¿Dónde están hoy las utopías?

En un mundo en crisis, el desafío es cómo imaginar un futuro mejor. Francisco Marzioni desde la ciencia ficción, Ekaitz Cancela desde la tecnología y Santiago Mayor desde el trabajo, proponen alternativas

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Detalle de “El jardín de las delicias” de El Bosco, una utopía del año 1500
Detalle de “El jardín de las delicias” de El Bosco, una utopía del año 1500

En 1516, Tomás Moro —por entonces funcionario de Enrique VIII, que irónicamente sería el mismo rey el que lo terminaría condenando a muerte— escribió Utopía, un clásico universal. Ahí imagina una isla habitada por una sociedad pacífica donde la propiedad es común y no privada, a diferencia de “esas repúblicas que hoy día florecen por todas partes” —estamos en los albores de la Edad Moderna— donde predomina “la conjura de los ricos para procurarse sus propias comodidades en nombre de la república”. La utopía, entonces, se planteaba a contramano del rumbo predestinado, del progreso inminente. Una mirada alternativa, la posibilidad de algo nuevo, más justo, más igualitario, superador. Pasó mucha agua bajo ese puente. Y si es como escribió Camus, que “la utopía reemplaza a Dios por el futuro”, pero Dios ha muerto y el presente es el imperativo de la época, ¿dónde están hoy las utopías? A continuación, tres especialistas piensan el tema desde diferentes ópticas: Francisco Marzioni, desde la ciencia ficción; Ekaitz Cancela desde la tecnología; Santiago Mayor desde el trabajo. Empecemos.

Utopía versus distopía

“En el campo de la ciencia ficción, el debate de la utopía versus la distopía está muy vigente”. El que habla es Francisco Marzioni, mientras camina por las calles de Ciudad de México, rumbo a su casa. Es argentino, nació en Rafaela, Santa Fe, y en 2017 decidió emigrar. La crisis económica de entonces lo obligó a cerrar la librería que tenía con su esposa, y se fueron para allá. Ahora se dedica a la escritura: periodismo, ficción, publicidad y está entusiasmado con un nuevo proyecto, un documental sobre el ufólogo Jaime Maussan. Es un lector avezado de la ciencia ficción, un especialista; el año pasado publicó su primera novela, Antena. En julio abre un curso titulado “Usted está aquí: el mundo de hoy y mañana a través de la ciencia ficción”. “Ahora hay una ola de distopías televisivas y cinematográficas que hace pensar que la ciencia ficción solo está ocupada por mundos alternativos pesimistas. ¿Por qué? Porque son muy interesantes. Tenemos un morbo por ver cómo se va a ir todo a la mierda. Y la ciencia ficción tiene muchas herramientas para eso“, agrega.

¿Y dónde están las utopías? Marzioni tiene una mirada interesante: “Las voces que exigen eso, en general, están relacionadas con el activismo sociopolítico. Creen en una ciencia ficción social como herramienta de cambio. Y se apoyan en un discurso de Ursula Le Guin cuando le entregaron el Premio Hugo, el Oscar de la ciencia ficción, por primera vez a una mujer. Ella dijo algo así como: ‘la ciencia ficción ha escrito muchas distopías y es hora de que también empiece a pensar en las utopías’. Construir un mañana mejor y que seamos parte de ese cambio’. Ella fue la primera que lo enunció en una tribuna que escuchó todo el mundo. Es una cita de autoridad para argumentar que en la ciencia ficción no hay suficientes distopías. Lo cual es errado: si se estudia la historia de la ciencia ficción vas a encontrar un millón de utopías y, de hecho, libros súper importantes. Es un debate también filosófico: ¿es responsabilidad de la ciencia ficción crear las condiciones conceptuales de un mañana mejor? ¿Realmente queremos ponernos en ese lugar? ¿Acaso no reduce a la ciencia ficción a un nivel exclusivamente utilitario?”

“El problema de la utopía es que, a primera vista, no hay drama. Aunque hay que decirlo: que nosotros no la hayamos alcanzado es un drama”, dice Marzioni y señala Un mundo feliz de Aldous Huxley, de 1932: “No se sabe si es una utopía o una distopía. Esos son los libros más interesantes de la ciencia ficción”. “Más de una vez los lectores nos hemos encontrado diciendo: ‘Che, yo viviría ahí, no tengo problema en trabajar durante la semana, que me den drogas gratis el fin de semana y pasar mi vida así’. Una utopía puede ser un horror o algo beneficioso, depende de quién lo mire. Huxley publica en 1958 Nueva visita a un mundo feliz y habla de dobles lecturas, intertextos y debates que se desprenden del libro. Los libros más interesantes de la ciencia ficción son aquellos que son difíciles de clasificar. Otro gran libro es 1984, que plantea una distopía pero nadie se pone de acuerdo en quién es el responsable. En la Argentina del 2024, kirchneristas pueden acusar a La Libertad Avanza de 1984 y viceversa, y todos van a tener buenos argumentos. Es un libro mucho más interesante que una utopía o una distopía: va más lejos”.

Francisco Marzoni, escritor y especialista en ciencia ficción
Francisco Marzoni, escritor y especialista en ciencia ficción

Otra distopía clásica: El hombre en el castillo, de Philip K. Dick, publicada en 1962,donde “un hombre se encuentra en un mundo gobernado por nazis”. “La distopía es saber que tu mundo puede ser diferente, porque el hombre se entera que existe otro mundo donde los nazis no ganaron la guerra y él puede acceder a esa realidad. La distopía es el horror de saber que estás viviendo en el mundo equivocado. Al final, las utopías y las distopías siempre cuentan la misma historia. La distopía también es una utopía porque hay siempre un personaje en las distopías que sabe cómo debe ser el mundo. Y eso es utópico porque generalmente es un héroe que rompe con el mundo establecido. Tendemos a ver la distopía de los gobiernos totalitarios o de las multinacionales, y preferimos evitar ver la utopía de la valentía, la esperanza, el bien común desinteresado que tienen los héroes de esos libros. Para mí 1984 no es un libro distópico porque me enseñó, cuando yo tenía quince años, que se podía resistir a un mundo difícil simplemente leyendo un libro, que leer un libro es un acto de resistencia, eso es utópico”.

La verdadera libertad

“Tengo 30 años: no me puedo permitir ser pesimista”, dice Ekaitz Cancela, ensayista español que acaba de publicar por el sello argentino Prometeo un libro más que interesante: Utopías digitales: imaginar el fin del capitalismo. En sus páginas asegura que “la historia sobre lo que somos y fuimos se ha vaciado de su componente emancipatorio”. “Soy de una generación cuya relación con la tecnología es extremadamente hermosa”, dice ahora, y agrega que la distopía en la que vivimos “es un relato de las élites dominantes, porque su sistema está en crisis, porque su modelo económico, social y político es incapaz de garantizar la democracia y la economía de mercado como se vendió cuando se inició la utopía, la utopía neoliberal”. A esta gran crisis, afirma, “hay que vivirla, no hay ninguna alternativa”. Para eso, “necesitamos utopías que desafíen esa batalla, ya no solo para plantear imaginarios alternativos, visiones de mundo distintas, sino para decirle a la gente que hay sistemas distintos donde tú puedes escribir tu propia historia, no la va a hacer el mercado turbulento y en conflicto permanente”.

“La utopía neoliberal ya es una distopía”, dice, “pero las tecnologías pueden ser una herramienta para pensar las utopías e imaginar sistemas de manera democrática y colectiva”. “Cuando estaba iniciándose la industrialización, Marx dijo que el capitalismo había traído la innovación, pero hay que aplicarla, hay que pasar a un sistema que no tenga las ataduras capitalistas actuales, y para hacerlo hablaba de que no solo está la esfera de las necesidades, sino también la de las libertades, que es donde la creatividad, la innovación, el arte, la cultura. Marx y todo el mundo han pensado mucho en la esfera de las necesidades, en la del trabajo, en la de quienes somos cuando estamos de 9 a 5, pero que no estamos pensando en el potencial político que tiene la otra, la de la libertad, y de cómo conseguimos que el trabajo y el deseo, lo espiritual y lo material, la calle y la oficina, la flexibilidad y la burocracia confluyan de una manera más orgánica, más autoorganizada”. En el libro propone iluminar “un terreno más difuso donde el trabajo se mezcla con la diversión, donde la crítica o la cultura producen valor social”.

Hay algo del espíritu emprendedor que pulula en esta época, y que en Argentina se ve con claridad, que a Cancela le entusiasma: “Todo el mundo hace lo que sea para sacar la plata y casi nunca es dentro de un marco de mercado tradicional: desde el músico que ha montado su propio disco en un garage hasta la persona que da cursos de escritura creativa. El Estado te ha dejado de lado y la economía te ha llevado hasta los márgenes. Se trata de pensar cómo ese espíritu emprendedor que está en los márgenes, que está destrozado por el mercado y en buena medida por el Estado. Cómo podemos hacer de esos márgenes el lugar y el espacio para producir no solo nuestras utopías, imágenes de futuro, sino los sistemas alternativos al capitalismo que creamos en esos márgenes económicos, culturales y sociales. Es en esos márgenes del Estado y del mercado donde está todo el potencial político”.

Ekaitz Cancela, autor de “Utopías digitales” (Foto: Roser Gamonal / Twitter @ecanrog)
Ekaitz Cancela, autor de “Utopías digitales” (Foto: Roser Gamonal / Twitter @ecanrog)

Trabajar menos, disfrutar más

Santiago Mayor es periodista y aborda el mundo del trabajo desde su podcast, La Internacional, así como en artículos que se publican en diferentes medios. Concede la oscuridad del panorama (”la imaginación sobre el futuro es distópica y esto es una derrota de la clase trabajadora a nivel mundial”), pero no deja de imaginar un futuro mejor: “No parece haber un horizonte más que el de resistir, pero ahí hay una tarea de los trabajadores, de los sindicatos, de sus organizaciones, de poder empezar a pensar nuevamente propuestas por la positiva”, y nombra una punta de lanza: la reducción de la jornada de trabajo. “Fue una consigna histórica del movimiento obrero. El primero de mayo nace de ese reclamo y hoy, en el 2024, con internet, con computadoras, con un montón de mecanismos de automatización, estamos trabajando la misma cantidad de horas o más que hace 100 años. En Argentina, la jornada de ocho horas formalmente se consiguió en 1929 y hoy seguimos teniendo una jornada laboral de 48 horas semanales. Obviamente hay variaciones en los trabajo, incluso hay lugares donde se trabaja mucho más horas”.

“Para empezar a pensar una utopía del trabajo, la reducción de la jornada laboral es central. Esto no es una mirada ultraizquierdista”, dice y cita un ensayo de John Maynard Keynes de 1930, Las posibilidades económicas de nuestros nietos: “Keynes calculaba que con el nivel de desarrollo de la tecnología que venía teniendo el capitalismo, para el 2030, 100 años después, iba a alcanzar con que trabajáramos 15 horas semanales. Obviamente eso no pasó. Keynes tenía una mirada desanclada de lo que eran las luchas del movimiento obrero. La reducción de la jornada laboral se consiguió porque el movimiento obrero dio luchas muy importantes que incluso le costaron la vida a trabajadores y trabajadoras”. Y agrega: “Una cuestión que se está estudiando más es lo que se llama burnout: gente quemada por el trabajo, saturada, con estrés, con ansiedad, porque tiene que trabajar muchísimo para apenas sobrevivir. Algo cambió, producto de la transformación del capitalismo: ya nadie se gana la vida trabajando. El trabajo no te permite acceder a una casa, no te garantiza vacaciones. Obviamente estoy haciendo una generalización”.

Mayor menciona los países donde se probó: Reino Unido, España, Japón. Y en Portugal, “donde según un estudio, se descansa mejor, se pudo compatibilizar mejor la relación trabajo y familia, trabajo y ocio”. Los aspectos en los que impacta, dice, son tres. En el plano feminista: “el mejor reparto de las tareas domésticas”: “El mundo laboral sigue muy estructurado desde una mirada masculina. Los trabajos domésticos, además, siguen estando fuertemente feminizados. Entonces las mujeres tienen una doble jornada: trabajan ocho horas y después llegan a casa y tienen que seguir trabajando mientras que los hombres no. Esto no se va a dar de hecho, pero es la condición de posibilidad para que suceda. Y en una mirada más radical, como la que plantea Silvia Federici, que esas tareas se paguen, lo que implicaría una reducción brutal de la jornada, por lo menos para quienes realizan las tareas domésticas. En el gobierno anterior, la Dirección Nacional de Economía, Igualdad y Género hizo un estudio donde las tareas domésticas representaron el 16,8% del PBI argentino, más que lo que produjo la industria y el comercio”.

El segundo plano que plantea Santiago Mayor es el ambiental: “No solo se consumiría menos en traslados si trabajaras cuatro días a la semana en vez de cinco o seis, también tendrías mayor tiempo libre en el hogar. Sobre este punto hay un estudio estadounidense de 2019 que evaluaba que los hogares que tenían más carga laboral horaria emitían una mayor huella de carbono. ¿Por qué? Porque, por ejemplo, la gente llegaba del laburo agotada, no quería cocinar, pedía un delivery, eso es una moto viniéndote a traer el pedido, eso es productos envasados de plástico”. El tercer plano es el más obvio, el laboral: “Una reducción de la jornada laboral también favorece el aumento de los empleos disponibles, porque si las empresas quisieran reemplazar ese trabajo que se redujo para seguir funcionando bajo las mismas condiciones, te aumenta los puestos de trabajo”.

Santiago Mayor aborda el mundo del trabajo en el podcast “La internacional” y en diferentes artículos
Santiago Mayor aborda el mundo del trabajo en el podcast “La internacional” y en diferentes artículos

Salario básico universal

El salario básico universal, explica Santiago Mayor, “es algo discutible y polémico que hasta Bill Gates propone. Entonces decís: ‘Si Bill Gates está proponiendo esto, algo raro hay’. Creo que, en general, los millonarios que te plantean estas cosas lo hacen en reemplazo de los derechos básicos, que en este momento en Argentina están siendo arrasados. El reemplazo de una salud gratuita, de una educación gratuita, los servicios que debe brindar un Estado. Son los vouchers educativos, de alguna manera”. Entonces, asegura, la propuesta debe ser otra: “Hay que pensar desde el movimiento obrero al salario básico universal, no como un reemplazo, sino como una garantía básica de las condiciones de vida. Estamos hablando utopías pero si a vos un salario básico universal te garantiza una vida digna, los peores trabajos van a tener que ser mejor pagos. Es un escenario hipotético. Si con el salario básico universal puedo vivir, para que quiera ir a limpiar un inodoro vas a tener que pagarme bien. Esto puede ser un poco polémico, pero quizás los trabajos creativos sean peores pagos porque van a ser trabajos más gratificantes”.

La pregunta por el presente

“Las utopías y las distopías son relatos sobre el futuro, pero en realidad hablan del presente”, dice Francisco Marzioni. “Así como El cuento de la criada de Margaret Atwood está basada en cierto conservadurismo de Estados Unidos de los ochenta, y Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, en los totalitarismos de mediados del siglo XX, lo que demuestran esos libros es que simplemente eso estaba germinando y sus autores tomaron procesos germinales. La herramienta que usa la ciencia ficción se llama extrapolación: llevar hasta las últimas consecuencias una idea. Si China creó un organismo de estudios para fenómenos no identificados que entendemos como ovnis, ¿qué pasaría si todos los países crearían un ministerio ovni, por ejemplo? Entonces escribo un mundo donde el asunto ovni está en la agenda de todos los gobiernos y empresas como es el el tema LGBT. ¿Y qué pasaría si todos tuvieran un discurso sobre los ovnis? Eso es una extrapolación. La ciencia ficción lo hace permanentemente y la utopía y la distopía nacen ahí. La ciencia ficción no inventa: es una herramienta de trabajo”.

Para pensar el presente también hay que ir al pasado: “En el siglo XIX, en Inglaterra, hubo una oleada de libros que hablaban del futuro. Y Julio Verne escribe Un periodista americano en el 2889 y el editor se lo rechaza diciendo que los lectores esperan otra cosa de él, que esperan algo más realista y no ese exceso de imaginación. Los relatos sobre el futuro en la Inglaterra del siglo XIX estaban de moda porque Inglaterra dominaba el mundo. Ellos querían saber qué impacto iba a tener su cultura en el mundo, cómo iba a ser el futuro, porque ya habían construido el presente. Lo mismo que hicieron Estados Unidos y Rusia después: cada uno produjo sus relatos sobre el futuro. Solo escriben sobre el futuro aquellos pueblos que lo moldean. No hay utopías de El Salvador o Nicaragua, las hay aunque muy pocas, porque son países que siempre estuvieron asolados y condicionados por potencias mucho más poderosas que ellos. Los países rectores del futuro han sido Rusia, China, Estados Unidos, Inglaterra, Francia”.

“Parecería que la ciencia ficción tiene que tener un programa de responsabilidad social para aportar no sé qué al mundo. La verdad es que no lo tiene que hacer. La ciencia ficción es un juego, un juego literario”, insiste Marzioni y agrega que “las distopías siguen siendo seductoras”, y pone de ejemplo Los Juegos del hambre: “Se puede usar perfectamente para describir la Argentina 2024: una epidemia de dengue, una inflación que no se detiene, 60% de pobres, un presidente que está loco. ¿Por qué nos interesa una distopía? Porque se parece mucho a nuestro mundo”. Una lectura posible sobre las distopías, hoy tan en boga, es que su horror, al contraponerlo con la realidad, nos tranquiliza. ¿Nos vuelven conservadores? “Es tranquilizador, pero deja de serlo cuando lo que leés ya no te llama la atención, cuando la leés y encontrás demasiados puntos en común con la vida actual. Cuando uno se reconoce en el monstruo... ¡puta! Fijate Frankestein: al principio era una ridiculez y con el tiempo se fue haciendo cada vez más realista. Y aunque todavía no existe un monstruo de Frankenstein, podemos verlo en muchísimas creaciones”.

“La edad de oro” (1530) de Cranach el Viejo
“La edad de oro” (1530) de Cranach el Viejo

Deseo y autonomía

El teletrabajo, la autonomía laboral, es una utopía latente. “Lo que está pasando ahora —dice Santiago Mayor—, es que muchas empresas, empezando por Google, le están exigiendo a sus trabajadores que vuelvan a la oficina. Intuyo ahí algo de la necesidad de control. Pero más allá de las posibilidades del teletrabajo para salir y hacer las comprar, llevar a tus hijos al colegio, etcétera, aunque si bien podés estar conectado desde el celular y siempre estás a disposición, la pregunta es: ¿qué desean los trabajadores y las trabajadoras? Mark Fisher plantea que el neoliberalismo entendió ese deseo y con eso nos hizo mierda. Con esta idea de romper con la monotonía del fordismo, de estar ocho horas en la fábrica, el liberalismo agarró ese deseo para precarizarnos más: ‘Ahora tenés autonomía, libertad, podés elegir tus horarios y trabajar todo el día sin parar’. Ahí hay que pensar, y no tengo la respuesta, cómo construir un nuevo deseo o cómo canalizar ese deseo de autonomía”.

Software libre y lucha de clases

¿La tecnología es neutral? “La tecnología siempre es el resultado de la lucha de clases”, dice Ekaitz Cancela, y agrega: ”Es en función de quién gane esa batalla, en función de quién programe la tecnología, quién la diseñe, quién haga esos interfaces que en este caso son extremadamente adictivos y nos llenan de mercancías la cabeza. La tecnología, cuando era el resultado de las clases populares, cuando se organizaba para cómo conseguir que a cada persona le llegara de manera más eficiente leche o bacalao, como en el Chile de Allende, tenía un fin de coordinación de la economía popular y social. Ahora lo que tiene es una centralización de capital enorme en las empresas de Silicon Valley que con cuentagotas venden y alquilan sus servicios al resto de multinacionales para que sigan exprimiendo todo rastro de pequeña empresa de autoorganización. Entonces las tecnologías son lo que tú quieres que sean en función de si están en manos de trabajadores, artistas y creativos, o si están en manos de empresarios que solo quieren desarrollar código para hacer a gente adicta y vender la publicidad”.

El software libre es “la única aplicación que ha tenido éxito hasta el momento”, dice Cancela. “Hay un estudio que cifra en 3.500 billones lo que las grandes empresas hubieran tenido que pagar de más si no existía la tecnología de libre acceso. Incluso Microsoft y Google la practican. Internet es, al fin y al cabo, el comunismo privatizado. Hay ciertas tendencias inherentes a internet y a la autoorganización que son muy difícil de eliminarlas. Por eso el capítulo de Los Simpson donde Bill Gates le tira su ordenador: no puedes llegar a todos los espacios. Hay que pensar una economía donde el software libre esté democratizado creando unidades en las universidades, centros de salud, sector público. Y si funciona, utilizarlo, mejorarlo y escalar buena parte de la digitalización o la modernización de nuestras estructuras de vida a través del software libre. ¿Cómo hacemos transferencias de software libre desde Europa al sur basadas en la cooperación y no en la explotación? Hay mucho espacio para pensar un nuevo internacionalismo digital y utilizar la tecnología como utopía colectiva, anti antropogénica, anti occidental y anti unipolar”.

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