Si un extraterrestre llegara a la Tierra y tuviera en una sola plataforma de streaming todas las películas realizadas desde El regador regado (1896), película de los hermanos Lumière, considerada la primera comedia del cine, hasta la actualidad, sin dudas tardaría en comprender que tienen en común todos esos filmes que se encuentran bajo la categoría Humor.
Y es que el humorismo engloba a creadores tan disímiles como formas de producirlo. En otros palabras, hay tanto tipo de comedia como público. De la crítica política y social de Charles Chaplin a Adam Sandler realizando escenas escatológicas, el camino es tan extenso y ancho, como imposible de catalogar.
El comediante, el humorista, el gracioso del grupo, al gagster de redes sociales. Todos comparten, sin embargo, algo: el poder de dialogar un mismo lenguaje con su público, ciertos “valores” sobre lo que se puede y debe reír, y, por eso, el humor es tanto incluyente como excluyente.
Esto no es nuevo, la figura del bufón a lo largo de la historia ha tenido diferentes representaciones que, como en las películas, van de lo grotesco a lo intelectual, construcciones que tenían que ver en muchos casos con el humor del soberano -el público al que había que agradar-. En ese sentido, a veces el humor habla mucho más sobre el que ríe que sobre el que dice.
Si bien su figura suele estar asociada a lo grotesco, más cercana al payaso contemporáneo, a una persona que se expone al ridículo, hubo personajes que destacaron y rompieron moldes como Stańczyk, bufón polaco de tres reyes, intérprete de la realidad de su nación a quien por su sarcasmo los historiadores colocaron en el lugar de un filósofo.
La figura de Stańczyk no puede ser desambiguada de la del artista que lo puso en el centro de la escena, Jan Matejko, con una de las obras más refinadas, inspiradoras e icónicas (aunque quizá no en esta parte del mundo).
Porque para el saber popular Matejko es un desconocido, un NN, un John Doe. Sin dudas, la artista más conocida del país de Europa Oriental es la gran Tamara de Lempicka, creadora de un estiló único, reina del Art Déco, cuyas cenizas descansan en el cráter del volcán Popocatépetl, en México, donde vivió sus últimos años.
Matejko, de quien hoy se cumplen 186 años de su nacimiento, no goza de su misma popularidad, aún habiendo sido considerado como “maestro” al final de su carrera y haber formado parte de las más prestigiosas academias de pintura (París, Berlín, Praga y Viena, entre otras) de su tiempo. Pero vamos por partes.
Una historia de bufones
La historia de los bufones se remonta a la Grecia clásica, aunque también estuvieron en el imperio romano, los balatrones,y se han encontrado, por ejemplo, representaciones en Pompeya, aunque su presencia comenzó a ser documentada con mayor regularidad durante el medioevo, como artistas callejeros que trabajan en muchos casos como asistente de los juglares.
Niños, enanos o personas grotescas, los bufones han tenido privilegios, cuando los reyes o personas con mucho poder le concedían su favor o vivían en la miseria cuando lo perdían. También tuvieron roles importantes en los campos de batalla, como mensajeros o, como sucede con el star-system hollywoodense, animaban a las tropas con sus visitas e, incluso, hay casos en que cabalgaron al frente de los combates para desmerecer al enemigo.
En sí, han sido representados infinidad de veces, aunque en algunos casos han alcanzado mayor “fama” por la firma del artista. Aquí algunos casos:
Las primeras representaciones son bien arquetípicas, con personajes de vestimentas coloridas, como sucede en Retrato del bufón de la corte Ferrara Gonella, del francés renacentista Jean Fouquet, alrededor de 1445, y ya entre 1519–20 el austríaco Marx Reichlich hizo lo propio y unas décadas después el alemán Heinrich Vogtherr El joven.
Si hay dos lugares en el mundo que concentran retratos temáticos son Florencia y Madrid. En la Galería de los Uffizi se encuentran el Retrato del enano Gabriello Martinez, un anónimo florentino del siglo XVII, mientras que en el Galería Palatina del Palacio Pitti se encuentran Bacco fanciullo (1630-1640) de Giovanni Mannozzi, una representación de Baco, dios del vino, o Retrato de Angiola Biondi, enana de Violante de Baviera (1707), de Niccolò Cassana, por nombrar algunas.
Sin dudas, fue el español Diego Velázquez quien más los retrató, con toda una serie a los que, además, les otorgó características propias, rompiendo con los clichés.
A El bufón el Primo lo dotó de mirada inteligente, a El bufón calabacillas lo hizo bizco y con una sonrisa desconcertante, mientras que a Francisco Lezcano “El niño de Vallecas” lo presentó de manera inocente.
Por su parte, a Don Diego de Acedo, lo representó con libros, mientras que a Don Antonio “el Inglés” lo colocó junto a un mastín casi de su tamaño y a Don Cristóbal de Castañeda y Pernía, Barbarroja, lo inmortalizó con un aspecto arrogante. Además, en el icónico Las Meninas eternizó a Maribárbola, que tenía el cargo de Enana de la Reina, Mariana de Austria, y que aparece como una de las damas de compañía de la infanta. Todas en el Museo del Prado.
En las cortes británicas los bufones tuvieron un lugar de privilegio, sin dudas. Uno de los casos más conocidos es el de Rolando el Pedorro (sí, los gags escatológicos no son nuevos), un flautista del siglo XII, que animaba la corte de Enrique II y que por sus servicios recibió la mansión de Hemingstone en Suffolk y una extensión de 12 hectáreas de tierra.
En otros casos llegaron a ser retratados con el monarca, como fue el caso de los afamados Will Sommers y Jane Foole, cuyas figuras aparecen a los costados, en los pórticos, en el retrato de Enrique VIII y su familia (1545), una obra anónima.
Sommers fue una figura destacada, ya que el rey depositaba en él su confianza y podía hablarle con mayor confianza que los cortesanos y, en muchos casos, también actuaba como “mano del rey”, al estilo Game of Thrones, advirtiéndole sobre los gastos o algunas decisiones polémicas, pero siempre con una sonrisa. Por su parte, Foole, animó a la reinas Catalina Parr y María I, y posiblemente también de Ana Bolena.
Cuentan los historiadores que los bufones fueron muy populares en las cortes de los zares y que está fascinación comenzó durante el mandato de Iván el Terrible, quien trataba de imitar lo que sucedía en los salones de Enrique VIII, aunque allí nunca fueron considerados en serio, se limitaban a su rol de entretenimiento.
Es más, el príncipe Iósif Gvózdev-Rostovski, de la dinastía Ruríkida, debió convertirse en bufón bajo el nombre Ósip el Calvo por cuestiones políticas, por lo que el puesto era más cercano a la humillación, y su fin fue trágico: “Insatisfecho con alguna broma, el zar le echó encima un plato de sopa caliente. El pobre bufón gritó y quiso huir: Iván lo apuñaló entonces con su cuchillo”, escribió Nikolái Karamzín.
Tenían un rol destacado, por otra parte, los skomorojs, artistas que vestían de manera colorida y realizaban números cómicos, tocaban instrumento y entrenaban osos. Por oposición de la Iglesia ortodoxa fueron desapareciendo o, más bien, sus labores quedaban simplificadas a la parte musical, aunque los enanos, por su parte, permanecieron en los palacios hasta la caída de los zares. Para 1710, sólo Moscú, había 34 enanos domésticos que solían ser acompañantes de príncipes y princesas.
Pero tampoco hay que repasar las cortes europeas para encontrar bufones. Durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas en la Provincia de Buenos Aires, el Restaurado de las Leyes tuvo su propio hazmerreír: Eusebio de la Santa Federación.
El mulato Don Eusebio trabajó como peón para la familia de Encarnación Ezcurra, para después del matrimonio con Rosas, en 1813, pasar a formar parte de “la corte” que habitaba en la casona de San Benito de Palermo. Descripto como “enano” y “loco”, formó parte de la tropa con la que Rosas llevó a cabo la Campaña al Desierto en 1833 y fue una de las pocas personas que tenía el poder de incordiar al mandatario.
Poseedor de títulos honoríficos y condecoraciones apócrifas, participaba de las reuniones oficiales con el objetivo de burlarse de los enemigos del político y militar y, de acuerdo a los cronistas de época, parece que se creía esos cargos ya que era una persona temida por sus modos cuando caminaba por la ciudad.
Si bien no fue el único bufón rosista -también estuvieron el Padre Biguá, el Loco Bautista y el Negro Marcelino- sin dudas fue el más famoso y parte de esa popularidad la consiguió gracias a una obra anónima, que se puede visitar en el Museo Histórico Nacional, en la que se lo representa con su uniforme militar rasgado, con un exceso de detalles en dorado.
Las roturas en el codo y un zapato izquierdo refuerzan la idea del ridículo y de su clase social. De este óleo se hicieron unas litografías que lo convirtieron en una figura muy conocida, una de Bernardo Darrieux y otra de Ángel Della Valle para publicación La Ilustración Argentina, ya a finales del XIX.
El pintor (bufón) de una nación
Stańczyk fue un bufón retratado en pintura, sí, pero sobre todo fue un símbolo en el corazón polaco, ya que los escritores crearon en torno él una figura de la lucha por la independencia.
Jan Matejko es considerado el mejor pintor de su país de la historia o el artista que pintó la historia polaca como nadie, ambas aseveraciones pueden ser correctas, algo que se puede apreciar en este breve repaso de su obra.
Noveno hijo de 11 hermanos, el artista perdió a su madre siendo pequeño, siendo una de sus hermanas quien tomó el rol materno. De acuerdo a sus biógrafos, tuvo una infancia difícil, con un padre severo y ausente que no soportaba su afinidad por el dibujo, a la que consideraba una debilidad de carácter. Cuenta la anécdota que pasaba tan desapercibido para el grupo familiar que la torcedura de su nariz, que se observa en fotos y autorretratos, se produjo por una fractura durante la niñez que nunca nadie notó y, por ende, jamás fue atendida.
Pasaba mucho tiempo en la casa de sus vecinos, la familia Giebułtowski, donde recibió mayores atenciones y alimentos, y si bien era amigo de lo niños de la casa, fue allí donde conoció a la persona más importante de su vida, Teodora, la menor de la casa y su futura esposa, quien fuera su musa, su máximo apoyo en los momentos de dificultad y, a la vez, la razón detrás de muchas de sus frustraciones, como cuando ella teniendo 16 rechazó su pedido de casamiento arrojando el anillo de compromiso.
Luego, ya casados, tuvieron cinco hijos, pero tras la muerte de uno, ella comenzó a sufrir neurosis y denunció a su marido por inmoral y hasta realizó amenazas de muerte al resto de los miembros de la familia. Fue internada en un hospital psiquiátrico y luego trasladada a una casa que el artista compró, donde tenía atención constante, lo que lo sumergió en grandes deudas, y si bien ella logró recuperarse, jamás volvió a ocupar su espacio en el hogar.
Volviendo al desarrollo artístico de Matejko, a los 13 ingresó a la Escuela de Bellas Artes de Cracovia y, en 1858, fue becado para estudiar en Múnich, donde ingresó a la Academia, lo que le dio acceso a la pintura de los grandes maestros y contemporáneos, siendo el romántico francés Paul Delaroche su máxima influencia, de quien tomó la perspectiva de elegir un momento dramático para representar los momentos históricos.
Pero Matejko no sólo se interesó por los temas históricos por una cuestión de época pictórica, sino también por haber recibido durante su infancia por parte de sus hermanos, Edmund y Segismundo, sus referentes ante la ausencia de su padre músico, un sentimiento profundo por las cuestiones de la patria. Por ejemplo, ambos participaron en el levantamiento contra los Habsburgo en Hungría, en el que Segismundo murió en el campo de batalla, mientras que el futura artista contribuyó transportando armas para las milicias.
Durante aquellos años comenzó a recopilar su “tesoro oculto” que luego sería esencial para su obra: un sin fin de de objetos históricos, documentos, ilustraciones de libros y dibujos de monumentos de arte, muchos copiados en papel de calco, que luego usaría en sus composiciones históricas.
De regreso en Cracovia abrió su estudio y comenzó la factura de obras históricas, por las que tuvo un rápido reconocimiento. Ya en 1862 realizó Stańczyk o, su nombre completo, Stańczyk en un baile en la corte de la Reina Bona tras la pérdida de Smolensk.
El bufón, que animó la corte de tres reyes polacos, fue caracterizado por los historiadores como una persona de inteligencia excepcional, que tenía tanto de filósofo como de humorista y que utilizaba la sátira para hacer comentarios sobre las cuestiones políticas de la época.
Varios siglos después de su muerte, la figura del bufón de los comentarios corrosivos estaban tan presentes en la sociedad, que dieron incluso lugar a que una facción política utilizara su nombre para pregonar, mediante panfletos anónimos, un acuerdo con el Imperio austríaco, enemigo de la corona, en vez del enfrentamiento por las armas, con el objetivo de favorecer la economía en detrimento de la independencia.
Stańczyk fue una de las figuras históricas favoritas de Matejko, que además lo representó como parte de grandes cuadros corales, la especialidad del artista que rara vez pintaba a un personaje en solitario, como sí lo hizo con el bufón.
Stańczyk, cuyo rostro es un autorretrato del pintor, dio inicio a una serie de pinturas con las que buscaba representar la historia polaca, y se lo puede observar, por ejemplo, en piezas como Gamrat y Stańczyk (1873), El colgamiento de la campana Segismundo (1874) -exhibida en la Exposición Universal de 1878 donde fue galardonado con una medalla de oro- y El homenaje Prusiano (1879-1882).
Cuando la finalizó, con 24 años, el cuadro pasó desapercibido y lo cedió a la Sociedad de Cracovia de Amigos de las Bellas Artes para ser entregado como premio de una lotería que obtuvo un tal Korytko.
Sin embargo, con la fama, el cuadro fue redescubierto como obra maestra y comprado por el Museo Nacional de Varsovia en 1924. Durante la Segunda Guerra fue parte del botín nazi y tras el triunfo de los Aliados, quedó en manos de la Unión Soviética. Regresó a su país, en 1956.
Stańczyk fue un humorista de mirada crítica, fundador de toda una línea que se mantiene, la del artista con un ácido comentario político y social. Estos bufones contemporáneos son la realeza de la comicidad, ya que de las risas que generan tienen el extraño poder de revelar verdades, y, como toda figura, necesitan su némesis, que podría ser la del mandatario payasesco, cada vez más abundante, que solo pueden revelar las miserias humanas, pero sin dar un ápice de alegría.