Un hombre fuma en su taxi, cruza la Avenida Callao y allá, a unos metros, en el Hotel Bauen, alguien le hace señas. Tira el pucho, apaga la radio —Diego Maradona habla por primera vez después del dopping positivo— y escucha el destino del viaje: el aeropuerto de Ezeiza. En el asiento de atrás, el pasajero, de ascendencia árabe, viste una campera de cuero marrón y una camisa celeste. No habla español; dice haber nacido en Beirut. Va al aeropuerto a buscar a quien dice ser su esposa, una tal Linda Salamuni, italiana ella. El taxi va y luego trae a la pareja al Bauen. Ahmed —así se presentó— le dijo al taxista que volviera al día siguiente, que durante quince días lo iba a necesitar para hacer varios traslados. Entusiasmado por el trabajo, el taxista vuelve, pregunta en el hotel y nada: nadie lo conoce.
Se trata de Samuel Salman El Reda, uno de los acusados por el atentado a la AMIA. Pero esta microhistoria, que ocurrió el primero de julio de 1994, es uno de los hilos del que tira Alejandro Rúa para narrar la terrible tragedia. Lo hace en 30 días: la trama del atentado a la AMIA (Planeta) que llega este fin de semana a las librerías. “Conozco el caso desde muchas aristas y desde hace mucho tiempo”, dice del otro lado del teléfono. Efectivamente: Rúa investigó durante más de veinte años el atentado, primero como secretario ejecutivo de la Unidad Especial de Investigación creada por el gobierno nacional en 2001, luego como abogado querellante de víctimas del atentado y finalmente como defensor de Cristina Kirchner en el caso del memorándum de entendimiento con Irán.
A El Reda, cuyo verdadero nombre es Salman Rauf Salman, “se le endilga la misión de transmitir información indispensable para la ejecución del hecho —se lee en el libro 30 días—, coordinar los ingresos y egresos de sus cómplices, y organizar la logística tanto a nivel local como con sus contactos en la Triple Frontera. El nuevo atentado estaba decidido. El Reda debía coordinar desde el lugar todo lo relacionado con una camioneta cargada de explosivos que tendría como destino el edificio de la calle Pasteur, en el barrio de Once. Logrará su misión diecisiete días más tarde, aun cuando, a sus espaldas, los servicios de inteligencia locales lo vigilaran, a propósito de la investigación del atentado a la embajada del Estado de Israel, el 17 de marzo de 1992″.
“En todo este tiempo—cuenta Rúa ahora—, todos los organismos de investigación nacionales y extranjeros que fueron convocados la SIDE, el Mossad, Estados Unidos, presentaron sus informes finales sobre el caso, sus conclusiones definitivas. Eso me permitió ir consolidando una información que para mí, a esta altura de estos 30 años y de mis 60 años de mi vida, me dieron la posibilidad de decir: ‘esto es lo que es, esto es lo que se sabe, esto es lo que se informa sobre lo que dicen que hicieron los acusados’. Esto permitió hacer una crónica sobre estos 30 días, porque estos 30 días explican, para mí, toda la tragedia del caso AMIA, que incluye el atentado, pero además la tragedia cuya causa todavía está abierta y no hay ninguna persona juzgada. Me parece que puede servir para entender lo que pasó”.
El 18 de julio de 1994 Alejandro Rúa estaba en su casa. Ese día no trabajó: era feria judicial. Vio el desastre, los escombros, las muertes, el estupor desde la televisión. Hasta el año 2001, cuando fue designado secretario ejecutivo de la Unidad Especial de Investigación, su relación con el atentado fue de conmoción y lejanía. Una vez que se dispuso a desenredar la trama, nunca se detuvo. Por eso este libro, 30 años después. “Cuando uno se ocupa tanto tiempo de una sola cosa, eso queda ahí, impregnado para siempre. No es como otros casos de los tantos que me ha tocado defender en mi ejercicio profesional. Acá estuve mucho tiempo metido en un solo caso y eso se vuelve permanente. Es un caso que en el que me he involucrado toda la vida”, cuenta el abogado y ahora, con este libro, escritor.
“Yo quería un libro que se pudiera leer de corrido, que no tuviera notas al pie ni esa deformación que tenemos los abogados por el modo en que escribimos. Este libro necesitó mucho trabajo sobre mi modo de comunicar. Los abogados presentamos todas las pruebas que tenemos sobre tal cosa, y capaz que no es necesario; o la foja tal o citar tal cosa. Yo quería contarlo para que alguien lo entendiera: cuáles son los hechos, de qué estamos hablando, qué tal persona hizo esto, y aprovechar una crónica diaria para introducir, también a propósito de lo que pasaba ese día, alguna explicación más amplia de contexto o de situaciones, por qué San Pablo, por qué la Triple Frontera, por qué Irak. A mí me satisfizo mucho escribirlo porque fue un proceso muy interesante de aprendizaje”, continúa.
Como el título lo indica, 30 días son 30 días para entender un episodio —un recorrido encadenado que va de El Reda a Carlos Telleldín, de la traffic al coche bomba, de Carlos Menem a Kanoore Edul, de Londres a San Pablo, de los diplomáticos a Hezbolá— que pasó hace 30 años pero que no deja de estar presente. “Con este libro quise mostrar un momento de nuestra historia, pero es un fragmento que también puede permitir iluminar otras situaciones. De hecho, la tragedia continúa y permite mirar el presente porque es una tragedia que ha continuado en el tiempo, porque mientras la búsqueda de justicia permanece y las víctimas siguen reclamando y la respuesta no llega, la tragedia no es un episodio que pasó hace 30 años; es una tragedia que pasa desde hace 30 años, todavía hoy”, sostiene.
“Si bien es un relato casi novelístico, si se quiere, no hay un solo dato, no hay una sola referencia a algo que no sea cierto; no ficcionalicé. Cuando aparece un taxista que dice que llevó a tal fue porque alguien declaró en el juicio que llevó a tal. Cuando alguien dice que vio en el McDonald’s tal cosa fue porque alguien declaró que vio en el McDonald’s tal cosa”, dice Rúa y agrega que “el atentado es un episodio conmocionante para la sociedad” porque “no hay una persona que cuando hables no te diga: ‘yo esa mañana estaba haciendo tal cosa’. Se lo recuerda como algo indeleble. Es, además, un tema recurrente en la historia judicial argentina y en la historia política argentina. Y si bien puede haber distintas posiciones, a mí la que siempre me pareció más interesante es la de las víctimas, que todavía reclaman justicia”.
“Hay mucha decepción, sobre todo en los familiares con los que estoy más vinculado. Cada vez hay menos confianza. Pero el reclamo sigue siendo constante. Es un episodio que no se ha cerrado todavía”, dice y agrega sin medias tintas: “Hubo muchos años de encubrimiento. El Estado argentino reconoció que durante diez años encubrió el atentado y deliberadamente desvió la investigación. Eso marca mucho la tragedia. No es solamente el paso del tiempo. Si pasamos muchos de esos años llevando el caso para otro lado, lo hace todavía más dramático. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos también reconoció esto. No es que las deficiencias son porque, con la mejor de las voluntades, no se pudo. Hubo una maquinaria de deliberado incumplimiento en la función judicial de investigación”.
“La tragedia refiere más tragedias”, dice Rúa y habla, por ejemplo, de la muerte de Alberto Nisman, encontrado en el baño de su departamento la noche del 18 de enero de 2015 con un tiro en la sien. “Un episodio muy desgraciado, tremendamente conmocionante, que es parte de la misma tragedia”, define a la muerte del por entonces fiscal que había denunciado a Cristina Kirchner por el memorándum de entendimiento con Irán. En ese momento, Alejandro Rúa fue abogado defensor de la expresidenta. El mes pasado, la Justicia concluyó que el atentado a la AMIA y el que se produjo en la Embajada de Israel fueron ordenados por Irán y ejecutados por Hezbolá. El fallo sostuvo que fue un crimen de “lesa humanidad” y abrió la puerta para que Argentina demande formalmente a Irán.
Una de las posibles nuevas lecturas sobre el atentado a la AMIA es lo que ocurre hoy en el conflicto entre Israel y Palestina: no sólo el ataque de Hamas en octubre pasado, los asesinatos y el secuestro de decenas de personas, también el bombardeo constante en la Franja de Gaza por el Estado comandado por Benjamin Netanyahu con miles y miles de palestinos masacrados. “Es una situación muy compleja la de Medio Oriente, increíblemente dramática. Es posible analizarlo desde una perspectiva argentina en la misma sintonía. Lo que yo advierto es el drama, la desgracia de las situaciones, la locura de la guerra y las muertes tan dramáticas, la situación de las personas secuestradas. Es una situación de un nivel de dramatismo y de tragedia conmocionantes”, dice Rúa.
El libro cierra con una pregunta —y esto no es ningún spoiler—: ¿qué pasaría si sucediera hoy? “Es una pregunta abierta, lo que es también una parte del drama”, dice y agrega: “Una posible respuesta es que las cosas vuelvan a suceder tal cual pasaron. Uno de los reproches que hubo a la investigación del atentado de la AMIA es la falta de consideración del atentado en la embajada y la debida atención para que no volviera a suceder. Entonces, 30 años después, seguimos igual en algunos aspectos. Obviamente que hubo también muchos cambios, pero la pregunta para mí es abierta y la respuesta está abierta en el sentido de qué pasaría si esto ocurriera hoy: ¿habría otro 18 de julio del 94?, ¿y cómo serían las cosas?, ¿serían muy distintas?, ¿serían realmente muy distintas?”