El aprendizaje infinito del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires propone un interesantísimo viaje en el que se combinan, por un lado, el reconocimiento a artistas maestros y, por otro, se evidencia la riqueza de las propuestas de enseñanza, tanto en instituciones como a través de proyectos experimentales surgidos en diferentes contextos sociales.
Así, la muestra se centra en las experiencias entre los siglos XX y XXI, impulsadas por artistas, educadores, pedagogas pioneras y proyectos de democratización del saber para “recuperar algunas de estas pedagogías experimentales que cambiaron como la experiencia de la escuela”, comenta Jimena Ferreiro, curado de la expo, quien trabajó junto a Alfredo Aracil, jefe del Departamento de Educación del museo.
Si bien la exhibición ingresa en distintas prácticas de la educación artística, lo hace desde una perspectiva de la construcción social y no desde el academicismo duro, al colocar el eje en las relaciones con la creatividad como punto de encuentro.
“Los aprendizajes suceden de múltiples formas y en contextos muy variados. Y hablar de aprendizajes nos permitía dar cuenta de lo que más nos interesa, que son las experiencias de pedagogías críticas y experimentales, que pueden alimentar los procesos de educación en muchas áreas del conocimiento. El objetivo máximo es pensar cómo nos construimos y nos formamos como sujetos libres en una sociedad, pensando en el bien común”, explica Ferreiro, en un recorrido para Infobae Cultura.
A modo de introducción, se observa una pared que pintada a negro hace las veces de pizarrón, propuesta de Claudia del Río, que integra el Club del Dibujo, que a través de distintos proyectos ingresa desde el 2006 en “la gestión colectiva de la palabra, de la imagen, a partir de una serie de consignas”. Mientras que en “Relación de dependencia”, de Andrés Aizicovich, se observa una bicicleta unida -a través de poleas- a un sistema para hacer piezas de alfarería, que se activará en diferentes momentos a lo largo de la muestra.
La muestra se divide en dos grandes salas de la planta baja. A lo largo del recorrido se accede a propuestas con esta mirada sobre la nueva pedagogía, la nueva escuela, que rompía con las estructuras decimonónicas de relación jerárquica, y también las pedagogías disidentes, esquemas pensados para situaciones de vulnerabilidad social, para personas en situación de calle, hospitales psiquiátricos o, incluso, para minorías, entre otras.
Así, en la primera sala, aparecen los ‘nuevos paisajes’, a través de cinco grandes proyectos: una aproximación documental a las ‘Jornadas del color y de la forma’, de Mirtha Dermisache, obras Diana Aisenberg y de Amalia Pica, un sector bellísimo de Tomás Espina, que incluye máscaras con rostros de artistas, y pinturas para hacer picnics de Marina De Caro, de su serie Tierra de las emociones perdidas.
“La nueva escuela rompe con la ortogonalidad y aparece el encuentro y la ronda como otra circulación”, dice Ferreiro, en un concepto que aparece una y otra vez en las distintas experiencias que se presentan, no solo de manera física, sino también como punto de conexión de experiencias y sentires.
Las Jornadas fueron un “caso hermoso” dirigido por Dermisache, una “artista tan sofisticada sobre la escritura que trabajó de manera muy silenciosa”. “A partir del ‘75, primero como una precuela en la galería Miranda Bosch y luego en el Moderno, en la vieja sede de la avenida Corrientes, desarrolló un espacio durante la dictadura con foco en la expresión adulta, como advirtiendo que hay algo que vamos entumeciendo a medida que nos vamos profesionalizando, que nos volvemos grandes, que es esa expresión infantil. Entonces era un espacio no para artistas, sino para personas que quisieran aprender como en el silencio, porque no había contenidos políticos explícitos. Pero el solo hecho de reunir a tantas cantidad de personas y tramitar la palabra de esta manera y la expresión fue impresionante”, dijo.
Este bloque está presentado en una conversación con Amalia Pica, artista neuquina radicada en Londres, que trabaja “la teoría de los conjuntos a partir de la geometría” como una “analogía a las formas de vincularnos, con esas relaciones de superposición, de yuxtaposición, de transparencia”.
En el centro de la sala se encuentra toda una serie de documentación en vitrinas, que repasan las figuras de Emilio Renart, “artista y pedagogo, que está en la base de los trabajos de Dermisache”. También aparecen las hermanas pedagogas Olga y Leticia Cossettini; la riojana Rosario Vera Peñaloza, creadora de los jardines de infantes; el Instituto Vocacional del Arte (IVA) y, en una pared, dibujos de la Bienal Internacional de Arte Infantil y Juvenil, que se desarrolla en Avellaneda a partir de 1970. También allí se encuentran algunos libros que hablan sobre los planes lectores y la relación entre el dibujo, la ilustración y la poesía, con ejemplares de María Elena Walsh o un Platero y yo, con ilustraciones de Norah Borges.
“Son todos buenos modelos de educación que insisten en la importancia de la expresión infantil. O sea, en el juego, en otra organización como de las coreografías del aula y, por supuesto, en la importancia de pensar la permeabilidad. Si había un modelo más decimonónico, más cerrado del aula y de la institución, estos fueron modelos que buscaron la exploración, el paisaje”, agrega.
En el espacio dedicado Marina De Caro aparecen sus manteles de picnic intervenidos, una instalación y, en una pared, una constelación de bocetos de la serie museos, “así como un gran repertorio de proyectos y modelos pedagógicos que aplicó en la Bienal del Mercosur como fundadora del equipo educativo en el 2013 y en otros espacios”.
En el rincón da Diana Aisenberg se presentan sus pinturas en pizarras y tiza que “tienen esa visualidad y la herramienta propia del aula” y en las que propone “ejercicios como el proceso de abstracción de Mondrian, Kandinsky y su abstracción más musical, un típico bodegón que es un poco el género donde se ancló el cubismo o la abstracción como forma de de observación a través de la dificultad de pensar el escorzo, la perspectiva en el cuerpo humano” y también otras piezas en las que “aparecen algunos de los temas de su pintura sobre tela, como las gallinitas, las secuencias de escaleras, las niñas, las ninfas y las reinas”.
Este conjunto se complementa con el costado de la artista como educadora, con algunas de sus publicaciones como Historias del arte, diccionario de certezas e intuiciones, realizado a partir de una gestión colectiva de definiciones a través de convocatorias que luego compiló, entre otros.
El espacio de Tomás Espina es una explosión de estímulos, con una propuesta en la que se despliega desde la cerámica, la talla en madera, grabados xilográficos, pinturas y hasta marionetas, en los que presenta distintas experiencias en un “Museo popular del arte argentino”, con una vuelta de tuerca en cada pieza.
“Es un proyecto de largo aliento, en donde empezó a armar estrategias de otra narración posible sobre el arte argentino y con una base comunitaria y colaborativa”, comenta Ferreira.
Así, se encuentran una serie de xilografías que dan cuenta de algunos hitos controversiales como la acusación de plagio a Fátima Pecci Carou; la destrucción de obras en el Instituto Di Tella en el ‘68; el escándalo de blasfemia de León Ferrari del 2000 en el Centro de la Cooperación Iberoamericana; la creación del grupo Nosotras proponemos; el “helicóptero de cartón” del colectivo de arte Etcétera en la marcha de 24 de marzo del 2017 y “una intervención que hizo el propio Espina en el Centro Cívico de Bariloche, que sorteaba a la escultura de Roca y fue tomada los sectores más precarios para realizar un reclamo”.
A un costado se encuentra un panteón de artistas admirados, “que considera claves”, en una pared repleta de máscaras “en ese registro más satírico, como de la ilustración política del XIX, en ese mundo entre lo popular y el humor absurdo” al que llamó ‘La mafia del amor’, en una referencia directa al crítico de arte Rodrigo Cañete, a quien le fue retirado el prestigioso internacional Premio Peter C. Marzio por sus posteos, bajo ese nombre, en el blog Love Art Not People. “Es como una especie de retruco, nos enunciamos como la mafia del amor y acá hay un recorte de eso”, dice Ferreiro.
También se despliegan toda una serie de pinturas que Espina comisionó a diferentes artistas, “sobre todo más jóvenes o artistas, tal vez de su generación, pero que tuvieron menos vinculación con la escena de Buenos Aires” en una invitación a poner en imágenes el episodio mítico de Federico Manuel Peralta Ramos, cuando tras recibir la Beca Guggenheim la dilapidó en un banquete en el Hotel Alvear.
En otro espacio, aparecen los títeres Madi, Fontana, Jacoby; piezas de alfarería “que en todos los casos tienen en su superficie grabado un texto manifiesto del arte argentino”; marionetas “que explican la experiencia ‘68″; títeres de ‘La familia obrera’ de Oscar Bony; una miniatura del ‘Casamiento con la eternidad y el arte’ de Marta Minujín, ‘La civilización occidental y cristiana’ de Ferrari “tallado como con los dientes” y otras referencias a Alberto Greco, Víctor Grippo y Fabio Kacero.
“Así se subvierte las relaciones entre arte de élite y lo vuelven un registro popular. Eso ya mismo es una operación de transposición, porque vuelve la historia del arte en un recurso”, dice.
Ya en la Sala B aparece otra constelación, pero de Diego Melero, artista, sociólogo y performer que “se caracteriza por armar estas síntesis a partir de la teoría política”.
Además, entre las experiencias que se presentan están la de Emilio Pettoruti, que además del pintor cubista que introdujo los lenguajes de las vanguardias históricas, también fue director del Museo Provincial en La Plata, que ahora lleva su nombre, entre el ‘33 y el ‘47.
“En ese tiempo, fue un pionero, sabiendo que su misión era toda la provincia de Buenos Aires, desarrolló muchas exposiciones, itinerantes y sobre todo conceptualizó un proyecto que se concretó finalmente dos años después de su salida, que es ‘El vagón de arte’: un camión destinado a exposiciones, a lecturas, a conferencias, a cine. O sea, no solo artes visuales, sino lo que hoy llamamos arte y pensamiento, en el que también había módulos para desplegar de modo transitorio”, comenta.
En el centro, en un gran círculo negro se presenta una ronda de lecturas del cordobés Lucas Pasquale, responsable del área de educación artística de posgrado de la Universidad de Córdoba, que en esta instalación comparte todos sus libros: “Tiene como una compulsión, dibuja todos los días, escanea cada dibujo y con eso va armando sucesivas publicaciones”.
También hay algunas obras de su serie de colecciones, “en donde dibuja aquellas obras que admira o que querría tener” como también algunas que son propias. “Se llaman ‘Sub colecciones’ donde vuelve a dibujar aquello que alguna vez hizo. La idea del dibujo y de la copia es fundamental para poder entender las maneras en las cuales aprendimos desde la distancia, desde la posición más periférica, en donde hicimos de la copia una versión antropofágica. O sea, nos empoderamos desde la copia”.
Aparecen en otras paredes Ernesto Ballesteros, “cuyos dibujos son un espacio de encuentro y colectivo”, realizados a partir de “una infinidad de líneas hechas por otras personas que él va como coreografiando”, luego Silvia Gurfein, “con las líneas que trazan como imaginariamente los rastros de óleo” y también, en ese universo, Eduardo Stupía, “con una pieza de su etapa más japonesa de la colección que hace mucho que no se veía”.
Un “pequeño altar” a la revista Ramona y una colección de fotocopias sobre la figura de Marta Traba, “crítica de arte formada en torno a Romero Brest, que luego se casó con Ángel Rama, que viajó por toda Latinoamérica y fue precipitando escenas de modernidad en Venezuela, en Colombia, por supuesto, vía París” se encuentra en el medio de una zona dedicada a pantallas, donde una instalación con proyectores homenajea a las filminas y fotocopias gastadas que son el alimento de generaciones de estudiantes de la educación pública.
En una fila de televisores, se visualizan, justamente, escenas del programa que Traba realizó sobre historia del arte como del Banquete Telemático de Federico Klemm, en un compilado de episodios grabados en el Moderno; archivo del club del dibujo, de Claudia del Río y del ciclo ‘Los Visuales’, de canal Encuentro, todas enfrentadas a un dibujo de los ‘80 de Guillermo Kuitca y un testimonio en audio donde cuenta el origen de la beca Kuitca y su mirada sobre la educación.
Tras una subdivisión surgen todas los “casos de educación formal y educación autogestiva, todos ellos surgidos en contextos de vulnerabilidad social”, como un mural sobre el Bachillerato Mocha Celis, “el primero oficial para la comunidad artística trans y no binarie del mundo” que muestra un gran abrazo en el cual está la activista Lohana Berkins.
Una sección dedicada al taller de plástica de Artistas del Borda, “un espacio que se creó en el 83, donde el arte no solo es arteterapia, sino que creen en la formación de artistas” y a la escuela Isauro Arancibia, que es a su vez una galería, que aloja la producción de los artistas.
También está presente Cromoactivismo, “el colectivo que trabaja sobre esta idea no neutral del color con muchas de las paletas que fueron desarrollando en contextos específicos de militancia”; Hecho en Buenos Aires, que “es esa empresa social maravillosa que dio origen a la revista y después a un montón de otras acciones como espacio para el trabajo de su comunidad y el aprendizaje a través del arte” y unas mochilas intervenidas por el platense Leonel Fernández.
En el espacio central se encuentran los campamentos artísticos y curatoriales, un proyecto impulsado por Kekena Corvalán, docente, curadora y activista, que “es un espacio de convivencia de alcance federal y donde toda la producción y la reflexión pasa a ser de firma colectiva”.
Finalmente, a un costado se encuentra la Escuela Liliana Maresca, secundario con título oficial con orientación artística que funciona en Villa Fiorito. “Tiene una raíz común con el trabajo de Belleza y Felicidad de Fernanda Laguna. Ahí estaban trabajando en el territorio Fernanda y Lorena Bossi, que es una de las integrantes de esta colectiva. Lo interesante es que se sumaron a la gestión pública de la escuela y lograron que se transforme en orientación artística y estuvieron en la Bienal de Estambul y participaron de una exhibición de arte argentino muy importante en París”.
[Fotos: Guido Limardo]