“Un día después del entierro de Liliana, lloré de esa misma manera animal ya sola en casa. Un grito es un sonido agudo y estridente que se emite de una manera violenta. Un alarido expresa dolor o miedo. Pero esto que se esparció en ese cuarto solo, eso que no escucho nadie y que desagarró al aire en dos, era algo que venía de un mundo desconocido. Hay que agarrarse el abdomen y hacerse bolita sobre el piso. Hay que esconder el rostro. Hay que suplicar. El tiempo no pasa en absoluto. El pasado nunca es el pasado. Aquí estaba todo eso una vez más y hubo noches en que me despertó la certeza de que no iba a poder, de que tampoco esta vez iba a poder”, escribe Cristina Rivera Garza, en el El invencible verano de Liliana, editado por Penguin Random House.
Imagino a la autora abriendo los archivos personales de su hermana: siete cajas de cartón que nadie se atrevió a tocar en 30 años. Allí estaban. Tres décadas de polvo y horror, colocadas prolijamente en un estante bien alto de la casa de los padres. Donde no fueran alcanzadas por el quebranto insoportable de algo sin solución: la muerte que no tiene nombre. La muerte de una hermana. La hermana menor.
Sí, Lilianita. La misma que le había dedicado como palabras de aliento a una amiga, la frase de Albert Camus que inspiró el título de la novela: ”Cuenta Norma Xavier Quintana que lloraba en clase un día tras un desengaño amoroso. Liliana se acercó a ella y le dio un papelito: ‘En lo más crudo del invierno aprendí que existe en mí un invencible verano. Esto es tu invierno, añadió. Y pasará. No llores por nadie’”. Así fue Liliana, una vida truncada que, gracias al trabajo meticuloso de reconstrucción de Rivera Garza, pudo – de algún modo- decir en voz alta qué pasó. “Treinta años de silencio. El miedo a caer de bruces o el miedo a no soportar el dolor o el miedo a morir habían terminado por hacerse cómplices del asesino. Ahí estábamos todos, tan sin aire, tan sin palabras, tan silenciosos o inmóviles como Liliana sobre su lecho de muerte. (…) La rabia se parece mucho a la resignación. La impotencia al espanto.”
La obra de la escritora mexicana, ganadora del Premio Pulitzer, elegida por la revista Time, como uno de los 100 libros que hay que leer y uno de los trabajos de no ficción más notables según el Washington Post es muy difícil de catalogar. Es que en las 304 páginas de la novela se cruzan – todo el tiempo- ficción y realidad. Hay crónica, poesía, ensayo, archivos, cartas, narración. Hay de todo. No le falta nada. Es un homenaje. Es una poderosa herramienta de denuncia. Es una búsqueda desesperada de justicia por el asesinato de su hermana y de tantas otras mujeres víctimas de femicidio. Es un llamado de atención sobre la violencia de género.
Sólo en México mueren 10 mujeres por día por esta causa. “Somos ellas en el pasado, y somos ellas en el futuro, y somos otras a la vez. Somos otras y somos las mismas de siempre. Mujeres en busca de justicia. Mujeres exhaustas y juntas. Hartas ya, pero con la paciencia que sólo marcan los siglos. Ya para siempre enrabiadas”. Y también es un viaje a las entrañas del duelo: “¿Se puede ser feliz mientras se vive en duelo? La pregunta que no es nueva, surge una y otra vez durante esa eternidad que es el quebranto. Se habla mucho de la culpa, pero no lo suficiente de la vergüenza. La culpa del sobreviviente puede atraer una sospecha acaso saludable, un titubeo incluso razonable, acerca del placer, del gusto, de la compañía. Durante los primeros años de su ausencia, cuando los años se fueron acumulando unos sobre otros y todavía era imposible siquiera pronunciar su nombre, fue fundamental prohibirse cualquier actividad que pudiera interrumpir la danza del dolor. Nunca es una decisión consciente, pero sí brutal. ¿Puedo en realidad permitirme el placer de ese fideo seco, este pulpo asado, esta agua mineral fría? Los alimentos se atoran en la garganta, pero a diferencia de 29 años atrás, he aprendido a masticar bien cada bocado. Ahora se espera que los jugos gástricos degraden los alimentos poco a poco. Ahora eructo con recato. Esto es comer. Esto es tomar la decisión de seguir buscándote”.
La historia de Liliana Rivera Garza, una estudiante de arquitectura de la UNAM, agredida sexualmente y muerta por asfixia por su exnovio Ángel González Ramos, “un muchacho de Toluca, un güero en tierra de morenos, un tipo guapo, de apariencia fuerte, con los hombros y brazos adiestrados en gimnasios. Chamarra de cuero. Camisa ajustada al torso”, quien se dio a la fuga y nunca pudo ser detenido, se convirtió en una más de la larga lista de casos de violencia de género no resueltos en México. No hubo arrestos, ni acusados, ni juicios. Ningún sentido de justicia, ni para Liliana ni para nadie.
De ahí que El invencible verano de Liliana, se levanta como una propuesta aleccionadora ,que viene al rescate, que salva del olvido la vida y la muerte de la protagonista y la de tantas otras mujeres que sufrieron y sufrirán la misma suerte. Es una lectura imprescindible. Una oda a la hermandad y al amor que siempre es más fuerte, aun en la peor de las oscuridades o en el más helado de los inviernos. Definitivamente un favorito 2024.
Quién es Cristina Rivera Garza
♦ Cristina Rivera Garza, nació en el estado mexicano de Tamaulipas, México, en 1964.
♦ Es escritora, traductora, docente y crítica literaria, además de fundadora del doctorado en Escritura Creativa en español en la Universidad de Houston.
♦ Entre su prolífica obra se destacan: Nadie me verá llorar (1999), La cresta de Ilión (2002), Verde Shanghai (2011) y El mal de la taiga (2012).
♦ El invencible verano de Liliana (2021) obtuvo el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso 2021 en Chile, el premio Xavier Villaurrutia en su país, México y el Premio Pulitzer 2024, en la categoría Memorias-Autobiografía.