Cuando la legendaria cantante y compositora Joni Mitchell regresó por sorpresa a las actuaciones en directo en el Festival Folk de Newport en 2022, representó la culminación de un largo y cíclico viaje desde su aparición inicial allí en 1967. Las circunstancias que rodearon el triunfal concierto de 2022 y su rapsódica acogida no podían ser más inverosímiles. Mitchell, de 78 años en aquel momento, no había actuado en directo desde 2000, y había mantenido un perfil público llamativamente bajo desde que sufrió un aneurisma cerebral en 2015. Sin embargo, arropada por un grupo de admiradores, entre los que se encontraban Brandi Carlile, Marcus Mumford y Wynonna Judd, Mitchell tocó y cantó con aplomo y energía, la misma combinación de talento milagroso y marcada determinación que la llevó por primera vez desde la pequeña escena folk de Saskatchewan al borde del estrellato mundial hace tantas décadas. Cerró su actuación del mismo modo que lo hizo en otra aparición en Newport en 1969, con una bravura versión de su clásico “The Circle Game”. Lo que va, vuelve.
O al menos sigue viajando. El título de la nueva y extraordinariamente perspicaz panorámica de Ann Powers sobre la obra de Mitchell, Traveling, procede de las primeras líneas de “All I Want”, la primera canción de la obra maestra de Mitchell, Blue (1971), que describe las alegrías y los terrores de una generación cuya prosperidad de posguerra engendró una movilidad social y geográfica sin precedentes. Mitchell es quizá el mejor cronista de lo que se ganó y de lo que se perdió en esas interminables carreras por carretera, y de la temblorosa tensión en el descubrimiento de uno mismo a expensas de raíces más profundas. La libertad es sólo otra palabra, cuando todo está perdido.
Mitchell es una figura sobrecogedora tanto por sus logros como por su reputación –entre sus coetáneos, quizá solo Bob Dylan sea tan venerado universalmente–, una circunstancia que, comprensible pero significativamente, ha sesgado a los anteriores biógrafos que hablaron largo y tendido con ella. Al principio de Traveling, Powers explica su decisión de no relacionarse personalmente con Mitchell como una especie de esquema literario protector. Powers, escritora de música desde hace mucho tiempo, habla desde su experiencia sobre la dinámica estrella del rock/periodista, que puede ser de dos tipos: “Sabía que incluso un poco de intimidad puede crear el deseo de más”.
Mantener las distancias resulta muy rentable en este caso. Powers demuestra ser un hábil descifradora de códigos para la compleja y única polinización cruzada del hastío romántico, la conciencia de clase, la lucha espiritual y el narcisismo ocasional que caracteriza a Joni Mitchell. Traveling es especialmente astuto a la hora de interrogar las relaciones irregulares y profundamente estratificadas de Joni con sus cruciales colaboradores masculinos, incluido el cantante folk Chuck Mitchell, con quien estuvo brevemente casada; el también canonizado canadiense Leonard Cohen; y los aún más autocomplacientes Crosby, Stills & Nash. En todos los casos, Powers explica las sutiles concesiones y subyugaciones que conllevaba navegar por una industria dominada por los hombres siendo una persona tremendamente dotada con sueños que escapaban a su control.
Por otra parte, Powers es lo bastante desapasionada como para castigar a su sujeto por algunos gestos asombrosamente equivocados. La decisión de Mitchell de ponerse la cara negra, en la portada de su álbum Don Juan’s Reckless Daughter (1977) y más tarde en diferentes contextos públicos y privados como su alter ego y “musa” Art Nouveau, lamentablemente no puede descartarse como un simple vaivén creativo en una época menos ilustrada, como han hecho biógrafos anteriores. Tras una larga y enriquecedora conversación con el periodista y académico negro Miles Grier –reproducida en forma de entrevista en el libro–, Powers emite su duro veredicto: “Fuera lo que fuese –homenaje, sátira, posesión–, su creación del Art Nouveau implicó una especie de violencia. La parte de robo de la apropiación siempre la tiene”.
El último tercio del libro se centra, de forma fructífera y conmovedora, en los relativos retrocesos de los años 80 y 90, los años en que Mitchell se alejó de la cultura. Siguió grabando discos, pero lanzamientos cada vez más polémicos, como Dog Eat Dog (1985), una infravalorada colaboración con Thomas Dolby, no hicieron sino alentar una tendencia ya descendente en sus ventas. Powers defiende con firmeza esa parte de su catálogo, en su mayor parte desestimada. Mitchell buscaba una verdadera síntesis con la new wave, como había hecho con el jazz. Echa un vistazo a “Fiction” de Dog Eat Dog e imagínatelo como un tema de New Order. Siempre estaba ocupada naciendo.
Y luego estaba el resurgir. En una nota irónica de lo que a menudo es una meditación en capas sobre las malas vibraciones románticas que a menudo surgen entre el biógrafo y el sujeto, Powers –hasta el cuello en la escritura de este libro– dejó pasar la oportunidad de asistir al concierto de 2022 en Newport, al igual que Mitchell se saltó Woodstock. Es un gran elogio al estilo efervescente de Powers que su sensación de fatiga y asombro en torno a su tema nunca resulte menos que fascinante. Prosa visceral, pura fusión.
Tras atravesar valientemente los escollos de la experiencia Mitchell, Powers aterriza con una nota positiva. A pesar de todas las contradicciones y puntos ciegos de Mitchell, el genio permanente de su obra es su capacidad de reinvención, regeneración y visión del mundo con visión de futuro, incluso cuando todo, excepto las infinitas posibilidades de la carretera abierta, parece estar en tu contra. La última línea de Traveling podría ser la primera de una canción de Joni Mitchell: “Vale, empecemos”.
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Elizabeth Nelson es crítica, cantante y compositora. El último lanzamiento de su banda, The Paranoid Style, es The Interrogator.
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Traveling: On the Path of Joni Mitchell, de Ann Powers, Dey Street. 437 pp.
Fuente: The Washington Post.
Fotos: The Washington Post y Jack Robinson.