En un auditorio repleto de amigos y lectores, Juana Libedinsky presentó en el Malba su libro Cuesta abajo. Entre las primeras filas, la escritora y periodista podía reconocer a varios de los personajes claves en la recuperación de su esposo, aunque no estaban ni el doctor Ignacio Previgliano ni el hombre del milagro, Conrado Tenaglia, quien no alcanzó a llegar a la cita por una demora en su vuelo desde Nueva York. Ambos, sin embargo, transmitieron al público afectuosos saludos a través de videos.
“Cuando recuperé el conocimiento, como un mes después del accidente, pensé qué mala suerte lo que me pasó. Luego empecé a armar la secuencia de las cosas que me habían ocurrido y entendí que era una colección de buena suerte. La buena suerte no es aleatoria, responde a un montón de gente, muchos de los cuales están presentes con Juana en el Malba. Ellos ayudaron e hicieron posible que yo esté acá”, agradeció el protagonista de la crónica, quien sufrió un traumatismo encéfalocraneal grave combinado con una lesión axonal difusa tras golpear contra una roca mientras esquiaba en Bariloche, cinco años atrás.
Para la autora, que narra en su segundo libro todos los vaivenes de la rehabilitación, la presentación en el museo de la avenida Figueroa Alcorta fue emocionante ya que buena parte de esa historia transcurre en los alrededores, “en la casa de mis padres acá a dos cuadras y en el extraordinario Sanatorio Mater Dei, donde estuvo Conrado por mucho tiempo”.
Pese al título del libro, el accidente de su pareja fue afortunadamente muy distinto al de Carlos Gardel, de cuya muerte se cumplieron ayer 89 años. Sin ese destino trágico, se sumaron sin embargo una serie de complicaciones a lo largo del proceso, desde rearmar la vida familiar en Buenos Aires a buscar la forma de trasladar en plena pandemia la cerebrolisina fabricada por el doctor “Privi”, no autorizada por la FDA en los Estados Unidos. Luego, también, entró en coma Liliana, la madre de la escritora.
En ese momento, Libedinsky tuvo que interrumpir el libro que tenía en camino. “Pensé que por ahí tenía una mejor historia, porque tener a dos personas muy cercanas en coma, uno casi pegado al otro, ¿a quien le pasó? Y de casualidad, como un momento espantoso de la lectura, me entero leyendo El año del pensamiento mágico de Joan Didion que su marido antes de morir había estado brevemente en ese famoso tres de la escala de Glasgow, el coma en el que estuvo Conrado, y a la vez su hija entra en coma”, señaló en diálogo con los periodistas Silvia Naishtat y Jorge Fernández Díaz, quienes moderaron la charla.
“Fue muy difícil volver a empezar porque además me empezaron a pasar de golpe un montón de cosas no tremendamente malas comparado con lo otro, pero que conspiraron contra la escritura”, agregó la escritora, que en el ínterin fue atacada dos veces en el subte en Nueva York y perdió momentáneamente la nacionalidad española por una confusión de papeles. Sin embargo, siguiendo la lección de Nora Ephron, que ha narrado con humor las cosas malas que le pasaron en la vida, Libedinsky se dio cuenta de que había resbalado con una enorme cantidad de cáscaras de bananas. Dependía de ella tomar el control de la narrativa y contar esos traspiés.
“Es una historia humana conmovedora y electrizante la que vamos a repasar, pero a la vez se trata de otra cosa”, introdujo Fernández Díaz, editor de la periodista en La Nación. “Yo me pregunto siempre de qué trata secretamente un libro. Creo que en lo aparente trata de un suceso límite como el que vivió esta familia, que ni en nuestras peores pesadillas existe y sin embargo aquí se cuenta minuto a minuto. Trata además sobre la ruleta rusa de la vida, sobre cómo el azar nos puede colocar a todos en un abismo en un segundo. Todos nosotros programamos, planificamos, tenemos expectativas sobre los próximos días, meses, años. Y de repente, Dios, el destino, el azar, se ríen de nosotros y deshacen nuestros planes”, continuó.
“Trata de todo eso y trata de los milagros, sin duda. Pero profundamente trata de una lectora. No cualquier persona busca entender en los libros lo que está ocurriendo. Y yo creo que eso es lo que hace absolutamente original este proceso. Juana tiene amueblada la mente de libros, permanentemente la coprotagonista de esta historia busca el consuelo ahí y nos trae de paso grandes lecciones de vida surgidas de los libros”, consideró Fernández Díaz.
Naishtat, quien fue editora de una jovencísima Libedinsky en la revista Mujeres y compañía, observó que el libro funciona como una mamushka, con diversos aspectos para abrir: “No es solo sobre el accidente o lo que le pasó a Juana, sino que es también un libro sobre la bondad de los desconocidos, como dice ella citando a Tennessee Williams. Por supuesto estuvieron rodeados de todos los conocidos que vemos hoy en la sala, pero también hubo gente que no los conocía y que sin embargo puso el pecho y el corazón”. La periodista destacó además el valor de lo cotidiano y del esfuerzo de volver a la normalidad que describe el libro: “Como dice ella en sus páginas, es una familia con el toque de Nueva York, que es esa voluntad diaria frente a la adversidad”.
Entre las preguntas que le plantearon sus editores, Fernández Díaz resaltó: “Todos fuimos educados en el melodrama, por lo tanto lo que la gente espera es un final con redención y cambio. Pero ustedes dicen que no cambiaron nada, que lo que querían es seguir con la vida feliz de siempre. Hasta en eso creo que salta el cliché esta historia”. A lo que respondió Libedinsky: “Me daba un poco de impresión esta presión que hay para decir que hubo un antes y un después tan tremendo. Y lo que me pareció curioso es que ahora que el libro tiene vida propia, de golpe se me acerca gente casi con vergüenza para decirme que le pasó lo mismo, personas que me confían que no están tanto más cerca de la verdad revelada que lo que estaban antes”.
La autora explicó que no intentó que el libro fuera “una experiencia de exorcizar demonios”. “Obviamente siempre hay algo de eso –admitió–, pero busqué apuntar a esa máxima del periodismo de una buena historia bien contada. Eso es lo que yo quería y más o menos lo logré”. Por un lado, señaló Libedinsky, estaba el morbo que despiertan las palabras de los partes médicos y que funcionan tan bien para cautivar a un público amplio. Pero también toda esa narrativa paralela con la que se llevó una enorme sorpresa: “Todo este tiempo pude seguir leyendo vorazmente y pude seguir jugando al tenis”, dijo.
[Fotos: Nicolás Stulberg]