En la frontera entre la dictadura y la democracia, un Luis Novaresio de 18 años camina por la Avenida Santa Fe con los ojos bien abiertos. Buenos Aires, la gran Capital, no es como Rosario, y eso, en ese momento, lo entiende perfecto cuando se cruza con un muchacho. Se miran, se buscan, se gustan. Ese día termina en su departamento, un monoambiente arriba de la Galería Bond Street, con una gran sábana colgada con una frase enorme que dice, en francés, “Yo obedeceré hasta la muerte, pero a mí”. “¿Y ésto?”, pregunta. “Sartre, ¿lo leíste?” “Por supuesto”. “¿Qué?” “Mucho”. “¿Qué libros?” Un silencio incómodo rompe la maquinaria de la ficción, pero enseguida se repone cuando el muchacho vuelve con un libro y lo pone en sus manos. “Si no leés esto, no me ves nunca más”. Era La náusea de Sartre.
Más de cuarenta años después, y con una gran biblioteca construida, Luis Novaresio se encuentra del otro lado de la escena: ahora él es quien recomienda a Sartre, el que entusiasma a potenciales lectores, el que exige más lecturas, el que pone en otras manos un libro, el suyo. Tras una larga carrera en los medios, y desde el lugar de la centralidad periodística argentina, se anima a una novela: Todo por amor, pero no todo comienza con una pareja gay entrando a una fiesta. Uno, el protagonista, 45 años, cauteloso, tímido, espectador, se deja llevar por su ¿novio?, C, que es su opuesto: no tiene ataduras ni teme a la pendiente. C le pone una pastilla en la boca, lo besa y luego le da una botella de agua. Ante la pregunta y el miedo, C le dice: “Es la felicidad, precioso”; y se puso a bailar y a besar con otros hombres.
Los jueves Uno va a las clases de filosofía de la gran Berta Orlás. Ahí conoce a Ana, ejecutiva de una empresa de medicina privada que antes de las clases tiene sexo casual con desconocidos en un cine porno de la calle Hipólito Yrigoyen. Hay más personajes: la inestable Eva, los monógamos Lourdes y Gerardo, el destacado periodista Esteban. De a poco se va armando la historia, que tiene múltiples aristas y una conjunción de escenas que pintan el caos de la vida contemporánea. Ahora, con el sol del mediodía sobre los tejados, Novaresio deja en el asiento de atrás del auto los sacos de periodista, de presentador, de columnista, de entrevistador, de abogado y muestra una nueva faceta, la de escritor, y se deja llevar por la charla, que empieza así:
—Hacés una indagación abierta sobre al amor, al deseo, la felicidad. Y Berta Orlás, la filósofa, ocupa el rol de la provocación. Una de las definiciones que da es que “los que no se preguntan no se merecen el desprecio”. ¿Suscribís?
—Es una provocación que a mí me ha servido para preguntarme a mí mismo y que me pareció que había que estereotiparla en una docente de filosofía como Berta Orlas. Mi acercamiento con la filosofía tiene mucho que ver con las preguntas. Cuando uno no sabe demasiado de filosofía cree que la filosofía da respuestas, pero estoy convencido que antes que nada genera preguntas. Está muy bien intentar acercarse a algo parecido a la felicidad si se atreve a desafiarse con preguntas. En eso estoy de acuerdo con Orlás.
—Y de alguna forma también bancarse la infelicidad, ¿no? Porque ese capítulo se llama, justamente, “Los infelices”.
—Me parece que de eso se trata, ¿no? Leí no hace tanto el último libro de Gabriel Rolón, que me parece su mejor libro. Ahí plantea el concepto de faltacidad: la felicidad entendida como la falta. Si uno no entiende que la felicidad genera falta, persigue una cosa totalmente distinta o, en todo caso, comodidad o tranquilidad.
—¿Fue un desafío correrte del lugar de periodista político? Sobre todo porque es una novela que tiene, además de amor, también erotismo.
—Para mí era un gran desafío saber si podía hacerlo y estar conforme con lo que hacía. Y después, era un lugar reclamado para mí, porque me parece que escribir ficción, escribir una novela que tiene todo eso que vos decís, suponía tener la posibilidad de soltar la imaginación que en el periodismo político o coyuntural que yo hago casi no existe. Eso fue sumamente, y sin metáfora, lúdico, un divertimento. Fue divertirme ir a ver qué le pasa a Eva, que la dejó el novio. Y decir: a ver, juguemos con esto investiguemos a ver qué se te ocurre que a Eva le pasa por la cabeza.
—La palabra “libertad” aparece bastante en la novela, tema central para la vida de cada uno de los personajes. ¿Qué significa para vos esa palabra? Quizás cada época se hace esta pregunta y encuentra respuestas diferentes, pero ahora hay que tener en cuenta que el partido que gobierno lleva ese nombre.
—Para mí, personalmente, la libertad está muy asociada al concepto de deseo. Ahí debo reconocer que me comprenden las generales de la ley de ser analizantes de hace mucho tiempo, de ser pacientes del psicoanálisis. Y entonces a mí la interpelación del deseo me parece que va de la mano de la libertad, entendiendo que el deseo supone respetar sin juzgamiento lo que vos querés. Vamos a ser todavía más específicos del psicoanálisis: es el respeto de que querer hacer lo que vos creés que es tu deseo. Porque yo creo que el deseo nunca se aprehende. En la novela, algunos de los personajes lo dice: aprendido el deseo, deja de ser atractivo. Para mí la libertad está muy vinculada con el deseo, bien lejos de cualquier discusión política de hoy día del partido que gobierna.
—Sobre este asunto, en el libro escribís: “Todo al mismo tiempo no se puede”.
—Eso es cosecha de la experiencia propia. Es uno de los principios de la lógica aristotélica. Cuando yo estudiaba filosofía, te hablo de mis 18 años, una cosa no puede ser y no ser desde el mismo punto de vista y al mismo tiempo. No se puede todo: lo bueno, lo malo, lo blanco, lo negro, al mismo tiempo y del mismo punto de vista. Eso se lo plantea Uno a C porque, según Uno, C las quiere todas al mismo tiempo del punto de vista.
Como cada día, cuando sale del canal —Novaresio conduce las mañanas de La Nación +—, se sube a su auto y maneja hasta su casa. Pero esta vez es diferente. Primero, porque a la mañana no fue al gimnasio, entonces le toca a la tarde. Es viernes: está permitido. Segundo, porque se hizo un hueco para hablar con Infobae Cultura sobre esta nueva criatura que acaba de parir, sobre esta novela que lo entusiasma y lo conmueve en partes iguales. Entonces estaciona bajo el sol del mediodía, se pone los auriculares, se acomoda el pelo en el espejo retrovisor y conversa. ¿Qué es Todo por amor, pero no todo? En principio, y como su nombre lo indica, una novela de amor, pero hay algo más: filosofía.
“Yo quería contar una historia de amor atravesada por la filosofía”, asegura. Una novela de amor no deja de ser novedad, una temática que se ha marginado, que se retiró del centro. ¿Qué pasó? “Si me permitís, pienso en voz alta”, dice: “Me da la impresión que contar historias de amor supone tomarse un tiempo. Hoy estamos carentes de tiempo, de ganas de invertir el tiempo en algo que no sea inmediato. Contar una historia supone tiempo. Vengo de leer y de presentar el último Premio Planeta que es Las hijas de la criada de Sonsoles Ónega, que para mi es una historión: una novela clásica con una historia de amor fascinante atravesada por la historia. La verdad que es un trabajo hermoso y no es un Premio Planeta que yo hubiera esperado. Es una reivindicación a las novelas de amor”.
—Este es tu segundo libro. El primero, Parte de la razón, es un ensayo sobre la coyuntura. Ya pasaron 12 años, ¿qué lectura hacés de ese primer libro?
—Ese primer libro fue una insistencia de un tipazo que es Jorge Cuadrado, un periodista cordobés que nos cruzábamos porque yo estaba en Rosario y él en Córdoba y nos cambiábamos información y demás. Yo escribía en la contratapa de Rosario/12 y después en Crítica y en La Capital de Rosario, entonces me dijo: juntemos ese ensayo y publiquemos. Él tiene una editorial que se llama Raíz de dos y fue más que nada una insistencia de un amigo. Por suerte tuve la generosidad de propuestas editoriales. Me ofrecieron hasta hacer un diccionario jurídico periodístico, que me parece una gran herramienta porque no hay para los periodistas un diccionario jurídico. Tengo, por suerte, mucho laburo en lo coyuntural como para encima dedicarme a escribir sobre lo coyuntural.
—En la novela aparecen como pequeños detalles de críticas a los medios de comunicación. “Títulos de tipografía catástrofe”, también se menciona la idea del rating. ¿Qué tan difícil es ejercer una crítica al sistema de medios estando en la centralidad? Incluso sabiendo que la lógica de los medios excede a las personas.
—Es dificilísimo hacer una crítica porque, como norma, a los periodistas no nos gusta que nos critiquen. Tenemos un nivel de narcisismo fenomenal. Especialmente los que trabajamos en los medios electrónicos: en la tele, en la radio y también en los portales. La gráfica se ha contagiado de nosotros desde el día que puso la foto del autor de la nota. Es muy difícil criticarnos y es muy difícil criticar al medio en su estructura. Yo siempre pongo este ejemplo: somos de los pocos países que ni siquiera nos hemos sentado a discutir un código de ética periodística. En otros países existe sin fuerza obligatoria. Somos de los pocos países que no nos permitimos darnos un debate que en otros países se da: ¿las señales de noticias o los espacios periodísticos deberían estar sometidos al minuto a minuto, que es un editor, que es un editor feroz? Me parece que falta esa discusión.
—En Parte de la razón, uno de los temas centrales era la polarización, la cuestión de los fanatismos, cierta irracionalidad. ¿Cómo ves eso hoy?
—La grieta está más presente que nunca. Yo no me acuerdo en qué tono escribía de la grieta en Parte de la razón, pero estoy seguro que es mucho más leve que lo que sucede hoy día. Hoy hay un nivel de exceso de sesgo de confirmación en los medios de parte del lector o el televidente que exige que el canal que elige opine y hable de lo que quiere ese lector o ese televidente que es fenomenal. El intento de salir del discurso que se espera es muy difícil. No es gratuito.
—Sobre todo con las redes sociales. Recién hablabas de la gente que firma y pone su foto, pero también cada periodista es también un medio en sí mismo, o muchas veces funciona como tal.
—Sí, absolutamente. Las redes han también rediscutido nuestro trabajo. Me parece que estamos en un momento, hablando de lo de los periodistas, muy narcisista. Muchas veces hemos transformado la discusión de ideas en discusiones personales, lo cual agota la discusión. La grieta está más presente que nunca.
—¿Y le ves algún futuro optimista? Porque en algún punto también con las redes sociales lo que pasa es que los medios se van achicando, empiezan a ser cada vez menos, menos periodistas, hay una precarización importante. ¿Cómo ves el fenómeno a futuro?
—Voy a usar una expresión que los periodistas no usamos mucho y que deberíamos volver a poner en nuestro lenguaje: no sé. En general mis pronósticos políticos han sido espantosos. Siempre digo lo mismo: en 2015 yo dije que la carrera política de Cristina Kirchner terminó y no me fue muy bien con el pronóstico. Nos reímos mucho con Beatriz Sarlo, que somos los dos que reconocemos que lo dijimos. Entonces prefiero no hacer pronósticos y decirte no sé.
Todo por amor... se empezó a escribir hace 50 años. “Lo digo así porque fue cuando más o menos me di cuenta que tenía habilidad técnica para escribir, que sabía sujeto, verbo y predicado, que tenía muchas ganas de escribir ficción, que siempre fue como una fantasía”. La idea apareció cuando cursó Filosofía con José Pablo Feinmann en el Club Armenia. “Se me ocurrió que ahí podía haber una historia que cruzara vidas personales con filosofía, que es mi gran pasión nunca concretada académicamente”. “Pero de escritura fueron dos etapas”, dice. La primera, hace cinco años. En ese momento aparecieron ofertas editoriales, pero la mayoría le pedía no ficción, le pedía textos que estén en sintonía con la coyuntura, que evoquen la actualidad, que polemicen con la vida política. “Y yo, la verdad, no tenía ni la menor ganas de hacerlo”. Entonces ese primer avance se detuvo, quedó ahí, hasta que a fines de 2022 Fernanda Marinelli de Penguin le propuso avanzar con la novela.
“Me pasa algo: ella no es cualquier editora, es la nieta del dueño de la librería más bella que tuvo la República Argentina, que es Librería Ross, en Rosario. Yo la conozco hace 30 años. Con Fernanda y toda su familia nos queremos. Somos rosarinos, que para cualquiera de nosotros es muy importante señalarlo. Es más, yo cuando trabajaba en Rosario le hacía un micro en el programa de televisión a Librería Ross promocionando libros. Entonces cuando vino Fernanda con su propuesta me generó una confianza, un empuje emocional muy grande”. Durante todo el año pasado, y gran parte de este, Novaresio se dedicó a escribir. “La idea era terminarla para la Feria del Libro. Pero no estaba convencido en alguna cosa, así que recién terminamos ahora”, confiesa.
—¿Cómo sigue esta nueva faceta de autor? ¿Te ilusiona pensar en una carrera de novelista?
—El secreto de todo periodista es convertirse en un novelista que le permita vivir de lo que escribe. Yo me acuerdo, hace mucho tiempo, cuando Magdalena Ruiz Guiñazú, una de las personas que yo más admiro en esta profesión, publicó su primera novela y se la criticaron un montón. Yo la entrevisté en Rosario. Le pregunté por qué una novela, y ella me dijo: porque yo querría ser una gran novelista que no tenga que levantarse a las 4 de la mañana a hacer la primera mañana de radio. Uno tiene siempre esa fantasía de seguir escribiendo. Ayer fui a firmar algunos ejemplares para mandarle a los amigos y Fernanda Marinelli, la editora, me dijo: qué lindo una segunda parte, porque yo me quedé con ganas de saber quién es Berta o si tiene pareja o no. Y le dije: te calmás. Y tras cartón le dije: ya empecé a escribir alguna idea.
—Imagino que también tira esto que te constituye como periodista político: la necesidad de contar y pensar la actualidad.
—Este, para mí, es un año muy feliz en la profesión periodística, porque estoy haciendo cosas que me gustan mucho. Estoy haciendo la primera mañana de La Nación +, que es un horario con el que yo me vine a Buenos Aires cuando Daniel Hadad tenía C5N, Infobae y Radio 10, y yo en aquel momento no lo disfruté porque era un cambio muy grande: venirme de Rosario, gente nueva... Y estos tres años que llevo estoy disfrutando tanto la segunda mañana: me divierto, siento que le hemos impreso un tono mucho más relajado a lo que pasa en la señal. La señal es muy dura, de de mucha opinión, y nosotros tenemos todo eso, pero nos reímos, nos divertimos. Hago el programa que más gratificaciones me ha traído y más he aprendido que es la entrevista a la medianoche. Los dos programas, y esto siempre quiero destacarlo, son ideas de Juan Cruz Ávila, que es el tipo que más sabe de tele en este país. Yo estaba en A24 y él me dijo: vamos a hacer un programa entrevista pero quiere otro tono tuyo., quiero que estés más reflexivo, que mantengas silencio. Ese programa es para mí una joya absoluta. Y en Infobae, cuando se den cuenta, me van a pegar una patada, porque hago lo que se me antoja: un podcast, escribo de lo que quiero, entrevisto a quien se me da la gana. Estoy en un momento muy feliz de la profesión. Siento que no podría dejar de entrevistar gente. La entrevista es una ceremonia de escucha. Hay que sentarse a escuchar al entrevistado, no solo lo que vos le querés preguntar, también ver qué viene a decir. Y cuando vos, de vuelta al psicoanálisis, lográs esa transferencia con el entrevistado, el tipo viene a decirte algo incluso que vos no esperabas, lo que sale es siempre hermoso.
—Lo último: en una sociedad sobreinformada, con la cara pegada a las pantallas, con la dificultad de tomarse una pausa, ¿qué lugar creés que ocupa la literatura?
—La literatura funciona, para mí, como un sagrado encuentro con uno mismo. Con la excusa de un autor que te cuenta una historia y que te ubica en el universo soñado de la pregunta, de la duda, de la emoción, del conocimiento, del enojo, es un encuentro privado y muy deseado con uno mismo.