El acercamiento a los libros se puede dar por diferentes caminos –un poco de eso se trata esta columna–. Sin embargo el arribo a la literatura infantil puede estar motivado por la maternidad, por el interés por esos libros que va a leer la propia descendencia. Tal es el caso de Patricia Strauch, quien estaba ligada a las palabras desde hacía tiempo (es traductora de inglés), pero al ser madre se conectó con la literatura para niños y niñas desde otro lugar. Comenzó con una biblioteca para sus hijos, y luego, casi como un ritual, se dedicó a inventarles historias.
Con el tiempo, esas historias se transformaron en libros que fueron publicados, por ejemplo, en EE.UU. y Perú. En 2022, ¿Por qué dormimos? fue ganador del Concurso Internacional de Libro Álbum organizado por fundación FILBA, Soy Autor y Editorial UnaLuna. Está convencida de que la inspiración está en los pequeños detalles, pero que es necesario escribir, escribir y escribir.
—¿Cómo se construye la identidad lectora?
—No existen dos lectores iguales. Creo que la identidad lectora es algo parecido a las manchas únicas e irrepetibles que tiene cada tigre en su pelaje, con la diferencia de que –por suerte– a lo largo de nuestra vida seguimos acumulándolas. Como lectores, nos vamos apropiando de lo que nos leyeron (o no) desde bebés, de lo que leímos en la escuela, más lo que nos encontramos de casualidad en una sala de espera, sumado también a lo que nos recomienda nuestro referente literario preferido. Todo eso se mezcla y nos conduce por este camino de libros, en el que el único fin es transitarlo y disfrutar de sus miles de posibilidades.
—¿Creés que un libro podría despertar el interés por leer?
—Absolutamente. Un libro es, en definitiva, una experiencia y si el lector se encuentra con un libro que disfruta, que lo hace reír o que lo emociona, lo llena de adrenalina, lo deja pensando, seguramente va a querer repetir la experiencia de lectura. No tiene que ser necesariamente una obra maestra la que nos ayude a entrar en el hábito de leer. Las lecturas traen más lecturas y siempre son puertas de entrada. Mis elegidos de la infancia eran los cómics, las novelas de misterio y los chistes de la última página del diario.
—De un hogar sin madre ni padre ni familiares lectores ¿puede surgir un ávido lector?
—Pienso que tener familiares lectores en casa ayuda mucho, pero no es determinante. La semillita lectora la puede plantar un docente, un bibliotecario o incluso, un amigo. ¿Qué mejor forma de contagiar historias que hablar de libros, personajes y mundos creados de letras?
—¿Qué es ser mediador de lectura? ¿Es algo ligado a la educación?
—Creo que ser mediador de lectura tiene que ver con acercar libros a posibles lectores, y cuando uno ofrece algo con el entusiasmo del propio disfrute, es mucho más fácil llegar. ¿Cómo voy a transmitir pasión por algo si yo no la tengo? Sería imposible. Y en este punto, pienso que ser mediador no necesariamente se relaciona con la educación formal. Uno, en el afán de querer contagiar el amor por los libros, tiene el beneficio de poder salirse del plan académico típico para adaptarse a cada posible lector.
—¿Recordás tu primer encuentro con libros?
—No sé si es el primero, pero tengo grabada la voz de mi mamá leyendo Dailan Kifki y el Zoo loco, de María Elena Walsh. Yo soy la cuarta hija mujer, así que supongo que, muchas veces, me sumaban a lecturas más avanzadas, que eran en realidad para mis hermanas que ya estaban en la escuela primaria. También recuerdo que me leían mucho un cuento en rima que se llamaba ¡Julieta, estate quieta!, de Rosemary Wells, y La historia de una manzana roja, de un autor sueco, Jan Loof.
Si bien atesoro estos primeros recuerdos de lectura en voz alta y pienso que fueron la base de mi amor por los libros, estoy segura de que nunca es demasiado tarde para volverse parte de estos mundos de historias sin fin.
[Fotos: prensa Fondo de Cultura Económica]