Elegante y afable, lúcida y cálida, Isabel Allende saluda a cámara con una sonrisa locuaz desde su casa en San Francisco. Camisa roja de lino, collar barroco y un gran cuadro detrás: es un retrato de su hija Paula, fallecida en 1992, a los 28 años; lo pintó Pía Leiva. La luz del día ilumina lo que parece ser un living amplio y provoca destellos en su cabello color champagne. Ella vuelve a reír. Tiene 81 años, una extensa obra traducida en 42 idiomas, millones de lectores alrededor del planeta, el visto bueno del mercado. Ya no recuerda la vida antes de la escritura; tampoco le interesa. Ahora, en este momento, acaba de publicar un nuevo libro. No es uno más: se trata del retorno a un primer registro: la literatura infantil. Los dos primeros títulos que publicó en su vida fueron para chicos: La abuela Panchita y Lauchas y lauchones, ratas y ratones, ambos de 1974. Cincuenta años después regresa a la literatura infantil con Perla, la súper perrita, editado por Penguin Kids.
Ilustrado por Sandy Rodríguez, el libro tiene como narradora a una pequeña perra, entusiasta y valiente. Hay una breve carta aclaratoria en el inicio: “Querido lector o lectora, quizá notaste que mi nombre, Isabel Allende, aparece en la portada de este libro, pero esta historia la cuenta Perla, la súper perrita. Eso es porque Perla es mi mejor amiga”. Luego, sí, la historia: Perla tiene dos poderes: “1) puedo hacer que todos me quieran y 2) puedo rugir como un león”. Todo indica que la perrita existe, que no es sólo una invención, sino que del otro lado del libro, en la realidad, hay una Perla. “¿Quieres verla? Espérate”, dice Isabel, que habilita el tuteo y cierta confianza, y sale de plano: cinco segundos después vuelve con una perrita abrazada a su pecho. “Es igual al libro, ¿no?”, y ríe. No tiene pedigrí, o sí: “Quiltro: una mezcla de razas indefinidas”. “Es una perra rescatada, todos los perros que he tenido han sido rescatados; nunca he comprado un perro”, agrega.
La pequeña Perla salta de su regazo y sale a recorrer la casa. “Cuando era chiquita, era un ratón porque era completamente negra. Ahora le están saliendo unos pelos blancos que la hacen ver un poco mejor. Tiene nueve años y una personalidad enorme. Tiene los dos superpoderes que aparecen en el libro. El primero: es adorable y todo el mundo la quiere. Y el segundo: tiene algo en las cuerdas vocales, no sé qué será, y ella ladra y gruñe como perro grande. Entonces, si tú la oyes al otro lado de la reja, cuando no la ves, parece que hubiera un policía alemán adentro de la casa. Luego la ves y dices: ¿y este ratón?”, dice la bestseller chilena con la algarabía que produce el orgullo y la ternura mezclados. Es cierto: Sandy Rodríguez —mexicana, con residencia en Londres— captó muy bien sus rasgos. Estamos frente a una saga. Isabel ya escribió dos libros que le continuarán —Perla y el pirata y Perla y la princesa—, pero que probablemente salgan mucho más adelante.
—La idea del libro salió de mi agente, Joanna Castillo, que llevaba años diciéndome que yo había experimentado todo. Tenía novela histórica, novela literaria, memorias, cuentos, literatura para adolescentes, pero no tenía algo para niños chiquitos. Y la verdad es que yo no tenía niños chicos alrededor porque mi nieto más joven tiene 30 años, imagínate. Pero resulta que hay una vecina que tiene una nieta que se llama Camila, que viene los martes y jueves a leer a mi casa. Entonces ella entra gritando ‘¡book!, ¡book!’ y y nos sentamos a leer. Ella siempre quiere los mismos libros, le gustan los de animales, y después tomamos helado. Y ella conoce muy bien a Perla. Y cuando Camila vio el libro... imagínate: ¡conoce a la protagonista! Y conoce un episodio que pasó en el parque: un perro grande atacó a mi Perla y ella se defendió. No solamente se defendió, sino que el otro perro dio media vuelta y salió corriendo, y ella corría detrás a morderle las patas porque no alcanzaba más arriba. Tiene esa personalidad valiente, atrevida. Ella no sabe que es tan chica, se siente mucho más grande de lo que realmente es.
El único mensaje del libro que está claramente dicho ahí es que los abusones, los bullies, son cobardes y que si tú los enfrentas no se atreven. Ellos siempre abusan del más débil, del más chico, de la víctima. Entonces no te pongas en posición de víctima. Defiéndete. Hay tantos terrores de los niños que no se hablan. Por ejemplo, todos los niños dicen que tienen miedo de la oscuridad, pero un niño que es abusado en la escuela o en la calle, o incluso en la casa por un hermano mayor, no lo dice, tiene vergüenza, tiene temor. Creo que el libro pone sobre la mesa la oportunidad de hablar del tema. Cuando los padres o los maestros le leen a un niño este libro pueden preguntarle: ¿te ha pasado?, ¿conoces a alguien que abuse de alguien? En fin, poner el tema sobre la mesa.
—Es un regreso a la literatura infantil: tus primeros libros son para chicos.
—Eso fue cuando yo era muy, muy joven: escribí un par de libros infantiles en la editorial Lord Cochrane, donde yo trabajaba. Debía tener unos 28 o 29 años, más o menos. Y yo tenía niños chiquitos. Entonces lo escribí para mis niños, pero se me había olvidado por completo. Imagínate, de eso hace más de 50 años.
—Sí, 50 años. Son de 1974.
—Se me habían olvidado completamente. Y no tengo copia, tampoco los libros, así que no me acuerdo mucho cómo era. Cuando se planteó el desafío de hacer esto, no me acordaba para nada; hubo que empezar de cero. Y aprendí varias cosas. Estoy acostumbrada a las novelas de adultos, incluso novelas de adolescentes complicadas, con muchos personajes, con mucha historia, historias paralelas, cosas que se mezclan. Pero acá, en un libro para niños tan chiquitos, que son entre dos y seis años, las historias deben ser lineales. Una sola historia, sin complicaciones ni enredos y muy pocas palabras, porque se supone que uno trabaja con la ilustración, que muestra lo que no muestra el texto. Por ejemplo, yo en el primer borrador había descrito la casa donde vive la familia de Nico Rico, y después la editora me dijo: ‘no es necesario porque la Ilustración lo muestra’. Yo quería que el papá y la mamá no fueran de la misma raza: por ejemplo, el papá latino más mestizo y la mamá blanca. Y la editora me dice: ‘no hay necesidad de decirlo, el dibujo lo muestra’. Entonces aprendí a colaborar estrechamente con Sandy Rodríguez, que es fantástica. Cuando le mandé una foto de Perla, me devolvió inmediatamente el primer boceto: no hubo nada que hablar, era absolutamente perfecto.
—¿Cómo fue cambiar abruptamente de lector y hablarle a nenes tan chiquitos, que tiene una imaginación mucho más abierta?
—Estuve muy consciente de que no quería que fuera paternalista: estarle predicando al niño o hablándole desde un punto de vista de autoridad. Por eso el libro está contado en primera persona por la perra. Por eso no está esa cosa de distancia paternalista que tienen tantos cuentos infantiles. Hace un par de días me preguntaron por qué Nico Rico, que es un niño, siendo que yo soy feminista, que por qué no una niña. Y es porque yo quiero que la heroína sea la perra, que es hembra. Ella es la heroína, no el chico.
—En el libro aparece el contraste entre el refugio, que representa el hogar y el vínculo del niño con Perla, y la hostilidad del mundo externo. ¿Pensás a la literatura también de ese modo, no solo la infantil, sino la literatura en general?
—Yo fui una niña muy solitaria, y como estaba cambiando de colegio todo el tiempo porque mis padres eran diplomáticos, no hacía amigas. Entonces yo me refugiaba detrás de un libro, no solo porque me encantaba leer, sino porque el libro era como un escudo. Yo estaba en el recreo leyendo mientras las demás jugaban. Me tapaba la cara con el libro para que no se notara lo sola y lo excluida que estaba. El proceso de leer es muy íntimo, muy callado. Es una conversación íntima entre el lector o la lectora y yo. Y en ese espacio que creamos juntos hay de todo: la historia, los personajes, todo eso. Pero también está el refugio del mundo externo. Sin duda eso que tú dices, uno se refugia de la hostilidad, a veces de la soledad, mucho de la soledad. Para eso sirven también las mascotas. Si se pudiera tener mascotas en los lugares donde hay más violencia y más dolor, yo te aseguro que disminuirían. Por ejemplo, las prisiones. Imagínate lo que sería una prisión donde los presos tienen derecho a tener una mascota. Tendrían que alimentarla, limpiar la caca, cuidarla. Sería muy distinta a la vida en una escuela donde los niños pudieran tener sus perros. O en las casas de viejo, donde los viejos están solos y no tienen perro que le ladre.
—Tu producción es enorme y además no ha menguado. ¿Cambió algo en tu forma de relacionarte con la escritura y con la lectura?
—Yo empiezo todos mis libros el 8 de enero. Y empiezo siempre con terror. Puedo tener una idea, pero de ahí a llevarla al papel... y a veces no tengo ni siquiera una idea, tengo nada más que la disciplina de que el 8 de enero me voy a sentar a escribir y quizás no tengo plan ni guion: me lanzo de cabeza a la piscina y ahí veremos si puedo nadar. He aprendido a tener un poco más de seguridad en mí misma. Escribí La casa de los espíritus y pensaba que era como una manzana que me cayó como un regalo del cielo, pero que nunca más se iba a repetir. Y tuve esa sensación de que era una cosa única con cada libro hasta que, luego de diez años escribiendo, me di cuenta de que era algo que estaba allí y yo tenía que encontrarlo, que era cuestión de tiempo, paciencia, dedicación y el ojo para encontrarlo, pero que no me iba a caer encima, sino que yo tenía que encontrarlo. Eso me dio más seguridad en que esto es un oficio como cualquier otro y hay que cultivarlo con gran paciencia y tenacidad.
—¿Y cuánto influye las cuestiones externas a la escritura? Me refiero a la gran masividad de tus libros, me refiero a las a las traducciones, me refiero a tu condición de best seller, me refiero al negocio de la literatura. ¿Cómo influye todo eso a la hora de encarar un nuevo libro?
—No influye para nada. Primero, no lo manejo yo. Mi hijo y mi nuera manejan mi fundación y todo lo que tenga que ver conmigo desde los impuestos para adelante. Yo publico en 42 lenguas, muchas emisiones por lengua, entonces te puedes imaginar lo complicados que son los contratos, los pagos, la plata que viene en diferentes monedas a diferentes momentos del año, las entrevistas. Ahora, por ejemplo, estoy contestando entrevistas por un libro que yo escribí hace diez años y que recién se está traduciendo en Eslovenia. Es complicado todo eso, pero sucede en la periferia. A mí lo único que me importa es contar una historia, ese es mi oficio. Me siento el 8 de enero a contar mi historia. ¿Quién la va a recibir?, ¿acaso le va a gustar al editor, a los críticos?: no me importa nada. Lo único que me importa es contar la historia lo mejor que yo pueda. He adquirido esa libertad. Creo que siempre la tuve. Nunca pensé en la forma en que el libro iba a ser recibido. La única vez que tuve muchas dudas fue cuando escribí Paula. Cuando mi hija cayó en coma y murió fue terrible. Sentía que esa historia no me pertenecía; además era muy íntima, muy cruda. Tuve dudas, pero las personas que la leyeron, que fue el marido de Paula, su viudo, mi mamá y mi agente, todos dijeron que tenía que publicarse. Esa fue la única vez que he pensado en el interlocutor, sino yo ya quiero contar una historia.
—¿Cómo hacés para que esas historias, el trabajo cotidiano de la escritura, no modifiquen tu día a día, tu vida diaria? ¿Podés separarlo como un trabajo, porque al fin de cuentas, decías, escribir es un oficio?
—No, no puedo —y se echa a reír—. Me dicen: ‘¿cómo podés escribir tanto?’ Es que eso es lo único que hago. No hago deporte, no juego ningún juego, no me gusta la gente, no voy a fiestas. Lo único que me gusta es leer y contar historias. Entonces esta es mi vida y no lo puedo separar. Cuando empiezo a escribir estoy angustiada porque todavía no tengo el tono ni el ritmo ni la voz narrativa ni los personajes ni nada. Ahí estoy angustiada. Y después, cuando el libro parte, cuando los personajes empiezan a vislumbrarse como personas y hacer cosas, ya estoy fascinada y sueño, pienso, voy manejando el auto y me pierdo porque voy metida en el libro y se me olvida dónde estoy. Puede ser un principio de demencia —y sonríe con ironía—, pero creo que es que estoy demasiado interesada en la historia.
—¿Como el enamoramiento, tal vez?
—Exactamente. Yo siempre le digo a los aspirantes a escritores que me escriben pidiéndome consejo. Les digo: ‘esto es como enamorarse’. Cuando uno se enamora, uno encuentra tiempo en el medio de todo para poder estar con la otra persona. Y lo más importante, la prioridad 1 es el amor. Bueno, en este caso la prioridad 1 tiene que ser la escritura. Tú no puedes estar dejando la escritura para cuando tengas tiempo, así no va a resultar. Es un compromiso total.
—¿Creés que puede cambiar el lugar que hoy ocupa, ya no la escritura, sino la lectura, con el desarrollo de las nuevas tecnologías, la inmediatez y los consumos culturales?
—Yo creo que está cambiando, porque ahora la gente joven tiene miedo de la página física. Leen en la pantalla, o sino escuchan audiolibro. Y a mí me parece bien: el medio no importa, lo que importa es la literatura. Se trata de poder contar, escribir, plasmar ideas: todo eso va a perdurar, eso no se va a acabar. La humanidad tiene necesidad de eso. Pero el medio de transporte, como quien dice, por el cual uno lo va a recibir... puede ser. Yo espero que te pongan un chip en el cerebro y durmiendo leas un libro. ¡Sería fantástico! Muchos ahora me preguntan mucho sobre la inteligencia artificial, porque muchos creadores le tienen terror a que pueda crear lo mismo que está haciendo uno. Pero en el futuro va a ser así y el desafío va a ser mucho mayor. Cuando yo ya tenía escrito el libro pero no estaba impreso, le dije a mi hijo: ‘a ver, Nicolás, veamos lo de la inteligencia artificial’, y entonces le pedimos un libro para niños entre dos y seis años con una protagonista que sea una perra y un niño de entre cinco y siete años. En menos de 30 segundos me escupió una historia muy similar a la que yo había escrito. Pero era plana, el argumento no tenía emoción. Pero espérate un poquito y te lo va a hacer con emoción.
El otro día asistí a una conferencia en la cual dijeron que dentro de unos años la inteligencia artificial va a tener conciencia y hablaron de una cosa que yo nunca había pensado: la sinergia, el hecho de que nosotros ya somos medio robots. No podemos desprendernos del teléfono que nos comunica con todos, nos da la información, nos pone al día de las noticias, nos da la hora, la temperatura. Todo va a llegar y cada vez más pequeño: ahora ya está en un reloj. Va a llegar un momento en que no vamos a necesitar el reloj, en que ya automáticamente vamos a tener incorporada la tecnología a la biología y a medida que esto avance vamos a ser medio robots. Entonces, una de las preguntas del público fue: ‘¿Los robots van a manejar el mundo?’ Y la persona respondió: ‘Sí, pero esos robots son hijos tuyos’. Ya la humanidad va a estar en simbiosis total con la tecnología y yo lamento que no lo voy a ver, pero me encantaría vivir ese momento.
—¿No sentís nostalgia por la época, ayer nomás, donde no había celulares ni computadora?
—Para nada. Yo quiero el futuro. Ningún tiempo pasado fue mejor. Hay una especie de nostalgia por el pasado de la vuelta a lo conservador, al autoritarismo, al fascismo. Cosas que ya no resultaron antes. Pero hay una vuelta como de idealizar aquel tiempo que fue terrible. Fue un tiempo mucho peor para la mayor parte de la humanidad. Cuando hablan de los locos años 20: eran para un puñado de personas que tenían los medios, el resto de la gente se moría de hambre y de trabajo. No había ni vacunas ni transporte ni los derechos que tenemos ahora. Yo quiero el avance, no el retroceso.
—En este presente, que es parte del futuro que estamos viviendo, hay un movimiento de derecha muy fuerte que gobierna Argentina y varios países más. Y está en ascenso. Algunos lo llaman ultraderecha, otros neofascismo. ¿Qué mirada tenés sobre este fenómeno en auge que es mundial?
—Es una vuelta al autoritarismo y una falta de fe en la democracia y en las instituciones que la sostienen, desde el sistema judicial hasta la policía. Como si la democracia nos hubiera fallado. Yo he vivido lo suficiente para ver la ley del péndulo y cómo va la cosa de un lado a otro: de izquierda a derecha. Y ahora está yendo hacia la ultraderecha. No creo que vaya a durar. Creo que va a morir por muerte natural. La gente que tiene nostalgia por el autoritarismo es porque no lo ha vivido todavía. Tú espérate.
—En esta vuelta al autoritarismo, en estos tiempos veloces, ¿qué rol tiene la literatura, qué posibilidades habilita?
—Primero, conecta a la gente y nos informa, que eso es importante. Por ejemplo, si yo escribo una novela histórica sobre el franquismo, nos recuerda cómo era la cosa, qué es lo que pasó. Y yo creo que nos permite pensar mejor. También nos acompaña, nos entretiene. Me preguntan mucho si la literatura está muerta por todos los avances tecnológicos, ahora que la juventud tiene miedo de la página. La juventud está acostumbrada a una pantalla. Tú le pones un papel por delante y no saben qué hacer con él. Yo creo que el medio va a cambiar, está cambiando ya. Ahora hay tantos libros que son en audio o en digital como impresos, y va a llegar un momento en que no va a haber libros impresos, van a ser de coleccionistas. Pero no importa, el medio da lo mismo. Lo que importa es que la humanidad tiene la necesidad de que le cuenten historias, de que le informen, de preservar el pasado, de preservar el conocimiento. Todo eso lo da la literatura y no va a cambiar. ¿Cómo lo vamos a recibir? Yo espero que con un chip en el cerebro.