¿Por qué nos importa si se vendió o no en la Feria del Libro, si fue mucha o poca gente? Eso pregunta un colega, revelando que tiene años de experiencia y, por lo tanto, de escepticismo. ¿Por qué nos importa cómo le va a la Feria que, en definitiva, es un emprendendimiento privado, organizado por distintos sectores que tienen que ver con el libro, desde los autores y los editores a los imprenteros y los libreros?
Esta Feria, dirán los balances, tuvo bastantes menos venta que las anteriores (hablarán de hasta el 50 por ciento menos que en 2023). Probablemente esta tarde la Fundación El Libro -ese organismo que arma este evento- informe que fueron un poco menos que en 2023 -pero no tanto menos- los que pasaron por los molinetes y se metieron por los pasillos. “La Fundación hizo un gran trabajo, pero no se puede vivir por fuera de la macro ni escaparle a la coyuntura económica y política”, explica Victor Malumián, un joven editor que también es uno de los responsables de la Feria de Editores, el otro encuentro literario de Buenos Aires.
¿Por qué nos importa si a la Feria le va bien o mal, qué opina de la coyuntura, cómo se lleva con el presidente? Vamos a eso.
Milei o no Milei
Sí, esa fue la cuestión pero no, esa no es la cuestión. Antes de anunciar que iba a presentar su último libro -Capitalismo, socialismo y la trampa neoclásica- en el marco de la Feria pero en un espacio que no controla la Feria del Libro y que es muchísimo más grande que cualquiera que la Feria le pudiera ofrecer; antes de que se calculara que ese acto costaría por lo menos 60.000 dólares sin contar el alquiler del espacio, antes de que Presidencia se reuniera con la Feria y se pusieran de acuerdo sobre cómo llevar el acto adelante, antes de el presidente dijera sentirse agredido por ese espacio y decidiera cancelar la presentación, antes de todo eso hubo un acto de inauguración con discursos fuertes contra el gobierno y no había allí, en la ceremonia de apertura, nadie del oficialismo para escuchar en vivo las críticas. Duras fueron las críticas. Con mucho silbido y alguna chicana. De alguna manera, el presidente de la Fundación, Alejandro Vaccaro -cuyo nombre trascendió el mundo de los libros a partir de este enfrentamiento- le avisó a Javier Milei que su presencia sería incómoda.
Pero antes de eso todavía hubo algo más: en su primera Ley Bases el gobierno eliminaba el precio fijo de los libros, una medida -todos los libros valen lo mismo en cualquier lado- que puede resultar llamativa porque impide vender más barato que lo que indica la editorial. Pero que el sector defiende porque les da aire a las librerías más chicas para sostenerse. La ley supone que las “grandes superficies” -los supermercados o cadenas importantes- pueden hacer descuentos enormes en los títulos más requeridos y así atraer clientes para que gasten en otra cosa. Pero, del otro lado, si la venta de esos mismos títulos cae drásticamente ¿cómo se sostiene una librería pequeña o mediana, que además de los best sellers tiene en sus estantes esas obras que saldrán a cuentagotas?
La Fundación El Libro salió a repudiar este aspecto de la Ley Bases. El primer choque de frente con el gobierno ya estaba planteado y faltaban meses para la Feria. A eso hay que sumarle la ausencia de los stands gubernamentales, el retiro -con todo convenido- del stand de Banco Nación, la pauperización del Programa Sur, de apoyo a las traducciones de literatura argentina, las idas y vueltas con el presupuesto de las bibliotecas populares y, central, la suspensión de la compra de 14 millones de libros para las escuelas en medio de acusaciones de falta de transparencia y sobreprecios, que el sector negó a los gritos.
Todo esto pasaba antes de la apertura de la Feria del Libro 2024. En los días previos a la inauguración, desde la Secretaría de Cultura aseguraban que su titular, Leonardo Cifelli, asistiría y bromeaban con que ya tenía preparados casco, chaleco y pechera para protegerse. A último momento, sin embargo, avisó que a la inauguración no iba pero a dar una vuelta por los pasillos y ver libros, sí. El mensaje no podía estar más claro.
Hubiera sido histórico que un presidente hiciera un acto en la Feria del Libro y que ese acto fuera la presentación de un trabajo propio. En abstracto, hubiera sido un poroto más para el orgullo argentino por su afición a la cultura y para lo que esta Feria multitudinaria representa. Hubiera sido una reafirmación del foro de discusión de ideas que la Feria ya es. Porque lo es en lo micro -por la inabarcable diversidad de los libros que allí se venden-, en lo pequeñito -cada charla en las salas- y en lo grande: el discurso inaugural siempre es político y la cita cultural le ha dado dolores de cabeza a más de uno, si no recuerden cuando, en 1997, el entonces presidente Carlos Menem iba para la Feria en helicóptero pero decidió seguir de largo cuando vio la manifestación de universitarios que lo esperaba , con un cartel que decía: “Chau Menem”.
Pero la vida política no se da en abstracto sino en concreto y el presidente no es “un presidente”, como si fuera una figurita de álbum escolar sino este presidente, con sus restricciones a los presupuestos culturales, con sus acusaciones por todos lados, con su estrategia de aprovechar el agua sucia para tirar al bebé. Porque es cierto que hubo más agua sucia de lo que nos gusta admitir. Pero quien quiera que el chico crezca lo que debería hacer es limpiarla.
La Feria, entonces, se perdió la oportunidad de establecerse como el gran lugar de discusión democrática pero se abrió paso como una contundente voz opositora y por eso las redes amigas de La Libertad Avanza la dijeron que “se llenó de kukas, que era un “antro kirchnerista” o una “unidad básica”, que es el lugar “donde chorros dan cátedra de intelectuales” y de los “comunistas chorros” y lindezas por el estilo.
Quizás no hubieran dicho nada de esto si el Milei también hubiera dejado pasar una oportunidad: la de volver a hacer temblar la feria con sus seguidores, como lo había hecho los dos años anteriores. Y la de plantar bandera en el evento cultural más grande del país. Ganó, sin embargo, un nuevo espacio de confrontación, algo que siempre le da rédito. Es más, hasta parece haber abierto una carrera política para Alejandro Vaccaro.
En ese sentido, la cuenta oficial de la Feria del Libro en X retuiteó una nota que mostraba la presentación del libro de Nicolás Márquez, el biógrafo de Milei, con una sala medio vacía. Ese día en la Feria hubo una marcha contra Márquez, por sus dichos homofóbicos en una entrevista con Ernesto Tenembaum. “Eso no es libertad, es odio”; le cantaron.
Este año se perdieron oportunidades de diálogo, de discusión en convivencia. A veces no queda más remedio. A veces no conviene.
¿Entonces qué nos importa?
Sí, la Feria estuvo atravesada por la política pero volvamos a los lectores que son de todos los colores y que estuvieron en todas partes. La Ciudad Invitada de Honor, Lisboa, puso un stand bello y sencillo, con un auditorio abierto. Sus autores no son conocidos en Buenos Aires y la mayoría de ellos ni siquiera está traducido. Pero se sentaban, abrían el micrófono y el público iba llegando. La capital portuguesa tuvo una decisión polémica: no trajo traductores. En ese stand se conversó en portuñol e hizo falta concentrarse y estar atentos para seguir lo que se hablaba. Y así se hizo: con ganas de saber y con calma.
Se veía y se comentaba: las salas estaban llenas. Los que suelen ir a la Feria fueron a la Feria y si recorrieron y compraron menos, buscaron algo que les interesara para escuchar. Para entender. Para aprender.
Allí se habló de temas tan variados como por qué tantos jóvenes se hicieron libertarios, la pérdida del deseo, la traducción de lenguas originarias, la Guerra de Malvinas, el sueño de ser escritores, los textos producidos con inteligencia artificial, el futuro de la educación, cómo es escribir sobre uno mismo, la discapacidad en la novela romántica y mucho, mucho, pero muchísimo más.
Claro que hubo algunos días “estallados” y algunos días tranquilos. El paro del 9 se sintió en un grupo de stands cerrados y con carteles que explicaban el porqué de su adhesión pero hubo público y los stands principales tenían cola para pagar.
A poco de arrancar se decidió dejar las dos últimas horas gratis, durante los días de semana, y editores consultados dijeron que eso apuntaló un poco las ventas.
¿Por qué nos importa? ¿Por qué la Feria está en las tapas de los diarios y se mete en las conversaciones? Porque junta cerca de un millón de personas cada año alrededor de ideas, de letras, de emociones, de palabras. Porque aunque la crisis sea espantosa, es un cable a lo que más nos gusta de nosotros, a una orgullosa identidad en la que fuimos a la escuela -gracias, Ley 1420-, nos interesa el mundo, nos gusta pensarnos, y nos enorgullece “m’hijo el dotor”, como en esa obra teatral de 1903 en la que Florencio Sánchez retrata a un inmigrante que se sacrifica para que su hijo estudie Medicina.
Nos importa la Feria porque queremos ver ahí lo mejor de nosotros. La grandeza de haber sido y la esperanza de todavía ser.
(Fotos: Cortesía FEL)