Bajo el nombre de Eric Arthur Blair, en Motihari, una ciudad de India que pertenecía al Raj Británico, colonia de los ingleses, nació George Orwell. Fue en el año 1903, precisamente el 25 de junio de 1903, hace 121 años hoy. Su padre era administrador del ministerio del opio del gobierno colonial y entre sus antepasados estaba Charles Blair, dueño de cientos de esclavos en Jamaica. Pero el rumbo de este muchacho sensible y lector fue otro completamente diferente.
Tenía apenas dos años cuando llegó a Inglaterra. Fue con su madre, una mujer nacida en Birmania de ascendencia francesa. También con su hermana mayor. A su padre lo volvió a ver en 1907, fueron tres meses y el hombre volvió a la India. Con seis años fue enviado al país de su madre, también colonia británica, a una pequeña escuela parroquial anglicana. Sus profesores quedaron sorprendidos con su inteligencia y lo recomendaron a una de las mejores escuelas de Inglaterra.
La escuela St. Cyprian, que asistió gracias a una beca, fue un trampolín hacia las dos siguientes: Wellington y Eton. Allí conocería a algunos de sus amigos, reconocidas intelectuales como Cyril Connolly, editor de la revista Horizon, donde publicó varios ensayos. Concluida su educación, se unió a la Policía Imperial India en Birmania, estuvo cinco años y volvió a Inglaterra con un odio al imperialismo que marcaría su militancia y su literatura.
Y todo empieza con un nombre. George Orwell es un seudónimo que adoptó en 1933. Ya en Inglaterra no quería volver a la casa de sus padres, con lo cual se puso a trabajar de lo que primero encontraba mientras bordeaba la indigencia. En ese tiempo fue maestro de escuela y librero en una tienda de usados. Luego se fue a París, a vivir en la casa de su tía, y consiguió un trabajo de lavaplatos en un lujoso hotel. Hasta que tuvo que golpear la puerta de sus padres.
Cuando consiguió empleo en el diario New Adelphi y más tarde como profesor de escuela, logró concluir su primer libro: Sin blanca en París y Londres, un largo texto de no ficción semiautobiográfico que decide firmar con otro nombre para no incomodar a sus padres. George porque es un nombre de gran tradición en la campiña inglesa. Y Orwell por el río de Suffolk y porque un apellido que empezara con la letra O le daría una mejor posición a sus libros en los estantes de las librerías.
Orwell era de izquierda, antiimperialista y antinacionalista, y se sumó a la Guerra Civil Española para luchar con el bando republicano o “bando rojo”, como se le decía. Los enemigos: los fascistas. Esa experiencia lo marcó para siempre. En 1946 dijo esto: “Cada línea en serio que he escrito desde 1936 ha sido, directa o indirectamente, contra el totalitarismo y a favor del socialismo democrático como yo lo entiendo”.
En la Navidad de 1936, viajó a París y se encontró con Henry Miller, a quien se conocía por cartas. Orwell lo había defendido tras la salida de Trópico de Cáncer (1934), novela que fue censurada por el gobierno estadounidense. Esa noche, según cuentan, hablaron largo y tendido de literatura, pero más de política. Orwell le manifestó la necesidad de ir a España. “¿Por qué?”, le preguntó Miller, “¿qué vas a hacer allí?” “Voy a matar fascistas, alguien debe hacerlo”, respondió.
Su participación en la Guerra terminó en Huesca cuando una herida en la garganta estuvo a punto de matarlo. El voluntario estadounidense Harry Milton describió a la prensa, muchos años después, que la actitud temeraria de Orwell, sumado a su 1,88 de alto, lo llevaron a ese final: “Escuché el sonido nítido de un disparo a alta velocidad y Orwell inmediatamente cayó de espaldas”. Milton detuvo el sangrado y le dio primeros auxilios, hasta que pudieron retirar al escritor a un hospital.
En 1947 Orwell se instala en la isla de Jura, en Escocia, a hacer lo que más le gusta: escribir. Tiene una novela en mente que había bosquejado en apuntes en 1944. En una carta a su agente literario, F. J. Warburg, fechada el 22 de octubre de 1948, Orwell afirmó que se le había ocurrido la idea de escribir la novela en 1943, y que aún dudaba entre titularla El último hombre de Europa y 1984. En ese entonces tenía tuberculosis y la enfermedad crecía en síntomas y padecimientos.
Finalmente se publicó el 8 de junio de 1949 bajo el título que Warburg le aconseja por ser más comercial. Sin embargo, no se conoce su origen. Los motivos van y vienen: ¿el centenario de la Fabian Society, fundada en 1884?, ¿guiño a la novela de Jack London, The Iron Heel, por la fecha en que el partido político toma el poder?, ¿referencia al cuento de G. K. Chesterton, uno de sus autores preferidos, “The Napoleon of Notting Hill”, ambientado en 1984?
En concreto, 1984 es una novela de ficción distópica pero sobre todo política. A partir de este texto se popularizaron los conceptos del omnipresente y vigilante Gran Hermano, de la habitación 101, de la ubicua policía del Pensamiento y de la neolengua, adaptación del idioma inglés en la que se reduce y se transforma el léxico con fines represivos, basándose en el principio de que lo que no forma parte de la lengua, no puede ser pensado.
Aún hoy se tejen puentes entre la novela y la actualidad. Manipulación de la información, censura, represión y vigilancia son elementos presentes que nos muestra 1984 dejando entrever que la dictadura es siempre una posibilidad. Entonces, ¿por qué la novela se llama así? La respuesta más probable es la que da Peter Davison, uno de sus biógrafos: el resultado de intercambiar la posición de los dos últimos dígitos del año en el que se escribió.
No hay dudas: es un libro clave en la historia grande de la literatura. Francisco Marzioni, especialista en ciencia ficción, dijo que “1984 plantea una distopía pero nadie se pone de acuerdo en quién es el responsable”, y agrega: “Para mí no es un libro distópico porque me enseñó, cuando yo tenía quince años, que se podía resistir a un mundo difícil simplemente leyendo un libro, que leer un libro es un acto de resistencia, y eso es utópico”.
Hace unos años, las autoridades de la Biblioteca Pública de Nueva York dijeron que la novela que más prestó a lo largo de su historia, después de los libros infantiles Un día de nieve de Ezra Jack Keats y El gato garabato de Dr. Seuss, es 1984. La obra del escritor británico lleva medio millón de préstamos.
Es un libro que se encuentra en cualquier librería, que está en internet, que circula en las escuelas, que guarda una gran actualidad. Orwell sigue entre nosotros.