Por cuentos como éste Alice Munro ganó el Premio Nobel

La escritora canadiense murió a los 92 años. Es una de las principales autoras de ficción corta. Aquí un fragmento de “La mendiga”

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Su obra incluye colecciones de cuentos como "Demasiada felicidad", "La vista desde Castle Rock" y "Amistad de juventud"
Su obra incluye colecciones de cuentos como "Demasiada felicidad", "La vista desde Castle Rock" y "Amistad de juventud"

La mendiga

Patrick Blatchford estaba enamorado de Rose. Esa se había convertido para él en una idea fija, incluso febril. Para ella era una sorpresa continua. Patrick quería que se casaran. La esperaba después de las clases, entraba y se ponía a su lado, de modo que cualquiera que estuviese hablando con ella no tenía más remedio que darse por aludido. Cuando esos amigos o compañeros de Rose estaban cerca no hablaba, pero hacía lo posible para decirle con una mirada fría e incrédula lo que opinaba de su conversación. Rose se sentía halagada, pero se ponía nerviosa. Una de sus amigas, Nancy Falls, pronunció mal «Metternich» delante de él.

—¿Cómo puedes ser amiga de gente así? —le dijo Patrick más tarde. Nancy y Rose habían ido juntas a vender sangre, al hospital Victoria. Cada una sacó quince dólares. Se lo gastaron casi todo en unos zapatos de fiesta, unas sandalias plateadas vulgares, y luego, convencidas de que donar sangre les había hecho perder peso, se tomaron una copa de helado con salsa de chocolate caliente en Boomers. ¿Por qué Rose fue incapaz de decir nada en defensa de Nancy?

Patrick tenía veinticuatro años, cursaba el doctorado, quería ser profesor de Historia. Era alto, delgado, rubio y apuesto, aunque tenía una mancha de nacimiento, larga y encarnada, que le chorreaba como una lágrima por la sien y la mejilla. Él se disculpaba por ese defecto, pero decía que se iba matizando con la edad. A los cuarenta habría desaparecido. No era la mancha de nacimiento lo que anulaba su atractivo, pensaba Rose. (A ella le parecía que algo lo anulaba, o al menos le restaba encanto; debía recordarse continuamente que estaba ahí.) Había algo crispado, nervioso, desconcertante en su actitud. Cuando se aturullaba —con ella, siempre parecía aturullado— se le quebraba la voz, volcaba platos y tazas de las

mesas, derramaba bebidas y cuencos de cacahuetes, como un cómico. No tenía dotes de cómico; nada más lejos de sus intenciones. Provenía de la Columbia Británica. Su familia era rica.

Cuando iban al cine llegaba temprano a recoger a Rose. No llamaba a la puerta de la doctora Henshawe, sabía que aún no era la hora. Se sentaba en el escalón de la entrada. Era invierno, ya de noche, pero había un farolillo allí mismo.

—¡Oh, Rose! ¡Ven a ver! —la llamaba la doctora Henshawe con su voz suave, divertida, y las dos lo miraban desde la ventana del estudio a oscuras —. Pobre muchacho —decía la doctora Henshawe con ternura.

Munro recrea el vínculo entre dos mujeres en el transcurso de casi cuarenta años
Munro recrea el vínculo entre dos mujeres en el transcurso de casi cuarenta años

Era una mujer setentona. Había sido profesora de Literatura en la universidad, exigente y entusiasta. Cojeaba de una pierna, pero su cara aún rebosaba juventud y ladeaba la cabeza de un modo encantador, con unas trenzas blancas recogidas alrededor.

Llamaba a Patrick «pobre» porque estaba enamorado, y quizá también porque era un hombre, condenado a empujar y a dar traspiés. Incluso desde allí arriba parecía tenaz y digno de lástima, decidido y dependiente, sentado a la intemperie.

—Custodiando la puerta —dijo la doctora Henshawe—. ¡Oh, Rose! En otra ocasión hizo un comentario inquietante.

—¡Ay, querida, me temo que va detrás de la chica equivocada! A Rose no le hizo ninguna gracia el comentario. No le gustaba que se burlara de Patrick. No le gustaba que Patrick se sentara así en los escalones, tampoco. Estaba pidiendo a gritos que se burlaran de él. Era la persona más vulnerable que Rose había conocido nunca, se lo buscaba él mismo, no sabía protegerse. Pero también destilaba opiniones crueles, era de lo más engreído.

—Rose, a ti que eres becaria —decía la doctora Henshawe— esto te interesará.

Entonces le leía en voz alta una nota de prensa, o las más de las veces un sesudo artículo del Canadian Forum o el Atlantic Monthly. Durante un tiempo la doctora Henshawe había estado al frente del consejo escolar municipal, era una de las fundadoras del Partido Socialista de Canadá. Seguía asistiendo a comités, escribiendo cartas al periódico, reseñando libros. Sus padres habían sido médicos misioneros; ella había nacido en China. Vivía en una casa pequeña e impecable. Suelos pulidos, alfombras espléndidas, jarrones chinos, cuencos y paisajes, biombos negros tallados. Rose no alcanzaba a apreciar muchas de esas cosas, en esa época. No era capaz de distinguir realmente entre los animalitos esculpidos en jade que decoraban la repisa de la chimenea de la doctora Henshawe y los adornos expuestos en el escaparate de la joyería de Hanratty, aunque ya podía distinguir ambas cosas de las baratijas que compraba Flo en el bazar.

Alice Munro es una escritora canadiense, nacida el 10 de julio de 1931 (PAUL HAWTHORNE)
Alice Munro es una escritora canadiense, nacida el 10 de julio de 1931 (PAUL HAWTHORNE)

No sabía hasta qué punto le gustaba vivir en casa de la doctora Henshawe. A veces, sentada en el comedor con una servilleta de hilo sobre las rodillas, comiendo en platos blancos de porcelana fina sobre mantelitos individuales de color azul, se sentía abatida. Para empezar nunca había suficiente comida, y se acostumbró a comprar rosquillas y tabletas de chocolate que escondía en su cuarto. El canario se columpiaba en su percha junto a la ventana del comedor y la doctora Henshawe llevaba la conversación. Hablaba de política, de escritores. Mencionaba a Frank Scott y a Dorothy Livesay. Decía que Rose debía leerlos. Rose debía leer esto, debía leer lo otro. Rose, ofuscada, decidió que no lo haría. Estaba leyendo a Thomas Mann. Estaba leyendo a Tolstói.

Antes de vivir con la doctora Henshawe, Rose nunca había oído hablar de la clase trabajadora. Se llevó el término a casa.

—Tenía que ser este el último barrio del pueblo donde pusieran cloacas —se lamentó Flo.

—Claro —replicó Rose sin inmutarse—. Este es el barrio donde vive la clase trabajadora.

—¿Trabajadora? —dijo Flo—. No, si los de por aquí pueden evitarlo. Vivir en casa de la doctora Henshawe sirvió para algo. Acabó con la candidez, la seguridad incuestionable, del hogar. Volver allí era exponerse, literalmente, a una luz implacable. Flo había colocado tubos fluorescentes en la tienda y en la cocina.

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