Mujeres de Malvinas: historias de coraje y amor que vencieron al dolor

A 42 años del cese del fuego, un libro recoge 11 voces duras, conmovedoras y necesarias. Porque, dicen sus autoras, este es el momento “de unirnos y sanar”

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Rosa Rodríguez, Virginia Urquizu y Alejandra Gonzalez, tres historias marcadas por Malvinas. (Gabriel Machado)
Rosa Rodríguez, Virginia Urquizu y Alejandra Gonzalez, tres historias marcadas por Malvinas. (Gabriel Machado)

Cada una de ellas tiene una historia completamente diferente sin embargo hay situaciones que las unieron y las unen. Entrar a sus historias atravesadas por la guerra es hacerlo a mundos dolorosos, impensados signados por la incertidumbre y a la vez, llenos de deseos de seguir la vida. Ambos conceptos se hallan en cada una de las historias de aquellas a quienes entrevistamos para el libro Nuestras mujeres de Malvinas.

Las que eran familiares de soldados no eligieron ser traspasadas por la guerra, les tocó en suerte, en triste suerte. Sus vidas quedaron suspendidas en el tiempo sin saber si sus seres amados sobrevirían a la Guerra de Malvinas.

En el caso de las profesionales, algunas eligieron formar parte del teatro de operaciones, como lo hicieron Silvia Barrera, la instrumentadora o la enfermera, Liliana Colino- Perteneciendo a la Fuerza Aérea, en una situación de defensa de la patria, era una posibilidad, participar de un conflicto bélico. Todo ello no les ahorró dolor, sufrimiento y al finalizar la guerra, el abandono institucional y el destrato en distintas formas. Dice Liliana Colino en su entrevista: …Acepto con una sola condición que me den con retroactividad el cargo que me corresponde. Me responden que eso no se puede hacer. Respondí categóricamente: ‘Entonces si no se puede hacer, me doy de baja…'”

Liiliana Colino en la presentación de "Nuestras mujeres de Malvinas" (Gustavo Gavotti)
Liiliana Colino en la presentación de "Nuestras mujeres de Malvinas" (Gustavo Gavotti)

Durante y después del conflicto, tanto las mujeres familiares como las profesionales fueron laceradas por el drama de la guerra.

Algo las atravesó durante y después de la contienda. La incertidumbre, esa palabra que está presente en las situaciones límites. En el caso de Nélida Montoya, la mamá de un soldado caído en las Islas, la incertidumbre de saber si su hijo Horacito regresaría, cuando la mayoría de sus compañeros, lo había hecho, como reza en la introducción de su historia: “…Desde hace dos años han quedado suspendidos en el tiempo y en la angustia de no saber dónde está Horacito. Lo único que han recibido de parte del Regimiento 6 de Mercedes, como respuestas han sido rodeos, evasivas e imprecisiones…”

Rosa Rodríguez era muy chiquita cuando su hermano Mingo partió a las islas. Tenía doce años. Vivió la incertidumbre que padeció toda la familia mientras esperaba a su hermano, acompañando a los padres, hasta que recibió de su madre, en el lecho de muerte el legado de seguir buscando a su hijo “tragado” por la guerra, por años. “…Yo también viajé a Malvinas cuando mi mamá ya no estaba bien. Yo estaba muy enojada porque no podía encontrar la tumba de mi hermano. Le pregunté a un sacerdote que nos había acompañado y me dijo que no podía encontrarlo porque no se sabía dónde y quiénes estaban, por eso tenían la placa ‘Soldado argentino sólo conocido por Dios’…”

El grupo de las seis instrumentadoras, fotografía tomada con la cámara de Silvia Barrera
El grupo de las seis instrumentadoras, fotografía tomada con la cámara de Silvia Barrera

Michelle Aslanides, la entonces adolescente de catorce años, vivió su parte de incertidumbre cuando la guerra terminó y Fabián Streinger, el soldado con quien se estaba intercambiando cartas, no le respondió: ”…La verdad es que pensé ‘voy a esperar a que salgan las listas de las personas fallecidas’. En ese momento no había Internet ni nada como ahora, entonces fueron las únicas formas que fui encontrando porque tampoco estaba dedicada el cien por ciento de mi vida…”

Para Rosana Fuertes, la incertidumbre tuvo al menos dos situaciones complejos. La primera cuando su novio Daniel Ontiveros, partió al frente con sólo dieciocho días de instrucción. Y años más tarde, cuando Daniel no quería asumir los daños provocados por los traumas posguerra. ”… Al principio, cuando estaban sin la contención del Estado, muchos andaban deambulando con sus ropas de la guerra, fueron tiempos muy duros. Tiempos de ‘desmalvinización’. Agradezco que nosotros teníamos los medios para poder hacer tratamientos…”

El caso de la hija Elina Carullo es diferente, ya que ella nació el 9 de julio de 1982. No vivió las incertidumbres de las mujeres anteriores, aunque sí valora a su madre, embarazada de ella y a todas las mujeres de la familia que acompañaron, las reconoce como “mujeres de Malvinas”, también. Ante la pregunta de si la madre había recibido cartas, responde “…Sí, sí. Por suerte, sí. Se intercambiaron cartas. Pero la incertidumbre de no saber era muy angustiante, según nos cuenta…”

Elina Carullo, Malvinas en la sangre. (Gabriel Machado)
Elina Carullo, Malvinas en la sangre. (Gabriel Machado)

Los años pasaron, más de cuatro décadas del alto al fuego de la guerra de Malvinas. Cada una a su modo encontró o intenta encontrar, cada día, sentido a tantos años de suplicio. De poder continuar la vida: con sus familias, haciendo acciones en pos de los veteranos que volvieron, a través del arte y recordando a Malvinas no sólo el 2 de Abril.

La experiencia personal de este trabajo, siendo hermana de un veterano, junto a Silvia Cordano, es algo muy potente. Único. Sabiendo que pudimos ser puente para que Nuestras Mujeres de Malvinas pudieran abrir sus corazones, en gran parte, heridos para poder sanar. Para seguir sembrando Malvinas. especialmente en los más jóvenes. Para seguir la vida.

Beatriz Páez y su hija, Beatriz Reynoso, una de las autoras de "Nuestras mujeres de Malvinas"
Beatriz Páez y su hija, Beatriz Reynoso, una de las autoras de "Nuestras mujeres de Malvinas"

Fortaleza, valentía y esperanza

A pesar de los intentos de evitarlas en las narrativas de la historia acerca de la guerra y la posguerra, las mujeres desempeñan un papel fundamental también en la reconstrucción de las sociedades afectadas por la contienda. Su valor, humanidad y resiliencia se convierten en pilares clave para superar las secuelas emocionales y sociales que deja un conflicto armado. Nuestras mujeres han demostrado una capacidad única para enfrentar los desafíos que surgen en esos momentos críticos, convirtiéndose en agentes de cambio.

Hace 42 años, llegaba a la zona de guerra un grupo de mujeres profesionales que marcaron un hito en nuestra historia y en la lucha por la igualdad de género. Estas valientes, que actuaron en un escenario dominado por varones, desafiaron estereotipos y prejuicios para demostrar su valía, competencia y compromiso con la labor que llevaron adelante en medio del horror.

Enfermeras e instrumentadoras quirúrgicas como Liliana Colino y Silvia Barrera, que vivieron en el corazón del conflicto, fueron pioneras en ese contexto, donde tradicionalmente se consideraba que las mujeres no tenían un papel relevante. Sin embargo, nuestras mujeres de Malvinas demostraron una valentía y vocación inquebrantables, al enfrentar condiciones adversas y el sufrimiento que rodeaba el enfrentamiento, trabajando incansablemente para salvar vidas y aliviar el dolor de los heridos, contribuyendo de manera significativa a la atención médica y emocional de los soldados, aún en la posguerra. Y eso no fue fácil para ellas.

"Nuestras mujeres de Malvinas": testimonio, reflexión y oportunidad histórica.
"Nuestras mujeres de Malvinas": testimonio, reflexión y oportunidad histórica.

Vivieron la guerra dos veces. En el ámbito profesional, las mujeres que participaron de Malvinas se encontraron con un escenario desafiante una vez que el conflicto llegó a su fin. Muchas de ellas tuvieron que batallar contra la falta de oportunidades, a pesar de su experiencia y capacitación en situaciones extremas. La invisibilización de su labor durante la guerra limitó sus posibilidades de crecimiento y reconocimiento en sus respectivas disciplinas.

Tuvieron que enfrentar el desafío de lidiar con las secuelas emocionales en la posguerra, el duelo por los compañeros caídos en combate y la bruma patriarcal, enfrentándose a desigualdades, destratos y celos. A pesar de la importancia de su labor, fueron relegadas a un segundo plano y sus contribuciones minimizadas, en un intento machista de reforzar la idea de que las mujeres no tienen un lugar relevante en los conflictos armados. Ha sido un largo camino hacia el reconocimiento. Tuvieron que levantar la voz y salir a gritar su verdad. Su determinación no sólo rompió barreras. Abrió el camino para que otras mujeres pudieran acceder a roles y espacios antes negados.

También en la reconstrucción de nuestra identidad y memoria, el trabajo de la antropóloga Virginia Urquizu fue un claro ejemplo de que la humanidad trasciende lo profesional. Su compromiso con la verdad, la justicia y la reparación han sido un faro de esperanza en un contexto marcado por el vacío insondable y el sufrimiento de tantas familias.

La antropóloga Virginia Urquizu. (Gabriel Machado)
La antropóloga Virginia Urquizu. (Gabriel Machado)

El trabajo de excelencia en la identificación de los de nuestros soldados se unió al acompañamiento de padres, madres, hermanos, hijos, esposas a lo largo y ancho de nuestro país y ha permitido cerrar esas heridas abiertas por décadas para rendir merecido homenaje a aquellos que sacrificaron sus vidas por la Patria.

La entereza de las madres como Beatriz Páez, a quien la guerra le devolvió a su hijo con ecos del horror y principio de congelamiento, conmueve. Fue sostén y lazo de muchos otros soldados y sus familias en el hospital de Campo de Mayo y hoy a sus 90 años, continúa guiando a muchos en el camino de la Fe. Hijas de la posguerra representadas en la marplatense Jimena Amaro, cuya infancia fue marcada por episodios traumáticos y violentos de la batalla emocional que llegó después de Malvinas, bajo la alfombra del desamparo y la ausencia de contención.

Hermanas como Alejandra Gonzalez, que en plena adolescencia se convirtió en sostén de su familia y ayuda a muchas otras, como una mujer puente que sana y facilita.

El cementerio argentino en las Islas Malvinas.
El cementerio argentino en las Islas Malvinas.

La empatía, compasión y solidaridad de nuestras mujeres fueron y son fundamentales para fomentar la cohesión social y la convivencia pacífica en un círculo marcado por la violencia y el dolor. La manera en que siguieron adelante, apostando a la vida con ese amor que es más fuerte que el dolor y la muerte misma, moviliza y transforma. Es esperanza. Y la esperanza, como escribió Julio Cortázar, es la vida misma defendiéndose.

De esta manera, este libro nos permite adentrarnos en sus historias personales y a la vez nos sacude. Nos interpela. Nos recuerda la importancia de escuchar y valorar la voz de quienes han sido afectados por las violencias y el sufrimiento, y de trabajar juntos para construir un futuro mejor. Estamos ante una oportunidad histórica de unirnos y sanar. Porque visibilizar a Nuestras Mujeres de Malvinas, además de justo y necesario, es realmente sanador. En lo colectivo y en lo personal.

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