Nuestra excepcionalidad en el cosmos y en la naturaleza, inconmovible, fue puesta en duda varias veces en el último siglo. Cabe recordar las tres graves afrentas al amor propio de la humanidad ya planteadas por Freud en 1916: las dos primeras –la teoría heliocéntrica de Copérnico y la teoría de la evolución de las especies de Charles Darwin– cuestionaron en lo fundamental las creencias religiosas de Occidente, al desplazar al planeta Tierra del centro del universo y arrancar al ser humano de su origen divino. El descubrimiento del inconsciente, por su parte, le puso un límite a la idea moderna del sujeto autosuficiente regido por la voluntad y la razón. Desde entonces, la ciencia ha entrado en ebullición y seguramente cabe contar otras varias heridas narcisistas infligidas por nuevas investigaciones científicas.
En Mentes paralelas, la autora italiana Laura Tripaldi enlaza ideas y experimentos radicales que obligan a replantear las nociones básicas que definen nuestra existencia y –tal vez con más urgencia– a construir de otra manera las relaciones con el mundo que nos rodea. Los conceptos comunes de vida, inteligencia, identidad y conciencia se desustancializan para ser reinterpretados como propiedades emergentes de sistemas complejos, entre los que cabe incluir organismos con mentes horizontales y deslocalizadas como el pulpo o el légamo policéfalo (un extraño moho ultrasensible), pero también materiales inteligentes capaces de autoorganizarse. Mientras se agita el temor de que la inteligencia artificial pueda remover los últimos cimientos de la singularidad humana, Tripaldi señala a través de ejemplos como la seda que producen las arañas o los soft robots una continuidad entre el mundo de la materia y el mundo de la vida.
Formada en química, con estudios posteriores en nanotecnología y ciencia de los materiales, la joven investigadora acerca al lector un modelo de conocimiento que pone en crisis el paradigma antropocéntrico de las ciencias naturales. La materia que abordan estas ciencias aplicadas asume un rol activo en su estudio, dentro de un agenciamiento que produce criaturas ni naturales ni artificiales, sino híbridas como las figuras mitológicas que estructuran el libro. “No creo en la ciencia como un saber que detenta la verdad universal, hay diferentes ciencias y cada una es una combinación de distintas prácticas culturales. Varias de ellas no son lo que imaginamos como ciencia, no siguen típicamente el método científico de observación de la realidad para luego elaborar hipótesis”, le dice la investigadora a Infobae Cultura.
Tripaldi estuvo de visita por Argentina en las últimas semanas, donde participó de talleres y de charlas en la Universidad de Buenos Aires y en el Malba. El viaje sirvió para presentar su libro, publicado por Caja Negra el año pasado pero escrito en la pandemia. “Me parecía importante que la ciencia se abriera al resto de la cultura y también me interesaba poder conectar mis investigaciones con los debates más amplios que estaban sucediendo en el campo cultural, tanto en filosofía como en ecología, además de algunas discusiones políticas vinculadas con las temáticas de género y el feminismo”, comenta sobre el origen de Mentes paralelas. La autora también observa un interés, sobre todo en el arte, por algunos conocimientos y métodos de la ciencia: “Siento que hay un deseo de ir más allá de la cultura humana como generalmente la entendemos para comprender también experiencias no humanas desde otro lugar, así como intentar entender la realidad y el mundo de una manera más ecológica. Desde esta perspectiva, no somos el centro de todas las cosas, sino que estamos vinculados horizontalmente con todo lo que nos rodea”, agrega.
–¿Cómo redefinen nuestros conceptos de inteligencia y de vida los materiales inteligentes que abordás en el libro y qué podemos aprender de ellos?
–Hay que partir de la idea de que estos materiales no son objetos pasivos que están disponibles a nuestro servicio, se comportan con cierta autonomía y tienen la capacidad de ir contra las expectativas con las que trabaja el científico en el laboratorio. Son materiales capaces de percibir su entorno y de adaptarse a él a través de un aprendizaje y de cierta memoria, y para mí esa es tal vez la definición más simple de inteligencia. En el libro uso esta palabra, aunque quizás no sea la más adecuada. Lo que sí pienso es que la inteligencia o la cognición no es exclusivamente humana ni está necesariamente en el cerebro. Podemos imaginar otras formas posibles de cognición o inteligencia, como la de la seda de araña. No solo es un material capaz de aprender, de adaptarse al entorno y de curarse a sí mismo, sino que también es posible pensarla como una extensión de la mente de la araña. Me interesa entender cómo los materiales pueden ser inteligentes no solamente en sí mismos, sino en relación con nosotros o con el animal que los produce.
La cuestión de la vida empieza con el entendimiento de que lo que definimos como viviente es siempre cambiante. A lo largo de la historia de la ciencia no ha significado siempre lo mismo. Y ahora hemos llegado a un punto en el que se vuelve interesante examinar las fronteras entre lo viviente y lo no viviente e intentar definir la vida en términos más generales, no solo desde lo biológico. Podemos imaginar otras posibilidades de vida a partir de otros materiales, incluso artificiales. Me interesa particularmente la posibilidad de crear formas de vida sintéticas e intentar comprender lo que estas pueden enseñarnos. Como humanos muchas veces sentimos que no hay otras formas de vida biológica tan excepcionales y complejas en el universo, sin embargo existen otras formas para la complejidad y la inteligencia que difieren de la nuestra. Quizás podemos aprender mucho de nosotros mismos mirando a nuestro alrededor y más allá de lo que ya conocemos.
–Muchas de las ideas y experimentos con estructuras complejas mencionados en el libro se asocian con un enfoque feminista. ¿Cómo se conectan con el feminismo estas prácticas científicas?
–La perspectiva que predomina en el libro es feminista en un sentido no literal, más allá de las autoras que cito. Tiene que ver sobre todo con el intento de deconstruir ciertos binarismos que pueden ser violentos y opresivos en la medida en que cosifican al otro. Las científicas mujeres podemos ver esto de un modo más claro porque hemos sido tratadas como objetos durante mucho tiempo. En ese sentido es que se vuelve posible conectar un pensamiento feminista con la deconstrucción de una mirada que aborda a los materiales y a los demás seres vivos como objetos. Creo que esa es la razón por la cual muchas autoras y autores con formación científica que hoy en día están interesados en las problemáticas de género, como Donna Haraway o Karen Barad, están también trabajando en los cruces de la ciencia con la filosofía. Me parece que hay una conexión profunda entre estos dos enfoques.
–En estos últimos años asistimos a la emergencia global de la inteligencia artificial como una tecnología que va a modelar nuestro futuro. ¿En qué medida se vincula con este proceso la tecnología de los materiales?
–Es interesante analizar lo que entendemos por “inteligencia artificial”. Típicamente, cuando oímos la expresión, la asociamos con tecnologías digitales como los algoritmos de las computadoras. Pero lo que me interesa es considerar si también podemos imaginar la inteligencia artificial en un sentido más amplio. Actualmente se ha vuelto imposible hablar de tecnología sin mencionar la inteligencia artificial de tipo digital, y me entristece un poco que para el común de la gente se hayan vuelto sinónimos. El tipo de tecnología del que me interesa hablar, asociado entre otras cosas con la ciencia material, la nanotecnología y la biotecnología, es muy diferente de esta idea abstracta de la tecnología como algo virtual que flota en el aire. Son tecnologías muy corporizadas, y creo que al fin y al cabo también lo es la tecnología digital. Está hecha con hardware, con minerales, con interfaces de base material. No me parece entonces que haya que crear una distinción rígida entre la tecnología digital y la material, todas las tecnologías son materiales por definición, incluso aquellas que no parecen serlo. Es además un peligro que entendamos la tecnología como algo sin cuerpo, porque entonces tendemos a olvidar su profundo impacto sobre las realidades materiales.
Pero no creo que haya que temer a las nuevas tecnologías. Ni la inteligencia artificial ni los nanomateriales pueden cambiar las cosas de raíz. Para crear un contacto menos violento y más horizontal con la realidad tenemos que primero desear cambiar nuestra perspectiva. La inteligencia artificial entendida en un sentido amplio siempre ha formado parte de nuestras vidas, no es algo nuevo que acabamos de inventar.
[Fotos: Coni Rosman]