El Diccionario de la Lengua Española de la RAE define al artista como una “persona que cultiva alguna de las bellas artes” y también como una “persona que hace algo con suma perfección”. En el caso de Joan Manuel Serrat (Barcelona, 1943), es artista por cultivar, como poco, dos bellas artes: la música y la poesía. Y lo es también por haberlo hecho con suma perfección. De ahí que la Fundación Princesa de Asturias haya concedido, por tanto, con lógica a Serrat su Premio de las Artes 2024.
La cuestión es: ¿dónde reside en Serrat la excelencia artística que se le presupone a quienes, como Meryl Streep, Bob Dylan o Pedro Almodóvar, son distinguidos con este premio? ¿Y por qué no concederle, como a Leonard Cohen, el Premio de las Letras?
El arte, la literatura y la canción
Empezaré contestando a esta segunda pregunta. Los cantautores (y pocos o ninguno ignorarán que Serrat lo es) instalan su hacer artístico en una frontera, la que existe entre la música y la literatura, pues su habitual buen uso de la palabra lleva a sus letras a integrar el sistema literario.
Las canciones, de hecho, están conformadas por tres textos: la letra, la música y la performance. Por esa razón, cuando una letra de canción es muy buena, se comete a veces el error de considerarla un poema, un objeto artístico autónomo. Pero una canción, como dijo una vez Joaquín Sabina (que de eso también sabe bastante), es o debería ser “una mezcla de una buena letra, una buena música, una buena interpretación, un buen arreglo y algo más que nadie sabe lo que es, y que es lo único que importa”.
Así que, en resumidas cuentas, aunque los estudiosos podamos analizar la literatura que hay en las buenas letras de canción, las canciones no son solo el texto, necesitan también de otros factores para ser lo que son: la mezcla de varias bellas artes.
De ahí que, si se premia a un cantautor, se le pueda premiar tanto por la rama de las artes como, específicamente, por la de las letras. Es una distinción que los premios no suelen hacer o, mejor dicho, no necesitan hacer. Ejemplo de ello es la propia Fundación Princesa de Asturias, que concedió un premio a Dylan y el otro a Cohen por casi idénticas razones. Al primero, el de las Artes por su excelente conjugación de la canción y la poesía; al segundo, el de Letras “por una obra literaria que ha influido en tres generaciones de todo el mundo, a través de la creación de un imaginario sentimental en el que la poesía y la música se funden en un valor inalterable”.
Serrat: una alforja llena de sueños
Aclarado esto, puedo ahora responder la primera pregunta que planteaba: ¿por qué dar este premio a Serrat? En primer lugar, hay que decir que el catalán lleva años recogiendo premios de índoles diversas. Pero parece ser ahora, que ha puesto punto y final a su trayectoria en los escenarios, cuando se han fijado en él algunos de los de mayor lustre.
No hace mucho recibió nada menos que la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio; y ahora el Princesa de Asturias. El jurado del premio afirma que en el trabajo de Serrat “se aúna el arte de la poesía y la música al servicio de la tolerancia, los valores compartidos, la riqueza de la diversidad de lenguas y culturas, así como un necesario afán de libertad”.
En efecto, ¿cómo no premiar el arte de alguien como Serrat? En primer lugar están la calidad y la belleza de sus letras, escritas tanto en español como en catalán.
¿Puede acaso alguien negar que hay buena literatura en la escritura de un tipo que, por ejemplo, sin haber cumplido apenas los treinta, describió el rompeolas del mar diciendo “y te acercas y te vas / después de besar mi aldea”? ¿Quién que es –diría Rubén Darío– no ha escuchado y amado “Mediterráneo” y tantas otras canciones nacidas de la pluma serratiana?
En las letras de Serrat brillan además esos valores compartidos y ese afán de libertad que ha premiado el jurado, pero son bondades que se encuentran también en la poesía que ha cantado. Porque muchos, en efecto, conocen a Serrat en buena medida por haber prestado su voz a algunos poetas, entre los que destacan dos autores y dos álbumes: Dedicado a Antonio Machado, poeta (1969) y Miguel Hernández (1972). En estos y otros trabajos puede Serrat anotarse el mérito de haber contribuido a la innegable capacidad difusora que tiene la musicalización de poesía, a través de la cual muchos llegan al conocimiento de autores y textos que de otra manera ignorarían.
Pero además, el del Poble-sec ha sabido hacer ese trabajo a la perfección. Pocos han conseguido, por ejemplo, que todo un recinto abarrotado coree el “caminante, no hay camino, / se hace camino al andar” de Machado. Y pocos pueden decir que tomaron una sección de “El herido” de Miguel Hernández y crearon “Para la libertad”, que se convirtió en un himno, coreado también en ocasiones –sobre todo en otros tiempos– de un modo casi catártico.
Se hace difícil consignar aquí la magnitud y trascendencia de su figura y los méritos que ha hecho para que se le conceda el Princesa de Asturias de las Artes. Serrat es, por aclamación popular y de sus compañeros de gremio, el decano de la canción de autor española, y ese título honorífico lleva aparejada la recepción de distinciones como esta.
Sin duda en los próximos días y semanas tendremos ocasión de leer numerosos artículos y crónicas que valorarán la concesión de este premio y la figura y obra del catalán; aunque hace ya casi treinta años, Sabina, amigo y compañero, dejó buena impronta de ellas cuando escribió “Mi primo el Nano”, cuyos primeros versos merecen cerrar este artículo:
“Tengo yo un primo que es todo un maestro
de lo mío, de lo tuyo, de lo nuestro,
un lujo para el alma y el oído,
un modo de vengarse del olvido”.
Publicada originalmente en The Conversation