Cuando Leopoldo Lugones escribió Las fuerzas extrañas tenía 32 años. Nació en 1874 en la localidad de Villa de María del Río Seco, al norte de la provincia de Córdoba, a los seis años su familia se mudó a la ciudad de Santiago del Estero y, más tarde, a Ojo de Agua. Volvió a Córdoba, pero a la capital, a hacer el bachillerato en el Colegio Nacional de Monserrat, donde vivió con su abuela materna hasta que en 1892 llegó su familia.
Contexto y escritura
De a poco, se inició en la escritura y la política: comenzó escribiendo en la publicación atea y anarquista El Pensamiento Libre, publicando poesía bajo el seudónimo de Gil Paz y fundando el primer centro socialista de la ciudad de Córdoba. Recién casado con Juana Agudelo y esperando a quien sería su único hijo, “Polo” Lugones (quién más tarde, como policía, sería conocido como un gran torturador), llegó a Buenos Aires. Ahí se unió a un grupo socialista junto a José Ingenieros, Alberto Gerchunoff, Manuel Baldomero Ugarte y Roberto Payró. También escribió en el periódico socialista La Vanguardia y el roquista Tribuna.
Su primer libro salió en 1897, se llamó Las montañas del oro y estaba inspirado en el simbolismo francés. Al año siguiente se adhirió a la Sociedad Teosófica, en la sección Rama Luz, de la que dos años más tarde fue elegido Secretario General. El interés por las ciencias y la idea de que todas las religiones surgieron a partir de una enseñanza común, hoy “tapada” por las doctrinas, sumado al del ocultismo, dio carne a este libro, Las fuerzas extrañas, que fue madurando de a poco.
Antes, escribió ensayos sobre la teosofía, la ciencia y la filosofía en las revistas Philadelphia de Buenos Aires y Sophia de Madrid, se adhirió a la masonería, fue expulsado del socialismo, publicó los poemas de Los crepúsculos del jardín y los cuentos de La guerra gaucha en 1905. Hasta que finalmente llegó este extraño libro en 1906. En su momento no tuvo grandes cantidades de lectores, sin embargo caló profundo el gesto, el movimiento la búsqueda: es un libro pionero en el género de la ciencia ficción y la fantasía en Argentina.
Sembrar la semilla
Antes de Las fuerzas extrañas, ¿qué había?, ¿qué se publicó en Argentina dentro del género? “El primer fantacientista argentino -sin tener conciencia de que lo era- fue ese genio estupendo, multifacético y casi desconocido hasta en su patria que se llamó Eduardo Ladislao Holmberg quien, en 1875, escribió el Viaje maravilloso del Sr. NicNac en que desarrollaba ya el tema de los mundos extraterrestres habitados por otros seres, con costumbres y leyes distintas de las humanas”, dice Angela B. Dellepiane en su investigación titulada Narrativa argentina de ciencia ficción: tentativas liminares y desarrollo posterior.
“Holmberg no estuvo solo”, escribe Dellepiane y nombra a Juana Manuela Gorriti, Carlos Olivera, Eduardo Wilde, Carlos Monsalve, Carlos O. Bunge, Atilio Chiappori, Santiago Dabove, Horacio Quiroga y a Lugones. “Todos ellos produjeron relatos de alta calidad literaria en que lo fantástico, que se introduce en la cotidianidad, proviene de creencias propias de la época o de avances de la ciencia que atraían fuertemente a los contemporáneos”. En esa gran oleada coloca a Las fuerzas extrañas como uno de “los ejemplos más notorios”. De esta forma, el libro de Lugones siembra la semilla de la ciencia ficción en Argentina.
Un científico y el misterio
¿De qué hablan estos relatos? Todas las historias giran alrededor del conocimiento humano, del saber, de lo que se conoce y de lo que se desconoce. Hay un personaje recurrente: un científico que invita a un amigo o conocido a su laboratorio para que vea los resultados de sus experimentos.
Hay un cuento que parece sobresalir, La lluvia de fuego, que empieza de este modo: “Recuerdo que era un día de sol hermoso, lleno del hormigueo popular, en las calles atronadas de vehículos. Un día asaz cálido y de tersura perfecta. Desde mi terraza dominaba una vasta confusión de techos, vergeles salteados, un trozo de bahía punzado de mástiles, la recta gris de una avenida…”
Y más adelante, dice: “Sin ser grande mi erudición científica, sabía que nadie mencionó jamás esas lluvias de cobre incandescente. Lluvias de cobre! En el aire no hay minas de cobre. Luego aquella limpidez del cielo, no dejaba conjeturar su procedencia. Y lo alarmante del fenómeno era esto. Las chispas venían de todas partes y de ninguna. Era la inmensidad desmenuzándose invisiblemente en fuego”.
Redescubrir el infierno
En el prólogo que escribió Inés Bruzzi para la edición que hizo Odelia en 2016, se lee: “Una particularidad de estas hisotiras es que sus protagonistas sufren terribles e inexplicables ‘castigos’ (mutilación, muerte o locura) cuando interactúan con las fuerzas del ocultismo. Este contacto con las potencias secretas aparece como una transgresión que quiebra las leyes naturales, morales o religiosas. Ya lo dice el narrador en ‘La estatua de sal’; ‘despertar el misterio es una locura criminal, tal vez una tentación del infierno’”.
Mucho tiempo después, en 2020, Hernán Casciari publicó 100 covers de cuentos clásicos, y ahí reversionó este. “Con esa tranquilidad, Leopoldo se asomó por la ventana para ver ese espectáculo histórico. El aire estaba rojo, los árboles se retorcían, las casas se derrumbaban y la gente que intentaba huir quedaba frita en las calles. Por no hablar del viento: era como un alquitrán caliente que revolvía el fuego y el olor a grasa cadavérica. Leopoldo se largó a llorar. Tarde o temprano terminaría como ellos. O al menos eso pensaba, cuando la lluvia, sorpresivamente, empezó a parar”, se lee en aquel relato.
Borges, quien sostenía que Lugones era “el máximo escritor argentino”, sabía que sus libros tenían algo de maldición, ya que “la imagen del hombre ha oscurecido la literatura escrita por él”.
Sin embargo, y justamente por eso, dejaba a cada generación, a cada época, una tarea prodigiosa: “Admirables trabajos como Las fuerzas extrañas permanecerán virtualmente inéditos hasta que nuestro tiempo los redescubra”. Ha llegado el momento.