“Fui ingenua, pero había imaginado que sería yo quien anunciaría la muerte de mi marido, Paul Auster”. Así comienza el texto que publicó Siri Hustvedt, su viuda, destacada narradora en su cuenta de Instagram. Es un largo y sentido posteo junto a una foto en blanco y negro donde ella se acerca a él ¿para darle un beso?, ¿para decirle un secreto?, ¿para leer de cerca las hojas que él tiene en las manos? La imagen revela algo del amor que los unió por más de treinta años.
“Murió en su casa, en una habitación que amaba, la biblioteca, una habitación con libros en cada pared, desde el suelo hasta el techo, pero también con ventanas altas que dejaban entrar la luz. Murió con nosotros, su familia, a su alrededor el 30 de abril de 2024 a las 6:58 p.m.”, continúa el texto.
El aclamado novelista estadounidense, autor de una prolífica obra en la que destacan la Trilogía de Nueva York, Brooklyn Follies o La invención de la soledad, murió a los 77 años en su casa, en Brooklyn (Nueva York), a causa de un cáncer de pulmón.
“Paul nunca abandonó Cancerlandia. Resultó ser, en palabras de Kierkegaard, la enfermedad mortal. Después de que los tratamientos fracasaron, su oncólogo le ofreció quimioterapia paliativa, pero él dijo que no y solicitó cuidados paliativos en casa (...) Paul ya había tenido suficiente. Pero nunca, ni con palabras ni con gestos, dio muestras de autocompasión. Su coraje estoico y su humor hasta el final de su vida son un ejemplo para mí”.
“Mi marido no tiene computadora. Escribía a mano y mecanografiaba sus manuscritos en una máquina de escribir Olympia. En los últimos días de su vida, le escribía cartas a nuestro nieto, Miles. Su letra diminuta temblaba a consecuencia de un temblor provocado por el tratamiento, pero borró esas letras hasta perder todas las fuerzas. Nuestra asistente y querida amiga, Jen Dougherty, descifró los textos después de que yo los fotografiara y se los escribió. Quería que fuera su último libro. En un derroche de determinación, logró terminar una carta y redondear su texto, pero el manuscrito no es largo. Con esa carta terminó su vida como escritor”.
Sobre el final del texto, Hustvedt dice: “Como su testigo, amiga, amante, colega escritor y primer lector (como él lo fue mío), sólo puedo decir que escribió desde lo más profundo del sentimiento, desde los espacios oníricos donde nacen, se desarrollan y terminan los grandes libros”.