El poeta Hesíodo, al que algunos historiadores consideran el primer filósofo griego, fue el primero en escribir sobre Medusa, junto a sus dos hermanas, Esteno y Euríale, conformando el trío de las gorgonas. Considerada como un monstruo ctónico (del inframundo), el mito relata que aquellos que la observaban a los ojos quedaban convertidos en piedra. Su imagen más representativa la hizo más de dos mil años después un italiano llamado Miguel Ángel Merisi, Caravaggio, uno de los grandes genios de la historia de la pintura.
El poeta romano Ovidio agrega un dato interesante sobre su orígen. En Las Metamorfosis (S. VIII d.c.) sostiene que fue una mujer hermosa, con muchos pretendientes, y que tras ser violada por Poseidón en el templo de Atenea, del cual era sacerdotisa, la diosa la despojó de su cabellera para colocarle las serpientes características. Esta exaltación de su belleza, sin embargo, no era nueva, ya había sido retratada por Píndaro en el V a.c.
La cuestión es que Medusa es más recordada por su monstruosidad y mortalidad, que se produce cuando fue decapitada por Perseo, quien utilizó su cabeza como arma para que, finalmente, Atenea la colocara en su escudo, la égida.
En Odisea, Homero la describe acampando a las puertas del Hades, en la frontera entre el mundo de los vivos y el de los muertos, al borde de lo visible y de lo que la visión no se puede sostener. Colocada a equidistancia entre el orden del que los Dioses son los garantes y el caos, la razón y la locura, su naturaleza es ser impura, dual, ambivalente.
Sus primeras representaciones estéticas, por lo menos las que sobreviven, datan del siglo VII a.C., con vestigios en el frontón de los templos, en los escudos, en utensilios domésticos como en un esquifo, vasija de cerámica, que era un gorgoneion, un amuleto que inducía horror al mostrar la cabeza de la Gorgona, que se presenta en la muestra.
Desde Crésilas, escultor de la antigüedad griega, hasta artistas como Benvenuto Cellini, Sandro Botticelli, Pierre Paul Rubens, Gian Lorenzo Bernini, Adèle d’Affry, Auguste Rodin, Jean-Marc Nattier, Theodor van Thulden, Edward Burne-Jones o Franz Von Stuck, entre otros, han dado vida a esta mujer que vive entre el encanto y el terror. Sin embargo, ninguna es más reconocible que la que realizó Caravaggio, en 1597.
En la década de 1590, Caravaggio trabajaba en Roma y era ya un artista reconocido, conflictivo, pero su éxito entre el clérico y los nobles iba en ascenso. En julio de 1597, Caravaggio y su socio Prospero Orsi se vieron involucrados en un crimen ocurrido cerca de San Luigi de’ Francesi.
En ese momento, había un caso sin resolver en el que se reportó la desaparición de dos objetos: una capa oscura y una pequeña daga y, un testimonio de entonces lo colocaba como sospechoso: “Este pintor es un joven fornido... de rala barba negra, cejas pobladas y ojos negros, que va vestido todo de negro, de manera bastante desordenada, con calzas negras un poco raídas, y que tiene la cabeza gruesa. de pelo, largo sobre su frente.”
Como resultado de su comportamiento misterioso fue arrestado varias veces y, ante la justicia, declaró que elegía atuendos oscuros para evitar llamar la atención innecesariamente. Sin más pruebas, lo liberaron pero volvió a ser detenido en mayo de 1598 por posesión de una espada en público.
“Llevo la espada por derecho porque soy pintor del Cardenal del Monte. Estoy a su servicio y vivo en su casa. Estoy inscrito en la nómina de su hogar”, dio como argumento para su liberación. Y es que el Cardenal Francesco Maria Del Monte fue una figura importante de su tiempo, que provenía de una aristocrática familia con ascendencia en la Casa de Borbón. Además, era el principal mecenas de Caravaggio.
Así, fue el Cardenal quien le encargó a la obra para que fuera la figura de un escudo ceremonial presentado en 1601 a Fernando I de Médicis, gran duque de Toscana.
La pieza, que se encuentra en la Galería de los Uffizi, es técnicamente maravillosa, toda una hazaña de la perspectiva, porque desde la superficie aparentemente convexa del escudo la cabeza de la Gorgona parece proyectarse en el espacio, de modo que la sangre alrededor de su cuello parece caer al suelo.
Existe cierta polémica sobre quién fue la modelo de Medusa, mientras algunos historiadores apuntan hacia alguna de las prostitutas que solía usar para su obra, otros aseguran que en realidad es un autorretrato. Esto último es difícil de determinar porque Caravaggio en sí nunca realizó una pintura sobre si mismo
De hecho, sí se asegura que el artista se auto incluyó en “El martirio de Santa Úrsula” (1609), el que aseguran que es su último cuadro conocido, que se encuentra en la National Gallery de Londres y también en “David con la cabeza de Goliat” (1609-1610), en la Galería Borghese. En los hechos, el único retrato que existe de Caravaggio fue dibujado por Ottavio Leoni, pintor y grabador italiano del Barroco.
En los 38 años que vivió fue un artista único, provocador, en el que habitaba la más fina de las técnicas junto con la más hereje de las miradas. Un creador que podía exudar sensualidad o brutalidad con la misma mano; odiado por los clásicos, amado por los jóvenes; pendenciero y ególatra desmedido -debió huir de Roma por asesinato-, pero con sentido de supervivencia como para rehacer obras que eran rechazadas -que fueron muchas- y es, hasta la actualidad, el eje de una eterna y disputa en la historia del arte: ¿fue o no el padre del claroscuro y, por ende, del comienzo de la pintura moderna?
Medusa se caracterizó por varios encontronazos con la ley. :