Pocas veces sucede que un libro muy potente aparezca en las librerías con una pátina de intensa actualidad y que, a la vez, explore un pasado que muchos dan por clausurado ya por siempre. Tal es el caso de Lenin y Trotsky, los dragones de Marx, escrito por Alejandro Horowicz y publicado por Crítica (Planeta): una rara avis. Sobre todo porque es uno de los pocos libros publicados a 100 años del fallecimiento de Vladimir Ulianov, Lenin, el jefe máximo de la revolución rusa, el hombre que instauraría la posibilidad del socialismo en el planeta Tierra, ya sea como promesa o como amenaza.
Uno de los epígrafes del libro, “He sembrado dragones y cosechado pulgas”, lleva la firma de un compungido Karl Marx. El texto, sin embargo, refuta ese lamento: por el contrario, explica la genialidad estratégica de Lenin y de una era en la que las transformaciones trascendentales estaban a la hora del día. El libro también se ocupa de los debates interminables entre Lenin y Trotsky, figuras centrales de la República de los Soviets: debates enojosos, felices, leales, desleales y finalmente venturosos.
—¿Que lo impulsó a llevar adelante esta investigación sobre una forma de historia que muchos dan ya por perimida?
—La idea de una historia perimida es la idea de que el pasado está enterrado y no tiene relación con el presente. La idea de que la historia es una fuente de enseñanzas morales en el mejor de los casos y un conjunto de hechos irrepetibles en el peor, y por tanto una especie de adorno erudito. No comparto esta idea, esta lectura de la historia. En primer lugar conviene entender que la historia siempre se nos presenta como un problema irresuelto, y cuando eso se manifiesta con un incierto hilo de continuidad —como es este el caso—, visitar la historia es alumbrar las respuestas que ese pasado permitió formular leídas en clave de este presente. De modo que visitar el pasado tiene un sentido muy riguroso: permite establecer la concatenación viva entre ambos términos.
Vivimos en el presente y buceamos en el pasado para reformular las preguntas sobre aquel entonces, argumentó Horowicz, “y esas preguntas son las que nos permiten entender de otro modo todo el debate anterior”. En este caso, Lenin y Trotsky, quienes en su libro presentan el problema de la revolución. Un problema que parece clausurado, insistió, en tanto no se avizora una revolución a la vista. “Sin embargo, es evidente que la intensidad y la calidad de la crisis histórica que afecta al capitalismo como un orden global nos hacen saber que esta lectura tiene algo de siniestro”, agregó. “Quien sostenga que no hay en el pasado ningún elemento que nos permita iluminar de otro modo este presente, sostiene que este presente no tiene más camino que la catástrofe en curso”.
En esas circunstancias, Lenin y Trotsky, los dragones de Marx mira atrás para replantear los problemas de las condiciones de una transformación radical: “Lenin y Trotsky nos hacen ver la posibilidad de un orden social y político distinto. Es decir que la historia no se ha terminado. La idea de que la historia se terminó es, exactamente, la idea de que nuestra catástrofe es irresoluble”.
—Usted también repasa décadas de discusiones entre ellos acerca del rumbo de la revolución, que finalmente serían saldadas con el establecimiento del poder de los soviets en la Unión Soviética. Sin embargo, es clara una noción de gran jefe en la figura de Lenin. ¿Se podría señalar esto como una de sus aseveraciones?
—Sí, entendiendo que un gran jefe es el resultado de un enorme trabajo político, no de una peculiaridad de la personalidad. Es evidente que también se requieren virtudes personales, pero no basta con ellas. A Trotsky no le faltan virtudes (puede aprender en un rato un asunto como la estrategia superior, cosa que no es para cualquiera), pero Lenin sabe que nadie está preparado, y que él tampoco lo está. Apoyado en una enorme aptitud para manejar hombres, se constituye sobre el arco de una rigurosa capacidad para entender todas las variables de un problema político. Por eso pudo participar desde el periódico Iskra hasta la fracción bolchevique; entender cuando era insuficiente y abrir el portón del Sexto Congreso Socialdemócrata sin que el viejo arco se rompiera.
En el libro aparecen dos cuestiones que no es común abordar en otros estudios anteriores sobre este periodo: los trabajos de Marx sobre el modo de producción asiática, que realizó de manera secreta, y el valor que Lenin le daba a los antecedentes de lucha de la organización populista Narodnaïa Volia. El hermano mayor de Aleksandr, había participado del grupo anarco-nihilista, cuyo nombre significaba Voluntad del Pueblo, y el 11 de marzo de 1887 atentó contra Alejandro III debía morir. El zar sobrevivió pero Aleksandr fue ahorcado dos meses más tarde.
Horowicz analizó cómo esos y otros factores influyeron en la evolución posterior del pensamiento socialista de Lenin. Entre los que escribían en Iskra, señaló como ejemplo, todos —excepto Lenin— tuvieron contactos directos con otros grupos, “empezando por [Gueorgui] Plejánov, que él mismo fue naródniki”. Naródnik significa populista, y el movimiento decimonónico fue una amalgama de corrientes políticas tan diversas como marxistas revolucionarios, nihilistas radicales y anarquistas proclives a la conspiración y los actos terroristas. A pesar de sus diferencias programáticas, compartían el rechazo al zarismo y el ideal socialista.
“Antes de la constitución de la socialdemocracia como partido, todo el movimiento socialista estaba estrechamente vinculado a los naródniki”, detalló. “Además, la relación entre las dos cosas es que Lenin tiene una máxima flexibilidad, cosa que no tiene Plejánov, y por cierto no tiene Trotsky. En Lenin la comprensión de los distintos modos y métodos de lucha y de la necesidad de articularlos entre sí es tanto el resultado de una conceptualización como el resultado de una práctica empírica. Sostener una fuerza política mientras se expande en un proceso revolucionario no es particularmente complejo: el asunto es sostenerla cuando el proceso refluye y un montón de estos integrantes ya no aportan a la sociedad democráticamente constituida. Stalin se ocupó de quebrar esa relación definitivamente y nunca más se reconstituyó.
—Cuando Lenin formula las Tesis de abril, donde define la toma del poder en la Rusia de los zares, dos viejos compañeros las rechazan y las denuncian. Lenin entonces se apoya en Trotsky. Usted plantea que esa toma del poder obligaba a Europa a posicionarse sobre la revolución. ¿Cómo se llega a esta planificación que habría sostenido Lenin, apoyado por Trotsky?
—La pregunta sobre cómo Lenin llega a elaborar este problema es clave y muestra la diferencia entre él y el resto del pensamiento socialista, sobre todo el de la segunda internacional. Tiene que ver con la noción de madurez histórica. Cuando Karl Kautsky pensaba la madurez histórica, pensaba en que la presencia proletaria en la pirámide poblacional era decisiva: que el proletariado era, como clase social, no solo el elemento central en la dinámica de la lucha política sino además el elemento hegemónico en la vida real de una sociedad. Y medía esto cuantitativamente: cuántos son los obreros, dónde están ubicados, cómo son las ramas de producción, la concentración, etc. Un relevamiento sociológico mucho mas próximo al modo de pensar de Max Weber que al de Lenin.
—Lenin ve un enfrentamiento.
—Lenin planteaba términos de guerra. Su pregunta por la madurez política no estaba determinada por cuántos obreros había sino por qué lugar la cadena se volvía mas débil, no por un abstracto desarrollo de las fuerzas productivas sino por el concreto desarrollo de la lucha de clases. Es la lucha de clases aquello que define la madurez o la inmadurez del proyecto político. Por supuesto, otras clases están también interesadas, y en la gramática de la revolución democrática radical que define Lenin participan un conjunto de clases revolucionarias con la hegemonía proletaria. Pero eso no es una definición a priori, sino una conquista a alcanzar. Trotsky tiene el axioma de la hegemonía proletaria; Lenin tiene el mapa que hace posible esta hegemonía y las tareas que garantizan que pueda alcanzarse.
—Trotsky y Lenin no saldaron algunos debates que probablemente abrieron el camino a que Stalin se hiciera con el poder total en lo que sería luego la Unión Soviética. Esos debates siguen sin saldarse. ¿Cómo los caracterizaría? ¿Siguen existiendo trotskistas, siguen existiendo leninistas? Y a pesar de que parecemos estar en una etapa de deflación revolucionaria, usted decía que aún existen posibilidades de transformar la historia. ¿Quedan todavía debates para ser saldados a fin de encontrar una forma de llevar adelante la revolución tal como no se pudo hace más de 100 años?
–En ciencias duras, en un debate hay una demostración y el conocimiento avanza por esa ruta; salvo que una nueva conceptualización saque algún punto del pasado y lo reubique, el debate ha sido saldado. En cambio, en la lucha política saldar un debate no es simplemente “tener razón” en un determinado momento. Desde ese punto de vista es muy evidente la superioridad estratégica de Lenin sobre cualquier pensador político del siglo XX. Pero el problema es que esta fenomenal actitud de Lenin fue derrotada. En esas condiciones no se puede sostener que un debate ha sido cancelado porque Lenin pensó que era lo mejor en ese momento.
Cuando uno mira la revolución cubana, comprende que no tiene madurez histórica si se la mide, por ejemplo, con una revolución similar en Brasil o en Argentina. Sin embargo, la revolución cubana pone en jaque a los Estados Unidos y plantea el problema del socialismo en la historia de América Latina. Lenin tuvo razón en determinadas condiciones históricas: no bien se plantee un conflicto del mismo orden, pues veremos de nuevo la cuestión. Ucrania nos hace saber que la guerra es posible de nuevo en Europa y que la OTAN está en guerra y que va perdiendo. ¿Esta guerra va a abrir o no curso a un conflicto de otro carácter? Por ahora no ha abierto ningún otro, pero nos conviene recordar que hasta 1917 la Primera Guerra Mundial tampoco lo hizo. El debate solo se salda cuando los problemas históricos que lo suscitaron son superados. De lo contrario, no se salda.
[Fotos: Universal History Archive/UIG/Shutterstock; General Photographic Agency/Getty Images; Roberto Almeida]