Por estos días, y hasta dentro de algunas semanas, Isabel Zapata vive en Buenos Aires. Llegó a fines de mayo para participar de la Residencia de Escritores Malba, que le fue otorgada para trabajar en la investigación y escritura de Montaigne, etcétera, un libro de poesía. Zapata nació en Ciudad de México, en 1984. Estudió Ciencia Política y Filosofía; es escritora, traductora y editora. Ha publicado libros de poemas como Ventanas adentro y Las noches son así y es autora de tres libros fragmentarios y de género híbrido que abordan temas como la memoria, el duelo, la relación entre los humanos y otras especies y la maternidad, libros de no ficción escritos en primera persona y que han sido publicados en la Argentina.
Se trata de Maneras de desaparecer (conocido en México como Alberca vacía, en el que aborda temas diversos que van desde la muerte hasta el subrayado de los libros y la composición de las bibliotecas), In Vitro, también publicado por Excursiones, en el que narra el camino hacia la maternidad a través de un tratamiento de fertilización asistida y Una ballena es un país, que en registro poético trata sobre el vínculo con los animales y la tierra y fue publicado por Rosa Iceberg.
Recientemente, esta misma editorial publicó Troika, primera novela de la escritora, que cuenta una historia sobre infancia, cuidados y pérdidas en la que la singular relación de la cultura mexicana con los muertos ocupa un lugar central.
Troika es el nombre de la perrita callejera que llega para alegrar la vida de Andrea, una nena chiquita, hija de padres separados, cuya madre busca hacerse un lugar en su profesión y pasa bastante tiempo fuera de su casa. Francis es la persona que cuida a Andrea y también a su hermano, unos años mayor; la que se ocupa de sus agendas, de sus comidas, también de sus sueños. Es quien naturalmente se torna responsable de la perrita. Llegó a trabajar a la gran ciudad desde un pueblo, estimulada por una prima querida y luego de una tragedia personal que la dejó partida al medio para siempre. Habla lo necesario, dice poco, cumple con su labor.
Pocos años después de una convivencia tranquila, atravesada por el vínculo íntimo y a la vez desconfiado entre la madre de los chicos y Francis, un hecho tremendo, aparentemente inexplicable, terminará con ese tiempo de juegos y curación de heridas. La novela tiene una segunda parte, en la que se lee el revés de la trama y en donde lo que no tenía explicación, comienza a verse de otro modo.
Días atrás Infobae conversó con Isabel Zapata en la biblioteca del Malba, un espacio elegante y hermoso en el que reina el silencio. La charla giró alrededor de Troika, esta nueva novela de mujeres y hembras cuidándose entre ellas y de a singularidad de la cultura mexicana en su relación de frontera entre vivos y muertos. También hablamos de la memoria y sus autoengaños, del duelo y los territorios oscuros a los que nos lleva y del momento especial que vive México, a punto de tener su primera presidenta mujer en la historia del país.
— En general, me gusta empezar por preguntar cómo surgen los libros. Tengo curiosidad por saber si es una historia que tenías pensada escribir. Si un día te levantaste y dijiste: quiero hacer esto. ¿Qué hay detrás de Troika?
— Como dices, medio que están en nuestra cabeza las historias. Se van mezclando entre recuerdos, cosas que nos han contado. Cosas que vamos leyendo. Y creo que la historia que está en el centro de Troika, el acontecimiento alrededor del cual gira todo, conjugaba un montón de obsesiones y de temas que me interesaba tratar. Desde el tema de los animales, que es una cosa de la que me he ocupado antes, pero también el duelo, la pérdida, la transformación que la pérdida trae. Esta noción de que lo que perdemos también nos constituye, de que lo que perdemos también forma parte de nosotros, irónicamente, ¿no?.
— También es algo sobre lo que ya escribiste.
— Es algo que me sigue y a lo que me he acercado en diferentes libros y también en la vida: en lo que yo leo, en lo que escucho, en las películas que miro. Me gusta. Como que me gusta ese tema. Entonces, creo que esas dos cosas se conjuntaban. Y también el tema de la memoria. No sé si de la memoria como un caudal del río de la ficción o la ficción como un caudal del río de la memoria. Pero la manera en que ficción y memoria o imaginación y realidad se van también trenzando y alimentando una a otra, ¿no? Que no están tan diferenciadas, como de pronto se podría pensar.
— Otra cosa que suele pensarse es el vínculo entre lo narrado y la autobiografía. Como si alguien pudiera escribir en detalle un episodio que ocurrió, por ejemplo, cuando el narrador tenía tres años. Es imposible.
— Sí, ni aunque quisieras podrías. Cualquier cosa que escribas está alimentada por referentes de tu vida y eso no son nada más los hechos o las cosas que pertenecen al ámbito de la realidad, por así decirlo, entre comillas. La verdad está constituida de deseos, miedos, traumas, cosas que nos hubiera gustado que sucedieran y que tal vez no sucedieron. Por darte un ejemplo, en Troika hay un padrastro, ¿no? Hay un padrastro de uno de los personajes y yo no tuve un padrastro, a mí me habría encantado tener un padrastro. Y me habría encantado tener un padrastro exactamente así como el padrastro del libro. Entonces, creo que cuando me preguntan: ¿es tu vida? Pues sí, porque lo que a mí me hubiera gustado que pasara también es mi vida, también habla de mí. O sea, esos deseos forman parte de quien soy yo. Entonces, no solo lo que nos ha sucedido en los hechos constituye lo que somos, también otras cosas menos tangibles o menos comprobables. Pero sí hay como esta obsesión, de pronto.
— ¿Sos de esa clase de autores que pueden trabajar sobre varios textos al mismo tiempo?
— No de manera paralela, pero cuando veo mis libros juntos, siento que sin haberlo planeado hay una especie de hilos que los recorren y que la historia de Troika, por ejemplo, reúne esos hilos que habían estado en otros libros y que ahora voy jalándolos para tejer Troika. Y, de pronto, quizás también en Troika hay algo que tomo para un próximo libro. Como que sí siento que hay una especie de hermandad entre ellos.
— No es algo que te molesta, me refiero a que no necesitás liberarte de un estilo. Estás bien con esta suerte de construcción.
— Sí, pero voy cambiando. Por ejemplo, de género. Ahora es el primer libro de ficción que escribo; de ficción, sí, en todo el sentido de la palabra. Es una novela que tiene unos personajes, tiene una trama, tiene una atmósfera. Y yo ni siquiera un cuento en mi vida había escrito. Eso es muy nuevo y también me representa un desafío, me costó.
— ¿Cuánto tiempo trabajaste en la novela?
— Pues como cuatro años. Yo creo que la primera vez que pensé “voy a escribir de esto” fue cuando estaba embarazada, y mi hija tiene 4 años. Pero a pesar de que estos temas pueden ir de un libro a otro, construyendo estos vasos comunicantes, yo creo que hay cosas muy distintas cuando trabajas otros géneros. O sea, cosas que he aprendido recién y que ahora que estoy un libro de poesía sobre Montaigne, al volver a la poesía después de haber escrito una novela, creo que he aprendido también a construir ese personaje a partir de la ficción.
— En tus libros el universo de las mujeres es siempre relevante. Podría decir también que hay una lengua Zapata, que hasta podría reconocer tu estilo en un fragmento sin ver tu nombre. También podría decir que en tus libros aparece claramente el tema de los animales. ¿Cómo vivís vos eso? ¿Hay algo que te demanda trabajar sobre estos temas, con esta lengua? ¿Cómo es eso?
— Quién sabe realmente cómo se va construyendo un estilo propio o una voz, como le dicen. Tengo la impresión de que es algo que sucede un poco al margen de la voluntad como escritora. O sea, yo no siento que haya estado en estos años construyéndolo adrede, diciendo ah bueno, voy a usar esta palabra, voy a tratar estos temas para ir formando esto. Creo que más bien ha sucedido, que es algo que nos sucede. Creo que en la vida, en general, elegimos muy poco. Elegimos de manera muy ciega, de cierta forma, y que al final es viéndolo en retrospectiva como escritora que noto esto. Y sí, me pregunto qué tan cómoda estoy, o sea, sí hay veces que digo bueno, voy a tratar de escribir -ahora con el libro de Montaigne, por ejemplo-, sobre algo lo más ajeno a lo que puedo pensar, también un poco para salirme de esto y porque estoy…
— ¿Para no caer en la comodidad?
— Exacto. Un poco por lo que escribí la novela en forma de novela, porque también habría podido escribir Troika como poesía o como una cosa mucho más memoria, que no es. O sea que es una cosa completamente inventada, con rasgos del ámbito en el que yo crecí, de la época en la que yo crecí, claro, pero es una novela completamente instalada en su género. Pero ahora, con Montaigne, pues tengo que inventar todo.
— Claro.
— Porque estoy tomando prestada la voz de un personaje distante en el tiempo, en la circunstancia, en la cosa histórica. Entonces, bueno, también me voy poniendo como esos pequeños retos y desafíos para ir viendo qué otras variantes puedo alcanzar y explorar.
— En Troika el tema de las mujeres es sustantivo porque son las más determinantes. Hay personajes masculinos, algunos más fuertes que otros, algunos vivos, otros muertos, pero en esta novela las que de algún modo arrastran la historia son mujeres.
— Y hasta la perra es hembra. Sí, eso es un ejemplo de algo que sucedió un poco al margen de mis planes. O sea, no me senté a estructurar la novela de esa manera pero de pronto me di cuenta de que era una novela de mujeres o de hembras, por así decirlo, como cuidándose entre ellas. Porque sí está claramente Francisca como cuidadora de Andrea y de Troika, pero también Andrea cuida a su manera de Francisca, Andrea cuida de Troika y Troika también cuida de ambas. Es como un triángulo de cuidados, ¿no? Y, por otro lado, también está Inés, la prima. Y Josefina, la madre. Y la abuela. O sea, hay un montón de mujeres. Los hombres un poco fueron opacándose en la narración y me di cuenta cuando ya había sucedido. Supongo que tiene que ver con los trabajos de cuidados, pues recaen sobre las mujeres naturalmente y ahí está reflejado medio sin querer. No es un libro sobre maternidad pero sí es un libro donde se muestran estas labores de cuidados medio dislocadas. Porque hay de pronto pues una mujer que está cuidando a unos hijos de otra mujer.
— Inés es la prima que cuida.
— Una prima que está cuidando a otra prima. Hay una perra que está cuidando a una pequeña niña. Una madre, Josefina, que está sacrificando el tiempo con sus hijos o delegándolos al cuidado de otra mujer, también por este ímpetu de realizarse en un sentido profesional, que también refleja mucho a las mujeres de esa época en México, supongo también aquí, no conozco aquí cómo sucedió eso.
— Y también a las de hoy.
— También a las de hoy. Pero la generación de Josefina es como una generación de mujeres que tal vez lo hicieron por primera vez de manera tan masiva, ¿no?
— Sí, sí, en Latinoamérica sin dudas.
— En Latinoamérica. Entonces, que también ella tenía que no ver ciertas cosas para poder hacerlas.
— Decís que no es una novela sobre la maternidad, pero te lo discutiría. Yo sí creo que es una novela sobre las formas de la maternidad.
— Sobre las diferentes formas, sí, exacto. Sobre las formas que adopta. Y el duelo, ¿no? Las formas que el duelo va adoptando y estos territorios oscuros a los que el duelo nos lleva. Y, no voy a hacer un spoiler, pero también sobre las decisiones que tomamos, que son aparentemente incomprensibles y que cualquier decisión humana explorada lo suficientemente tiene una explicación, entonces aquí yo quería como hurgar en por qué sucede lo que sucede en el libro y decir -no como un mensaje- pero sí decir: lo hizo por algo. No se trata de justificar, pero sí hay como algo detrás de por qué actuamos como actuamos. Y creo que se puede construir empatía desde ahí, también, que es algo que yo quería, o sea, era el reto que me propuse con esta novela, llevar a uno de esos personajes a cometer un acto aparentemente inexplicable y después decir: miren, todos tenemos historias.
— Un acto criminal e inexplicable.
— Sí, sí, sí, totalmente. Y cruel y lo que tú quieras pero bueno, también yo quería que la persona que leyera Troika lo cerrara y pensara: lo tenía que hacer. O sea, esto tenía que suceder así.
— Los mexicanos tienen un vínculo con los muertos que otras culturas no tienen. Para ustedes es algo muy natural, si se mira desde afuera no es tan natural.
— Es un poco fuerte.
— Claro, por eso quería preguntarte cómo siente alguien de tu generación, que viene con una larguísima tradición, ese vínculo.
— Con alegría, ¿no? Porque en México la tradición de Día de Muertos es una tradición, es una fiesta. Es maravilloso.
— Es maravilloso, sí.
— Es una celebración amorosa y generosa y abundante, llena de flores, de comida, suena música, huelen cosas. Hay luces. Hay colores. Es como una celebración de la vida. Y ese día, bueno, en esa época del Día de Muertos hay la sensación de que los muertos esa noche vuelven al mundo de los vivos y comen lo que les dejas. Escuchan la música que suena. Y en ese sentido, los fantasmas se vuelven reales por una noche. Y no se enfrenta con tristeza ni congoja, es como con la alegría de estar tristes. Es como una alegría de esa pérdida, ¿no? Y eso me parecía que ejemplificaba muy bien lo que yo quería decir sobre el duelo, que las presencias de los muertos conviven con nosotros. En mi libro hay un fantasma real, pero también hay todas estas personas que están y que no están, como un juego de presencia y ausencia. Entonces para mí el Día de Muertos era como la atmósfera perfecta para mostrar esto. En mi casa era como una Navidad para mí porque era cuando podíamos volver a recordar a estos muertos y a rendirles como homenaje y a celebrar la vida y la presencia que tienen, que continúa. Como que la frontera entre la vida y la muerte se rompe en esa época. Y a mí me parece muy bonito. Yo tuve mucho tiempo un novio alemán que pasó un par de Días de Muertos en México y que me acuerdo que esta tradición lo sorprendía. Como esas calaveritas que tienen tu nombre: ponemos en el altar las calaveritas con el nombre de todos los de la familia y se ve como una fiesta.
— Y una pregunta que es en ese sentido, pero un poco más fuerte. ¿Vos crees que esa forma de vivirlo les da menos miedo a la muerte?
— Quién sabe, ¿no? Yo creo que sí. Yo creo que puede ser que sí pues es un consuelo, quizás. Sí, puede ser. O sea, a mí me ha ayudado. A mí cada año me ayuda mucho, no sé si me ayuda pero me consuela. Y me reconforta mucho poner el altar y poner a mis padres, mis perros siempre están ahí también. Mis abuelos. Y yo lo hago con alegría. No lo hago triste.
— Te lo pregunto porque mientras estamos hablando pensaba en México también como un país en donde la violencia es cotidiana, sobre todo en ciertas regiones. Y entonces me preguntaba, ya casi es una duda antropológica, si esta forma de vivir el vínculo con los muertos genera un mayor consuelo.
— Como más socialmente, ¿no?
— Sí.
— Sí, sucede que se hacen altares más masivos, o sea, no sé, en la UNAM ponen un montón de altares, en las Facultades, o en los museos generalmente ponen altares de muertos, y sí siento que es una especie de catarsis colectiva hacia eso.
— Comunitaria.
— Sí, totalmente. Porque además a los cementerios va la gente esa noche y va con las flores, con la comida, y en algunos lugares hacen vela durante toda la noche y es una fiesta. Porque hay música. Y sí hay una dimensión social de eso también. Que, quién sabe, no sé en términos como antropológicos cuál es la diferencia con cómo se digiere eso en otros países. Pero en México yo creo que sí es una ventana en la que eso sucede también en una dimensión más social y política.
— Contame cómo vive una mujer mexicana de tu generación qué una mujer mexicana (Claudia Sheinbaum) vaya a ser la presidenta de tu país.
— Bueno, me emociona muchísimo al margen de las, no sé si preocupaciones pero s{i de las cosas que hay que increparle al gobierno que deja ahora Andrés Manuel Obrador, pues unas deudas también en términos de rendición de cuentas respecto a muchas cosas que deja y que le va a dejar a ella, que fue la candidata de Morena, su partido. Dejando eso un poco de lado por un segundo para estar contentos y que nos permitamos celebrar también el hecho histórico de que una mujer haya llegado a la presidencia de México, un país profundamente machista en el cual yo de niña nunca creí que eso fuera posible. De hecho, hasta hace poco decían ¿van a poner una mujer? Nadie va a votar por una mujer. Entonces creo que mi propio país me ha sorprendido. Y además fue por un margen súper grande. En lo personal, en mi visión política personal, creo que es una buena candidata. Le quiero dar ese voto de confianza. Pero incluso aunque no fuera una buena candidata, ya nada más que sea una mujer me alegra.
— Y es una persona formada, una científica. Difícil, me imagino, que se le cuestione su formación en un país en donde todavía también hay una deuda educativa importante.
— Simbólicamente, sí. Ahora, a ver, ser mujer no dice nada de nadie, ¿no? Ser mujer es nada más una circunstancia biológica y no por ser mujer quiere decir que vaya a, no sé, atender de manera adecuada ciertos temas. Pero sí creo que es algo, simbólicamente es algo. Históricamente es muy importante. Y yo tengo los dedos cruzados porque esté a la altura de su papel como política pero también de la importancia histórica que ella ahora ha cobrado.
— El tema de la violencia contra las mujeres y del machismo, que es tan poderoso en la región, es uno de esos temas en deuda. Se supone que una mujer a la cabeza de un país como México debería tener incidencia a la hora de tomar medidas sobre estas cuestiones.
— Sobre todo porque el presidente actual pues dejó mucho que desear al respecto, ¿no? Entonces es ahí donde están los ojos puestos yo creo. Ojalá.
— Hay algo que siempre me resulta muy atractivo de tu lugar como escritora latinoamericana y es que estás en varios roles al mismo tiempo y le otorgás mucha importancia a la preparación y a la formación de los escritores y de los textos. Todo el tiempo en tus trabajos aparece a quién le debes esto, quién te leyó esto otro, con quién aprendiste tal cosa. Ahora estás participando de una residencia, acá en el Malba. Hay personas que siguen pensando que saber escribir es un don, un momento de inspiración. ¿Qué les dirías?
— Sí, yo veo la literatura como resultado de un diálogo mucho más amplio de lo que podría caber en un libro. O sea, al final todo lo que precede a la escritura de un libro y lo que nutre la escritura de un libro pues tiene que ver también con esa gran conversación entre escritores y con todo el mundo. Es como que al final terminamos depositando en el libro quizás el resultado de un montón de cosas que suceden detrás. Y entre esas cosas está este diálogo y esta colaboración y esta conversación infinita con otros escritores. A mí me gusta mucho dejar en mis libros esa huella, decir muy explícitamente que no se sostienen solos. Y por eso es que siempre al final pongo una sección no solo de agradecimientos de quien me ayudó o me leyó , si no también registrando por ejemplo frases que de pronto se cuelan en los libros y que a mí no me gustaría tener que poner como una nota al pie, pues estorba.
— En Troika aparece la figura del perro de Goya, una pintura maravillosa que está en el Museo del Prado. Me gustaría que me dijeras qué representa esa obra para vos.
— Es una pintura que a mí siempre me ha maravillado desde la primera vez que la vi, por esta expresión del perro… dicen que había unos pájaros ahí, que él los estaba mirando. Pero es algo que encierra un misterio también. Y sí, yo hice todo en la novela para que el personaje de Andrea viera esa pintura ¿no? O sea, me importaba mucho que la viera. Y bueno, es una de las representaciones de perros que más interesantes me parecen en las artes visuales y que también creo que es porque refleja esta naturaleza del perro como entre salvaje y doméstico. Está en la frontera, justamente.
— También entre dos mundos, digamos.
— Sí, por eso es capaz un perro de estar completamente en vida y luego atravesar ese río sin ningún empacho. Como de estar en el territorio de los sueños y de la vida fuera de los sueños, de la muerte y de la vida, de ser un fantasma, pero un fantasma que ayuda y que colabora.
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