Hace unos años, cuando me hice fanático incondicional de The Wire, la serie televisiva creada por David Simon (la mejor de su género que se ha realizado, digo y vuelvo a decirlo), y me sumergí en ese mundo de policías eficientes, venáticos y hasta corruptos, traficantes de drogas blancos y negros, políticos oportunistas, periodistas honestos y deshonestos, entre otros especímenes, tuve la vívida sensación de que la sociedad norteamericana que de modo descarnado reflejaba la obra, era un cuerpo profundamente enfermo.
Ahora escribo esta reseña literaria el último día de marzo de 2023. Es el día noventa de los trescientos sesenta y cuatro del año y la noticia que hace unas horas recorrió el mundo fue la ocurrencia del tiroteo masivo número ciento treinta de este período en Estados Unidos.
Y ante la evidencia de las cifras y las fechas, y a tenor del libro acabo de leer, me atreví a sacar la cuenta: 1,444444 incidentes fatales con armas por día, casi uno y medio por jornada. El más reciente, ocurrido en Nashville, Tennessee, perpetrado en una escuela y con un fusil de asalto (el atacante llevaba en total tres armas de fuego), se saldó con la muerte de tres niños y tres adultos… Este es uno de los síntomas de esa enfermedad social que, en términos de salud pública, ya tiene carácter de epidemia.
Sobre esa dramática realidad de los tiroteos masivos, sus causas, consecuencias y entresijos legales, económicos, históricos y culturales reflexiona el escritor Paul Auster en su más reciente libro, de título ya de por sí espeluznante: Un país bañado en sangre (edición española de Seix Barral, 2023), un ensayo cuyo texto se hace acompañar por un estudio fotográfico de Spencer Ostrander en el que aparecen varios de los muchos escenarios de tiroteos mortales ocurridos en las últimas décadas en Estados Unidos.
Y desde ya puedo afirmar que el libro resulta revelador y estremecedor, documentado y sensibilizado, tremebundo por la información que maneja, analiza, sintetiza y aporta, doloroso por las evidencias que arroja: “el viejo oeste era un lugar más civilizado, pacífico y seguro que la sociedad norteamericana de hoy en día”, esa sociedad actual donde ocurren esos 1,4 tiroteos fatales cada jornada, porque, entre otras razones, existen en manos de sus ciudadanos 400 millones de armas de fuego.
¿Por qué es posible realizar esa afirmación y la existencia de las cifras que la acompañan y avalan?
Para llegar a respuestas y proposiciones (que muchas veces él mismo considera utópicas), Paul Auster comienza narrando su relación personal y familiar con las armas de fuego. Desde las pistolas de los juegos infantiles de cowboys y su reducida experiencia adolescente en el tiro deportivo hasta la revelación de que su propia familia está fundada sobre un hecho de sangre provocado por un arma de fuego: su abuela paterna mató al abuelo de un disparo y, con esa acción violenta y criminal, marcó la vida de su descendencia, incluido el propio padre del escritor, un hombre eternamente perseguido por la traumática experiencia.
Luego Auster entra en la estrecha relación histórica de la violencia con el origen y crecimiento de Estados Unidos. Una violencia ejercida con y sin armas: despojo y exterminio de comunidades originarias y la práctica de la esclavitud incluso más allá de la fundación de una República que en su constitución, firmada poco después de 1776, afirmaba: “Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”…, a lo que agrega el escritor: “…como todo el mundo sabe, estas palabras son un embuste y como tal se las consideraba el día de su publicación”, pues el sur esclavista no hubiera aceptado su aplicación y el resto del nuevo país, para existir, debió aceptar sus presiones. Se produjo entonces un proceso que “estableció el precedente que ha seguido saboteando nuestra democracia desde entonces: permitir que una minoría mantenga cautiva a una mayoría y doblegarla a voluntad, dándonos así una democracia regida por un gobierno minoritario”.
En esta lógica fundacional, que se arrastra hasta el presente, se monta el conflictivo asunto relacionado con el derecho a la posesión de armas de fuego (y la pertinencia de su venta), asentado también desde entonces como una potestad individual constitucionalmente refrendada: “Siendo necesaria una milicia bien organizada para la seguridad de un Estado libre, no se violará el derecho del pueblo a poseer y portar armas”.
Concluye el ensayista: “Derecho a la violencia por nacimiento, pero también un país dividido por la mitad desde sus comienzos, no solo entre blancos y negros, entre colonos e indios, sino también entre blancos y blancos, porque los Estados Unidos de América es la primera nación del mundo fundada sobre los principios del capitalismo, que es un sistema económico impulsado por la competencia (…) (y donde) siempre habrá algunos que ganen y muchos que pierdan…”.
Y, siempre según Paul Auster, como resultado de aquellos precedentes y el incremento de las más diversas paranoias, miedos y soluciones violentas y a la existencia misma de tantas armas de fuego en manos de la gente, “Los norteamericanos tienen veinticinco veces más posibilidades de recibir un balazo que los ciudadanos de otros países ricos, supuestamente avanzados, y, con menos de la mitad de la población de esas dos decenas de países juntos, el ochenta y dos por ciento de las muertes por arma de fuego, ocurren aquí. (…) ¿Por qué es tan diferente Estados Unidos y qué nos convierte en el país más violento del mundo occidental?”, se pregunta el escritor y sigue en busca de respuestas.
Aunque habla de un tema harto conocido, el ensayo de Paul Auster tiene la capacidad de valorar, sintetizar y proyectar el problema de la violencia existente en su país gracias a la falta de políticas eficientes respecto a lo que muchos consideran un derecho, una tradición y otros muchos como una aberración. Así, afirma con pesimismo, “A lo largo de estos más de cincuenta años de conflicto nacional, las armas han sido una cuestión fundamental, la metáfora central de todo lo que continúa dividiéndonos y, a medida que se encona la batalla postelectoral, amenaza hacernos pedazos y poner fin al ‘experimento americano’”, pues el país desde el que escribe, el país donde vive y crea es hoy mismo –lo afirma Paul Auster- una sociedad trágicamente dividida, con una profundidad y beligerancia como no se veía desde los años de la guerra de Viet Nam, en el siglo pasado.
Y casi al final del texto, entre varias, aparece una de las conclusiones a las que va arribando el escritor y que resulta ser una de las claves más dramáticas del conflicto: “…hay que olvidar prohibiciones absolutas y medidas draconianas para imponer la paz entre las fuerzas en liza. Solo habrá paz cuando ambos bandos lo quieran, y, con objeto de que esto ocurra, tendríamos que llevar a cabo primero un examen riguroso, revulsivo, de quiénes somos y quiénes queremos ser como pueblo que mira al futuro, lo que necesariamente tendría que empezar con un riguroso y revulsivo examen de quiénes hemos sido en el pasado.” Aunque de inmediato el escritor se pregunta: “¿Estamos preparados para este momento de verdad y reconciliación tan largo tiempo aplazado? Hoy, quizás no. Pero, si no es hoy, ¿cuándo?”.
Un país bañado en sangre resulta ser, como espero haber evidenciado, algo más que un libro, un ensayo sobre el lugar de las armas en la sociedad norteamericana. El texto y el dramatismo del ensayo fotográfico que lo acompaña se erigen como un manifiesto lanzado al rostro de los ciudadanos y los políticos del país para que, si pueden, comprendan, y, si son capaces, reflexionen. Y entre todos busquen una cura a esa enfermedad social que pensadores y artistas del país, como los ahora mentados David Simon y Paul Auster, entre muchos, han lanzado, incluso con gran éxito de público y crítica, pero con pocos efectos reales hacia el interior de esa sociedad para la solución de entuertos como el de las armas y la violencia. Pero, entre callar y gritar, es preferible el alarido, pues siempre habrá algún oído que lo escuchará… Y, porque, además, “¿si no es hoy, cuándo?”.
Conclusión pesimista.
El atacante del centro de estudios superiores de Umpqua de Roseburg, Oregon (2015, diez muertos y nueve heridos), que en su “manifiesto” proclamó “Ahora sirvo a la jerarquía del diablo” y reclamó, “Mi consejo para otros como yo es que compren un arma y empiecen a matar gente”.
* Esta reseña se publicó originalmente en abril de 2023