Hoy te voy a adelantar algo que voy a publicar en unos días. Un poquito de lo que será una nota más larga. Se trata de esto: leí un libro que me hizo sentir —otra vez— el paso del tiempo. Un libro tan joven que mientras lo leí me dio un poco de rabia, me sentí lejana y ajena a esa sensibilidad y a esa manera de encarar las cosas. Pero cuando lo terminé y pasaron unos días, bueno, la cosa se empezó a asentar. Y cuando conversé con su autora ya hablamos el mismo idioma.
Se trata de Chamanes eléctricos en la fiesta del sol, de la ecuatoriana Mónica Ojeda. El libro cuenta eso que dice el título: hay una fiesta electrónica en un volcán. Hay mucha espiritualidad andina. Drogas, un montón. Jóvenes sensibles, frágiles, demasiado frágiles. Y, detrás, la tremenda violencia de todos los días en Ecuador.
Sabré, más tarde, que Ojeda —nacida en Guayaquil en 1988— se fue de su país hace unos años justamente por esa violencia. Porque todo el mundo tiene a alguien muerto por los sicarios. “Ecuador se ha convertido en un narcoestado”, me dirá, sin vueltas, Ojeda una mañana en un café de Buenos Aires. Nada menos.
Para quienes leímos a escritores como Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y Augusto Roa Bastos, el libro de Ojeda puede resultar algo así como un paso más acá de la literatura latinoamericana, una literatura latinoamericana del siglo XXI. Si antes había realismo mágico, miseria, dictadores, acá hay música electrónica, ritos indígenas, mucha música, drogas. Algún padre ausente. Y, como antes, dolor: eso no cambió.
También hay una idea que tiene su tradición: la fiesta como lugar de liberación, de mezcla, de cierta elevación. Pienso en la idea de lo dionisíaco de Friedrich Nietszche, por supuesto, y en la carnavalización del filósofo ruso Mijaíl Bajtín: el lugar donde se subvierten y liberan las normas y jerarquías convencionales a través de la risa, el humor y la parodia. ¿Qué lugar tiene eso en el presente? ¿En qué es diferente la música ahora, que la tenemos en cualquier momento y en todas partes?
“No ames a la gente, ama la música, todo el tiempo estamos matando un poco a quienes amamos, pero no puedes matarla a ella así que ámala, le dije, ámala y protege el dolor que viene con la hermosura, protege la distancia”, dice uno de los personajes.
“No ames a la gente, ama la música, todo el tiempo estamos matando un poco a quienes amamos, pero no puedes matarla a ella así que ámala, le dije, ámala y protege el dolor que viene con la hermosura, protege la distancia”
La gente muere, la música no. Una idea de los personajes para defenderse del dolor. Son muchos personajes, muchas historias en primera persona. Una de las chicas está allí para bailar pero también para encontrarse con el padre que la abandonó. Tendremos —destaca en el libro, el único de su generación— la voz de ese padre.
En la charla, en ese café, Ojeda lo dirá clarito:
“Los personajes de Chamanes eléctricos... son chicos jóvenes que salen de Guayaquil para ir a un festival de música experimental en los Andes para tratar de olvidarse temporalmente de que viven en una situación casi de guerra, para evadirse, entre comillas, con la música”.
¿Funciona?
Y, más o menos. Dice Ojeda: “Al final es una historia sobre jóvenes que están despojados, desarraigados y desamparados y que están buscando en el arte, en la música, en la poesía, una especie de despertar vital. Pero ese despertar vital con toda la asimilación de la pesadilla, del trauma, del lugar, del dolor, del desasosiego”.
Fragilidad. Eso se ve y eso le digo, y era parte de lo que me irritaba: ¿por qué tan frágiles, tan de cristal?
“Son personajes que han vivido la pérdida de cerca, han visto a personas morir, familiares, amigos, estos chicos jóvenes todos han pasado por eso”. Eso, dice, cambia la vida de todos: “Las personas jóvenes no luchando por imaginar un futuro en un territorio que les está amputando la imaginación del futuro, porque la violencia lo que hace es que de plano te envejece, te envejece porque te quita el futuro, la idea del futuro”.
Eso es una idea. La violencia te quita la idea de futuro y sin futuro es como si fueras más viejo. Me lo dice, tranquila, suave, esta chica más de veinte años menor que yo.
Lo que me sorprende, sin embargo, es la falta de una idea de resistencia. Dañados, sí, pero ¿sin planes de respuesta? ¿Sin hacer el intento de organizarse y ganar?
Ojeda entiende la pregunta: “Es que siento que los personajes no están buscando solucionar el problema, sobre todo porque es muy difícil articular una respuesta al narcoestado. Es un lugar de fragilidad máxima saber que aquellos que más amas están expuestos a la desaparición constante. Por supuesto que siempre estamos expuestos a la desaparición, pero tener esa sensación de que eso está a punto de pasar constantemente es otra historia”.
Habrá mucho más en la entrevista, tomalo como un aperitivo.
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