Lola Arias es, seguramente, la figura emergente del teatro argentino más relevante en el mundo hoy. Y ahí está, en la oscuridad de una sala vacía (la del Teatro Presidente Alvear, sobre calle Corrientes), en plena etapa de supervisión de la puesta en escena de Los días afuera (que se presentará hasta el domingo 16 de junio, de miércoles a domingos a las 20 hs.). Impresiona verla en acción, con indicaciones que semejan la de un DT: “vos más acá, ustedes salen por ese lugar, ahora todos miran de frente”. En eso está.
Los días afuera es un particular musical-documental, propio del neorrealismo argentino del siglo XXI (ella habla de “teatro documental” y tal vez resulte técnicamente más apropiado) que Arias patentó como marca registrada. Ya lo probó con Campo minado, una extraordinaria experiencia teatral que vinculó a veteranos, argentinos e ingleses, de la guerra de Malvinas. Ahora, Los días afuera es protagonizada por mujeres cis y personas trans que pasaron años en la cárcel y ahora están en libertad: cumplieron condena e intentan aquello de “volver a empezar”. En eso están, para contar sus historias de vida.
La obra que Lola Arias presenta en el Teatro Alvear es lisa y llanamente, la segunda parte de un proyecto que comenzó con una película. Hacia ahí vamos.
A dos cuadras, en pleno centro del circuito teatral porteño más tradicional de Buenos Aires (nuestro Broadway, nuestro West End), el Centro Cultural San Martin anuncia Reas en la sala de cine de la esquina de Sarmiento y Paraná (por cinco funciones: sábado 18 en doble función; domingo 19 y otra vez, doble función el domingo 26). Reas es, para decirlo en términos propios del cine y las series del presente, la “precuela” de Los días afuera. Es el segundo largometraje de Arias y también, cuenta historias de vida de personas privadas de la libertad, potenciadas en su efecto dramático de comedia (aunque suene contradictorio), por música y coreografías.
Arias ahora vive en Berlín pero desde hace varias semanas está en Buenos Aires, para Los días afuera. En una pausa del ensayo de la obra, en el primer piso de la sala y rodeados de andamios y escaleras, dialogó con Infobae Cultura sobre la no tan casual coincidencia de la obra y la película, estrenadas y en cartelera a doscientos metros de distancia.
“Todo empezó con unos talleres de cine y teatro que di en la cárcel de Ezeiza. Primero salió lo de la película... Y durante el rodaje, lxs protagonistxs empezaron a decir ‘Ey, queremos hacer algo más, no queremos que esto termine acá, qué vamos a hacer?’ Lo decían como en chiste, y yo pensé: ‘Bueno, hagamos una obra de teatro’”, cuenta. “Son dos partes de un mismo proyecto, comparten un universo común y los protagonistas de una obra están en la otra también”, detalla.
— Esta coincidencia de estrenos, a pocos metros de distancia, no suena casual.
—Sí. Para mí son dos proyectos que están conectados y parte una investigación que se fue desarrollando a lo largo del tiempo y que se manifiesta en dos obras artísticas.
—Lo del taller en la cárcel ¿Era tu primera experiencia en ese tema en particular?
—Ahí fui a presentar mi película anterior, en un ciclo de cine que se hacía en la cárcel de mujeres de Ezeiza. Cuando llegué me di cuenta que había una gran necesidad y deseo de hacer algo artístico. Cuando vieron la película, esas mujeres se sintieron emocionadas, conmovidas. Decían ‘nosotras también podríamos hacer algo así'. Ese deseo y lo que me produjo ese encuentro fue muy emocionante para mí. Luego de la presentación de la película, la conversación que tuvimos fue como ‘Traigamos arte acá, a este contexto de encierro’.
—En la experiencia con ex combatientes de Malvinas y ahora también, elegiste trabajar con, digamos, no-actores y no-actrices ¿Es una decisión conceptual, estética?
—A veces en mis proyectos hay actores, performers, bailarines o músicos. No es que no trabajo con profesionales, lo que pasa es que no me. Lo que a mí me interesa es investigar un cierto tema, una cierta problemática. Si después hay un actor o un músico o un bailarín que tiene que ver con esa problemática, va a estar en escena. Elijo a los performers según el proyecto que estoy haciendo, para ser muy concreta. Pero desde 2008 trabajé básicamente en proyecto de investigación. Lo que me interesa es el trabajo documental de reconstrucción de las historias de vida.
—¿Y de dónde surge tu interés por eso? ¿De una búsqueda de “lo real”?
—Creo que es una evolución de mi propio trabajo. Yo estudié Literatura en la UBA, en Puán. Estudié cine y en un momento empecé a entender que me interesaba algo de lo de la intervención (o de la contaminación) de lo real en lo escénico. Eso fue algo gradual. De alguna forma, lo real fue infiltrándose en lo ficcional. Cada vez más empecé a escribir a partir de investigaciones, de entrevistas. Y a partir de ahí me pasó que ya no me interesó más escribir ficción desde el escritorio.
—¿Cambió tu vida después del premio? Es el Oscar del teatro...
—Por ahora no (risas).
—¿Y en términos artísticos tampoco? ¿No te ha llamado más gente? ¿No te han ofrecido cosas que vos no suponías que podían ofrecerte?
—No es un cambio. Por ahí la gente fantasea que es como “cambia tu vida de la noche a la mañana”. No es exactamente así. Lo que sí me me pasó y creo que fue lo más lindo de recibir este premio es que , además de muy singular porque es un premio que se da a artistas por toda su trayectoria y hasta ahora se lo dieron mayormente a hombres europeos, por segunda vez se lo dan a una mujer, a una latinoamericana y a alguien que hace no ficción. Son muchas cosas inéditas que pasaron para que me dieran el premio. Eso es lo que más me conmueve y enorgullece. Me parece increíble. }
Y por otro lado, para lo que sí me sirvió el premio en lo concreto fue para darme fuerza, esperanza. Decir: ‘bueno, vamos para adelante con un proyecto aunque sea muy difícil’. Este proyecto ha sido muy difícil en todo sentido: conseguir financiación, lograr que las personas que suben el escenario estén en condiciones para poder hacer la obra. Ayudar a resolver sus vidas a todos los niveles, con abogados, con trabajadores sociales... Es un proyecto muy demandante y en un momento pensé que no lo iba a lograr.
—Me contaba que estás viviendo en Berlín, pero venís mucho. ¿Qué sensación tenés cuando volvés a Buenos Aires?
— Son muchas sensaciones encontradas en este último periodo. Vine en 2022, 2023, pero ahora cuando volví en marzo para empezar los ensayos de esta obra, fue “¡Guau!” Como que todo lo que construimos en los últimos años, está siendo demolido. Entonces hay una situación de perpetua movilización: cuando no estaba en el ensayo, estaba en la plaza y cuando no estaba en la plaza, estaba en el ensayo. El nivel de de ataque a las instituciones culturales, a la educación pública, a todo, es tan brutal que sentís que no podés. Que no tenés paz. Para mí esta obra, en sí, es un acto de resistencia.
—¿Entonces?
—Quiero hacer todo lo que sea posible, porque no veo otro futuro para todes si no es a través de la lucha por las cosas que logramos conseguir. Que no pueden ser destruidas de la noche a la mañana. Pero es agotador. Tengo que decir que estoy agotada.
—Todos estamos un poco agotados.
¿La gente no da más.
[Fotos: Gustavo Gavotti; prensa CTBA; prensa Luciana Zylberberg]