¿Qué cosa, mamá? «La luna. Fíjate cómo está de vidriosa, a que trae lluvia. Y la lluvia purifica, Juan, se lleva lo malo siempre, aunque inunde todo y el agua se meta en el rancho y a veces lo tape. La lluvia, algo bendito que lava, un perdón líquido que baja del cielo y te hace mejor».
Así empieza la última novela de Horacio Convertini, La exactitud del dolor, presentada este domingo 28 de abril en la Feria Internacional del Libro, en compañía de los escritores Guillermo Martínez y Kike Ferrari, en una sala Alejandra Pizarnik colmada.
Esta novedad editorial no lo es tanto en la escritura y la carrera de Convertini, ya que tiene su origen hace más de veinte años, cuando su formato y destino originales eran el audiovisual. En esta entrevista para Infobae Cultura, el escritor contó esto, desnudó su proceso creativo, se confesó simpatizante del boxeo, narró anécdotas, habló de su biblioteca.
—Bueno, primero que nada, ¿por qué el título?
—Porque en un momento, el entrenador del Rayo, el Rengo Zafe, está viendo la coronación, o está por ver la coronación, de su pupilo y se plantea lo que yo creo que es muy humano, y hasta natural –incluso cuando cuando uno está cargado de rencor– y es “qué mal, hasta dónde puede resistir el dolor”. El dolor que puede resistir, que puede desearle al otro y puede resistir él mismo. ¿Cuál es la exactitud de ese dolor que le permita vivir en paz? Estamos hablando de alguien que se siente traicionado, de alguien que fue abandonado por otra persona. No en un sentido amoroso, desde luego, pero sí en un sentido de expectativas y de esperanzas. Y de golpe encuentra que esa persona está consiguiendo lo que habían planeado juntos. Lo está consiguiendo solo, a partir de esa traición. Entonces, ahí hay un tema del dolor que se puede desear y del dolor que se puede tolerar. Una especie de equilibrio, de balance, que uno en alguna noche oscura puede estar pensando “cuánto dolor le puedo desear al otro, cuánto dolor puedo tolerar yo”.
-Hablame del origen de la novela.
-Originalmente, la novela nació, hace veintipico de años, como un guion de cine. La exactitud del dolor fue primero un guion de cine. Y se llamaba Diez rounds. Ese guion no prosperó, básicamente por inexperiencia mía y de un director que me acompañó en la aventura para mover el guion dentro de lo que es la complicada industria audiovisual. Entonces decidí transformarlo. Escribí ochenta páginas, las rompí, o las borré. O las dejé. Las escribí de nuevo. Otras ochenta páginas, me volví a frenar en el mismo lugar, hasta que encontré el tono, el personaje, el enfoque, etcétera, etcétera. Y en un momento, ya cuando terminé el primer manuscrito de la novela, decidí cambiar el nombre, e ir a La exactitud del dolor. Me parecía más interesante ir por ese lado.
—Sí, incluso más poético, ¿no?
—Sí, sí. Y además, todos los personajes están atravesados por distintos dolores y todos están buscando la manera de sacarse de encima esos dolores. La más obvia, la más clara y la más transparente, está en los dos personajes centrales, en Rayo y en Zafe. Pero también, Matilde, la dueña de la pensión, que elige sacarse los dolores de su vida humillante con quien había sido su marido, transformándose en él mismo. Casi como una copia de él; imitando, de alguna manera, la violencia y la crueldad o la dureza de su marido muerto. Patricia, la primera novia de Rayo, intenta sacarse el dolor que tiene encima jugando las mismas cartas que el hombre que la humillaba. Entonces, siempre hay gente dolida que busca sacarse, de alguna manera, el dolor para ir provocando dolor en otras personas. Es lo que funciona, es un poco la dinámica de todos los personajes.
—Pensaba eso, tal cual, en que el dolor siempre tiene dos caras. La del que lo padece, pero también la del que lo ejerce, ¿no? Y pensaba, también, en lo que decías al principio sobre lo que le pasaba a Zafe. Hay una relación que excede la de mánager, o entrenador; hay una cuestión como casi de padre también, ¿no?
—Sí, claramente. Es decir, Rayo aparece en la vida de Zafe como su última esperanza. Es la primera vez que él ve en alguien la posibilidad de superar su mediocridad o su oscuridad. Los sueños personales, primero, como boxeador, y después como entrenador, siempre se habían frustrado, y se habían frustrado de la peor manera. O sea, ni siquiera había estado cerca de triunfar.Y con Rayo le viene la esperanza, cuando ya la creía perdida. Entonces, el tipo toma esa relación de maestro-pupilo con la dureza propia que suele tener la relación entre el entrenador y su pupilo ¿no? Por eso duele tanto la traición cuando Rayo lo deja. Es más que un pupilo que se va. Es un sueño que se va.
—Pensaba, también en ciertas marcas de una época. Como cuando lo lleva a a debutar. Si bien Rayo no era virgen. Esas cuestiones, pensaba, “paternalista”...
—Es ese código paternalista y masculino de una época. Donde hay ritos de iniciación. Los ritos de iniciación en el gimnasio eran el grito, el coscorrón, era el bajarle los humos. Cuando vos ya le bajaste los humos, cuando vos ya le demostraste que el que manda sos vos, que el que te va a guiar de una manera inflexible sos vos; otro rito de iniciación es “bueno, yo te voy a hacer conocer algunas cosas de la vida que por ahí no conocés”. Y sí, es probable, es altamente probable que eso esté en la vida de muchos, o haya estado, en la vida de muchos boxeadores, en relaciones complicadas, o no tanto, con sus entrenadores. Esas relaciones, diríamos, que hasta pueden llegar a ser tóxicas, que hoy definiríamos como tóxicas. Pero en esa época eran naturales.
—¿Por qué una novela de género ambientada en el circuito del boxeo?
—Mirá, el boxeo es un material casi ideal para la novela negra. De hecho, Piglia dice que uno de los relatos fundacionales de la novela negra norteamericana es Los asesinos, de Hemingway. Es un relato que se publicó hace casi cien años, y está basado en un hecho real. Es uno de los relatos fundacionales del género negro norteamericano, en donde no hay justicia, en donde no hay policía, en donde no hay una mente brillante que esclarece un enigma, porque el enigma no está. Todos saben que lo van a ir a matar, y el boxeador decide dejarse matar en un momento. Así que hay en el boxeo una gran materia prima prima para el relato negro.
—Nombrás en un momento a Monzón; simplemente tomás cosas de la realidad para que sea verosímil, pero no te sumergís en exceso. ¿Viste que escritores que hacen ese ejercicio y dicen “investigué años tal situación para…”.
—No, y es probable que muchas veces esas búsquedas terminen en un callejón sin salida. Es decir, que voy por ahí y después veo que no, que no me sirven desde el punto de vista instrumental, es decir, no encuentro ahí la herramienta que yo necesito para mi texto de ficción, entonces no avanzo. Sí hay un homenaje, que me parece que no es velado, a Cuarteles de invierno, la novela de Osvaldo Soriano. Está mencionado, hay varias referencias. Una, la referencia a Colonia Vela, el pueblo de Cuarteles de invierno y de No habrá más penas ni olvido. Está, también, esta idea del boxeador que vuelve, que va a pelear a un pueblo en un aniversario del pueblo, en una fiesta del pueblo. Eso también es de Cuarteles de invierno. Pero tiene que ver con cierto agradecimiento lector, mío como lector, a lo que implicó Soriano en mi formación como lector, y tal vez, no sé, como escritor, también. Pero sí, seguramente, como lector.
—Hay una cuestión de, en algunos escritores más que en otros, de retomar cuestiones por homenaje.
—Y a veces me ha pasado de estar escribiendo una novela, de estar en el proceso de escritura de una novela, y simultáneamente estoy leyendo una novela que me gusta mucho de otro autor, y siempre, si puedo y si cuadra, la pongo. No abiertamente, pero veladamente la pongo en mi novela. La ley de la ferocidad, de Pablo Ramos, la puse en La soledad del mal: en un momento el personaje está leyendo La ley de la ferocidad en un micro. En Los que duermen en el polvo puse una de Ronsino, que no me voy a acordar el nombre, que me había encantado, que no es Glaxo. En un momento el personaje está leyendo la novela de Ronsino. Y en este caso no puse ningún artificio como ese porque son personajes poco letrados los personajes de la novela. Pero sí me gustó hacer esa referencia a Soriano. on botellas lanzadas al mar que uno las lanza no para que otro las recoja necesariamente, sino un poco por uno mismo, ¿no? Es casi un agradecimiento secreto. Yo creo que Ronsino ni se enteró...
—¿Releés?
—A veces me da miedo entrar en los libros que me gustaron mucho cuando yo tenía 20 años, porque no sé si me van a gustar ahora. Me pasó. Hice dos pruebas, una obligada y otra por gusto. Una por gusto fue con Soriano. A Soriano no lo había vuelto a leer más, y me había gustado mucho. Yo había sido de los lectores que esperaban sus libros cuando salían. Y un verano, tenía la duda de si no habría envejecido mal. y qué sé yo. Y un verano me llevé A sus plantas rendido un león, que ya lo había leído, y me había gustado en su momento. Y dije “bueno, acá hay un tester”, y la pasé fenómeno. Y la otra prueba que hice, que fue obligada, fue con Cien años de soledad. El año pasado, Netflix me invitó a visitar el set de la serie Cien años de soledad. Construyeron cuatro Macondos en el corazón de Colombia, y me invitaron a recorrerlos. Entonces, antes de viajar, agarré mi viejo libro de Cien años de soledad, todo amarillo y medio destartalado, y me lo puse a leer. Y también me pareció fantástico. Encontré cosas que no recordaba para nada, ideas o relaciones que en su momento, cuando las leí, no me significaron nada, y ahora veía de otra manera. Por ejemplo, las relaciones hoy vistas desde la incorrección política, desde la corrección política, extravagantes, diríamos ¿no? Y lo primero que pensé fue “de lo que se salvó García Márquez”, si nacía treinta años después, lo cancelaban.
—Estamos viviendo en un momento en el que la cancelación acecha. ¿Cómo se trabaja un texto en estas condiciones de producción?
—Para mí la escritura es un territorio de absoluta libertad, de libertad personal. Si yo debiera escribir pensando en un código moral, no escribiría. La verdad que no escribiría literatura. Me sentiría ahogado. Me aburriría. Sé que hay, en muchos espacios intelectuales, esa expectativa de establecer códigos morales casi inquisidores. Que remiten a ciertas imposiciones de la Iglesia del siglo XVIII y del siglo XIX, de “esto no se puede decir” “esto solo se puede decir de una manera”, “ciertas personas no pueden decir determinadas cosas…”. Y a mí me parece retrógrado, me parece conservador, me parece espantoso. Pero trato de que no entre en mi computadora. Ni en mí, ni en mi panorama mental. Cuando escribo trato de ser lo más libre posible, de divertirme con lo que escribo y pasarla bien en el acto de la escritura. Y ya. De crear un universo: o sea, la gran posibilidad que te da la literatura es la de poder crear un universo, el que vos quieras. Y yo no quiero privar, no quiero privarme de eso. Hay una película que ganó el Oscar al mejor guión adaptado, que se llama American Fiction.
—¿Qué muestra?
—Ahí se plantea la paradoja de la corrección política. Un académico negro que escribe fenómeno, culto, que le rebotan su novela sobre una adaptación de un mito griego. Porque el mercado espera de un escritor negro una novela de marginación social, por cuestiones raciales, de adicción, de narcotráfico, opresión social. Y él es un negro de clase media acomodada, culta, con un hermano médico, con una hermana también médica, que tiene una casa en la playa, además de una casa. Entonces, él no es eso. Y termina escribiendo una novela de éxito que parodia esa corrección política. Ahora, el resultado para el protagonista de la película es de una profunda insatisfacción. Es un éxito que le duele. Él quiere escribir sobre mitos griegos; no quiere escribir sobre el slang afroamericano en los suburbios de Chicago.
—Sufre todo el tiempo.
—A mí me gustó mucho el último libro de ensayos de Ariana Harwicz [El ruido de una época]. Es un libro donde trabaja y cuestiona fuertemente la idea de la corrección política en el arte. Dice que a veces no importa lo que vos tenés para escribir, sino la bandera que vos tenés para levantar. Y creo que eso se ha notado mucho, no tanto en Argentina. La propia Ariana contó que en Francia no le quisieron publicar Degenerado porque decían que el público francés no estaba preparado para leer el punto de vista de un hombre depravado, de un pedófilo. Y bueno, obviamente ella está totalmente en contra de eso. Detrás de la corrección política, o de la cultura woke, mejor dicho, hay una cuestión no solo conservadora, no solo victoriana, sino de infantilización del lector.
—Incluso en la literatura infantil, esta cuestión de darle todo tan masticado al lector no colabora para que pueda tener un pensamiento crítico. El pensamiento crítico un poco se construye, ¿no?
—De todos modos, en ese sentido, te hago una salvedad. Al menos la literatura contemporánea infantil y juvenil que leo en la Argentina no va por ese lado. Suelen plantear cosas, tienen un espesor literario, temático. Sobre todo las lecturas para chicos de 10, 11, 12 años y para arriba. Pero de todos modos, y volviendo a tu pregunta inicial, lo que más me preocupa es la idea de codificar la lectura para adultos, incluso por tema. Me pasó alguna vez que alguien, una persona inteligente, muy culta, muy valiosa intelectualmente, me invalidara un personaje, me cuestionara el personaje de una mujer de 69 años porque tenía sexo con un joven de 24. Me decía “Ninguna mujer de 69 años va a tener sexo con un joven de 24″. Le dije “¿Perdón?. Primero, si yo tuviera que escribir ficción a partir de realidades promedio, tendría que contratar una consultora que hiciera la pregunta. O sea, si de algo no se trata la literatura es de reflejar una realidad promedio. Si a algo le debo huir es al promedio, número uno. Y segundo, la literatura es la posibilidad de crear universos, y en mi universo, esa mujer de 69 años, en esas condiciones, va a tener sexo con un joven de 24 años, porque yo lo decido así”.
—¿Siempre está Pompeya en algún punto atravesando tu obra?
—En Pompeya yo viví hasta que me casé. Y me casé hace muchos años. Cumplo 40 años de casado. Con lo cual viví más tiempo fuera de Pompeya que dentro de Pompeya. En Pompeya siguen viviendo muchos de mis amigos. En Pompeya murió mi viejo, murió mi vieja, hice la primaria, la escuela secundaria. Y sigue formando parte de mi vida. Es una marca, que no solo es una marca geográfica, es una marca social. Cuando voy para el barrio, lo que veo son los escenarios, no solo donde me crie, sino los escenarios de otra Argentina. Para ir a mi casa, para ir a la casa de mis amigos o a lo que era mi casa, paso por las fábricas abandonadas que daban trabajo a miles de personas por turno, y estaban abiertas las 24 horas. Es pasar por el el mausoleo de una Argentina. Y caminar por la avenida Sáenz, hoy con un metrobús absolutamente disfuncional, que lo tuvieron que hacer dos veces porque le hicieron mal. Es ver el fósil de una clase media, una clase media conformada por el obrero industrial. Todo eso era trabajo. Todo eso era trabajo. Gente que salía de trabajar de talleres grandes, talleres chicos. De fábricas grandes, de fábricas chicas, eso ya no sé si existe. No quiero ponerme nostálgico, pero es una forma de mantener viva esa Pompeya que no era un barrio perfecto, no estoy hablando de una sociedad perfecta, pero estoy hablando de un tipo de sociedad que ya no existe. A veces casi se vuelve, diríamos, como una especie de relato arqueológico. Cuando me remito a Pompeya, cuando no la destruyo, como Los que duermen en el polvo.
Quién es Horacio Convertini
- Nació en Argentina en 1961.
- Vivió más de veinte años en el barrio de Pompeya.
- Es periodista, fue editor jefe de la sección Policiales del diario Clarín.
- Es una de las voces más potentes de la nueva literatura negra argentina.
- Ha recibido importantes premios, como el Internacional de Novela Negra y Policial Azabache o el Memorial Silverio Cañadas (2013), que se otorga en la Semana Negra de Gijón a la mejor opera prima, por La soledad del mal.
- Ganó el Concurso de Novela Negra Extremo Negro-BAN! con su novela El último milagro.
- Ha escrito, también, literatura para niños y jóvenes.
- En la actualidad, se dedica, además, a la escritura de guiones.
Crédito de las fotos: Gentileza Ediciones Urano Argentina.