Si se la observa en silencio, casi como sumergiéndose en la escena, en la fotografía de ese mar de piedras, que difuminado por la neblina se extiende infinito, parece rugir el viento de las islas Malvinas. En otra imagen, “Emboscada”, ese mismo silencio se reconfigura, los soldados esperan agazapados, sabiendo quizá que sean sus últimos momentos, mientras los ingleses avanzan por un vano hacia ellos.
Estos silencios, hermanados en el espacio y distantes a la vez, colocan sobre el espectador el velo de la expectativa. Por un lado, es la naturaleza la que se nos revela indescifrable, profunda y protectora de un horizonte, que en su sentido metafórico tampoco se encuentra en la segunda, donde las decisiones de los hombres han llevado a un grupo de jóvenes a enfrentar la muerte lejos de sus hogares.
Ambos silencios forman parte de la muestra fotográfica Relatos de valentía que Gonzalo Lauda presenta en la galería porteña Julia Baitalá y que conforman su último trabajo, que a través de 21 imágenes -algunas realizadas in situ en las islas y otras recreadas en distintas partes del país- buscan, con una puesta cinematográfica, resaltar “el compañerismo y el valor de la gente que estuvo en ese momento”, explica el artista a Infobae Cultura.
Lauda (Buenos Aires, 1967) recorrió las Malvinas en 2015, para el que fue se segundo libro fotográfico, y parte de aquel material se presenta hoy acompañando el proyecto que se realizó con la colaboración del Ejército Argentino, y para el se recrearon uniformes, desde indumentaria hasta calzado y cascos, dentro de los talleres de sastrería del Ejército, como así también se utilizó armamento, camiones y aviones que formaron parte del conflicto bélico del ‘82.
A partir de entrevistas con ex combatientes, Lauda creó ficciones de la -ojalá- última guerra argentina, colocando su ojo en los diferentes eslabones que estuvieron en el frente, desde los médicos y pilotos al cuerpo de infantería. A diferencia de la súper producción de estilo romántico-neoclásico que fue Batallas de la Independencia, trabajó en la que a lo largo de 9 años recreó combates desde las Segundas invasiones inglesas (1809) hasta la guerra del Brasil (1825-1828), aquí la puesta resulta más frugal, el ojo se centra muchas veces en el detalle, en un instante que no por pequeño carece de heroísmo. Al igual que aquel proyecto, que en julio podrá verse en el CC San Martín, no trabajó con actores, sino con soldados.
“Cuando Gonzalo Lauda, recrea escenarios de una historia pasada, creando nuevas narrativas visuales, a partir de las crónicas del lugar, las personas y los acontecimientos ocurridos, se asemeja a un documentalista que busca transmitir el sentimiento de pertenencia, el valor simbólico que se atribuye a un lugar y la querencia por la patria”, escribe la curadora Gelen Marquez Silva.
— ¿Cómo fue el traspaso de las fotos de las batallas de la Independencia a la Guerra de Malvinas?
— Primero, amo la pintura y todo sale por querer recrear los cuadros del romanticismo. Empieza todo ahí: ¿cómo un hacer algo romántico con batallas? Yo tengo el backup de haber trabajado en publicidad durante 30 años. Entonces tenía muy buen manejo sobre grandes producciones, mucha gente, muchas luces, maquillador, director de arte, todo eso. A mí me gusta agarrar una foto y organizar todo, empezando desde la luz hasta el último detalle. Entonces, apunté alto con esas producciones. Y después cuando surgió esto, apliqué lo mismo: vamos a tomar la foto, vamos a ir en el mejor momento de luz. Mi historia viene de ahí, de la pintura y la capacidad de poder realizar eso con la productora que tenía.
En 2015 estuve en Malvinas y cuando regreso empiezo a hacer el trabajo de las batallas. Y a raíz de esto empiezo a hacer un vínculo con el ejército, que me prestaban los uniformes y me dicen “podríamos hacer algo parecido sobre Malvinas”. La idea surge de ahí, me proponen hacer esto para un libro por los 40 años de la guerra y empiezo a investigar en paralelo. Después me empecé a enamorar un poco de las historias de Malvinas, contadas por los ex combatientes, los vínculos, el agradecimiento de unos con otros, una hermandad que en muchos casos perdura por situaciones que atravesaron.
— ¿Cómo fue tu relación con la Guerra de Malvinas?, ¿hubo alguna imagen de tu imaginario que tratases de recrear?
— Yo estaba en la secundaria. Me acuerdo cuando pasó. Y cómo lo viví. Yo quería ser piloto. Entonces como que toda esa parte la seguí mucho. Después fui a Malvinas por otra cosa e hice un libro en el 2015. En ese viaje me encuentro con unas Malvinas totalmente diferente a lo que tenía en la cabeza y estuve en los lugares sin saber que después esas fotos iban a tener otro significado, que iban a ser parte de este proyecto.
Cuando llegué encontré un lugar totalmente diferente a lo que me había quedado grabado. Había colores, modernización. No era tan oscura. Me quedaba el recuerdo del ‘82, de los videos que hay. Entonces en la fotos también busque romper con ese recuerdo en blanco y negro, aparece el color, dentro de los tonos posibles.
— ¿Cuáles fueron los ejes para recrear las fotos?, ¿te reuniste con ex combatiente?, ¿cómo fue el proceso?
— Sí, fui teniendo diferentes encuentros según cada especialidad. Me junté con ex combatientes, que me contaron un poco lo que pasó. Por ejemplo, en la batalla de Monte Longdon, que fue una de las más importantes, me contaron sus experiencias y entonces intenté recrear desde esos relatos. Es importante aclarar que las fotos son ficciones, hay una puesta cinematográfica, no son documentales.
Todas las fotos son un imaginario de lo que escuché o de las imágenes de la época. En esta guerra los periodistas no iban al frente, siempre estuvieron en la retaguardia. No hay registro de los medios, excepto la artillería que estaba dentro de Puerto Argentino, todo lo demás surge a partir de lo que cuentan, que es un poco lo que recibí yo. Algunos periodistas los llevaban a veces a ver algo, pero nunca a un enfrentamiento.
La foto del médico, por ejemplo, está muy ficcionada porque ellos no estaban en el frente. Pero traté de recrear el concepto de lo que ellos hacían, tratando de trabajar el lo que el médico hacía por tratar de salvarle la vida a los soldados. En el caso de las comunicaciones traté de encontrar un lugar que se asemeje a lo que pensamos que era Malvinas. Uno ve los videos de la época e imagina la casita de madera en el medio de la nada. Y así fui construyendo. Todas están construidas de cero, o sea, planteando la foto. Cada foto está iluminada como en un estudio y con luz natural.
— ¿Y cómo fue la recreación de los detalles?, ¿cómo se eligieron los escenario?
— Sí. Los paisaje son todos de las Malvinas, desde la piedras, el mar y las tundras. Después las demás las hicimos en Campo de Mayo, El Palomar, La Pampa, Comodoro Rivadavia y en Sarmiento, en Chubut. Todas las relacionadas a los combates y a los soldados fueron hechas en esos lugares. Se trató de ser lo más detallista posible.
Fue un laburo de investigación muy grande, en el que trabajé con el Ejército, quienes facilitaron todo lo que se necesitaba, desde un avión Hércules a los helicópteros, la ropa, cada arma. Todo lo que es logística, ejército, soldados, uniformes, aviones, cañones lo facilitaron ellos. Un fabricante argentino hizo como 50 camperas, que son réplicas de las que estaban en esa época. Después todo el armamento es el que estuvo, que es un poco el que está hoy. Ellos son muy ordenados, cuidan mucho las cosas. Había como un rezago antiguo que se pudieron conseguir, como las máscaras de nieve, los cascos, las botas. Conseguir las correas fue muy difícil también, porque ya no se usan más las de cuero. Hubo una dedicación muy importante a cada detalle.
— Comentabas la cuestión cinematográfica, hay mucho del imaginario hollywoodense en las puestas. Por ejemplo, la foto del soldado leyendo la carta a la luz de las velas es muy “Barry Lyndon”, de Kubrick.
— Sin dudas. La de las cartas es solo con la luz de la vela, no hay otra iluminación. Ahí pensé en la película Pozo de zorro (1999), en la que los soldados quedan aislados en una zanja, rodeados de enemigos. Entonces, armé esta situación de estar esperando. Como decís es muy Barry Lyndon (1975) a la luz de las velas y también la escena del fumadero de opio en Érase una vez en América (1984).
En la de los cañones es una escena al amanecer, con luz natural, tuve suerte que estaba medio nublado y llenamos todo de humo. Se armó toda la escenografía. La montaña que aparece la armamos con una grúa y el día anterior inundé todo el terreno, para que se genere el barro, que era algo muy común en la guerra. Traté de darle ese clima. Contratamos a unos especialistas que hacen efectos especiales de cine e hicimos un plan de explosiones de FX, que parecen reales, pero no lo son, lógicamente.
— ¿Y qué es lo que buscaste con lo cinematográfico, más allá de lo estético?
— Siento que las Malvinas nos unifica a todos. Hay quejas sobre las condiciones en que se dio la guerra, cómo se manejó, pero no con los soldados. Y eso es un poco lo que busco en estas fotos: tratar de recrear un poco el lugar, lo duro que eran esos enfrentamientos en lugares hostiles, con lluvia, nieve. Tratamos de empatar un poco la película que se usaba en esa época, aunque las fotos son todas digitales.
En su momento fueron un poco criticados los soldados, pero la verdad que cuando uno escucha lo que vivieron te das cuenta que los tipos estuvieron ahí, con muchas dificultades, y busco mostrar esa valentía que tuvieron para enfrentar todo lo que tuvieron en contra. Las fotos buscan rescatar, más que nada, el compañerismo y el valor de la gente que estuvo en ese momento. No hay un argentino que no sepa de las Malvinas y entonces cuando la gente lo ve se emociona.
— Para estas fotos volviste a trabajar con soldados, ¿cuáles fueron las desafíos?
— Sí, todas las fotos están hechas con soldados. No hay actores en ninguna. No era fácil armar algo y que puedan lograrlo. Para cada foto trabajamos con regimientos especializados. La de los cañones eran soldados que sabían cómo hacerlo, lo de los helicópteros también, y así.
Son soldados, pero de alguna manera tienen que entrar en un rol interpretativo, porque a fin de cuentas están actuando. En algunos casos me reuní antes y les expliqué, en otros no tenían idea qué iban a hacer, no hubo ninguna preparación. Y bueno, tengo que armar un mini vínculo para que me den bola, para que posen. Costó bastante, porque se ríen, es natural, son chicos de 18 años, están con el celular, se sentían ridículos. La verdad que los chicos se acomodaron bastante bien a la situación, más allá de los nervios, porque también había oficiales que estaban observando todo.
— En el caso de las Batallas fueron 9 años de trabajo, ¿cuánto duró todo el proyecto Malvinas?
— El otro me llevó nueve años porque lo fui haciendo cuando yo podía, porque era mi proyecto. Esto se hizo en tres meses, aproximadamente. Laura, una asistente, se encargó de todo, con un manejo muy organizado, estuvo en todo los detalles. Por ejemplo, la foto de los cañones se hizo en Campo de Mayo, pero había que llevarlos hasta allá. Para mover armar hay que tener toda una serie de permisos, medidas de seguridad, no es que íbamos a hacer la foto y pedíamos algo, tenía que estar todo antes. Se consiguió munición de fogueo para poder tratar de simular un poco el humo, balas de fogueo para el fogonazo de los disparos, etcétera.
— ¿Cuál fue la más complicada de recrear?
— La del puente quizá. Antes de la guerra, los que hacen explosiones volaron un puente para cortar el paso. Reconstruimos ese puente de madera y armamos ese momento. Eran las cinco de la mañana, estábamos ahí esperando que salga el sol para tener la luz justa. El margen de tiempo era corto, había neblina, pusimos algo de humo además, hacía un frío tremendo y ellos estaban ahí, metidos en el agua. Fue un desafío para todos. Pero no hubo voluntad para hacerlo por parte de todo el mundo. Mía también porque lo hice todo ad honorem, puse mi parte, como todos, y creo que eso sucedió porque es un tema que abarca a todos, que nos toca. Viste que todos quieren tal vez sentirse.....
*”Relatos de Valentía”, del artista fotógrafo argentino Gonzalo Lauda se presenta en Julia Baitalá Galería (Antezana 150, Villa Crespo), de martes a sábados de 14 a 19 hs, hasta el 6 de julio. Entrada gratuita.