Pasa la mayor parte del año fuera del país, siguiendo una vida itinerante de negocios, filantropía y escritura sin sede fija, pero por estos días está de regreso en Buenos Aires. El miércoles por la noche participó de la cena anual de la Fundación Libertad donde Javier Milei ofreció un histriónico discurso a los invitados y este viernes presenta en la Feria del Libro su nueva obra, El joven príncipe señala el camino, una continuación de la exitosa novela que publicó en 2008, El regreso del joven príncipe, basada en El principito de Antoine de Saint-Exupéry. El libro de Alejandro Roemmers vendió más de 3 millones de ejemplares en 30 países y fue traducido a varios idiomas.
En esta nueva novela, el empresario y autor literario explora las complicadas relaciones entre adolescentes y adultos, la influencia de las redes sociales y las pantallas en la percepción de nuestro entorno y el equilibrio entre el progreso tecnológico y el conocimiento integral basado en la tradición. La trama se desarrolla en un prestigioso colegio donde la llegada de Juan –el Joven Príncipe– desde la Patagonia introduce una perspectiva que transforma el ecosistema del aula. Esta segunda entrega, que se puede adquirir en un stand propio en el predio de La Rural y próximamente en las librerías, es una invitación a reflexionar sobre la conexión humana en la era digital.
Aunque se dedicó por un tiempo a los negocios familiares, el nieto del fundador de los laboratorios Roemmers decidió a los 45 años ceder sus acciones en la empresa para dedicarse de lleno a la escritura. Desde entonces ha cosechado distinciones y reconocimientos varios: fue declarado personalidad destacada de la cultura por la Legislatura porteña, nombrado por la SADE como embajador de las letras argentinas y hasta fue postulado por Alejandro Vaccaro –presidente de la Fundación El Libro– para el Premio Nobel de Literatura. A esos méritos se suman otros por su labor junto a la Orden Fransicana y fundaciones como Fratelli Tutti, con la que pronto hará un encuentro con los Premios Nobel de la Paz y un abrazo en Roma por la fraternidad universal.
–En una de las páginas de este nuevo libro le hace decir al Príncipe: “El camino que eliges toma poder sobre tu persona (…) Por eso cada uno debe seguir el más apropiado para sí mismo”. ¿Cómo fue en su caso elegir el camino de la literatura?
–Desde chico sentí atracción por lo artístico, sobre todo por la escritura. Tal vez si hubiera estado en una situación totalmente aséptica hubiera elegido estudiar letras o filosofía, pero a veces hay condicionamientos por los cuales uno no es totalmente libre. En mi caso fue la empresa familiar. Yo destacaba en todo, no solo en la parte literaria, también era muy bueno en matemáticas. Entonces mi familia tenía mucha esperanza en que me dedicara al negocio y hubo un momento en que tuve que decidir qué hacer. Recorrí un camino polifacético y complejo, pero que finalmente me fue llevando a lo que yo sentía. Me dediqué a aprender el negocio familiar y de esa manera pude ganarme los medios económicos para hacer la vida que me gusta, aunque también fui dedicando tiempo a aquellas cosas que me llenan espiritualmente. Durante esa época era la poesía y los amigos.
–¿Cómo divide su tiempo entre el negocio y la literatura?
–Ojalá solo fuera eso, hago tantas otras cosas y el manejo del tiempo es lo más difícil. Desde chico tengo una vocación de servicio y de ayuda a las personas y dedico una gran parte a la actividad filantrópica. A través de la poesía, que fue un poco el camino espiritual mío, busco obviamente la belleza pero también la fe y trato de sembrar esperanza. El amor en sentido amplio, por el ser humano en general, es lo principal. Del trabajo diario en la empresa familiar me retiré hace años, pero sigo involucrado con la marcha del negocio y fuera del país tengo mis propias empresas relacionadas con microtecnologías. Incursioné también un poco en lo audiovisual colaborando con guiones de alguna serie y estamos viendo de hacer una película, pero a lo que más dediqué tiempo últimamente es a las novelas. Acabo de terminar otra que si Dios quiere presentaré el año que viene. Creo que es la novela más literaria y más importante que escribí en un par de años.
–Su último libro incursionaba en la novela negra. ¿Qué lo llevó a retomar la historia del Joven Príncipe después de tantos años?
–Influyó mucho el editor, que me pidió que continuara El regreso del joven príncipe. Pero también yo cuando lo escribí le di un final que me permitiera una continuidad, y además sabía lo que quería hacer el día que lo continuara. Quería, por ejemplo, que este joven fuera al colegio. La vida te va llevando y me metí con las otras novelas, pero fue nada más agarrarla y ponerle atención. A mí este libro me sale muy de adentro, el joven príncipe es de alguna manera mi ser espiritual, mi forma de sentir la vida. Lo único que tuve que decidir fue si darle o no poderes especiales. Y decidí que no, quise que fuera un ser humano joven como cualquier otro para que los demás puedan poner en práctica a su manera lo que él hace. Este personaje se encuentra con un curso donde hay divisiones y con pequeños gestos y detalles va logrando una evolución de conciencia de todo ese grupo hasta que terminan mucho más cohesionados, valorándose y pudiendo hacer cosas juntos.
–Uno de los temas que aborda esta nueva historia es la dependencia que generan las pantallas.
–Estamos permanentemente entretenidos, nos llegan estímulos de todos lados y tenemos poco tiempo para estar en silencio, reflexionar, conocernos, sentir. Cada vez más estamos ligados a lo tecnológico, el ser humano se está convirtiendo en una especie de robot y no se ve dónde va a terminar esta mezcla con la inteligencia artificial. Pero dentro mío algo me dice que se tiene que poder preservar de alguna manera el espíritu humano, porque si no toda esta creación del mundo no tendría sentido. Si una inteligencia superior hubiera querido eso, directamente hubiera hecho máquinas, no habría creado un ser con todas las imperfecciones del ser humano. La tecnología también es fantástica, gracias a ella en la pandemia nos pudimos manejar en forma remota y en el área nuestra de salud nos acercó avances que han prolongado la vida del ser humano. El gran desafío es que sigamos teniendo la tecnología como aliada para vivir mejor, ojalá que en paz y con progreso para todos. Que sea algo que esté a nuestro servicio y nos aumente las posibilidades de vida y nos enriquezca la experiencia, no algo que nos termine sometiendo.
Yo financié una serie que se llama Adictos a las pantallas, porque hoy la tecnología va ganando sobre todo a los jóvenes y alguien de diez o doce años que no tiene todavía un criterio y una forma de razonar frente a un montón de cosas, a lo mejor cree lo que le muestra la pantalla y tenemos toda esa invasión de noticias falsas y demás que deforman las cosas. El problema es que crean adicción, porque te están analizando todo el tiempo y te van a dar imágenes de todo lo que te interesa. Hay adicción al reconocimiento, al like para pertenecer al grupo, al sexo, al juego. Justo ahora que se está hablando de la educación, yo creo que hay que replantearse qué es lo que realmente se tiene que enseñar. Antiguamente estudiamos muchas cosas de memoria que ahora uno puede averiguar. Hoy lo más importante es enseñar el discernimiento, desarrollar el sentido común y poder trabajar en equipo. Creo que ese es el gran éxito en muchas sociedades. Nosotros los argentinos somos muy independientes, muchas veces queremos cosas diferentes y es difícil trabajar juntos.
Con la Fundación Fratelli Tutti intentamos mostrarle al mundo cuánto ganaríamos si en vez de competir se pudiera colaborar. Si por ejemplo Estados Unidos y China en lugar de estar enfrentados gastando fortunas se complementaran. Yo siempre digo que más importante que la ecología ambiental, que por supuesto merece atención, es la ecología humana. Ocuparse del ser humano, porque un ser humano enfermo, fanático o desequilibrado va a destruir todo. Hoy la falta de empatía con el otro es dramática.
–Estuvo anoche en la cena anual de la Fundación Libertad. ¿Qué impresión le dejó el discurso del presidente Milei? ¿Piensa que su estilo confrontativo lo ayuda a conducir el país?
–Fue interesante porque también hubo discursos del presidente en ejercicio del Uruguay y de expresidentes. Yo creo que él le quiso hablar sobre todo a los economistas y un poco se entiende su ánimo porque tuvo que hacerse cargo del país en una situación terrible. Estábamos realmente más que al borde del abismo y logró de alguna manera que nos quedemos ahí. En la medida que todos tomemos conciencia de donde estábamos y de que no podemos seguir ahí, creo que tenemos una oportunidad de cambiar y tener un desarrollo. Hay que agradecer que este hombre, con su estilo y con su forma, logró canalizar por lo menos un deseo de cambio que lo está poniendo en marcha con toda su energía y su convicción, sin querer un beneficio personal. Él está convencido de que la raíz del problema es la emisión descontrolada de dinero y que no se puede gastar más de lo que uno ingresa. Gracias a Dios la sociedad lo acompaña porque sabe que no había otra posibilidad en ese momento que ir a la destrucción total de la economía.
Espero que con su equipo vaya encontrando los pasos para ir saliendo de esta situación terrible en la que todavía estamos. Es un ajuste que trae desempleo, pobreza, y hasta que esto rebote y volvamos a crecer hay que atravesar un período muy malo pero inevitable. El Estado tiene que tener el discernimiento de socorrer a los que realmente estén más necesitados. La Argentina es un país solidario y yo creo que nadie quiere permitir que alrededor suyo alguien sufra. Hay cosas que el Estado no puede dejar de garantizar, como la seguridad, un mínimo de salud, y también ayudar a la educación de los que no pueden cumplir de otra manera, porque si no, no va a ser una sociedad evolucionada y libre.
–¿Piensa que era necesario el ajuste presupuestario en las universidades públicas y en el área de cultura?
–Son cosas que deben hacerse de un modo eficiente. Hay que poder reconocer el mérito, otorgar becas a los más talentosos y dar posibilidades a los que no tienen acceso de otras formas a la educación. Para eso habrá que poner interventores y ver cómo se usan los recursos. Sería muy lindo una educación donde se pueda incorporar mucha evolución tecnológica como vemos en el libro que estoy lanzando, pero por ahora es un lujo que no nos podemos dar. Iremos de a poco, lo que sí no podemos dejar a las personas sin una mínima contención social y sin la posibilidad de educarse. Si queremos aspirar a tener un nivel de educación de excelencia, eso debe ser una política de Estado que podamos asumir todos y aunque cambie el partido que gobierna, seguir en eso porque hay un proyecto común de país. Y en cuanto a la cultura que es promovida por el Estado hay que ser cuidadoso porque ahí siempre están los amiguismos y un montón de otras cosas. Sería bueno nombrar consejos de gente con distintas ideologías y formas que puedan elegir los proyectos con mejores características.
–¿Sigue en pie su intención de fundar el Museo Borges en este contexto?
–Todavía estamos en conversaciones. Estoy hablando con las autoridades actuales, que están interesados y estamos viendo todas las posibilidades que tenemos. No es solo el dinero, sino también encontrar el lugar justo y el grupo humano que pueda conducir eso. Hay que darle a la colección una entidad física de guarda, por un lado, y ver que pueda ser estudiada por investigadores y visitada por turistas o colegios. En algún lado hay que albergarla y a mí me gustaría, más allá de si lo hacemos en forma privada o conjuntamente con el Estado, poder ofrecer al mundo ese material, porque Borges es desde el punto de vista intelectual lo más notable que tiene la Argentina. Quiero darle ese vuelo, porque finalmente para mí lo importante de Borges no son sus manuscritos, aunque valgan mucho dinero, sino sus ideas, sus desafíos y las preguntas que deja. No le pude dedicar tanto tiempo últimamente al proyecto pero estoy viendo cómo podemos llevarlo a la práctica.