Todos hemos visto en las noticias las caravanas de migrantes que buscan llegar a Estados Unidos. También hemos visto las pateras que cruzan el Mediterráneo con la esperanza de llegar a costas europeas. Hemos sido testigos del modo en que los ucranianos tuvieron que abandonar su país con motivo de la guerra. En algunos casos, nos vienen a la memoria recuerdos de los campos de refugiados instalados en Turquía o en Grecia, consecuencia de la guerra civil siria.
Hay dos hechos incontestables: todos somos iguales jurídicamente y tenemos los mismos derechos. Si a esto unimos la imparable globalización de las sociedades, es fácil darnos cuenta de que necesitamos una mirada cosmopolita cuyo primer derecho sea la hospitalidad, como bien ha señalado la filósofa española Adela Cortina.
Ser hospitalarios ¿con o sin condiciones?
El prusiano Immanuel Kant (1724-1804) fue uno de los primeros filósofos que mostró un interés sincero en definir la hospitalidad. En su obra La paz perpetua afirma que el extranjero tiene derecho a no ser tratado con hostilidad cuando llega a un lugar que no es el suyo. A cambio, añade, ha de comportarse de manera pacífica.
La imposición de límites muy estrictos a las personas que llegan al país es una de las mayores insuficiencias de esta aproximación. Aun así, fue un paso importante en el desarrollo del tema, pues Kant pensó la sociedad del futuro como una institución cosmopolita donde arraigo y extranjería debían convivir gracias a unos derechos universales.
En el siglo XX, como consecuencia de los grandes movimientos totalitarios (fascismo, comunismo e imperialismo), la reflexión sobre la hospitalidad adquirió una mayor urgencia. Emmanuel Lévinas (1906-1995), filósofo judío confinado en un campo de concentración, elaboró una idea de la hospitalidad que no podemos separar de lo que vivió. Esto lo emparenta con refugiados, solicitantes de asilo e inmigrantes.
Para Lévinas todos tenemos una obligación hacia los demás, puesto que no somos seres autónomos. Nuestro yo está unido al del resto de la gente. Esto significa que la identidad y la alteridad –la condición de ser otro– están vinculadas de forma indisoluble. Solo al salir de nosotros mismos y al abrir el espacio interior de nuestro hogar a los demás nos convertimos en seres éticos. Aquí radica, para Lévinas, la hospitalidad. Hacemos de nuestro país un lugar hospitalario en el que vivir la compasión con los demás.
Por último, el francés Jacques Derrida (1930-2004) planteó los desafíos de la hospitalidad de forma más radical. Rechazó la hospitalidad condicionada de Kant para abogar por otra que sea incondicionada: al extranjero no le podemos pedir que deje fuera nada de su bagaje vital. Esto conlleva riesgos para la sociedad que lo acoge, pues en algunos casos puede comprometer su misma existencia.
Consciente de las contradicciones, Derrida creó el término “hostipitalidad” para reflejar la profunda ambivalencia de la hospitalidad, a un tiempo deber para el anfitrión y derecho del huésped.
Hospitalidad y literatura en Estados Unidos
En nuestra época la hospitalidad está relacionada con el espacio social, como bien han visto los investigadores Ana Manzanas y Jesús Benito. Así, la poética del espacio estudia la relación entre lugar geográfico, social y ciudadanía.
La literatura es un reflejo de la sociedad. En ella encontramos sus ideas dominantes. Cierto es que el autor no tiene por qué reflejarlas en su totalidad ni secundarlas. En las novelas el lector encuentra una representación de la sociedad que no es una imagen idéntica a la realidad. El escritor la ha transformado para adaptarla a sus propósitos narrativos. Esto lo puede hacer porque al mundo literario, que nunca puede ser real, le basta con ser verosímil.
La hospitalidad es un tema central en gran parte de la literatura estadounidense escrita por inmigrantes irlandeses, latinos o asiáticos. En ellas el lector encuentra la difícil convivencia social. Ve cómo se pone en tela de juicio la idea generalizada de que Estados Unidos es una tierra de acogida. Asimismo los autores señalan los problemas y prejuicios contra los que los emigrantes tienen que batallar día a día. Entre las muchas novelas podemos citar La mujer guerrera (1976) de la estadounidense de origen chino Maxine Hong Kingston y La casa en Mango Street (1984) de la escritora chicana Sandra Cisneros.
Otro ejemplo son las memorias de los afroamericanos descendientes de esclavos. En ellas narran cómo se dieron de bruces contra la sociedad americana cuando salieron de sus barrios para relacionarse con la sociedad blanca. Relatan cómo se encontraban fuera de lugar social y geográficamente. Entre los muchísimos libros publicados, merece la pena citar Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado (1969) de Maya Angelou y Notes of a Native Son (en español, “Apuntes de un hijo de esta tierra”) (1955) de James Baldwin.
La literatura como lugar de acogida
Si en la literatura encontramos el reflejo de la hospitalidad, propongo la noción de la literatura como lugar hospitalario. Las traducciones de autores, los préstamos literarios, las aperturas hacia sonoridades rítmicas propias de otras literaturas son, entre otras posibilidades, una bienvenida a otras maneras de ver el mundo.
Que en una literatura nacional un autor extranjero sea traducido y publicado con frecuencia es señal de la acogida hospitalaria que se le dispensa. Sin embargo, la hospitalidad no queda circunscrita a él. El modo en que ve el mundo y los valores que preconiza también forman parte de lo acogido.
La recepción de la literatura extranjera es, en definitiva, un modo de ampliar nuestro horizonte cultural más allá de la literatura pero con su indispensable concurso.
Fuente: The Conversation