Según se lee en el pasaje más espectacular de su autobiografía, Fogwill, nacido en 1941, tuvo su primera bicicleta en 1945, su primer revólver en 1951 y su primer barco en 1956. En 1964 se recibió de sociólogo y su primer libro, un volumen de versos, salió en 1980. Entre aquella diplomatura y esta publicación no se quedó quieto:
Estudié medicina, letras, filosofía, matemáticas, canto, música, francés, inglés, alemán, rudimentos de griego y latín, y olvidé casi todo. Enseñé metodología, estadística, teorías de la comunicación, teorías de la ideología y sociología: no aprendí casi nada. Fui publicitario, investigador de mercado, redactor, empresario, especulador de bolsa, terrorista, estafador […], columnista especializado en muchísimos medios, profesor universitario y consultor de empresas. [Speranza, 1995: 39]2
La velocidad de la prosa que enhebraba este agitado currículum lo teñía de una vaga sensación de irrealidad, lo que, contra lo que pudiera pensarse, no perjudicaba su función principal sino que producía el efecto contrario (que era el efecto buscado): cuando Fogwill se refería a sí mismo en entrevistas, prólogos, contratapas e, incluso, en meras conversaciones civiles, no perseguía la credibilidad natural propia de esos géneros sino que parecía buscar, con paso teatral, el asombro. Un asombro que durante treinta años desparramó sobre la cultura argentina y cuya primera función puede situarse a mediados de 1980.
Escueta, arrinconada en un costado de la página y no exenta de errores, la noticia apareció en el diario Clarín el 22 de julio de aquel año y anunciaba el gran evento que tendría lugar dos días después:
Premio de artes y ciencias
El próximo jueves en el Plaza Hotel, a las 19.30, serán entregados los premios del certamen Coca-Cola en las Artes y las Ciencias. Estos fueron en novela Antonio Eloy Brailovky [rectius: Antonio Elio Brailovsky], con su obra “Identidad”; en cuento, Rodolfo Fogwill, con “Mis muertos Punk”; en Poesía, Ricardo Gandolfo –de Tucumán [rectius: de Santiago del Estero] – con “Diario Babel”; en periodismo, Luis María Barassi, con “Criterios del mundo actual”, y en cortometraje super 8 milímetros, Roberto Cenderelli, con “Últimas cosas sobre la señora Peyl”, mientras que en ensayo se declaró desierto el primer premio, adjudicándose dos menciones. Cada uno de los ganadores se hizo acreedor a 7.065.000 pesos, además de la publicación de la obra en Editorial Sudamericana y en el caso del cortometraje, a su exhibición en una sala del Complejo Cultural General San Martín.
La historia que sigue es conocida, aunque se enriquece, y se complica, merced a la existencia de múltiples versiones. La más verdadera dice que Rodolfo Enrique Fogwill, publicista vivaz y algo extravagante, poeta ya autopublicado y cuentista todavía inédito, un día de 1979 mandó una serie de relatos agrupados bajo el título Mis muertos punk al certamen “Coca-Cola en las Artes y en las Ciencias”, y ganó. Una de las más fantasiosas sostiene que con el dinero obtenido Fogwill fundó la editorial Tierra Baldía (que, para agosto de 1980, momento en el que nuestro autor recibió el cheque del premio, ya había publicado cuatro títulos).
La noticia del premio (que consistía en la suma de siete millones de pesos y −¡ay!− la publicación de la obra en Editorial Sudamericana) fue adelantada por vía telefónica a los ganadores, aunque la comunicación oficial se despachó el 24 de julio, el mismo día en que estaba prevista la ceremonia en el Plaza Hotel. La misiva, redactada con automatismo burocrático, llevaba un membrete (The Coca-Cola Export Corporation - Sucursal Argentina) y una firma (la del Gerente de Asuntos Externos, Dr. Florencio Varela). Estaba acompañada por el cheque de $7.065.000 y las felicitaciones de rigor.
No todo, sin embargo, iba a ser tan protocolar y previsible, no por el cheque, que sería cobrado sin contratiempos, sino por la segunda parte del premio, es decir, la publicación de la obra. Para empezar, la redacción algo imprecisa de la nota del gerente Varela encendió la mecha. Apenas la recibió, Fogwill mostró su disconformidad, de lo que dan cuenta sus intervenciones en el original de la carta. En el margen derecho del segundo párrafo, donde se anunciaba que Editorial Sudamericana haría imprimir 5000 ejemplares de su libro, la mitad de los cuales serían adquiridos por Coca-Cola para su distribución en todo el país, dibujó un signo de pregunta que ocupaba todo el pasaje. En el tercer párrafo, además de subrayar las dos líneas en las que se indicaba que el autor suscribiría con la editorial el contrato de edición “conforme al convenio suscripto con nosotros”, escribió, también en el margen derecho, “¡q’ bien!”.
Era apenas el principio. Cuando el 5 de agosto recibió el contrato que debía firmar, se tomó tres días para responder (lo que no sólo descarta toda precipitación sino que nos habla de una decisión bien meditada) y el día 8 remitió a Sudamericana una respuesta en la que proponía modificaciones en por lo menos diez de los dieciocho artículos del convenio. No era todo: como si no supiera que se trataba de uno de esos típicos contratos “de adhesión” compuesto de cláusulas estándar insusceptibles de negociación, agregaba media docena de exigencias adicionales. Comenzaba así una endiablada saga de entuertos contractuales e impugnaciones de concursos en los que Fogwill se enredaría, y enredaría a buena parte del mundo editorial, durante décadas:
Buenos Aires, 8 de agosto de 1980
Señores
EDITORIAL SUDAMERICANA
Capital Federal
At.: Departamento Editorial
De mi mayor consideración:
No me sorprendió mucho vuestra nota y propuesta de contrato del 5 del corriente. Imagino que tampoco sorprenderá a ustedes la respuesta que sigue:
ajustes al contrato
1 Sin objeción.
2 Debe decir cuatro meses. [Plazo que tenía el editor para publicar el libro. El contrato preveía dieciocho meses a partir de la recepción del “manuscrito”.]
3 OK.
4 Deberá especificar de antemano ejemplares. [El contrato decía que el editor comunicaría al autor, una vez que el libro apareciera, la cantidad de ejemplares impresos.]
5 Desacuerdo: los derechos se liquidarán 50% al firmar el contrato, 50% al día 90º de salida de prensa. [El contrato preveía liquidaciones semestrales.]
6 OK.
7 OK, muy generoso de vuestra parte. [El contrato decía: “El editor entregará gratuitamente al autor diez ejemplares de la citada obra. Pasada esa cifra, los ejemplares que pidiere le serán facturados con el cuarenta por ciento de descuento”.]
8 OK.
9 Debe reemplazarse: “cuando la presente edición no se encuentre en stock de por lo menos en un ejemplar en librerías que han recibido el servicio de novedades de la casa editorial en la zona de gran buenos aires en el curso de los últimos días previos a la auditoría notarial”. [El contrato decía que una vez agotada la edición el editor tenía prioridad para reeditar el libro por el plazo de un año, transcurrido el cual el autor podría contratar la reedición con quien quisiera.]
10 OK.
11 OK, se excluyen revistas literarias con tirajes de 1500 o menor. [El contrato decía que el autor autorizaba al editor a perseguir judicialmente ediciones clandestinas y, en general, proteger los derechos de ambas partes.]
12 NO: Diez por ciento a la fecha de salida de máquinas. [El contrato preveía ediciones económicas de bolsillo sobre las que se liquidarían derechos al 5% a pagarse semestralmente.]
13 …el producto obtenido se repartirá: 10% del valor de tapa para el autor y cualquiera fuese el saldo para el editor. [El contrato preveía que las reproducciones en diarios, revistas, ediciones de bolsillo, lujo, clubes de lectura, etc. deberían ser autorizadas por el editor y el producido se distribuiría por partes iguales entre este y el autor.]
14 Imposible, hay convenios previos que lo impiden. [El contrato decía que el autor concedía al editor el derecho exclusivo a editar sus próximas dos obras.]
15 No tiene sentido según el ajuste hecho a los ítems referidos a la liquidación de derechos. [El contrato eximía al editor de responsabilidad por los ejemplares dañados y, en consecuencia, de imposible venta, en caso de incendio, inundación, etc.]
16 OK.
17 OK.
18 OK.
No era todo. Entre los papeles que Fogwill conservaba al momento de su muerte se encontró el borrador de una segunda página de la carta recién transcripta que añadía nuevas exigencias:
Debe agregarse:
.características de la edición
.aprobación del diseño de tapa por parte del autor (*)
.no inclusión de menciones publicitarias dentro del volumen excepción hecha de obras del fondo editorial de la casa editora de autores nacionales .no inclusión de menciones sin cargo a instituciones empresarias o para empresarias
.vencimiento a los 24 meses de la firma del contrato.
Atte. R. F.
Más allá de que no sabemos con certeza si esta segunda página formó parte finalmente de la carta enviada (en las cajas del Archivo Fogwill que pudimos consultar hay copia carbónica de la primera página, pero no de la segunda, de la que se conservó únicamente el borrador), el sólo hecho de que nuestro autor haya pensado (y vaya si lo pensó, puesto que llegó a redactar un borrador) en la posibilidad de exigir la inclusión de cláusulas que debió suponer eran inaceptables para la editorial indicaría que, tras la lectura del contrato, descartó la idea de publicar su libro en Sudamericana y decidió armar una escena.
Es decir: aun cuando el borrador no hubiera salido nunca de esa condición y la carta se haya limitado a esa primera página transcripta más arriba, las modificaciones propuestas para diez de los dieciocho artículos del contrato, con sus pagos por adelantado y sus auditorías insensatas, eran suficiente motivo como para tornar imposible la publicación.
A mayor abundamiento, el mismo día –8 de agosto de 1980– en que despachó su carta a Sudamericana, remitió sendas misivas a Florencio Varela, gerente de Coca-Cola, y a Dardo Cúneo, presidente de la SADE. La carta a Cúneo se adornaba con varios adjuntos (“Contrato ignominioso propuesto por Sudamericana, Carta flagrante enviada por Coca-Cola, Respuesta a Coca-Cola y Respuesta a Sudamericana”); la de Varela iba con copias al propio Cúneo, a Antonio Elio Brailovsky, ganador del premio en la categoría novela, y a Enrique Pezzoni, editor de Sudamericana y jurado del concurso.
Buenos Aires, 8 de agosto de 1980
Señores
THE COCA COLA EXPORT CORPORATION
Suipacha 1111 – 17º
Capital Federal
At. Dr. Florencio Varela
Estimado Varela:
Adjunto contrato al que me convida Sudamericana, al parecer dentro de vuestro plan de dar más vida a la cultura.
¡Qué vida eh…!
Como escritor, concertar un contrato de esta naturaleza es un poquito más que una ignominia. Como Editor (he editado cuatro libros en mi pequeño boliche, que a su modo, dan cierta vida a la cultura) jamás sometería a un proveedor de obras a semejantes restricciones.
No escapará a su mirada de hombre de leyes el carácter facultativo del premio. Si lo observa razonablemente, observará que esta mitad editorial de la recompensa, que a la mirada ingenua de un escritor-adolescente muerto-de-frío puede ser algo “seductora”, resulta para un intelectual algo así como un castigo al que no pienso someterme.
Ya he hecho saber a Sudamericana cuáles son las condiciones básicas para que pueda disponer de mi obra. En caso de no obtener una respuesta de ellos en el curso de la próxima semana avanzaré las negociaciones con editores menos antropófagos.
Atentamente
Rodolfo Fogwill
c/copia: Prof. Enrique Pezzoni (Ed. Sudamericana)
Dr. Dardo Cúneo
Lic. E. Brailovsky
Probablemente esas “negociaciones” con otros editores en las que Fogwill prometía, o amenazaba, avanzar en caso de no recibir respuesta de Sudamericana fueran tan fantasmales como los “convenios previos” que le impedían suscribir el artículo 14 del contrato de Sudamericana. Excepto que ese fantaseado editor “menos antropófago” fuera él mismo y los alegados convenios se hubieran “firmado” con Ediciones Tierra Baldía, su flamante sello.
Lo cual no es tan disparatado. A diferencia de esos “convenios previos” alegados en la carta a Sudamericana y de los editores fantasmales invocados en la carta a Coca-Cola, lo de “mi pequeño boliche”, mencionado en esta última, era muy cierto y muy serio, y merece, como aquella cicatriz famosa, un breve desvío.
Heroicamente, a comienzos de 1980 Fogwill había lanzado Ediciones Tierra Baldía, su propia editorial, que, como se dijo, ya tenía publicados cuatro títulos. En enero habían salido El efecto de realidad y otros poemas, su debut autoral, y Majestad, etc., un poemario de Oscar Steimberg; en marzo le tocó el turno a Poemas, de Osvaldo Lamborghini; y en mayo apareció Austria-Hungría, el primer libro de Néstor Perlongher. El nombre del sello, que citaba ostensiblemente el poema de T. S. Eliot Wasteland, permitía que también se leyera en él, sin mayores forzamientos, una alusión a la situación en que la pandilla instalada en el gobierno desde 1976 estaba dejando al país.
A algo más de cuarenta años de distancia, en un momento en el que en la Argentina proliferan las editoriales menores, quizás resulte difícil dimensionar lo que significaba la creación de un sello de poesía en enero 1980. Un sello cuyo primer título –El efecto de realidad y otros poemas– incluía algunas líneas como estas:
Pero siempre aparece una mujer a esta altura del poema.
Aunque esta vez lo evitaré: preferiría
que aparecieran las mujeres que nunca más se encontrarán
¡Pido a los santos del cielo que aclaren mi entendimiento para
mostrar este agujero en un verso…! [”Libro de época” en Efecto: 23]
Baste decir a este respecto que todavía gobernaba la Gestapo de Videla y que el régimen, ya empalagado de torturas y matanzas, le había empezado a apuntar a los libros. El 26 de junio de ese año, por ejemplo, el Juez federal de La Plata Héctor de la Serna ordenaba quemar un millón y medio de volúmenes ya impresos pero aún no distribuidos por el Centro Editor de América Latina (CEAL), medida que se cumpliría el 30 de agosto en un descampado –tierra baldía– de Sarandí.
En medio de este paisaje, Fogwill publicaba libros de poesía y se peleaba con la editorial más grande del país. Embarcado en esa porfía, necesitaba aliados:
Buenos Aires, 8 de agosto de 1980
Señores
Sociedad Argentina de Escritores
Uruguay 1371
Capital Federal
At. Dr. Dardo Cúneo
De mi mayor consideración:
Para una eventual oportunidad de considerar el tema, envío adjunta la correspondencia recibida por parte de la firma coca cola y Editorial Sudamericana, que parece un sondeo al límite de la capacidad del escritor para recibir humillaciones.
Antecedentes: en las bases de su reciente certamen coca cola ofrecía un premio y una edición. Poco después un representante de la firma anunció que la edición se realizaría en una colección bajo el logotipo de la empresa. En los certámenes de Cuento, Ensayo, y Novela y Poesía participaron obras cuyo valor en fotocopias y mecanografía costó a los escritores no menos de 100.000.000.
Los 12 jurados percibieron aproximadamente $40.000.000.- Los tres premiados $21.000.000.
Decía el Dr. Juan B. Justo que la quiniela era “el impuesto al zonzo”, pues reparte el 75% de la inversión realizada. ¿Qué ha sido pues este concurso…? ¿Tal vez el impuesto a la ilusión del zonzo escritor…?
Hay detrás de esto la indignación que provocan los 300.000.000 de pesos invertidos en publicidad, bajo el lema de concurso “sin precedentes” y de dar “más vida a la cultura”. Viendo el convenio que propone Sudamericana puede probarse que el premio, al menos en su segunda parte, no es sino un castigo. Todos ganan, menos el que escribe, y debe asumir en su conciencia las ilusiones frustradas de tantos pequeños ahorristas de la pluma y la fotocopia
Atentamente,
Rodolfo Fogwill
Adjunto: 1) Contrato ignominioso propuesto por Sudamericana. 2) Carta flagrante enviada por Coca Cola. 3) Respuesta a Coca Cola y 4) Respuesta a Sudamericana.