El placer es mío, dirigida por Sacha Amaral, se estrena en cines en junio, luego de haber recibido el premio mayor en la 25ª edición del Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente (BAFICI), así como el premio a Mejor Largometraje Latinoamericano otorgado por Feisal y el premio a la Innovación Artística por la Asociación de directores de cine PCI. Esta producción aborda las complejidades de los vínculos familiares, centrándose en una historia personal del director.
Se trata de una coproducción entre Argentina, Brasil y Francia, protagonizada por Max Suen, Katja Alemann, Sofía Palomino, Luciano Suardi y Anabella Bacigalupo. La narrativa se centra en Antonio, un joven de 20 años que vive una conflictiva relación con su madre. Antonio se dedica a la venta de marihuana y se aprovecha de las personas que conoce en aplicaciones para robarles dinero. La creciente urgencia de escapar desemboca en un viaje sin retorno hacia el sur del país.
En palabras del director Sacha Amaral, “la película aborda de forma poética y crítica el fracaso del proyecto de familia”. Amaral ha mencionado que el filme es una forma de revisitar y visibilizar en la ficción los acontecimientos que él y su madre negaron en el pasado. “Una de las tareas del cine es iluminar las zonas oscuras. Con la luz de las imágenes cinematográficas es posible romper la oscuridad que se cierne sobre el pasado”, explicó Amaral.
El director compartió una anécdota personal que inspiró parte de la trama. Cuando tenía 16 años, su madre le convenció de seguir a su novio, 15 años menor que ella, para descubrir si le era infiel. “Cuando ella me pregunta si había descubierto algo, recuerdo que por primera vez sentí ser más fuerte, tener más poder”, relató el director. Esta experiencia marcó la narrativa del filme, que explora la dependencia y el amor cercano a la locura.
Además, Amaral destacó la importancia de filmar el espacio doméstico en relación con la soledad, utilizando encuadres y sonidos inusuales para generar una sensación de incomodidad. “Busqué por medio de las situaciones, encuadres cortados de manera inusual y el uso del sonido, cierta incomodidad indefinible para el espectador”, comentó.
Antonio, el protagonista, vive su cotidianidad sin grandes aspiraciones, perdido en su realidad. Los conflictos familiares se manifiestan de manera imperceptible a lo largo de la película, llegando a un apogeo final que permite el inicio de una nueva etapa en su vida. “En esta historia los conflictos y heridas familiares existen como una erosión imperceptible”, indicó Amaral.
Esta es la primera obra de Amaral como director de un largometraje, pero no su primera experiencia en el cine. Su primer largometraje como guionista, Adiós entusiasmo, estrenado en la Berlinale 2017, ganó en FICCI (Cartagena) y en el BAFICI 2017 (Buenos Aires). También ha dirigido cortometrajes como Grandes son los desiertos, que formó parte de la competencia de cortometrajes del BAFICI 2019 y en Cinélatino (Toulouse), y Billy Boy, seleccionado en el Festival de Cannes 2021 y varios otros festivales.
Amaral explicó su enfoque visual y narrativo en El placer es mío buscando un estilo intuitivo con una cámara suave, pero móvil, que sigue los gestos y movimientos casuales de los actores. Según el director, “no me interesan los artificios visuales al estilo de las grandes maquinarias o el uso de lentes que embellezcan la imagen”.
—¿Cómo surge la historia con este protagonista tan peculiar?
—La historia surge a partir del deseo de explorar las emociones y la educación sentimental, temas relacionados con el afecto, el deseo y el amor. Sin embargo, comprendí que simplemente no era suficiente para construir una película o una narrativa sólida. Todo lo que tenía era un personaje de 20 años experimentando emociones, lo cual me parecía interesante pero al mismo tiempo un poco aburrido, ya que carecía de profundidad más allá de sus divagaciones amorosas. Fue entonces cuando comencé a reflexionar sobre cuestiones teóricas y la construcción de personajes. Así fue como surgió la idea de la transgresión. Me pareció fascinante pensar en un personaje poco confiable, mitómano, traidor; un anti-héroe. Estas historias surgieron de experiencias personales y de escuchar historias de otros, así como también de la efervescencia de la ciudad en los últimos años. El punto central de todo fue la idea de la transgresión.
—No obstante, su personalidad termina exhibiendo rasgos encantadores que generan simpatía en el espectador...
—Este aspecto constituía también un desafío en la creación de este personaje. Parte de mi estrategia implicaba encontrar un actor que pudiera complementar algunas de las características que no estaban tan presentes en el texto. En el guion, el personaje no resultaba tan querible debido a sus acciones, por lo que sabía que tendría que complementarse con un actor capaz de transmitir algo distinto. Tras conversar con muchas personas que vieron la película, efectivamente se produjo este efecto de que terminas sintiendo cariño por el personaje más allá de sus acciones. Creo que gran parte del mérito recae en el actor, Max Suen, quien logró captar magistralmente la dualidad y complejidad del personaje, siendo a la vez malvado y seductor.
—¿Cómo fue el proceso de encontrar al protagonista?
—Conocía a todos los personajes menos al protagonista. Algunos de ellos los fui delineando mientras escribía, incluyendo amigos y actores que habían colaborado conmigo en trabajos anteriores, como Katja Alemann, con quien este proyecto marca nuestra tercera colaboración. Me siento afortunado de contar con actores que me han acompañado durante mucho tiempo. Sin embargo, aún no tenía al protagonista en mente. Cuando finalicé el guion y comencé a compartirlo, muchas personas empezaron a mencionar a Max. Él era muy reconocido en el ámbito teatral, habiendo participado en diversas obras y manteniéndose en la cartelera del Teatro Porteño durante los últimos dos o tres años. Decidí ponerme en contacto con él. Después de enviarle el guion, quedamos en encontrarnos. Desde el momento en que lo vi llegar, supe que tenía que ser él. Su rostro parecía perfecto para el personaje, como si estuviera destinado a interpretarlo. Al principio, surgieron algunas dificultades con las fechas de rodaje, ya que no coincidían con su agenda, pero estaba tan convencido de que él era el indicado que decidimos posponer el rodaje casi un año para poder trabajar juntos.
—¿Y la elección de él cambió algo en ese personaje?
—No diría que lo cambió, sino que lo complementó; agregó una dimensión más humana, un carisma que permite al espectador conectar y encariñarse con él. Este logro se debe tanto a Max como a Sofía Palomino, quien desempeñó un papel crucial en la dirección de actores. Pasamos un año ensayando la película, afinando el personaje hasta encontrar el equilibrio perfecto.
—Hablando sobre la profundización de los personajes, el rol de Katja como madre es fundamental para entender al protagonista.
—Es verdad, se podría intentar entender de manera básica que reproduce en cierta medida su relación materna con los demás. Su madre lo engaña y le miente, algo que uno podría decir que aprendió en casa. Trabajar con Katja fue sumamente positivo. En primer lugar, ya habíamos colaborado antes. Ella actuó en mi primer cortometraje hace algunos años, interpretando también a una madre que salía de la cárcel para reunirse con sus hijos. Katja es una mujer que ha experimentado en ambientes rockeros y de vanguardia, por lo que ya tenía algo de su actitud que se ajustaba muy bien al papel. Es un tipo de personaje que había imaginado, con una faceta muy cariñosa y entrañable, pero también con un lado oscuro, y siento que ella comprendió perfectamente lo que quería transmitir. Es una actriz muy experimentada, generosa y fue un placer trabajar con ella.
—¿Cómo fue abordar el tema de la sexualidad? Había leído algunas entrevistas contigo donde se discutía si la película podría clasificarse como parte del cine LGBTQ+. Tú parecías sugerir que no era ese el propósito. ¿Cómo fue tu enfoque?
—Si tuviéramos que asignarle una etiqueta o un género, creo que la película se alinea más con el cine queer que dialoga con los tiempos actuales. La sexualidad es un tema en constante evolución. Quería que el personaje principal y la historia abordaran algo que trascendiera las etiquetas. Quería romper con la idea de tener un perfil definido, algo que ha surgido mucho en los últimos años con las redes sociales, donde la gente describe quiénes son y qué les gusta. Fusionando todas estas sensaciones, surgió un personaje despojado de esas etiquetas, y la película tampoco se preocupa demasiado por analizar esa sexualidad o juzgar las relaciones.
—¿Cómo abordaste la representación de la ciudad como un personaje más en la película, con tantas escenas exteriores?
—La primera imagen que surgió cuando comencé a reflexionar sobre esto fue la de un personaje durmiendo en plazas, incapaz de descansar en su hogar. Aunque esta idea terminó siendo secundaria en la trama, creo que fue el origen de la noción de marginalidad, de un personaje pequeño-burgués marginal que se convierte en un delincuente. Sentí que su constante movimiento por la ciudad, sin un lugar fijo donde residir, complementaba su personaje. Fue sorprendente ver cómo, en las conversaciones posteriores a la película, se destacaba el papel de la ciudad como un personaje en sí mismo, con una presencia potente en la trama. Esto me alegró, ya que al principio pensé que debería ser así, pero a medida que avanzaba la película, mis preocupaciones se centraron más en las relaciones y las conexiones entre los personajes. Que la ciudad haya terminado siendo un personaje más me llena de alegría y me recuerda esos primeros destellos de ideas que estaban presentes desde el principio.
—¿Cómo es la experiencia de filmar ficción con un presupuesto limitado o de manera independiente, desde tu perspectiva?
—Han pasado casi 20 años desde que vivo en Argentina. Anteriormente, había dirigido cuatro cortometrajes con recursos muy escasos, adoptando un enfoque muy colaborativo donde las jerarquías se diluyen y todos participan en todo, una experiencia casi guerrillera en la producción cinematográfica. Tuve la suerte de trabajar con personas increíbles, como Agustín Gagliardi de Gentil Cine, quien fue el productor argentino de la película. Él supo administrar de manera eficaz los recursos disponibles y aprovechar las relaciones para hacer trueque y favorecer la producción. Me encontré con un equipo que me apoyó y ayudó a llevar adelante el proyecto de manera ejemplar.
Sin embargo, en la actualidad, enfrentamos constantes ataques y descalificaciones hacia la cultura, lo cual complica aún más el panorama. Siempre ha habido obstáculos para la realización artística, pero parece que ahora se requiere hacer malabares para superar las barreras. No puedo ni imaginar cómo sería filmar una película en Buenos Aires en este momento, especialmente con un presupuesto reducido. A pesar de la crisis actual, que quizás sea la más grande desde que llegué al país, veo una admirable resistencia en Argentina y en otros países latinoamericanos ante estas adversidades. Aunque hacer cine sea más difícil, creo que el deseo y la determinación pueden mover montañas. Es lamentable que se complique algo que ya es complejo, pero siempre encontraremos la forma de seguir adelante.
* El placer es mío se proyecta todos los sábados de junio a las 19 hs. en Cine Cacodelphia (Avenida Roque Sáenz Peña 1150, CABA).