “clasistas” (de René Salamanca)– así como contra el diario La Voz del Interior. El 5 de junio se anunció que Perón había invitado a Balbín a mantener un nuevo encuentro, el sábado 8 a las 10 horas, y el mismo día La Nación se hacía eco de un nuevo proyecto de Reforma Agraria que se estudiaba en el Ministerio de Economía. En Mendoza, el gobernador Alberto Martínez Vaca fue suspendido por la Cámara de Diputados por la cifra mínima que permitía su Constitución: 32 votos. Era el paso previo al juicio político. Caía de esta manera otro aliado de la “tendencia revolucionaria” y lo sucedía el vicegobernador Carlos Mendoza, dirigente gremial metalúrgico y líder del peronismo ortodoxo.
Como estaba previsto, el jueves 6 Perón inició su visita oficial a Paraguay. Viajó en avión hasta Formosa y en Puerto Pilcomayo se embarcó en el buque barreminas Neuquén de la Armada Argentina, y llegó a Asunción cerca de las 11.15.
El presidente paraguayo quiso que su amigo llegara en barco porque el pueblo asunceño deseaba saludarlo. El médico Seara, en su libro con Pedro Cossio, va a relatar que las barrancas del Río Paraguay formaban una gran platea, un talud que permitía que la gente se ubicara. Seara estaba en el puente del barreminas y en un momento “aparece Perón solo, se para al lado mío y comienza a mirar a la gente. En los últimos kilómetros antes de llegar a Asunción, el talud era una masa humana, un espectáculo de masas escalofriante que abarcó aproximadamente tres kilómetros. Perón los saludaba en silencio con la mano. Entonces se me ocurrió decirle: ‘General, ¡qué momento éste!’ Y me respondió: `Sí, la verdad es que sí, qué cosas tiene la vida’”.
A partir de su llegada al embarcadero, el presidente de la Nación desarrolló durante dos días una frenética agenda de actividades bajo un cielo lloviznoso y un clima frío y húmedo. Ceremonias oficiales al aire libre; entrevistas; homenajes al Panteón de los Héroes; cena de gala en el Club Centenario con discursos; visitó la tumba de su amigo Rigoberto Caballero. El periodista Heriberto Kahn, al relatar algunas instancias de ese viaje, recoge la opinión de un funcionario que acompañaba a Perón que observó: “Cuando vi todo eso pensé que el general había decidido colgar los botines”.
Lo rodeó una agenda agotadora, no se saltó ninguna actividad. Siempre lució su uniforme de teniente general y, como sorpresa, luego de recibir la máxima condecoración paraguaya, le entregó al general Alfredo Stroessner las insignias de teniente general del Ejército Argentino. En esta visita, Perón, con la firma del Tratado de Yacyretá, creó las condiciones finales para lo que sería meses más tarde el Ente Binacional Yacyretá, encargado de levantar la represa hidroeléctrica. Fue un movimiento que llevó a contrarrestar los efectos de la represa brasileño–paraguaya de Itaipú.
Durante toda la estadía en Asunción, Perón fue acompañado por el jefe del equipo de médicos, Cossio (1900-1986), y seguido de cerca por el joven cardiólogo, doctor Seara. Antes de integrar el grupo seleccionado por Cossio, Seara se había doctorado en la UBA y realizado un “Research Fellowship” en Cardiología en el John Hopkins Hospital, en Baltimore, EE.UU.
–Yofre: Ese viaje, esa descripción del Paraguay que vos hacés es emocionante.
–Seara: El viaje a Paraguay fue de un estrés soterrado porque yo me vi con dos médicos paraguayos y dije ‘¿acá que hago?’. Imaginate, estábamos ahí a un mes de que se muriera, podía pasar cualquier cosa. Estaba con Pedro Cossio (padre) que nos sentamos juntos. Y bueno, agotador, agotador, yo me preguntaba ‘¿cómo es posible que hagan ésto?, ¿cómo es posible que hagan este disparate?, ¿cómo es posible?’. ¡El peor enemigo! Yo jugaba al fútbol dos veces por semana, estaba entrenado y llegaba muerto al Hotel Guaraní. Dormía como en una suite y ahí había otra puerta donde dormía Perón con la puerta entreabierta, y ahí al ladito dormía yo.
–Yofre: ¿Con la puerta entreabierta?
–Seara: Sí, con la puerta entreabierta para escucharlo.
–Yofre: ¿Qué sensación te daba tener la puerta entreabierta con Perón?
–Seara: Yo te voy a decir como que mucho no había que pensar cuando estabas ahí, mucho no…
En Buenos Aires, el mismo jueves 6, se conoció la creación del Comité de Seguridad que presidiría el propio Perón, los ministros de Interior, Defensa, Justicia y los comandantes generales de las FFAA. El decreto 1732 designaba como secretario de Seguridad al general de brigada Alberto Samuel Cáceres Anasagasti. Según Gustavo Caraballo, la designación fue realizada “para comprometer al Ejército en una acción legal evitando caminos tortuosos que sólo conducirán a la guerra civil”.
Para ese entonces las organizaciones armadas hacía rato que hablaban de “guerra”. Los decretos que dieron vida al nuevo organismo fueron firmados por el presidente de la Nación antes de delegar el mando, el día 5, en el Aeroparque Metropolitano y emprender su viaje a Paraguay. Anasagasti pertenecía a la promoción ‘73 del Colegio Militar de la Nación. Artillero, oficial de Inteligencia, recibido en la Escuela de Inteligencia del Ejército con medalla de oro por haber egresado con el más alto promedio de su curso. Varias veces, como teniente coronel, coronel y general fue destinado a la Policía Federal a la que llegó a conducir, tras el asesinato del teniente general Juan Carlos Sánchez, comandante del II Cuerpo de Ejército. Vio pasar por sus manos importantes momentos de la historia argentina: desde el secuestro y posterior asesinato de Aramburu hasta la entrega del poder por las Fuerzas Armadas al presidente Cámpora el 25 de mayo de 1973. Durante la gestión del teniente general Jorge Carcagno revistó en disponibilidad. A partir del 28 de diciembre de 1973 había sido designado Director Nacional de Gendarmería. Luego llegó a ser comandante del Cuerpo II y a la caída del teniente general Alberto Numa Laplane fue uno de los candidatos del peronismo para ser comandante general del Ejército. Su nombramiento, por Perón, fue toda una señal.
Como había sido anunciado, el sábado 8, en la Casa de Gobierno, el primer mandatario se volvió a encontrar con Balbín. El ministro Benito Llambí lo acompañó hasta el despacho presidencial y los dejó solos. La entrevista duró una hora y media y, sólo al final, cuando se analizaron cuestiones económicas, tomaron parte la vicepresidenta y el Ministro de Economía. Se habló sobre diferentes asuntos: el futuro de los canales de televisión fue uno de ellos. Balbín relató a los periodistas que sobre radiofonía y televisión “no hay nada resuelto, por el contrario, el tema será tratado en la misma forma que otras leyes fundamentales, en el Parlamento”. También trazó sin abundar una agenda con otras cuestiones que había conversado con el presidente. La situación económica y el desabastecimiento; la violencia terrorista, en el que “hubo coincidencia en la necesidad de que con buena voluntad erradiquemos el peligro” y algunas situaciones institucionales provinciales. Con el paso del tiempo algunos momentos del encuentro Perón-Balbín se fueron filtrando como resultado de las confesiones íntimas a personajes de uno y otro lado. Según relató del informe “Última Clave”, ante una pregunta del líder radical sobre su salud, el primer mandatario comentó que “me siento bien, aunque es un invierno un poco duro, nada más”. Años más tarde, el 31 de julio de 1980, Balbín le admitió al historiador estadounidense Joseph Page que Perón le dijo “me muero”. Balbín le dió una serie de sugerencias políticas que Perón anotó prolijamente.
Perón habló de su reciente viaje al Paraguay y descartó que por el momento tuviera previsto realizar otra visita pero que entendía que era importante un encuentro con el presidente de Brasil. También le dijo que la entrevista con Pinochet había sido importante. Balbín sacó a relucir algunas cuestiones que preocupan a la “gente”. Entre ellas, la situación de los canales de televisión que debe ser analizada por una comisión bicameral pero “hay quienes quieren adelantarse y adoptar determinaciones según su gusto”. El invitado no dio nombres propios pero se entendía que habló de Emilio Abras, el secretario de prensa y difusión de la Presidencia. También se conversó sobre algunos proyectos que circulaban sobre la reforma constitucional con un cierto aire corporativo (algunas contenidas en el “Modelo Nacional” o “Modelo Argentino” que trataba el coronel Damasco). Ya en presencia de Isabel y del Ministro de Economía, Balbín hizo referencia al Pacto Social o a “la política de ingresos” que algunos sectores tratan de “erosionar”. Luego, en el Comité Nacional, Balbín expresó a unos muy pocos allegados que ésta había sido la entrevista más “delicada” de la que había tenido con Perón. Más tarde le contaría a Heriberto Kahn que para él había sido “la mejor reunión de todas las que tuvieron”. Fue además el único encuentro durante el cual el entonces presidente tomó nota sobre la mayoría de las correcciones que proponía el líder radical.
En esas horas fue muy poco lo que se filtró, Balbín prefirió guardar reserva. Según el alambicado lenguaje del jefe de la UCR, entre las preocupaciones de la “gente” estaba la salud del Presidente de la Nación y de todas las cosas que dependían de su evolución. Después del encuentro, años más tarde, se supo que Balbín le comentó a sus allegados: “No, no lo he visto bien a Perón”.
La columna política de La Nación del domingo 9 prendió una luz amarilla al relatar que las autoridades de la CGT habían solicitado con carácter “urgente” una entrevista con José Ber Gelbard. “A juicio de los dirigentes cegetistas -–opinó el columnista– se ha producido una verdadera ruptura del Pacto Social.
El lunes 10 de junio comenzó a deliberar en Buenos Aires la Sexta Conferencia de Cancilleres de la Cuenca del Plata, y Perón la inauguró con un discurso en el que comparó el proceso de integración europeo con el latinoamericano. Luego de relatar que tras largos años de disputas y guerras se había logrado la unidad europea, preguntó en voz alta: “¿Cómo no podemos llegar también nosotros a un acuerdo para integrar países en donde todo nos une y nada nos separa? Aquí es cuestión de hacerlo; allá (en Europa) era cuestión de meditarlo muy profundamente. Aquí ya ni la meditación es necesaria, es cuestión de comenzar por crear una comunidad económica como hicieron ellos…”.
La tapa de Clarín del miércoles 12 anunciaba que Perón hablaría sobre precios, salarios y abastecimiento, a las 11.30 por cadena nacional. Las palabras presidenciales venían precedidas por un discurso de la vicepresidenta, cuarenta y ocho horas antes, en el Teatro Municipal General San Martín, bajo el título: “Defendamos al país terminando con el desabastecimiento” y de un discurso improvisado, el día anterior, por José López Rega durante un acto de entrega de préstamos para la construcción de viviendas, en el que participaron varios gobernadores. “Si el general Perón se fuera del país antes de terminar su misión en la República Argentina, con él se va su señora y este servidor”, dijo López Rega. Fue un baldazo de agua helada. Continuó: “El presidente Perón está haciendo sacrificios muy grandes y quienes estamos cerca de él nos damos cuenta de lo que significa esto. El cansancio y el dolor, como es natural, muchas veces es agotador. Por eso deseamos que nuestro paso no sea inútil.” Se hablaba de una crisis de gabinete y, en especial, de la posible salida del gobierno de José Ber Gelbard. Pero se consideraba en especial una posible renuncia presidencial, alimentada por las palabras de López Rega. El Pacto Social presentaba fisuras que se hacían sentir en la población. El frágil equilibrio de precios y salarios hacía agua. Todavía, en vida de Perón, no se había desatado la feroz interna entre el ministro de Economía y López Rega. La pugna que un tiempo más tarde le haría decir al ministro de Bienestar Social, durante una reunión con el Nuncio Apostólico en Olivos con la presidente y los ministros: “Mire, la economía en particular de este señor anda muy bien, pero la del país es un desastre. Y digo esto porque frente a los curas como ustedes no se puede mentir″.
El miércoles 12 de junio a las 11.32, tal como se había anunciado, desde el Salón Blanco de la Casa de Gobierno, Perón dirigió un corto discurso en el que comenzó diciendo que iba a hablar “sin eufemismos y sin reservas mentales”, y aludió a los problemas políticos que afectaban la marcha de su gobierno y anunció su intención de dejar su “puesto”, en el caso de no recibir un apoyo masivo del pueblo a su política.