El pensamiento del Gringo Tosco vuela a través de la historia. Entre el humo de las barricadas le vienen a la memoria los heroicos y las heroicas comuneras. Aquí, en Córdoba, allá, en París; con casi un siglo de distancia, la clase obrera sigue labrando la historia, desplegando su fuerza e imponiendo pánico al poder capitalista.
El Cordobazo constituye un punto de quiebre en la historia nacional. Apertura de un período signado por la acción revolucionaria de las masas; etapa de aguda lucha de clases solo clausurada por la violencia genocida. Marca identitaria, por eso mismo, de la ciudad que le dio nombre; símbolo de rebeldía social y política. (…)
Retornar a la Córdoba del Cordobazo implica volver a la lucha de clases en su estado químico más puro; regresar a los grandes combates sociales y políticos que, en parte, definieron la historia provincial y nacional en las siguientes décadas. Aquella Córdoba revolucionaria fue la de Agustín Tosco, René Salamanca, Gregorio “Goyo” Flores y José “Petiso” Páez; la tierra que vio brotar a algunas de las corrientes político-sindicales más avanzadas del período conocido como los setenta. Aquí nacieron y se desplegaron el sindicalismo de liberación en Luz y Fuerza; el clasismo en Sitrac-Sitram; y el neoclasismo en el Smata.
Esas tendencias cristalizaron, en gran medida, la radicalización que cruzaba a la clase trabajadora cordobesa. Expresaron la evolución político-ideológica de franjas obreras que miraban con creciente simpatía las ideas de la izquierda y el socialismo. Fueron, todas, activas partícipes de la vida política-sindical del período. Apelando a los duros términos de la lucha de clases, impactaron a nivel nacional, logrando una significación que iba más allá del lugar geográfico en el que emergieron. Todo eso les ganó el odio patronal; las tornó enemigas de la burocracia sindical; las convirtió en blanco fijo de la represión estatal, fuera esta del gobierno militar o, posteriormente, del gobierno peronista.
Su paso por la historia nacional puede ser convertido en fuente de lecciones políticas; en conclusiones estratégicas para los combates de la lucha de clases: presentes y futuros. Ese es nuestro objetivo en las páginas que siguen: recuperar la historia de la Córdoba revolucionaria desde el análisis crítico de sus principales corrientes político-sindicales. Calibrar potencialidades y límites. Balancear su actuación ante los desafíos que implicó aquel ciclo histórico.
La tarea implica problematizar orígenes y describir trayectorias; analizar las batallas de clase a las que fueron arrastradas o debieron protagonizar aquellas corrientes político-sindicales. Significa, al mismo tiempo, precisar coincidencias y distancias entre ellas; encontrar rasgos comunes y marcar diferencias. ¿Qué separaba, en aquellos álgidos y tensos años, a Tosco de los clasistas de Sitrac-Sitram? ¿Qué unía al clasismo de Fiat con el neoclasismo del Smata? ¿Hasta dónde se pueden considerar parte de una tradición común? o, por el contrario, ¿fueron más las diferencias que las afinidades?
La reconstrucción de aquella historia obliga, también, a pensar críticamente a ese símbolo de la Córdoba combativa y rebelde que fue Agustín Tosco. A releer sus palabras y repasar sus actos. A examinar las tensiones sobre las que eligió caminar y los caminos que decidió no elegir. Protagonista indiscutido del período, marcó la conciencia de miles de luchadores y luchadoras. No solo en su provincia natal, sino también a escala de todo el país. El debate que protagonizó con José Ignacio Rucci lo certifica. Esa trascendencia explica el peso significativo que su trayectoria e ideas tienen a lo largo de estas páginas. (…)
El Cordobazo sacudió desde sus cimientos a la Argentina capitalista. La clase trabajadora le mostró al país toda su furia a partir del mediodía de un jueves 29. Tuercas, tornillos y barricadas mediante, la clase dominante recibió una amenaza clara: el abajo podía contraatacar, responder a los agravios que sufría desde hace años. La dictadura de la llamada Revolución Argentina, encarnada en Juan Carlos Onganía, resultó herida de muerte. Los tiempos de esa agonía se extendieron por largos e intensos cuatro años.
El levantamiento de masas desató un torbellino sobre el conjunto de la nación. Convocó a los fantasmas de la revolución social. La Argentina entró en ese torrente convulsivo que conmovía a gran parte del mundo, desde el lejano Vietnam hasta el hermano país de Uruguay, pasando por Europa, EE. UU. y América Latina casi toda. A partir de 1969 y hasta el golpe genocida de 1976, el país se vio sacudido por un poderoso ascenso de masas, que arrinconó al poder burgués, obligándolo a alquimias y combinaciones que permitieran capear el descontento social. La Argentina de aquellos años contuvo un componente explosivo: la tendencia creciente de las masas a tomar en sus manos el gobierno de su propio destino. Muchos años antes, lejos de la pampa y de las sierras, el revolucionario ruso León Trotsky había afirmado que ese era “el rasgo característico más indiscutible de las revoluciones”.
Consignemos, sin embargo, que el proceso argentino no alcanzó el estatus de revolución abierta: no se produjo transferencia de poder de una clase social a otra. Sin embargo, visto en su caótico conjunto –al decir de Antonio Gramsci– el período asumió un formato revolucionario; se trató de una etapa marcada por un fuerte protagonismo de masas, con un creciente cuestionamiento a la legalidad burguesa y una progresiva radicalización en cuanto a acciones y métodos de lucha.
La clase trabajadora ocupó un lugar destacado en ese proceso histórico. No resulta casual: el Cordobazo encontró a un poderoso movimiento obrero, estructurado en enormes concentraciones fabriles, cargando una limitada fragmentación social y habitando una economía que contabilizaba bajos niveles de desocupación. Ese proletariado llegó a mayo de 1969 con una potente tradición de combate. Después de aquel levantamiento, la tonada de lucha cordobesa empezó a contagiarse al conjunto del país.
Nuestro estudio se inicia en esas verdaderas fortalezas obreras que constituían las grandes automotrices de la capital provincial. Esa fuerza social, con su notoria juventud y combatividad, fue la que el Cordobazo puso en movimiento. El otro gran protagonista de aquellas jornadas, el movimiento estudiantil, había forjado temple de combate en los años previos. A ese análisis dedicamos el primer capítulo de este libro.
Barricadas de por medio, aquella rebelión popular cambió la escena nacional y creó un nuevo imaginario social. De imprevisto, para cientos de miles de personas el socialismo y la revolución dejaron de ser evocaciones abstractas. En su dinámica y en sus resultados, el levantamiento de masas prefiguró las tendencias que ocuparían la escena en los años siguientes. A dilucidar ese enorme hecho social consagramos el capítulo 2. (…)
El ascenso revolucionario abierto con el Cordobazo obligó a la clase dominante a ensayar distintas variantes de contención. La más importante del período fue, por lejos, permitir el retorno de Perón, tras 18 años de exilio forzado. El viejo militar volvió al país apostando a calmar los ánimos y frenar el descontento obrero y popular. La tercera parte de nuestro trabajo, en el capítulo 10, aborda esa transición. Concentrando nuestra mirada en Córdoba, dedicamos los capítulos 12 y 14 a la convulsiva dinámica política, marcada por los combates de la lucha de clases y la ofensiva de la derecha peronista, que culminó en el golpe policial conocido como Navarrazo. En esta parte de nuestra exposición, el capítulo 11 se destina a reseñar el histórico debate televisivo entre Agustín Tosco y José Ignacio Rucci, quien fuera en estos años la mano derecha de Perón al frente de la CGT nacional. Aquel protagonismo de Tosco creó las condiciones para que distintas fuerzas de izquierda impulsaran su candidatura presidencial. A esa propuesta y su rechazo, por parte del Gringo, consagramos el capítulo 13.
La cuarta parte de nuestro trabajo está destinada a reseñar los últimos combates de la Córdoba revolucionaria. Tosco y Salamanca aparecen como protagonistas del capítulo 15, donde se analiza la ofensiva contra el sindicalismo de liberación y el neoclasismo. Momento marcado por la represión dura y persistente, empujó a ambos dirigentes a la clandestinidad, amenazados de muerte por la Triple A. Finalmente, en el capítulo 16, reseñamos el enorme proceso huelguístico que, iniciado en la provincia mediterránea, sacudió al país en junio y julio de 1975. Ese ciclo de movilizaciones constituyó un desafío abierto y masivo al peronismo gobernante.
Aquel peronismo de Isabel y López Rega se evidenció incapaz de contener el ascenso revolucionario de masas. Ese fracaso abrió el camino al terrorismo de Estado. Videla, Agosti y Massera fueron los semblantes de una sanguinaria empresa movida por un único interés: salvar a la nación burguesa de aquella insurgencia obrera y popular que emergía en el territorio nacional. El genocidio perpetrado reconfiguró el mapa social argentino. Bajo la férrea bota militar, el poder económico y financiero rediseñó el país acorde a sus necesidades contables. La ferocidad represiva encontró un blanco central en el movimiento obrero. René Salamanca, uno de los protagonistas de nuestro relato, estuvo entre los desaparecidos.
En marzo de 1976 la clase trabajadora no pudo ofrecer una alternativa a la salida golpista de las FF. AA. Nuestras conclusiones se orientan a problematizar esa imposibilidad. Lo hacen desde un repaso general de la etapa abierta en el Cordobazo. En ese marco, atendiendo al terreno cordobés, apuestan a un balance global de lo actuado por las corrientes políticos-sindicales estudiadas.