Sergio Blanco: “Comprobé el poder milagroso de la escritura para revivir a los muertos”

A propósito del estreno de “Tierra” en el Teatro San Martín, Infobae Cultura dialogó con el relevante dramaturgo uruguayo sobre la obra en que homenajea a su madre. “Fue una especie de rito ancestral para poder convocarla”, confiesa

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Sergio Blanco
Sergio Blanco

A punto de cumplirse los 10 años del primer estreno en Buenos Aires de una obra de Sergio Blanco, llega su última producción. En 2005, por sugerencia de Carlos Pacheco, del Instituto Nacional de Teatro, Juan Carlos Fontana se animó a dirigir Slaughter, una pieza durísima sobre los efectos colaterales de la guerra, con integrantes del grupo Los Barones. Se dio en el Korinthio y luego -con mucha repercusión- en la ciudad de Córdoba. En ese entonces, apuntaba Blanco: “Es hora del empezar a escribir el teatro del liberalismo, poner en escena sus paradojas, sus contradicciones. Los griegos, los isabelinos lo hacían con las suyas. Nosotros tenemos que hacerlo con las nuestras”.

Nacido y criado hasta el final de su adolescencia en Montevideo, el dramaturgo, director teatral, docente y ocasional actor se radicó en Francia hace 30 años. Lo hizo luego de cursar estudios de teatro con grandes maestros y de ofrecer, jovencísimo, tres puestas de clásicos.

Ganador del Premio Revelación Florencio, obtuvo una beca en París, donde prosiguió su formación en la Comédie Française, empezó a escribir dramaturgia y, con el tiempo, estrenó numerosas obras en Montevideo, Buenos Aires y en ciudades de los más diversos países donde, además, sus textos son traducidos. Paralelamente, Blanco dicta seminarios, cursos y conferencias en universidades e instituciones culturales a través del mundo.

En nuestro país, sus obras fueron representadas con reiterado suceso, en algunos casos en más de una versión, y sus títulos le resuenan a buena parte del público de teatro. Entre las cuales Tebas Land (que ya tiene su adaptación a la ópera), Kassandra, La ira de Narciso, El bramido de Düsseldorf, Cuando pases sobre mi tumba… En estas dos últimas anticipa -respectivamente- los últimos días de su padre y los suyos propios.

Escena de "Tierra", la obra con la que Blanco se presenta en el San Martín
Escena de "Tierra", la obra con la que Blanco se presenta en el San Martín

Hace dos años, la madre de Sergio Blanco murió en sus brazos. Liliana Ayestarán, querida y prestigiosa profesora de literatura era -sigue siendo- su gran interlocutora en la materia. A ella le dedica Tierra, su más reciente creación, que se podrá ver en el Teatro San Martín a partir del 24 de abril en 10 únicas funciones, en una coproducción con Uruguay. Integran el elenco Andrea Davidovics, Sebastián Serantes, Soledad Frugone y Tomás Piñeiro. Con escenografía y luces de Laura Leifert, quien es asimismo diseñadora del vestuario. Hasta el 5 de mayo, de miércoles a domingo a las 20,30, con una duración de 100 minutos.

En diálogo con Infobae Cultura, Blanco se explaya generosamente sobre Tierra, su historia de amor con Buenos Aires y otras facetas de su trabajo.

¿Qué sentimientos experimentas frente al estreno de tu última obra en Buenos Aires, ciudad donde sos bien conocido por el público del teatro, y reconocido por la crítica?

—Experimento una gran felicidad porque Buenos Aires es una de las ciudades que más quiero, admiro y respeto en este mundo. Voy desde niño y siempre sentí por esta ciudad un inmenso amor y un profundo deslumbramiento por todo lo que significa. Además, el público de Buenos Aires es un público curioso, exigente, amable. Es un público con quien yo me llevo muy bien y con quien siento que tengo una gran historia de amor desde hace varios años. En Buenos Aires el público te espera a la salida del teatro para saludarte, o te manda cartas, o te escribe para invitarte a tomar un café. Eso es una maravilla. Cada vez que voy a Buenos Aires yo me preparo como si fuera a una cita amorosa y eso me encanta.

Entre tus principales referencias respecto de las artes, figuran la mitología y el teatro de la Antigua Grecia. Y suena revelador saber que tu madre, profesora de literatura - protagonista ausente y presente en “Tierra”- te habló desde muy niño en griego. ¿Se puede deducir que casi fue una segunda lengua materna y que quizás más tarde incidió en tus estudios de filología clásica, en tus creaciones teatrales?

—Cuando yo nací mi madre estaba terminando su tesis sobre tragedia griega y durante mis primeros meses de vida, cuando yo era un bebé, mi madre para distraerme me decía palabras en griego. Así que se puede decir que las primeras palabras que yo escuché en mi vida fueron del griego antiguo. Mi madre fue, sin lugar a duda, un ser fundamental en toda mi vida: fue ella quien me enseñó a leer y a escribir cuando tenía tres años. Y también fue ella quien me inició en el mundo de la literatura, de los libros, de la filología. El vínculo con mi madre siempre fue literario. Pasamos toda la vida hablando de literatura. Creo que nunca hablamos de otra cosa. Siempre pensé que la literatura era la forma de vincularnos entre nosotros dos y al mismo tiempo, la forma de desvincularnos del mundo.

Pero no solo de la palabra de los griegos vive y escribe Sergio Blanco, porque en algún momento se enamoró de la cultura francesa, de su idioma. Habiendo ganado muy joven el premio Florencio en su país, una beca para estudiar dirección teatral en la Comédie Française, se quedó a vivir en París sin dejar de viajar regularmente a Montevideo.

¿De qué manera te marca la adaptación a otra idiosincrasia, tu aprendizaje con grandes directores de teatro, a vos que ya habías trabajado con maestros como Atahualpa del Cioppo, Nelly Goitiño, entre otros? ¿Podría decirse que te volviste ciudadano del mundo a medida que tus obras son traducidas y se representan en los más diversos países?

—Para mí es un gran honor ser traducido y ser representado en varios países a la vez. Es algo que disfruto muchísimo y que me resulta muy estimulante. No sé si me he vuelto ciudadano del mundo, a mí lo que me gusta siempre es sentirme ciudadano en la ciudad en la que estoy… Y en cuanto a mis maestros, siento que lo que sé hacer se lo debo esencialmente a ellos.

Mariana Coilfi en "Slaughter"
Mariana Coilfi en "Slaughter"

La autoficción como acto de curiosidad

Ecléctico, hasta cierto punto iconoclasta, en sus obras adoptó variaciones de la autoficción, un género que -contrariamente a lo que se podría suponer de apuro- exige sinceridad y valentía para atreverse a esa exploración íntima, a exponer esa forma de desnudez intentando llegar lo más lejos posible en ese viaje al fondo de si mismo.

¿Te ha tocado atravesar por etapas de duda, de pudor, de tener que vencer escrúpulos?

—La autoficción es sin lugar a dudas una forma de trabajo en donde, como bien decís, nos atrevemos a explorarnos íntimamente, pero yo te diría que más que un asunto de valentía es un emprendimiento de curiosidad y hasta te diría que de generosidad. Hay mucha curiosidad porque es un intento por querer conocernos un poco más. Y es también un acto de generosidad porque uno presta su historia y la pone en el espacio público para hablar de temas que nos conciernen a todas y a todos. Es como que uno presta su cuerpo para exponerlo en la plaza pública. La autoficción nunca es un acto ególatra de encierro en sí mismo, sino que es todo lo opuesto: es un gesto de apertura a los demás. Partimos de nuestros vividos, pero para tratar de comprender el mundo, las cosas, la vida. La autoficción invita a un viaje introspectivo, pero siempre en la búsqueda de los demás. Lo interesante a la hora de empezar a trabajar con mi cuerpo, mis historias, mis vividos es activar el mecanismo por medio del cual los demás puedan encontrarse reflejados en esos vividos. Siempre insisto mucho con la imagen de que yo parto de mi lágrima, pero para hablar del diluvio. Y utilizar la primera persona finalmente es una confesión de humildad: mi yo es lo único que tengo para ofrecer. Realmente se trata de un verdadero acto de entrega. Y con respecto al tema del pudor o de los escrúpulos, eso nunca me genera problema porque mi yo siempre es proyectado a un campo ficcional con lo cual de alguna manera siempre estamos amparados por la ficción. Con esto último quiero decir que en la autoficción en realidad nunca sabemos qué es mentira y qué es verdad. Y eso da una gran libertad a la hora de hablar de temas que se refieran a aspectos muy íntimos. Y además sucede otra cosa y es que la autoficción trabaja mucho con el pasado, y como bien decía Serge Doubrovsky: “Podemos decir todo desde el momento que es pasado”.

En alguna entrevista comentaste que si bien el nombre se lo puso el propio Doubrovsky, la autoficción es un género femenino. Una observación muy fina y sensible porque es verdad que las mujeres lo han cultivado: en parte, porque durante mucho tiempo tuvieron escasas posibilidades de acceder a la publicación; en parte, en busca de su identidad. Y escribían cartas, diarios, ficciones con elementos de su propia vida. El secrétaire era un mueble propio de ellas… Y ahora, entre otras, la tenemos a Annie Ernaux. Pero, por cierto, lo tuyo va por otros caminos.

—Es en efecto un género muy femenino porque a fuerza de que a la mujer se le prohibiera acceder a la escritura de los relatos mitológicos, bíblicos o históricos, poco a poco empezaron a narrar sus propios relatos y eso es lo que dio origen a la autoficción. Creo que el hecho de haberle prohibido a las mujeres acceder a la escritura de los grandes relatos heroicos, eso mismo terminó haciendo que las mujeres fueran hacia los relatos de sí mismo. De alguna manera fue una forma muy política de emancipación porque como bien dice Michel Foucault en La hermenéutica del sujeto: “No hay otro punto, primero y último de resistencia al poder político, que la relación del uno consigo mismo”.

Tuviste una relación privilegiada con tu madre, muy amorosa, de gran afinidad, de compartir viajes. Y naturalmente, como espectadora de tus obras, ¿leía ella tus textos antes de ser estrenados? ¿Cómo era su mirada, te hacía sugerencias?

—Tengo la dicha de poder decir que tuve una relación hermosa con Liliana. Era una relación muy literaria, pero también era muy vital. Pasamos muchos momentos juntos, viajamos juntos, recorrimos gran parte del mundo viajando. A mamá le gustaba mucho visitar ruinas y entonces durante años visitamos las grandes ruinas del mundo antiguo que están esencialmente en la actual Turquía, en Grecia y en Italia. Íbamos casi todos los veranos y podíamos pasar días enteros junto a equipos de arqueólogos tratando de comprender los espacios del mundo antiguo. En mi texto yo hablo mucho de esos viajes que fueron fundamentales en mi formación. Y por supuesto que ella siempre leía mis textos y su lectura era siempre un placer para mí porque sus devoluciones eran extremadamente eruditas. Era una mirada que sobre todo y, antes que nada, protegía lo que tenía enfrente. Yo le confiaba siempre mis textos porque sabía que sus comentarios siempre iban a ser delicados, inteligentes, sensibles, respetuosos, agudos. Ella era la única persona en este mundo que cada vez que hablábamos me preguntaba: ¿estás escribiendo? Una de las cosas que más extraño de Liliana es justamente esa pregunta.

"La escritura en este texto no fue tanto un procedimiento literario sino más bien una especie de rito ancestral para poder convocar a mi madre", comentó
"La escritura en este texto no fue tanto un procedimiento literario sino más bien una especie de rito ancestral para poder convocar a mi madre", comentó

Dos detalles que das de tu vínculo con ella son particularmente tocantes: que hasta último momento te aconsejaba, como cualquier madre protectora, “por favor, cuidado al cruzar la calle”. Y que, cuando comenzás a escribir “Tierra”, te fuiste acercando a horarios nocturnos porque ella prefería ese momento para presentarse. ¿El poder milagroso de la escritura que deja huellas en la realidad, con tu obra ya sobre los escenarios?

—Era una mujer que cuidaba mucho a los seres que estaban alrededor de ella. Y a mí siempre me cuidó mucho y yo siempre me dejé cuidar por ella. Cuando escribí Tierra me sucedió que quise poder convocarla por medio de la escritura. Y de alguna manera lo logré porque cada vez que me sentaba a escribir increíblemente podía ir sintiendo poco a poco su presencia a mi lado. Fue así como fui comprobando el poder milagroso que tiene la escritura para revivir a los muertos. San Agustín decía que las “letras fueron inventadas para que podamos conversar incluso con los muertos”. Y con la escritura de este texto lo pude confirmar.

Para la creación de Tierra tuviste el testimonio de tres exalumnos de Liliana Ayestarán, tu mamá profesora; los tres con pérdidas cercanas violentas. Testimonios que procesaste para armar esta suerte de ¿retrato? del que también participás vos como personaje, interpretado por un actor. ¿Cómo reaccionaron estos ex alumnos frente al espectáculo estrenado el año pasado en Montevideo?

—Al final de cada representación siempre hay varios exalumnos de Liliana que se acercan para saludarme o que me escriben por las redes sociales. Esta obra es un homenaje no solo a mi madre y a todas las profesoras que dedican su vida al magisterio, sino que también es un gran tributo a la figura del alumno en tanto ser que activa una disponibilidad para recibir un conocimiento. El trabajo de entrega de un docente es algo extraordinario pero el trabajo de recibimiento de un alumno también es algo maravilloso.

Escribiendo de noche

Has comentado que muchas personas después de ver esta obra te hablan de llanto y te parece hermoso. “Un dolor tan alto, un dolor tan hondo, un dolor tan bello”, dice en un poema la brasileña Adelia Para. Asimismo, se podría asociar tu pensamiento con la frase de CS Lewis en Una pena observada, escrito después de la muerte de su amada Joy: “El dolor de ahora es parte de la felicidad de entonces”. Y para cerrar con asociaciones literarias en esa estela, cabría citar El año del pensamiento mágico, de Joan Didion, luego de la muerte repentina de su marido durante 40 años…

—Todas esas citas son hermosas. Estoy absolutamente convencido de que en el dolor puede haber una gran belleza. Con esto no quiero hacer apología del sufrimiento que es algo terrible y destructor, sino que lo que quiero decir es que cuando tenemos que vivir situaciones dolorosas, hay que tratar de encontrar la belleza que puede residir en las emociones que nos atraviesan. Del dolor pueden florecer cosas hermosas. El dolor nos modifica, ¿no? Y yo creo que siempre nos mejora, nos humaniza.

"En la autoficción en realidad nunca sabemos qué es mentira y qué es verdad", dijo
"En la autoficción en realidad nunca sabemos qué es mentira y qué es verdad", dijo

¿Cada obra te pide un procedimiento, un horario, una actitud e incluso -en el caso de Cuando pases sobre mi tumba- escribir a mano, con sangre?

—Exacto. Cada obra me exige un dispositivo de escritura diferente. Lo primero que trato de escuchar cada vez que empiezo el proceso de escritura de un nuevo texto, es qué dispositivo me pide ese texto que aún no está escrito: es como si el texto que todavía no existe, de alguna manera me empezara a sugerir el dispositivo de escritura. En esta obra sentí que tenía que escribirla de noche porque me fui dando cuenta de que era la hora en que mamá prefería venir a visitarme. Esa es la razón por la cual por primera vez en mi vida decidí escribir cuando huía el día: empezaba a escribir al anochecer y terminaba al amanecer. Y tengo que confesar que mamá vino casi todas las noches a acompañarme y a escribir conmigo. Y también tengo que confesar que muy seguido, cuando me encontraba triste, mamá siempre me consolaba diciéndome que estar ahora en el mundo de los muertos era algo extraordinario. Fue todo realmente muy extraño, es por eso por lo que insisto en que la escritura en este texto no fue tanto un procedimiento literario sino más bien una especie de rito ancestral para poder convocarla.

Habiendo conversado tanto con tu madre sobre literatura, lamentas no haber hablado nunca de Emily Dickinson. Incluso declaras que darías cualquier cosa por poder hacerlo. Mientras escribías Tierra, ¿imaginaste diálogos probables con ella sobre la genial poeta?

—Después que mamá murió no solo imaginé distintos diálogos con ella, sino que los tuve realmente. Porque es posible dialogar con los muertos. Si uno les hace preguntas, ellos nos responden. Los muertos tienen un montón de cosas para decirnos, para explicarnos, para contarnos. Hay que saber escucharlos. No es tanto una cuestión de fe o de creencia, sino que es más bien una cuestión de disponibilidad.

* Tierra, protagonizada por Andrea Davidovics, Sebastián Serantes, Soledad Frugone y Tomás Piñeiro, tendrá funciones los días 24, 25, 26, 27, 28 y 30 de abril; 2, 3, 4 y 5 de mayo a las 20.30 hs. en la Sala Casacuberta del Teatro San Martín (Av. Corrientes 1530, C.A.B.A.).

[Fotos: prensa CTBA]

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