El investigador Alejandro Grimson y un equipo de autores especializados lanzaron un nuevo libro titulado Desquiciados: los vertiginosos cambios que impulsa la extrema derecha, en el que se analiza el impacto de la presidencia de Javier Milei en Argentina desde 2023. Este libro examina cómo las medidas económicas impulsadas por la extrema derecha han reformateado la economía argentina y los efectos de tales cambios en la sociedad.
Desquiciados, con autores como Tomás Borovinsky, Sergio Caggiano, Ulises Ferro, Marina Franco, Ezequiel Ipar, Daniel Lvovich, Martín Plot, Julián Rebón y Andrea Torricella explora la naturaleza y el proyecto de la extrema derecha en comparación con otras fuerzas de derecha a nivel global. También indaga en la capacidad de la ultraderecha para erosionar la democracia y normalizar la violencia y la crueldad en el ámbito político.
Se destaca cómo la extrema derecha, siguiendo estrategias como las descritas por Steve Bannon, utiliza la desinformación para manipular la opinión pública y mantener un estado constante de agitación y estrés en la sociedad.
Pero también se señala que la izquierda y los partidos tradicionales también tienen responsabilidad en el ascenso de la extrema derecha, debido a sus fallos en abordar problemas como la inflación y la desigualdad social.
En su análisis, Grimson y los coautores identifican las similitudes y diferencias entre estos movimientos de derecha extremos y otras corrientes políticas, con el objetivo de comprender mejor su proyecto y alcance. Esta obra, editada por Siglo XXI, ofrece una visión integral y multifacética del fenómeno, sugiriendo que la naturalización de la violencia y el sadismo en la política puede poner en riesgo la democracia.
Introducción:
La extrema derecha y los desafíos para la democracia, por Alejandro Grimson
¿El desquiciado es el otro? Todos estamos atravesados por el desquicio de una crisis muy prolongada y extensa, en la que se suceden y se acumulan los efectos de la alta inflación, la pospandemia, el cambio climático, la desaparición del Estado ante la epidemia de dengue, el dólar alto o el dólar bajo, la recesión, los insultos. “¡El mundo está fuera de quicio!”, sentenciaba Hamlet hace más de cuatro siglos. ¿Se sale de quicio cada tanto? El mundo, desde ya; y la Argentina, por cierto, no es la excepción. Lo sentimos porque es imposible terminar de acostumbrarse a que “algo está podrido en Dinamarca”. La mitad del país no está de acuerdo con la otra mitad en la definición misma de qué está podrido y desde cuándo. Este libro es un aporte colectivo para una reflexión necesaria.
El 10 de diciembre de 2023, ocurrió un hecho insólito en la Argentina. El mismo día en que se celebraban cuarenta años de democracia, un récord para el país, asumía un gobierno de extrema derecha. La Argentina, capital americana de los derechos humanos, se convertía en capital americana de la derecha radical. Javier Milei derrotó en las urnas al peronismo con más del 55% de los votos.
Este acontecimiento plantea numerosos interrogantes. Responderlos será clave para entender el futuro de la democracia en nuestro país. ¿Cuáles son las causas de este triunfo? ¿Se trata de un fenómeno global? ¿Se debe a los déficits económicos y políticos del gobierno anterior? ¿Cuáles son las condiciones económicas, políticas, sociales y culturales que pueden generar una crisis de la democracia? ¿Por qué hablamos de derecha extrema o derecha radical? ¿Son autoritarios? ¿Son neoliberales? ¿Está realmente en riesgo la democracia?
En el mundo, estamos viviendo un período similar al de entreguerras, ese lapso de altísima inestabilidad marcado por el fin de la Primera Guerra Mundial y el inicio de la Segunda. ¿Puede en este caso terminar diferente?
Si observamos Europa, los Estados Unidos y América Latina, se destacan dos fenómenos de crecimiento vertiginoso de la derecha extrema. En ciertos casos, surgen nuevas fuerzas y, en otros, se radicalizan partidos de derecha preexistentes. En la Argentina, sucedieron ambas cosas a la vez, personificadas en la elección de 2023 por Javier Milei, Patricia Bullrich y Mauricio Macri. Finalmente, todos confluyeron en el gobierno.
Sin dudas, para que triunfara Milei, algo del cristal del pacto democrático del “Nunca Más”, forjado desde los años ochenta con esa escena inaugural que fue el Juicio a las Juntas Militares y el repudio a la violencia política, se quebró. Sin embargo, esto tiene matices y el “Nunca Más” –aun debilitado– sigue interviniendo, porque el respeto a la convivencia plural no es un fenómeno de “todo o nada”, sino algo más complejo, tanto en el plano del sentido común, como en el de la dinámica política.
¿Cuáles son los desafíos del campo democrático ante el crecimiento de las derechas extremas? Empecemos por una cuestión básica: es necesario comprender el fenómeno para poder enfrentarlo. Por eso publicamos este libro.
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¿Libertario o neoliberal?
Hay una serie de sutilezas en las formas de designación y autopercepción que es importante considerar para entender el caso Milei. ¿Por qué Javier Milei no se llama a sí mismo liberal a secas? Históricamente, la filosofía política liberal ha estado atravesada, en la Argentina, por una contradicción entre el pluralismo que dice defender y la estigmatización desenfrenada de la alteridad social o política. “Civilización o barbarie” no es una dicotomía entre iguales. Unos deben prevalecer y exterminar a los otros. No se acepta la libertad para aquello considerado “barbarie” (que, obviamente, siempre está encarnada en el “otro”).
Así y todo, figuras como Alberdi, Sarmiento o Roca, de maneras muy distintas, crearon y construyeron Estado: leyes, impuestos, moneda, escuelas gratuitas y laicas. Los desvelaba forjar “una nación en el desierto” en un país con escasa población originaria. Así organizaron la Argentina liberal sin pluralismo político, pero con un Estado laico que encabezó la alfabetización y la educación gratuita. “Demasiado Estado”, para Milei, el de fines del siglo XIX.
Sumemos a esto que en el siglo XX hubo una corriente de liberalismo social, entendida como alternativa y oposición a los conservadores. Los liberales son aquellos que están a favor de que nadie dicte cómo hay que hablar, vestir o en qué dios creer, y rechazan que el Estado vigile a los ciudadanos. Por eso mismo, hasta hoy, en los Estados Unidos liberal (pronunciado con acento en la “i”) equivale a progresista, de centroizquierda.
Pero ¿libertarios? Los verdaderos libertarios eran los anarquistas. Los anarquistas de la República Española o del movimiento obrero argentino buscaban la emancipación frente al capitalismo o cualquier otra forma de explotación. Libertad, para ellos, era romper las cadenas del yugo, encarnado tanto en los “patrones” como en el Estado.
Los liberales son aquellos que están a favor de que nadie dicte cómo hay que hablar, vestir o en qué dios creer, y rechazan que el Estado vigile a los ciudadanos
¿De dónde viene la palabra “neoliberal”? En 1938 el término “neoliberalismo” se utilizó en un coloquio en París al que asistieron las dos grandes referencias de la escuela austríaca, Friedrich Hayek y Ludwig von Mises, y otras diez personalidades. Buscaban así distinguirse del liberalismo político, al que consideraban desacreditado y responsable de la situación crítica que padecía Europa. Puestos a elegir, preferían una dictadura que garantizara el libre mercado a una democracia que estableciera firmes regulaciones al capital. Por eso el apoyo de Hayek a Pinochet.
Después de décadas de un Estado que generaba leyes y regulaciones, la ofensiva neoliberal iniciada en los años setenta buscó debilitar el poder estatal. Y lo logró con contundencia. Además, coincidió con una etapa de la globalización que facilitaba la erosión de las soberanías estatales. Por ejemplo, se incrementó la cantidad de millonarios que se mudan de un país a otro para pagar menos impuestos, algo impensable cincuenta años atrás. Relocalizan sus residencias legales, sus empresas y chantajean con hacer lo mismos con sus inversiones: domestican a los Estados, luchan por su libertad. La libertad que grita Milei es la del capital frente a los ciudadanos organizados y al Estado.
Milei no encabeza una fuerza liberal. De hecho, en el mundo se los conoce como “iliberales”. Se trata de una corriente global que, cuando puede, encarcela a sus opositores (como en Brasil), incentiva la ocupación del Capitolio (como en los Estados Unidos), restringe las libertades civiles y guarda silencio cómplice si intentan asesinar a sus contrincantes políticos (como en la Argentina). Si la entrevista que el comentarista político conservador Tucker Carlson le realizó a Javier Milei alcanzó millones de visualizaciones, es porque hay un relevante apoyo internacional para que la Argentina sea el experimento “libertario” de nuevo tipo. El objeto del experimento somos nosotros.
Las palabras y especialmente las formas de identificarse o de identificar a los otros son un capítulo crucial de la lucha política. Hay términos, como “populista”, que han sido aplicados a fenómenos tan contrapuestos que pierden cualquier utilidad (véase Arditi, 2023). En el caso de Milei, su discurso contra la “casta” durante la campaña electoral remite con claridad a lo que se considera una retórica “populista” clásica. Pero una vez llegado al gobierno, es evidente que contra la “casta” solamente habla, porque las medidas afectan gravemente a todos los habitantes de un país que puede batir un nuevo récord de población bajo la línea de pobreza.
Creo que es importante clarificar el término “anarcocapitalismo”. No existe el capitalismo sin ley de propiedad privada y sin fuerzas de seguridad que garanticen el cumplimiento de la ley. Por lo tanto, nunca hubo ni habrá capitalismo sin Estado. De modo literal, no habrá “anarcocapitalismo”. Lo que hacen los neoliberales cuando gobiernan un Estado es impulsar la total libertad para el gran capital. En el Tercer Mundo, libertad para endeudar a los países y llevarse decenas de miles de millones de dólares. ¿O acaso el gobierno actual respetó la libertad de las paritarias entre empresarios y sindicatos? ¿Vieron a algún funcionario defender la libertad de quienes piensan distinto de ellos?
No existe el capitalismo sin ley de propiedad privada y sin fuerzas de seguridad que garanticen el cumplimiento de la ley.
Los libertarios están en contra de la libertad de cátedra en la universidad y la llaman “adoctrinamiento”. ¿Dónde empieza el adoctrinamiento al enseñar historia argentina? ¿Cuando se dice que las Malvinas son argentinas? ¿Que San Martín soñó con la Patria Grande? ¿Que hubo un genocidio? ¿Que hubo mujeres que protagonizaron la historia y que por eso sus retratos adornaban un salón de la Casa Rosada, que el gobierno decidió desmantelar y rebautizar Salón de los Próceres? A los periodistas que los critican los llaman “imbéciles ensobrados”, celebran la crisis de un diario en vez de celebrar la pluralidad de voces. Creo que habría que hacer una lista de qué libertades se celebran con esa frase que termina en “carajo”. Muchas de las fundamentales quedarían fuera.
El fenómeno global
Hoy las democracias tambalean –sin morir– en varios países de América y Europa. El consenso de los años noventa, que consistía en aplicar el ajuste neoliberal bajo el paraguas de democracias liberales, se quebró a partir de 2016 con los triunfos de Trump y Bolsonaro. El neoliberalismo se impone de otra manera. Este crecimiento global de las derechas extremas comenzó tras la crisis económica de Lehman Brothers en 2008, la dificultad de muchos países para mantener las pocas certidumbres del Estado de bienestar, la crisis de la pandemia y la inflación de los años posteriores, lo que generó un crecimiento exponencial de la desigualdad. A estos síntomas globales de un cambio de época, agreguemos el triunfo del Brexit en 2019 y la ratificación de la salida del Reino Unido de la Unión Europea en 2020. En la Argentina, el fenómeno llegó más tarde, posiblemente por la relevancia histórica del pacto del “Nunca Más” y el rechazo a la violencia política. Al mismo tiempo, la crisis estructural, producto de la deuda, la sequía de 2023 y los errores de política económica, agravó el escenario más que en otros países. La narrativa global que se impuso tras la caída del Muro de Berlín, con sus promesas de globalización y unión entre capitalismo y democracia, había llegado a un punto de quiebre. Por supuesto que en los veinticinco años que van desde 1990 hasta 2015 ocurrieron hechos decisivos, como el atentado a las Torres Gemelas en septiembre de 2001. Por otra parte, la crisis del neoliberalismo había estallado en algunos países sudamericanos y se expresó en el llamado “giro a la izquierda” en esa región. Sin embargo, el punto de inflexión de 2016 tenía otro alcance.
Venimos de fracasos importantes de gobiernos progresistas o de centroizquierda
La narrativa nacida en 1990 había muerto. Los avances civiles –como el matrimonio igualitario, el derecho al aborto legal y gratuito o las políticas de reconocimiento a sectores étnico-raciales oprimidos– recrudecerían la reacción conservadora. En muchos países, la propia democracia entró en una creciente zona de riesgo, con un futuro hoy imposible de prever.
En aquellos veinticinco años, la hegemonía económica de las políticas neoliberales se combinó a veces con fuerzas más conservadoras, y otras, con corrientes más progresistas en términos de derechos civiles. Esto último es lo que Nancy Fraser (2017) llamó críticamente “neoliberalismo progresista”, o lo que también se designó como “multiculturalismo neoliberal” (Hall, 2014: 633); es decir, avances efectivos en derechos civiles que coexistían con políticas económicas altamente regresivas. La hegemonía cedía u otorgaba en el plano del reconocimiento mientras quitaba en el de la redistribución económica.
Si nos guiamos por los dos gobiernos de Trump y Bolsonaro, la ofensiva conservadora buscó restringir derechos civiles y derechos de los grupos minoritarios. En ambos casos, hubo misoginia, racismo, clasismo y homofobia, así como negacionismo de la pandemia y del cambio climático. En ambos casos, se apeló a fake news y a discursos del odio. En ambos casos, con gestos y acciones antipluralistas. Y como corolario, ambos casos culminaron en ataques (al Capitolio y a la Plaza de los Tres Poderes).
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El contraste entre las campañas de Macri en 2015 y Milei en 2023 no podría ser mayor. Aunque su distancia ideológica sea más estrecha, en 2015 Macri se instalaba sobre la base de un sentido común asociado a la justicia social, la inclusión y los derechos humanos. Jamás hubiese ganado prometiendo destruir la justicia social. Pero ocho años después muchas cosas cambiaron, entre otras razones porque los argentinos tienen cada vez menos ingresos. El punto clave del voto fue contra la inflación, como drama y también como metáfora de lo indeseable. Las certezas de otras épocas se habían vuelto sospechosas.
Otro tema relevante a considerar es hasta qué punto hay sectores de los adherentes que son militantes o activistas. Y, eventualmente, con disposición a qué tipo de acciones directas.
¿Qué hay de nuevo?
Ahora bien, el análisis que afirma que las derechas extremas crecen porque también lo hacen los discursos de odio y porque el poder concentra la propiedad de los medios de significación pierde de vista la cuestión crucial: no responde nada acerca del porqué. Eso siempre fue así, con particularidades en cada contexto. La pregunta es ¿qué cambió en el mundo y en la Argentina? Ahí encontramos una diversidad de razones, que solo mencionaremos esquemáticamente:
1. En el plano global, hay un cambio estructural en las relaciones de trabajo o, como las llamaba Marx, en las relaciones de producción. Hay un descenso del trabajo asalariado registrado y un crecimiento del precariado y las economías de plataforma.
2. A nivel global, hay una revolución de la comunicación debido a las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), el papel del smartphone y las redes sociales, que impacta enormemente en las relaciones sociales.
3. El microemprendedurismo, las TIC y la estructura individualizante de estas formas económicas promueven una nueva subjetividad. Es el individualismo autoritario (Adamovsky, 2023) o neoindividualismo.
4. Hoy no hay un solo país que sea un modelo a seguir para los sectores progresistas. Si tomamos el caso de Noruega como posible referencia, entre sus reservas petroleras, su cultura peculiar y su escasa población, nadie en el Sur está siguiendo ese modelo de desarrollo. Si tomamos los logros de Pedro Sánchez en España u otros ejemplos similares, no destacamos un modelo de desarrollo sino gobiernos que actuaron con decisión ante las vicisitudes y obtuvieron el reconocimiento de la población. Antes bien, lo que hay es lo contrario. Venimos de fracasos importantes de gobiernos progresistas o de centroizquierda porque actualmente no existe un proyecto económico y político de ese universo a nivel nacional o global. Su crisis es un capítulo de la crisis global y no una alternativa para una solución. Los niveles de desarticulación intelectual y política son impactantes.