Hay artistas a los que la curiosidad, el sabor por la aventura, lo llevan a emprender travesías impensadas. Artistas que abandonan la comodidad de sus privilegios y deciden, motivados por razones que quizá para otros parecen incomprensibles, lanzarse hacia lo desconocido. El suizo Adolf Methfessel fue uno de ellos.
El porteño Museo Larreta presenta “El pintor científico”, una exhibición que revela aquel espíritu indómito que en la Argentina del siglo XIX fue un documentalista de la Guerra del Paraguay y pintó, tras largas travesías, lugares, personas y tradiciones de rincones inhóspitos de Mendoza, Tucumán, Córdoba y Misiones, donde además realizó excavaciones.
Curada por la investigadora y Doctora en Historia Leontina Etchelecu, el legado de Methfessel se recorre a través de tres núcleos: una sala dedicada a litografías del conflicto bélico, donde además se muestra piezas de Modesto González, otra en la que abundan los óleos paisajísticos de sus viajes por el país y, una tercera, en la que se aprecian las acuarelas de sus últimos años, ya de regreso en Suiza, donde recrea partes de la ciudad europea.
Félix Ernest Adolf Methfessel (Berna, 1836-1909) arribó a la Argentina alrededor de 1864. No se sabe cómo, pero llegó al país con su título de arquitecto de paisajes, paisajista en otras palabras, bajo el brazo, tras enterarse que Domingo Faustino Sarmiento, en ese momento ministro de Bartolomé Mitre, convocaba a extranjeros en el campo de las ciencias para explorar y hacer registros de excavaciones.
“Era un momento en que había una cierta ‘diáspora’ desde Suiza, que venían al país. Él llega con un amigo y no sabemos qué contactos tendría, pero un año después ya tenía un trabajo como representante de una firma que era proveedora de suministros del Ejército aliado en la Guerra del Paraguay”, explica Etchelecu a Infobae Cultura.
La llamada Guerra de la Triple Alianza (Argentina, Uruguay y el Imperio del Brasil), que se desarrolló entre 1864 y 1870, comenzó cuando el gobierno de Solano López se apoderó de un buque mercante brasileño, tras la invasión brasileña a territorio uruguayo.
“Fue un cronista realmente muy avezado sobre los episodios de la Guerra del Paraguay, pudiendo retratar a los personajes más carismáticos y emblemáticos. Tiene un punto de vista casi participativo pero ajeno al conflicto, porque no hablaba castellano, sí alemán y francés. Los periódicos de la época lo retratan así: va recorriendo y tomando apuntes en libretas y bocetando, siempre con una caja de acuarelas colgando”, explica.
Así, además de los personajes, Methfessel ilustra los enfrentamientos y pone su ojo en los campamentos, los caminos y las proveedurías, como la emblemática de Curupaytí.
Sin dudas, el cronista más famoso de aquel evento fue Cándido López, pero no fue el único. Además del “manco de Curupaytí”, estuvieron Modesto González, un pintor aficionado que realizó obras de corte heroico, el cronista documental José Ignacio Garmendia, general en la guerra, y Methfessel, por supuesto, que se diferenció por su mirada cientificista, de observador objetivo.
“Cándido López fue un protagonista de la guerra, la vivió, la sintió, le temió y lo que él representaba tiene una emocionalidad que no se ve en Methfessel, quien si quería se acercaba o no. Entonces es otro registro, tal vez más objetivo, más incisivo”, sostiene.
Sin embargo, comenta Etchelecu, “Methfessel se anticipó a todos los demás y quizá le copiaron un poco su trabajo”: No sé si Cándido López le pudo copiar, pero López se fue tras la batalla de Curupaytí, en el 66, cuando pierde el brazo. Hizo estos registros de todos los campos de batallas en los que estuvo, pero también se fijaba en los partes de guerra del ejército. Lo que no vio, lo leyó de ahí. La obra de Methfessel, que vivió los 5 años de guerra, es más territorial que la de Cándido”
“Al igual que el general Garmendia, Cándido también copió mucho de las fotos, porque fue la primera guerra en Sudamérica en que se realizaron fotografías, por un estudio de norteamericanos instalados en Montevideo, contratados por el gobierno uruguayo”, dice.
Por su parte, Modesto González, presente con la muestra con dos acuarelas fantásticas, “es el menos conocido” y también “realizó óleos maravillosos de soldados paraguayos posando como si fueran fotos de estudio, que se encuentran en el Museo Saavedra de la Ciudad y en el Museo Udaondo de Luján”, espacio donde también se encuentra una segunda camada de obras de la guerra realizadas por Methfessel, aguadas y gouaches de entre 1872 y 1873 por pedido de Estanislao Zeballos, para las que regresó a los campos de batalla, y que no se llevaron a editar entonces -sí después algunas aparecieron en Bosquejos de la Guerra del Paraguay de Alberto Amerlan (1904)- y que tampoco forman parte de esta muestra.
Entre las obras que sí se encuentran hay, por ejemplo, recreaciones de la toma de prisioneros paraguayos en Loma Valentinas, batalla que ganó el ejército aliado; del puerto de Asunción, campamentos, las base de Mitre (con la pequeña figura del general/presidente al frente), las ruinas de la iglesia de Humaitá tras el combate e incluso una leva de gauchos en Corrientes.
Durante más de tres décadas, el pintor viajero habitó diferentes partes del país. Tras su regreso de la guerra, intercala viajes entre Córdoba y Tucumán, pero en Buenos Aires en 1874, “nuevamente en contacto con Sarmiento, entra en la convocatoria del concurso para diseñar el jardín del parque de 3 de Febrero”, conocido hoy como los Bosques de Palermo, lugar donde tuvo su residencia Juan Manuel de Rosas y que debe su nombre oficial justamente a la fecha de la Batalla de Caseros, que significó el final del gobierno del “Restaurador de las Leyes” por el Ejército Grande, del que participaron Mitre y Sarmiento. De hecho, donde alguna vez estuvo el Caserón de Rosas se localizó un monumento dedicado a Sarmiento, obra del francés Auguste Rodin, pero ya en el 1900, no casualmente un 25 de Mayo.
Así que nada mejor que borrar aquel pasado de barbarie con la civilización de un jardín de tipo francés, para el que se presentaron 19 ingenieros paisajistas y arquitectos, entre ellos Methfessel junto al ingeniero alemán Carlos Börmel, quienes fueron adjudicados con el proyecto ganador -en exhibición- pero no con la realización, que fue otorgada al belga Jules Dormal “que estaba más cercano a ciertos factores del poder”, aunque su finalización como se lo conoce en la actualidad se la debe a Carlos Thays, cuando fue director de Paseos y Jardines.
Methfessel, impotente e iracundo porque le habían sacado su proyecto de las manos, se marcha a Tucumán, donde estuvo por 14 años, en los que trabajó en el Colegio Nacional y más tarde en el Colegio Normal como profesor de dibujo y de alemán, convocado por Paul Groussac, y “por los avisos que sacaba en los diarios de Tucumán se sabe que se ofrecía a restaurar obras al óleo de las familias”, en otra muestra más de “una personalidad muy versátil que se destacó en todas las áreas que abarcó”
De esta etapa se encarga la sala Arte y Ciencia, donde se encuentra una selección de óleos de paisajes y costumbres que realizó en diferentes expediciones. “Fue un momento en que se congregaron diferentes naturalistas y dibujantes para la exploración de diferentes zonas, había mucha ebullición, mucha expectativa, por los nuevos descubrimientos que iban aflorando. Entre ellos, Germán Burmeister que suma los trabajos de Methfessel para su Atlas de la description Physique de la Républicque Argentine (1881)”, agrega Etchelecu.
Y es que el suizo se incorporó como dibujante y acompañante de expedicionarios del Museo La Plata, convocado por Francisco “el Perito” Moreno, pero no sólo se limitó a realizar bosquejos, sino que movido por la curiosidad y el espíritu aventurero realizó excavaciones y envió “cientos de piezas de alfarería metal y piedra, la mayor parte de gran volúmen, y en una numerosa colección de cráneos y esqueletos de los hombres que fabricaron esos objetos, restos exhumados personalmente por dicho señor [Methfessel] y por lo tanto auténticos… de varios pueblos diferentes…”, escribió el Perito en la Revista del Museo.
Y agrega: “Confié esta misión al empleado extraordinario Sr. Adolfo Methfessel, quién guiado por los consejos del Sr. Don Samuel Lafone Quevedo, debía examinar con el mayor detenimiento, todas las ruinas indígenas, practicando excavaciones y reuniendo toda muestra por la más insignificante que pareciera. Su conocida habilidad como dibujante contribuiría en mucho a su mejor resultado. Esta ha respondido a lo esperado, y puedo decir que lo reunido ya por nuestro activo empleado, forma una serie mucho más importante que todo lo adquirido por la compra hasta hoy…”.
En la muestra -cuyas obras pertenecen todas a una colección privada- se pueden apreciar unas impresiones de los dibujos de fósiles de aquellos viajes, como también los increíbles óleos que realizó por el Alto Paraná junto a Juan Bautista Ambrosetti, desde la vieja estación de trenes de Córdoba, el viaje en diligencia “que lo describe en sus cartas como muy penoso” y luego toda una serie de cuadros donde “empieza un romanticismo alemán que tiene que ver con el paisaje, los escritos de Goethe, de Schieller”, en los que hay “una explosión de la naturaleza, la exuberancia, la desmesura y el uso del claroscuro”.
Paisanos de la zona y una “arquitectura de paisajes” habitada por cóndores, por garzas blancas, los chispazos del agua cuando golpea las piedras con “una paleta que va muy a lo terroso” y un traspaso de la selva tucumana a la tropical del Alto Paraná hasta el encuentro con las cataratas del Iguazú, que se presenta en un gran óleo en el centro de la sala, a las que llegaron “tras una travesía de meses” y que “fue la primera vez que se registraron los saltos, que si bien ya se conocían no habían sido fotografiadas”.
Hay también recreaciones de una “colonia militar brasileña en Iguazú, donde a lo largo del periplo junto a Ambrosetti y otros que los acompañaban, un taxidermista entre ellos, pararon a reaprovisionarse y descansar de los rigores del clima, del calor y de los mosquitos”, también de grupos de pobladores guaycurúes, en la que se los observa construyendo una trampa para tigres y en otra un asentamiento junto al río, en la que se observa una “construcción que se llama barbacoa en guaraní, que consta de un techo de palma a dos puntas, donde adentro secaban la yerba sobre un sistema de cañas arqueadas”.
En 1895 el suizo regresa a su ciudad natal, se lleva muchas de sus obras pero también sigue, acorralado en ese pasado salvaje, realizando algunas obras al calor y color de la selva, pero comienza a realizar otro tipo de arqueología, realizando acuarelas de una Berna que jamás conoció, de lugares que habían sido demolidos hacía tiempo ya.
“Sus años de retiro los pasó en una residencia muy linda para la burguesía y empieza a pintar Berna incluso antes de que él naciera, la puerta de Aubert, la de Marsili, todas de hacía algunos siglos atrás, que tomaba evidentemente de grabados. Su nostalgia por ese pasado es tal que cada nombre de lugar lo pone con letra gótica”, comenta. Algunas de estas obras, junto al proyecto para el parque 3 de Febrero, se encuentran en la tercera sala de la exposición.
*”Adolf Methfessel. El pintor científico”, en el Museo Larreta, Juramento 2291, CABA. Lunes, miércoles, jueves y viernes de 11 a 19 h; sábados, domingos y feriados de 11 a 20 h. Martes cerrado. Entrada para público General: $500 y para extranjeros no residentes: $3000. Miércoles gratis. Jubilados, estudiantes universitarios presentando acreditación, personas con discapacidad más un acompañante, menores de 12 años y grupos de estudiantes de colegios públicos, sin cargo.