“El David marrón”: una crisis de identidad (racial)

El dramaturgo y actor reflexiona sobre la obra que se presentan en Dumont 4040 durante los viernes de junio

Entre el 2009 y 2012 viví en Haifa, Israel. Una ciudad costera, multicultural, llena de diferentes espíritus. Fui a hacer un voluntariado (eso contesto cuando no quiero ahondar mucho en temas religiosos) y quizás algún día lo haga, pero ahora estoy en el subte y no tengo tiempo. Lo que sí quiero contar es que fui a curarme de mi homosexualidad, empujado por nadie en particular más que mi propia culpa. Entre jardines, plegarias y cuevas pasé mis días a veces llorando, otras veces bastante bien. Quiero igualmente decir (y lamento si esto lo leen mis padres -porque tampoco quiero que sepan tanto de mi vida sexual- no tuve sexo esos años, busqué mi heterosexualidad en celibato. Me enamoré y pedí casamiento a mujeres australianas que por suerte no aceptaron. Toda esta introducción -un poco “gran hermanezca” y gratuita- es para decir que mi obra El David marrón se comenzó a cocinar (para jugar con el nombre de la columna) en Israel.

Yo trabajaba recibiendo a visitantes de un lugar turístico, debía revisar mochilas y escanearlos para ver si llevaban explosivos u otro tipo de armas. Junto a mí estaba siempre un oficial israelita que custodiaba la puerta (yo era como un seguridad de un banco que te ayuda con la clave del cajero). Recibía a grupos de todos los países: chinos, keniatas, chilenos, yankis. Daba instrucciones. Sabía decir (aún se decir) no fumar, no comer y no masticar chicle en más de 9 idiomas. Llegué a aprender bastante ruso, pero algunos turistas se enojaban cuando me preguntaban algo y yo no podía responder, les daba una especie de desilusión. Los turistas más simpáticos eran los filipinos y vietnamitas (por mi apariencia, claro), no tenían la tranquilidad irritante de los japoneses ni eran tan stalkers como los chinos. Los filipinos turistean danzando y los vietnamitas fotografían rientes.

La obra se presentan en Dumont 4040 durante los viernes de junio

A veces caía simpático y me preguntaban de dónde era. “Argentino” respondía en mi uniforme grisáceo y arribaba la segunda desilusión. Frente a ellos estaba el argentino que no esperaban. Frases como: “no pareces argentino, pareces de Filipinas o de Vietnam”, eran comunes. Experiencia shockeante si las hay, esa, que se ponga en duda tu procedencia. Sobre todo cuando estoy orgulloso de saber las marchas patrias y si bien bailo tango y chacarera como puedo, creo que zafo. En un instante un turista blanco occidental podía cortar con tijera escolar los hilitos que sostenían mi asustada identidad.

Años más tarde recordé que a los 7 años un amigo de la familia en secreto me dijo “No le pongas tanta azúcar al té porque nunca vas a ser blanco”. También recordé cuando andaba en bicicleta en Río Grande, Tierra del Fuego y me gritaban “boliguayo”. También recordé cuando de chiquito lloraba por mi pelo indígena y le pedía a Dios que me dejara pelado. También recordé cuando Nico, el vecino de la cuadra, se burlaba de mis rodillas y yo me tapaba con una toalla para que no se pongan más marrones. Cual trauma, los recuerdos regresaron cuando los turistas de sonrisas amarillentas me dijeron en Haifa, Israel “No parecés argentino” y yo me sentí chiquito, pequeño y cobarde como David, frente a algo que parecía un Goliat. Más tarde entendí que mi Goliat es el racismo.

Siempre tuve una debilidad por los rubios panzones de pecho peludo con crecimiento parejo, intelectuales, abogados o músicos. Luego de terminar la secundaria noté cómo también estos cuerpos despreocupados por las dietas y el gimnasio buscaban mi atención. Entre el 2004 y el 2009 conocí varios que durante los veranos me llevaban a sus departamentos en donde compartimos cenas, charlas, noches y películas, pero nunca ninguno me elegía. Estaban conmigo como si yo fuera un objeto prohibido en su escala de deseos, un objeto del cual podían disfrutar en privacidad, pero nunca salir con amigos, ni familia, ni mucho menos de novio (Y te digo que la pasabamos muy bien con algunos). “El David marrón” es mi respuesta (autorespuesta) a por qué estos abogados miopes y rubios me extranjerizaban de su corazón.

David Gudiño, dramaturgo y actor de “El David marrón”

Mucho tiempo después de terminar de escribir la obra (ya estaba estudiando el texto para la puesta) me encontré investigando un poco sobre filipinas y resulta que es un país que tiene una zarpada crisis de identidad en sus habitantes porque muchos van a trabajar ahí en temporada turística pero después no hay laburo, entonces viven una parte del año en un lado y después en su país ¿Soy un argentino filipino en un pocito depresivo? Creo que ese es mi diagnóstico.

Para cerrar esta cocina y comernos el sancocho, quiero decirles y/o decirte que si sos uno de los abogados, intelectuales, músicos rubios panzones con los que estuve entre 2004 y 2014 te dedico esta obra y te invito a que vengas a verla (especialmente busco a Fernando que tenía departamento sobre Coronel Díaz esq. Av. Santa Fe, que nos conocimos por Gaydar). A esos rubios les dejo entrada gratis (mándenme mensaje. Tranqui, ya tengo novio rubio, es sólo para que veas lo que hice con nuestra historia).

*El David marrón. Viernes 7, 14, 21 y 28 de Junio a las 21.30hs. Dumont 4040 (Dumont 4040 - CABA) - Entrada general: $9000 Por Alternativa

*El autor es dramaturgo y actor de “El David marrón”

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