El filósofo y poeta cordobés Oscar del Barco, pensador heterodoxo e intelectual destacado del pensamiento de izquierda latinoamericano durante los años sesenta, murió este domingo en la ciudad de Córdoba, a los 96 años.
Nacido en Belle Ville en 1928, Del Barco tradujo tempranamente a autores fundamentales del pensamiento y la literatura francesas como Jacques Derrida, Georges Bataille, Roland Barthes, Maurice Blanchot, Louis Althusser, Antonin Artaud y Sade, entre otros. También fue responsable de varios proyectos editoriales, comenzando por la revista Pasado y presente, que nucleó a intelectuales disidentes o expulsados del Partido Comunista, como sus compañeros Héctor Schmucler y José Aricó, con quienes se embarcó en una renovación teórica del marxismo.
Del Barco produjo una vasta obra ensayística que aborda temas desde la política, la historia y la filosofía hasta el arte, la literatura y la antropología. Parte de ese trabajo fue reunido en los libros Un resplandor sin nombre. Textos sobre política, filosofía y mística, publicado por la editorial catalana Tercero incluido; Alternativas de lo posthumano (Caja Negra) y En busca de las palabras. Textos sobre literatura y arte 1972-2014, publicado por Fondo de Cultura Económica. El sello cordobés Alción se ha encargado de editar su obra poética.
En paralelo a la escritura, el pensador y poeta también desarrolló una silenciosa obra plástica inspirada en el surrealismo y el expresionismo, que fue dada a conocer primero en 2008 con una muestra en el Centro Cultural España de Córdoba y más recientemente en el Palacio Ferreyra, en la que reunió sus Cristos y otras decenas de piezas rasgadas, quemadas e intervenidas con distintas técnicas.
Además, Del Barco se ha desempeñado por muchos años como docente y director académico en la Universidad de Córdoba y en la Universidad Autónoma de Puebla, donde dirigió durante su exilio el Centro de Investigaciones Filosóficas. Su etapa en México, de 1975 a 1983, lo acercó al pensamiento místico a través de la experimentación con el peyote y otras sustancias psicotrópicas.
Desde esa deriva hacia la reflexión espiritual y ética, que se encuadra en un pensamiento siempre rupturista, despertaría una controversia en el año 2004, cuando publica una carta abierta en la revista La Intemperie donde se asume responsable por las muertes de los jóvenes militantes Adolfo Rotblat y Bernardo Groswald, asesinados en 1964 por sus propios compañeros del Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP), grupo al que revista Pasado y Presente reivindicaba desde sus páginas.
“Ningún justificativo nos vuelve inocentes. No hay ‘causas’ ni ‘ideales’ que sirvan para eximirnos de culpa”, decía en la carta. Y agregaba: “Todos los que de alguna manera simpatizamos o participamos, directa o indirectamente, en el movimiento Montoneros, en el ERP, en la FAR o en cualquier otra organización armada, somos responsables de sus acciones”, en un llamado a revisar los ideales del pasado y las convicciones del presente. La polémica culminó con la edición del libro No matar. Sobre la responsabilidad, en 2007, donde se compilan las intervenciones de otros interlocutores en el debate, como León Rozitchner, Eduardo Grüner y Nicolás Casullo.
En 2014, el filósofo volvió a estar en la mirada del debate público cuando rechazó el Premio Konex por desacuerdos éticos, expresando su negativa a recoger un premio que ha sido otorgado a cómplices de la dictadura militar. Por su parte, también asumió: “No me considero de ninguna manera un ejemplo ético a proponer a los ‘jóvenes’ por cuanto no sólo apoyé la dictadura totalitaria de la Unión Soviética y la falta de libertades en Cuba, sino que acepté en 1964 el asesinato de dos integrantes del llamado Ejército Guerrillero del Pueblo”.