En la historia del cine hay varios nombres inolvidables. Anouk Aimée llevó dos de ellos: Magdalena y Lola. La actriz, fallecida este martes a los 92 años, encarnó durante más de setenta años de carrera algunas de las mujeres más mitificadas del séptimo arte y supo mantener toda su vida los pies en la tierra.
Magdalena en La Dolce Vita, Lola, protagonista de la película más poética de Jacques Demy y Anne Gauthier en uno de los romances más célebres del siglo XX, Un homme et une femme (Un hombre y una mujer), de Claude Lelouch -título icónico que ha homenajeado recientemente un anuncio de Chanel protagonizado por Penélope Cruz y Brad Pitt-.
Tan sólo esas tres películas bastarían para justificar una trayectoria que empezó en 1947, cuando la pequeña Nicole Françoise Dreyfus, de 14 años, se estrenó en La maison sous la mer, de Henri Calef, con el nombre ficticio de Anouk.
Como las primeras grandes damas del cine francés, como Arletty, pensó que podría conservar Anouk como nombre artístico, pero el guionista y poeta Jacques Prévert le recomendó completarlo.
“No vas a seguir llamándote Anouk cuando tengas 40 años, me dijo. Aquello me parecía tan lejano que ni lo pensé, y él encontró Aimée. Me sentí tan halagada...”, reconocía la estrella francesa en 2014, cuando le concedieron un César honorífico.
Hija de una pareja de actores, él católico, ella judía, Aimée, nacida en París, fue enviada al sudoeste de Francia durante su niñez para escapar a las redadas de la policía en busca de judíos y más tarde fue internada en Morzine, en la frontera con Suiza, donde compartió pensión con el futuro cineasta Roger Vadim.
Tras trabajar con Calef, rodó con Marcel Carné el frustrado proyecto La fleur de l’âge, donde conoció a Prévert, y actuó también en Les amants de Vérone (Los Amantes de Verona), de André Cayatte, o en Mademoiselle, junto a Jeanne Moreau.
Pero fue el papel de Magdalena, en La Dolce Vita y más adelante Ocho y medio, ambas de Fellini y con Marcello Mastroianni en el rol principal, las que dieron un giro internacional a su carrera.
“Antes de conocer a Fellini, no sabía lo que era actuar. Él me enseñó lo más importante, a no tomarme en serio a mí misma”, confesó la actriz en 2003 en Los Angeles Times.
Musa del cine internacional
En 1951 se casó con el director Nikos Papatakis, que para seducirla le presentó a Pablo Picasso y a Jean Genet, quien escribió para ella el guion de Les rêves interdits, película que no pudo dirigir.
Se caso cuatro veces, la última con el actor británico Albert Finney, y tuvo algún que otro romance hollywoodiense, como con Omar Sharif y Warren Beatty.
Aimée, que al casarse con Finney se instaló en Londres e hizo un parón para ser ama de casa (no duró mucho), siempre vivió la fama con naturalidad, presumió de haber tenido mucha suerte, como cuando Demy se plantó ante los productores que no la querían para el papel de Lola. No era, decían, “suficientemente sexy”.
Demy, por cierto, no logró mantenerse tan firme años más tarde en otra película que rodó con ella, Model Shop (Estudio de modelos), en la que quiso fichar a un jovencísimo Harrison Ford. Los productores dijeron que aquel tipo no iba a tener ningún éxito.
En ochenta años de carrera trabajó también con Bernardo Bertolucci, Marco Bellocchio, Robert Altman o Agnès Varda, pero sin duda llegó a la cúspide con la película que se llevó la Palma de Oro en 1966, Un hombre y una mujer, junto a Jean-Louis Trintignant, que le valió el Globo de Oro de mejor actriz y una nominación al Óscar.
En Los Ángeles conoció a sus ídolos de infancia, como Groucho Marx, e incluso se atrevió a hacerle un desplante a John Wayne, negándose a saludarlo por sus opiniones políticas.
La segunda parte de su carrera no fue tan fructífera como la primera, y lamentó en varias ocasiones que los jóvenes directores no se atrevieran a ser modernos. Confesaba recibir pocas propuestas atractivas y vivía, como hasta entonces, apartada de los focos y las revistas de papel cuché.
Volvió a trabajar con Lelouch en varias ocasiones y en 2019 cerró el círculo al regresar a la piel de Anne Gauthier con Les plus belles années d’une vie (Los mejores años de una vida), la tercera parte de ‘Un hombre y una mujer’.
“Me protejo mucho -decía en 2014-. Las cosas siempre vinieron hacia mí. Ahora vienen menos, pero he luchado y he dejado que fluyan”.
Fuente: EFE