Todo el tiempo estuvo calentito pero al final se picó el debate. Era una idea nueva en la Feria del Libro: que, además de los discursos de la inauguración, hubiera un debate final. Este año la apertura estuvo marcada por la política y los primeros días atravesados por la decisión del presidente Javier Milei de presentar su último libro en ese contexto... y luego de no hacerlo. El debate final debía ser, sin dudas, político, y así lo fue. Lo protagonizaron el escritor Martín Kohan, el exministro de Cultura Hernán Lombardi, la escritora Alejandra Laurencich y el economista Lucas Llach. Coordinó María O’Donnell, que contó que uno de los temas era “la batalla cultural”, tan en boga.
Venía calentito el debate, dijimos, sobre todo a partir de que Kohan -autor de libros como Dos veces junio o Museo de la revolución, profesor universitario y gran polemista- tomó el micrófono y fue de frente: “Si se abriera una batalla/disputa cultural sobre el cine estaríamos discutiendo sobre cine. Políticas, lineamentos.., hablaríamos de qué cine se quiere promover o qué cine no. Pero reventar el Incaa no es una batalla cultural, es reventar el Incaa, es una arremetida contra la cultura, no una batalla cultural”, dijo, y la sala estalló en aplausos.
Porque, dijo Kohan, “la cultura no solo no la tenemos en el centro sino que estamos disputando que no esté en un afuera. Ya que AFUERA es la palabra que preside esta política”.
No era, sin embargo, una sala de un lado solo de la grieta. También muchos acompañarían a Hernán Lombardi y Lucas Llach. El primero, funcionario en su momento y hoy diputado del PRO, subrayó el acuerdo: “Hay un punto en que no deberíamos tocar: la cultura como construcción de identidad. Es un elemento valiosísimo. Un despertar de otros caminos, de otras miradas, de respeto al otro”, dijo y en sus intervenciones detalló todo lo que se había hecho en sus gestiones.
Pero Lombardi tampoco se abstuvo de criticar con filo: dijo que siempre había ido a la Feria pero que se acordaba “del áspero momento en que se intentó silenciar a Vargas Llosa”. Efectivamente, en 2011 un grupo de intelectuales kirchneristas se había expresado en ese sentido.
En el debate, Lombardi apuntó también contra la toma de posición de la Feria del Libro respecto de las políticas de Javier Milei: “Lamento que las autoridades de la feria hayan perdido la oportunidad de la visita del presidente. Más allá de que yo aprecie o deteste al presidente, el rol de la cultura es presentar un escenario y que los pensadores discutan”.
En ese sentido, señaló a la presentación de Nicolás Márquez, el biógrafo de Milei: “Hay un tuit oficial de la Feria del Libro donde se muestra una sala semivacía. No se puede sesgar tanto la opinión, no vale, está equivocado. Tiene que ver con cómo resuelve la batalla cultural cuando la conducción de la Feria está contra el Presidente de la Nación. Generemos un escenario donde todos discutan, ¿o como no me gusta lo que decís te critico desde el tuit oficial? Cuidemos las instituciones...”
Aplausos para él también. Pero faltaba para el momento más tenso. Faltaba.
Mientras tanto, Alejandra Laurencich pedía por el diálogo y el pensamiento: “No tenemos la obligación de hablar rápido, tenemos la obligación de pensar”, dijo. Por eso prefería foros como el de este domingo en la sala Victoria Ocampo que Twitter (bueno, X).
“Si hablamos de lo cultural dejemos de lados los términos de ‘batalla’, ‘dominación’, ‘combate’”, pidió. “Dejemos de hablar de batalla y hablemos de ‘necesario encuentro cultural’”. Pero dejó clara su posición: “No debe haber duda: la cultura es beneficiosa, no dañina. Un bien no se combate, se apoya y se protege. Pero ¿cómo puede defenderlo alguien que tiene que alimentarse?”
Y por ese camino profundizó: “¿A quién le importa la cultura? Ustedes hablan de la batalla cultural cuando afuera hay una verdadera batalla por la supervivencia cotidiana. Sin embargo, la solución no es desfinanciar universidades ni cerrar instituciones culturales o científicas. Es allí donde puede seguir apostándose al desarrollo pleno de una nación”.
Comida o cultura, ese debate que Laurencich traía iba a crecer hacia el final. Pero todavía faltaba.
Antes Lucas Llach diría que “Nadie propuso eliminar el Incaa sino un sistema diferente que se llama matching funds, que no es subsidio pleno y me la gasto toda.”, ya subiendo el tono en ese “me la gasto toda”, algo a lo que en un rato Kohan respondería: “No están revisando curros de ciertas políticas culturales, le llaman ‘curro’ a toda la cultura”.
Así que si en un principio se podía pensar que la discusión más frontal se daría entre Lombardi y Kohan, el debate más fuerte terminó siendo entre Kohan y Llach.
Porque Lombardi, con sus reparos, dijo ser un partidario firme del financiamiento estatal de la cultura. Y eso lo ponía, en lo profundo, del mismo lado que Martín Kohan. “Creo en el financiameinto público de la cultura. Ahora, como la cultura es tan importante también creo que hay que discutir los mecanismos”, aclaró Lombardi, quien pidió que se acotaran los porcentajes para sueldos en los entes culturales y se garantizara que la plata llegara a los creadores en lugar de “a la burocracia”.
Kohan replicó: “Si tiene que haber financiamiento público en la cultura estamos de acuerdo en lo fundamental pero eso está amenazado”, dijo. “No es una premisa que hoy esté validada en nuestra sociedad, al contrario, está fuertemente cuestionada. Abrir la discusión sobre cómo gestionar me parece imprescindible, si hay aspectos por revisar no veo por qué uno se tendría que oponer. No es esa la escena que estamos enfrentando. Enfrentamos una escena en que las actividades culturales están siendo defenestradas por el jefe del Estado”.
Laurencich insistió: “La sensación es que estamos cayendo en picada. Todo el mundo quiere cosas limpias, transparentes. Pero se está arrojando el agua del baño con el niño adentro. Fuimos felices en el Mundial porque éramos todos tratando de que Argentina metiera goles. Teníamos orgullo de ser argentinos”.
Entonces Llach haría una intervención “de economista” que empezaría a anticipar el final. “Cuando uno pide más plata para cultura pide, de hecho, menos para los demás”, lanzó.
La explicación era económica: “No mezclemos el ajuste fiscal con el recorte a la cultura, la universidad. El gasto público bajó el 35 por ciento. El gasto de universidades bajó el 25. Se está bajando el déficit fiscal y todos ponen. La universidad pone menos, no hay un ataque específico”, sostuvo.
Y más concretaemnte: “La frazada es corta, tenés una torta, si más para uno hay menos para otro. Cuando la gente dice que esto -los gastos en cultura- lo paga el IVA de la polenta de los niños de Jujuy, esa idea está bastante bien”.
“Si les preocupan tanto los niños de Jujuy manden comida a los comedores populares, porque no están mandando, y dejen de usarlos”, intervino Kohan.
Minutos más tarde, Llach recogería el guante: “Me tiraron con los comedores de Jujuy desde la izquierda progresista acá en Palermo. El modelo de Milei es un modelo de financiamiento como el de las escuelas parroquiales subsidiadas Seamos menos demagógicos”.
Sí, le decía “demagógico” a Martín Kohan, que se preguntó para qué haría demagogia si él no es político y contraatacó: “Hay un rechazo a que se invoque a los niños de Jujuy... ¡repongan el impuesto a los autos de alta gama entonces! Si ponés en el medio a los niños de Jujuy hay una trampa retórica que es poner a la sociedad frente a algo como: “¿qué querés, cine o que los niños coman? Hay que dar alimentación a los niños pobres y gastar en cine”.
“Claro, todo, todo, así nos fue”, decía Llach ya sin micrófono.
Y Kohan: “Hay ciertas zonas del poder económico que no hay tocado y de ahí podría salir la plata”.
Los aplausos iban y venían tanto y tan rápido que al final se unían. Debate, discursión, público agitado, llamados a cerrar la grieta y la grieta que aparece. Argentina, 2024. Para estas cosas también sirve la Feria del Libro.