Huelo el perfume de mi madre en una bufanda suya que puse contra mi cara para sentir su presencia. Es sábado a la noche, estoy sola en su cama. En la televisión pasan Noti dormi, el programa de Raúl Portal, pero no logra distraerme de la angustia que me aprieta la panza. Tengo menos de ocho años y mamá está bien, sólo salió a cenar con mi padre a lo de unos amigos. El miedo a que ella muera está presente en mis recuerdos más antiguos. En la actualidad persiste como una preocupación algo exagerada cada vez que se enferma, y autoritaria cuando se niega a que la vea un médico o no sigue sus indicaciones al pie de la letra.
Esta vez, mi novela, empieza cuando Lili, una arquitecta de unos treinta y ocho años, vuelve del entierro de su madre y se la encuentra allí, sentada en la sala de su departamento, esperándola. Durante el año 2022 estuve preocupada por mi mamá. Habían muerto en menos de doce meses casi todos sus hermanos y una cuñada muy cercana. La veía golpeada y me preocupaba que no sobreviviera a la tristeza. Pero no fue por eso que me senté a escribir.
En una secuencia de After Llife, la película de Hirokazu Koreeda y una de mis favoritas, Shiori, una adolescente, sale con su cámara de fotos a buscar locaciones para los cortometrajes que tienen que rodar esa semana. En el film, todos los personajes son muertos que conviven en una especie de hotel gigante en medio del bosque. Algunos acaban de morir, otros están muertos desde hace tiempo y no han hecho el pasaje al “más allá”. Mientras vemos la película pensamos que ese hotel es una especie de limbo, un “no lugar” entre el mundo de los vivos y el paraíso. Hasta que Shiori sale con su cámara y termina paseando por la ciudad. La secuencia es en verdad muy breve, no creo que llegue a durar un minuto, y sin embargo, me produjo un impacto duradero que todavía no puedo explicar.
Blanca, la mamá de Lili, como yo la veo y traté de plasmarla, no es un fantasma. Es una persona muerta. Pero tiene un cuerpo macizo, no atraviesa paredes ni lee pensamientos. Tal cual Shiori en la película de Koreeda caminando por una ciudad que quizás fuera su hogar mientras vivía. El asombro por la presencia de Blanca pasa rápido y la narración se centra en la convivencia extrañamente natural de una mujer con su madre muerta. ¿Cómo sería vivir eternamente con tu mamá?
Lili es la única que ve a Blanca, así que los demás transitan desde el comienzo el duelo por su muerte. También Blanca empieza a soltar su existencia previa y a enfocarse en las posibilidades que le da la actual, cuando ve cómo sus hijos y esposo reformulan su vida sin ella. A Lili, en cambio, le es imposible hacer el duelo con su madre presente, y se siente atrapada.
En 2020 un amigo me compartió la entrevista por YouTube a un dibujante profesional y docente cuyo nombre, como me pasa la mayoría de las veces, no retuve. Lo que sí no olvidé, porque me hizo cambiar mi visión sobre la creación artística por completo, fue su reflexión sobre lo que es el arte. Él contaba que, en una exposición de sus cuadros, un hombre se acercó a comentarle la expresión de tristeza en uno de sus retratos. Él, el dibujante y pintor, no había retratado esa emoción. Aun así, aceptó lo que el hombre le dijo y conversó con él. Cerraba la anécdota con esta conclusión que parafraseo: si alguien ve en una obra algo muy distinto a lo que el artista se propuso decir, entonces está frente a una obra de arte, porque eso debería hacer el arte, generar un espacio para que otro vuelque allí lo que necesita volcar.
La imagen disparadora que me llevó a escribir fue la primera de la novela. Una mujer joven entra a su departamento y ve a su madre muerta sentada en su sillón. Inmediatamente le pregunta si ella misma ha muerto también. Su lógica le dice que, si puede ver a su mamá, debe ser porque ella también ha muerto. Esto, por alguna razón, me hizo reír a carcajadas.
Schelling, el filósofo alemán del siglo XIX que investigó intensamente el proceso creativo, propone que, en algún momento de la creación, por más que se haya partido de un boceto consciente, el inconsciente del creador tomará el mando de la ejecución y cuando el artista vuelva “en sí”, a su estado consciente, se asombrará con lo que ha hecho.
Nunca había vivido un proceso de escritura igual al de Esta vez. Es difícil para mí narrarlo, básicamente porque no lo recuerdo. Fue avasallador, pero en el mejor sentido. Puedo hablar de las acciones más externas del proceso. Recuerdo, perdón por el lugar común, que la historia brotaba. Cada noche, yo dejaba la computadora en mi placard, y al despertar lo primero que hacía era buscarla, sentarme en la cama y escribir. Y me divertía mucho. Pero no me acuerdo qué decisiones tomé en cuanto a la historia o la escritura.
Sí sé que cuando empecé la novela, en mi hipótesis, la historia iba a ser algo más oscura, pero por suerte los personajes fueron a lados más auténticos y mantuvieron hasta el final el tono tragicómico que aparece cuando, pasada la emoción por ver a su madre de nuevo, Lili se crispa con ella. Con el último punto y enter, sentí que había hecho un duelo anticipado que me permitiría sobrellevar mejor la pérdida de mamá cuando la realidad golpeara, pero, sobre todo, sentí que a través de la ficción había podido crear (y creer en) otro tipo de eternidad posible.
A partir de la publicación viví en carne propia eso que ya todos saben: que un libro no es solo un libro sino tantos como lectores tenga. Escuché más de cien lecturas distintas de la novela y eso se ha vuelto mi momento preferido de mi historia con Esta vez.
Por mi parte, como Schelling propone, al año de terminar de escribir el libro, descubrí qué historia propia se había filtrado de manera totalmente inconsciente, una historia que, por supuesto, nada tiene que ver con una madre que muere. No la revelo, un poco por pudor, pero sobre todo porque, en verdad, no importa.
<b>Quién es Camila Maurer</b>
Nació en Buenos Aires en 1980.
Es guionista y narradora y, de vez en cuando, autora de obras de teatro.
Entre otras cosas, escribió “La mentira de los orangutanes” y “La otra, la buena”, para la revista digital Orsai, y las series cortas Haciendo escenas, para UN3TV y Tutorial cómo amar a Marta, para YouTube.
También guionó el cortometraje Hugo, ganador del premio al mejor guion hispanoamericano del Festival de Cine de la Almunia en 2016.
Además, colaboró en el guion de Los corroboradores, película de Luis Bernárdez, ganadora del premio Argentores al mejor guion del 32.º Festival de Mar del Plata.
Para teatro escribió Diana regresa y La traición original.
Esta vez, publicada por Orsai, es su primera novela.