“Tengo el poder de atraer juguetes rotos. Todos los que estamos aquí hoy somos juguetes rotos. Pero dentro del terror y el espanto cotidiano rescato la lucha, esa es la luz que vive dentro del horror”. Estoy en una sala de un hostel de Palermo donde en unos minutos más, María Fernanda Ampuero, autora de Visceral (Páginas de Espuma, 2024), dictará un taller de escritura.
Dos días antes, me había ido a la Feria del Libro a conocerla. Presentaba Dantescas (Fera, 2024), en la Sala Alejandra Pizarnik. El espacio estaba estallado: gente de pie, gente en el piso. Mucha gente. ¿Capaz les pasaba como a mí? No sé. Lo cierto es que necesitaba entender por qué tanta bronca, tanto encono, tanto horror en la escritura de Ampuero. ¿Por qué tanta ira? ¿De dónde salían esas lenguas de fuego? Y a eso fui, a bucear en las venas abiertas de la ecuatoriana. Y ahí estaba ella, con su falda larga de tul fucsia, su remera de Carrie (según ella la más dantesca de las dantescas) y su melena ensortijada. Como una niña buena. Sonriente y dulce, aun contando la más tremebunda de las historias de la antología.
Frente a un auditorio rebalsado de emociones, fue deshojando, uno por uno, cada relato de aquellas escritoras que “descendieron a los infiernos para salvarse a sí mismas o para salvar a otras”. ¿A nosotras decís? “Parece que el terror está ganando lectores”, dijo Dolores Reyes -autora de Miseria y Cometierra- mientras presentaba a la escritora. Y algo de eso debe de haber, ¿no? ¿Sino cómo se explica esa fila larguísima para ingresar, la cantidad de ejemplares para la firma, los aplausos, la complicidad? Como sea y rapidito, recomiendo mucho su lectura, ir paso a paso y mirarnos así en ese espejo que muy bien supo construir Ampuero en esta, su primera antología de cuentos, prologada, seleccionada y comentada por ella misma.
Pero volvamos al comienzo: 48 horas después de Dantescas. El escenario era otro y también la conversación. Ahora estábamos las dos solas, una frente a la otra, en una sala de Casa Caravan, con solo 30 minutos disponibles antes de que comenzara el taller de escritura visceral Extrañas Entrañas, de “cupos limitados”.
“Dejar de ser complaciente es una batalla. Se te llena el vaso más pronto. Siempre hay gente que quiere aprovecharse de ti. Las relaciones humanas son siempre una guerra de poder. La menopausia fue el gran detonante, el gran súper poder: estamos hablando de los cambios físicos y mentales. Muy extraño para quienes te rodean porque esos temas nunca formaron parte de la cultura popular, porque nunca se hablaron. Entonces no se entienden. En esta etapa aprendí que me tengo que cuidar yo, aunque signifique enfrentar a alguien, correrlo de tu círculo. Hay gente que hay que mover a otro lado cuando ya las diferencias son irreconciliables. Una cosa es tener 18 y otra muy distinta 48. No le debo nada a nadie. Me mantengo sola y vivo sola. Yo soy la que paga las cuentas asi que, no me jodas. Déjame tranquila”.
Desarraigo. En 2004, Ampuero estudiaba en Buenos Aires y una colega le dijo que porque no iba a España a investigar el tema de los migrantes. Y ella fue. Pero nunca regresó. “Es que me enamoré. Y fue lindo. Estuvimos juntos 11 años. Él me amaba, yo lo amaba. Y mi sueño era tener una Alicia. Pero un día nos separamos porque él no quería darme un hijo y fue un triple duelo: nunca tendría un hijo con el hombre que amaba, el divorcio y al mismo tiempo mi papá fallecía de cáncer en Ecuador. Y casi en simultáneo, ahí nomás (a los 38 años), también me enteré que no producía más óvulos. Y fue demoledor. Arrasó con todo. Como la muerte de mi padre y la negativa de mi esposo de darme un hijo (¿por qué no lo habló antes?). Ahora, estéril. Después de todo esto – y mucho más- escribí Visceral, mi último libro”.
Su próximo proyecto editorial tiene que ver con su papá y en las condiciones de abandono en las que murió en un hospital público de Ecuador, su tierra natal. “El proyecto lleva ya muchos años y tiene que ver con el hospital público donde murió y el sistema decadente de salud de mi país. Te cuento algo: cuando mi papá estaba internado decía que veía un gato y yo pensaba que tenía alucinaciones por la medicación que le daban, veía un gato y un perro cuando lo llevaban a terapia intensiva. Tiempo después me llega un video donde efectivamente se ve un gato y un perro caminando por cuidados intensivos. No sabemos qué pasó en verdad, pero voy a hablar de todo eso: de los insectos, el calor, los olores, la putrefacción, los animales deambulando por la unidad de terapia intensiva. El hospital del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social será el castillo del terror tropical y el señor que quedó ahí atrapado y no pude alcanzar es mi papá,” dice mientras la gente ingresa al espacio donde -en breves instantes- comenzará el taller para aprender a escribir a tripa abierta.
Inicia. “Me gusta todo tipo de terror: zombis, imágenes espantosas, cangrejos asesinos. Me encanta. Me gusta la visceralidad. Fueron algunos periodistas los que clasificaron mi escritura de visceral. Y lo es. Soy bien perversa en ese sentido. El body horror, es el subtipo de terror que más me interesa. El de David Cronenberg, principal representante del horror corporal, exponente de los miedos humanos ante la infección y la transformación física. Toda la vida me han interesado las transformaciones. Y es verdad que pienso mucho en ese alíen que te arranca el corazón del pecho y cómo los órganos responden al dolor. Dicen que el estómago es nuestro segundo cerebro. Y creo que lo es. Soy mucho de somatizar: primero en mi panza y luego en los pulmones. Todo eso que llamamos vísceras reacciona al dolor, a la pérdida. (…) y la literatura es la mejor vía para vengarse de quienes son aterradores en la vida real. De quienes nos han causado ese daño o ese dolor. Es lo único que me interesa. Quiero ajustar cuentas con todo el hijueputismo del mundo que me ha roto a mí y a mucha otra gente.”
Ser flaca, ser feliz. “Esa mierda generaba esterilidad. Por esa época, tendríamos unos 14 o 15 años, íbamos con mamá todas las semanas a inyectarnos donde el doctor Miranda, quien sabe qué líquido denso color gasolina, pero estábamos muy lejos de pensar en tener hijos. (…) total para tener hijos hay que conquistar a un hombre y para conquistar a un hombre hay que estar delgada, ¿no? Hoy no tenemos hijo ni hija María Fernandita. Tal vez sí causaba esterilidad esa porquería que nos inyectaban todas las semanas. No lo podemos saber. Y pensarlo me pone muy triste. (…) Ya lo he dicho: ser feliz era ser flaca. No había negociación para ello,” escribe la autora en Gorda, la historia número 10 de las 21 que hay en Visceral. Los relatos son aullidos guturales que emergen de su alma rota. Son de corte autobiográfico y cada uno va tocando un tema distinto que revela que el daño, te cambia para siempre.
Como sea, María Fernanda Ampuero, aquella niña de cachetes rojos y sonrisa complaciente, que sufrió bullying, abusos, rechazo, desamor y horrores indecibles, ya no está. Ahora es otra. Es el resultado de lo vivido y lo cuenta en las 172 páginas del libro que viajan a través de sus heridas de guerra: recuerdos de infancia, violencia de género, su cuerpo ultrajado y rechazado, la obesidad y la salud mental. Una obra descarnada, demencial, con un alto grado de furia, que se manifiesta en cada palabra cuidadosamente elegida por la ecuatoriana. “Las cosas que te pasan te convierten en una persona u otra, y una persona que fue abusada física o sicológicamente, no se convertirá en lo mismo que hubiera podido ser después de eso. Todo eso está en mis libros y es lo que genera terror y asusta. Pero es real.” Y si me permiten, agrego: nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio. Uf!
Y entonces, la entrevista llega a su fin: “la gente está esperando” y de a poco ingresan y se ubican en los asientos, mientras la observan fijamente. Entonces ella, como director con batuta, da el puntapié inicial del encuentro de Extrañas Entrañas: “Busquen en ustedes, en su cuerpo, en donde sea, que recuerden que se haya manifestado un daño y cómo eso que pensabas hacer en tu vida se vio interrumpido o interferido por el trauma y escríbanlo”, dice. Ante la consigna, un silencio absoluto. Y de pronto, la magia de gritar a través de una pluma (porque no es exorcismo me dijo Ampuero) se enciende en cada uno de los presentes, en su mayoría mujeres. Y sí. Ese grito es la misma llama, el mismo alarido que Ampuero arde a través de sus letras escritas con sangre. Ahora sí me cierra todo. Gracias Ampuero. Gracias Visceral.
Quién es María Fernanda Ampuero
María Fernanda Ampuero (1976) es periodista y escritora ecuatoriana. Vive en Madrid desde hace varios años y publica en algunas revistas como SoHo, Gatopardo, Yorokobu y Vistazo. Es autora de: Lo que aprendí en la peluquería (2011) una serie de artículos y crónicas que publicó por casi una década en la revista Fucsia, Permiso de residencia (2013), donde recopila varias historias sobre la experiencia de migrantes en España, Pelea de gallos (2018) -obra elegida como uno de los diez mejores libros de ficción de 2018 en un artículo de The New York Times, además de ganar el Premio Joaquín Gallegos Lara al mejor libro de cuentos del año- y Sacrificios humanos (2021), los dos últimos editados por Páginas de Espuma.
En julio de 2019 se convirtió en la Gerente del Plan Nacional de Libro y la lectura José de la cuadra del Ministerio de Cultura del Ecuador. Sus obras han sido traducidas al inglés, portugués e italiano y en 2012 fue considerada como una de las escritoras contemporáneas latinoamericanas más influyentes.
[Fotos: Edu León; prensa Páginas de Espuma; prensa Feria del Libro]