Toda buena historia comienza con una buena idea. La idea puede ser simple. Mi novela Smoky: Relato de muerte, exilio y terror surgió de un hecho mundano: el perro de mi suegra atacaba a las personas. De ese germen surgió un repertorio de monstruos, viajes, asesinatos, espectros. Las ideas que claman ser escritas se aferran a mí por años.
Divido mi trabajo creativo en etapas de caos y de orden. La etapa del caos es la más divertida. Hay que apagar al crítico interior, improvisar y generar ideas. Un truco que aprendí de Dostoievski es crear personajes que encarnan diversas actitudes hacia la vida y luego ponerlos a discutir. La etapa del orden consiste en estructurar, revisar y reescribir minuciosamente. Me sitúo en el lugar del lector. Quiero escribir libros que a mí me gustaría leer. Alterno entre la pantalla y el papel. Necesito leer y corregir en papel, y uso la computadora para introducir cambios. La idea va tomando forma en el proceso, en la acción misma de escribir.
Así, la premisa original, algo imprecisa, se va enriqueciendo con personajes y situaciones. Nunca tengo la más vaga idea de cómo va a terminar la novela. La disciplina es esencial. Escribo en las márgenes de mi trabajo habitual, robando tiempo de donde sea. Para mí, escribir es una obsesión. A veces es como si fuera otro el que escribe, o el lenguaje mismo. No tengo el lujo del tiempo ocioso, así que debo tomar decisiones rápidas, sabiendo que no hay vuelta atrás. Tras las requeridas diez mil horas de aprendizaje, sé qué funciona y qué no. Me toma un rato entrar en calor: necesito unas tres o cinco horas ininterrumpidas, en un ambiente estéril y sin distracciones. Sin embargo, me gusta escribir en cafés y oficinas. Me concentro y entro en otro mundo. El foco es tal que no recuerdo haber escrito ninguna de mis novelas. Me parecen la obra de otro.
No sospeché que Suicidados sería tan relevante en la presente situación de nuestro país. La novela está basada en un caso real que sucedió en Francia, China y Argentina. Luego de la fusión de dos empresas multinacionales de telecomunicaciones, directivos de la nueva entidad decidieron reducir su planta de empleados a la mitad. Para ahorrarse el pago de las indemnizaciones, decidieron forzar a los empleados a renunciar. Con este fin, se implementaron condiciones de trabajo humillantes e insoportables, transformando al ambiente laboral en un infierno. Las condiciones extremas desencadenaron una ola de suicidios entre el personal. El escándalo terminó en un juicio en Francia, pero en Argentina no pasó nada.
Iván Mansilla es un personaje pasivo, que se resiste a actuar, hasta que las circunstancias lo llevan a asumir el rol del héroe. Por otro lado, está Jean-Jacques Lefléau, gángster fundamentalista de los mercados, autor del revolucionario modelo de gestión empresarial en la corporación donde trabaja Iván. La mayor parte de la trama ocurre en una torre de oficinas en Puerto Madero. El movimiento vertical estructura la narrativa. Mansilla debe subir a la cima del edificio, piso por piso, para enfrentar a Lefléau.
Encuentro asfixiante al realismo. Soy un escritor de literatura fantástica en sus varias modalidades (ciencia-ficción, terror, New Weird). Me gusta la libertad que implica situar mi historia en cualquier lugar del espacio-tiempo, con personajes que no necesariamente tienen que ser humanos. Hay un poco de todos estos géneros en Suicidados. La fantasía refleja la realidad de un modo más fiel y verdadero que un facsímil. Especialmente nuestra realidad, cada vez más disparatada e inverosímil.
Finalmente, una de las grandes satisfacciones del proceso fue el excelente y meticuloso proceso de edición. Debo agradecer en particular a Marcelo Rubio y a Graciela Scarlatto. El editor es una especie en extinción, desafortunadamente, pero su trabajo es esencial, tanto como curador como quien establece el vínculo vital entre público y autor.