A veces la casualidad se hace eco de un deseo muy fuerte interior, y un camino que parecía prefijado, cambia de rumbo. Eso le sucedió a Gabriela Pérez, que es abogada egresada de la UBA de profesión, pero que hoy se define como “editora de oficio”.
Un día decidió dar rienda suelta a su pasión por la lectura, dejó los tribunales y fundó Riderchail, una editorial de libros de literatura infantil ilustrados, varios de ellos premiados por distintas instituciones y organizaciones. Su compromiso con la literatura para los más chicos fue tal que en la actualidad es la vicepresidenta de la Cámara Argentina del Libro, consejera de la Fundación El Libro y presidenta de la Comisión Organizadora de la Feria Infantil y Juvenil de Buenos Aires. En el año 2012 ganó el premio Hormiguita Viajera a Labor Editorial.
Esa pasión que nació mucho tiempo antes de ser editora, se remonta a su infancia, cuando no imaginaba siquiera la posibilidad de la editorial propia, cuando solo era, tal vez, un sueño.
—¿Cómo se construye la identidad lectora?
—Creo que las vivencias personales también nos construyen como lectores. La identidad lectora es parte justamente de nuestra identidad. No hay un lector igual a otro, aunque compartan gustos lectores. Nos apropiamos de los libros desde el mismo momento que nos sumergimos en la lectura como un camino de ida. Un mismo libro no deja la misma huella en sus lectores, y no se trata si les gustó o no, de si lo disfrutaron o no. Cada lectura tiene que ver con nuestras propias vivencias. La identidad lectora es propia, y se va construyendo a lo largo de la vida. Forma parte de nuestro ser interior. Y también puede cambiar porque tiene matices. Como la vida misma.
—¿Crees que un libro podría despertar el interés por leer?
—Absolutamente. La lectura de un libro que nos llegue al alma, que nos atrape, puede detonar la avidez por buscar más lecturas, más historias. Que un libro logré llevarnos a la introspección de la lectura, a la abstracción que implica que una historia nos incluya y la sensación de ser parte de la trama seguramente hará que busquemos volver a esa sensación placentera y fantástica que implica introducirnos en el mundo de la lectura.
—De un hogar sin madre ni padre ni familiares lectores ¿puede surgir un ávido lector?
—Siempre puede surgir un ávido lector y en cualquier momento de la vida también. Aún proviniendo de una familia que no tiene el hábito de la lectura. Si bien creo que los ejemplos valen más que mil palabras y ver a nuestros padres leer nos llevaría al menos a sentirnos atraídos por los libros, también creo que la base de un eterno lector no está dada tanto por el ejemplo, sino por la forma en que se nos presentan los libros. Si tengo que leer un libro como una tarea más de la escuela, como una obligación más, seguramente no me convertiré en un ávido lector. Simplemente porque lo que se nos presenta como obligación, lo que se fuerza a hacer, por lo general, no nos resulta atractivo ni placentero. Si el libro se presenta como algo lúdico, o lo que es mejor, como algo ligado a un momento afectivo (”mi mamá me lee un libro antes de dormir”) siempre voy a querer volver a esos momentos. Al momento de juego o al momento afectivo. Puedo leer libros a mis hijos aunque no sea una lectora empedernida. Puedo hacerlo como un juego más. El entusiasmo que puede llegar a provocar un libro en un chico también puede despertar el hábito lector en sus padres.
—¿Qué es ser mediador de lectura? ¿Es algo ligado a la educación?
—Un mediador de lectura es alguien que te acerca un libro. Te propone una lectura. Creo que los primeros mediadores de lectura son los padres, la familia. Que pueden ser, o no, lectores. Porque los padres siempre jugamos con nuestros hijos, y como dije antes, los libros son un espacio lúdico más. Después, claro, los mediadores por excelencia son los docentes y bibliotecarios. Ellos son el gran pilar entre los chicos y los libros. ¿Si esto está ligado a la educación? Bueno, los libros siempre educan, nos enseñan lo más importante que podemos aprender: nos enseñan a pensar. A formar un pensamiento propio. Los libros nos educan casi sin darnos cuenta. Esa es su magia.
—¿Recordás tu primer encuentro con libros?
—Mis padres no eran lectores, y no había libros en casa. Recuerdo que iba a esos lugares donde se compraban libros y revistas usados los sábados a la tarde, y me dedicaba a ver qué encontraba que me interesara. Un día encontré a Dailan Kifki, el bosque de Gulubú y a Carozo Minujín. María Elena me acercó a los libros, y no me fui más.
[Fotos: gentileza Gabriela Pérez y archivo]