Cayendo la tarde, en una terraza de Palermo —el barrio porteño; no la capital de la isla de Sicilia—, la de la librería Eterna Cadencia, Veronica Raino prende un cigarrillo armado y mira a cámara con un rictus indómito, pseudo vandálico: posa para las fotos. Minutos después, bajo techo, en un sillón apenas acolchonado, se quita la holgada campera de cuero y bebe un sorbo de vino blanco. Sobre la mesa, Nada es verdad, publicado en 2022 en Italia y traducido en español al año siguiente, por el sello Libros del Asteroide. “Dicen que cuando en una familia nace un escritor esa familia está acabada”. Con esa primera oración inicia la novela.
Una familia, entonces. En Nada es verdad se lee: “En cualquier trama catastrófica que se precie, cuando el mundo está infectado lo único importante es preservar los lazos de sangre: la familia”. Gran tema humano: fotografía del punto exacto donde dos generaciones se unen, donde hay alguien que cría y alguien que es criado, donde la tradición se pasa, se continúa y aparecen las tensiones. La familia como una estructura en crisis permanente y que, pese a los huracanes de la posmodernidad, nunca se derrumba del todo. La protagonista tiene las mismas características que la escritora. Literatura del yo que se abre y multiplica.
En Roma, con una madre omnipresente, un padre obsesivo y un hermano más mimado que brillante crece la protagonista. El hogar como territorio germinal, la adolescencia como redención escalofriante y la madre, siempre la madre, con sus desvaríos, con sus yeites, con su forma asfixiante de amar. “El fracaso no es lo peor, lo peor es la indecisión, el estar en vilo”, se lee en el libro, y más adelante: “La idea de escapar siempre es electrizante, su gestión lo es un poco menos”. El humor es la pátina sobre la que se apoya Raimo para narrar pequeñas anécdotas que dejan la huella de la satisfacción, el ridículo o el dolor.
“Llegué hace veinte días. Sí, es mi primera vez en Argentina”, dice, que se apoya en la traductora, sentado a su lado, pero en general entiende el español sin problemas. Estuvo en Córdoba, donde presentó esta novela, y es lo mismo que hará luego de esta entrevista, acá, en Palermo: continuar desentramando las capas que rodean esta historia familiar. “Pensaba que muchas personas, al menos en Buenos Aires, hablaban italiano. Y no, nadie. Pero hay mucha proximidad y a la vez mucha distancia con mi lengua. Como si fueran palabras que se escriben igual pero tienen significado distinto”, confiesa.
Una gran sorpresa, dice, “es que aquí, en Argentina, a pesar de la situación política desastrosa, se habla mucho más de política que en Italia. Esto es algo positivo”. Raimo (Roma, 1978) escribió un poemario y tres novelas que aún no llegan a nuestro idioma, ganó premios, redactó el guion de la película Bella addormentata, dirigida por Marco Bellocchio, tradujo del inglés a F. Scott Fitzgerald, Ray Bradbury y Octavia E. Butler.
¿Qué significa la familia hoy, qué lugar ocupa en la actualidad? “Me gusta pensar a la familia en términos de alianzas de comunidad. También me pregunto si no podemos prescindir de la palabra familia. Hoy se habla de familias ensambladas, de familias homosexuales. Me gusta hablar en términos de alianzas y de comunidad”, asegura.
La familia de Nada es verdad es italiana, pero podría ser también de acá, de este lado del Atlántico. Hay algo en común: “El libro fue traducido en varios países pero donde más tuvo resonancia, donde más gustó fue en países como España y Argentina. Mucho en países de Latinoamérica. Y también gustó en Turquía, porque son sociedades patriarcales, donde todavía la Iglesia juega un rol importante. Países donde también se siguen las tradiciones. Allí el libro gustó más que en países del norte de Europa”. Lo empezó pensando como monólogo teatral para su amiga actriz, pero mutó y se convirtió en otra cosa: en definitiva, se quedó en el papel.
“Busqué que estuviera referido a mí, pero también busqué un extrañamiento. Además, este es mi cuarto libro y es el que mejor anduvo, el que tuvo más éxito y más vendió, cosa que no preveía. Más allá de eso, escribir este libro no fue distinto a escribir un libro de ciencia ficción, porque me traté a mí misma como personaje literario. En el proceso de escritura no me terminaba de dar cuenta, de saber bien lo que estaba haciendo. No me interesaba quedarme fielmente adherida a los recuerdos, sino buscar aquellos recuerdos que pudieran construir una historia”, cuenta y su intérprete traduce.
Como la protagonista, la autora tiene un hermano escritor: Christian Raimo. En la novela, dice: “Gracias a todo el aburrimiento que nos transmitieron nuestros padres”, ambos se dedicaron a la literatura. “Sabíamos aburrirnos como nadie”. Ahora, reflexiona: “Quienes nacieron a fines de los setenta tuvieron una infancia muy diferente a la contemporánea, en que el entretenimiento es casi un deber educativo. El aburrimiento es un rasgo generacional. Hoy es distinto para los niños: está todo centrado en el divertimento, en que no se aburran. Ya sea tocar el piano, jugar a la PlayStation, hacer un deporte... tienen que estar siempre entretenidos”.
“Para mí el aburrimiento era un espacio vacío, pero era un espacio donde se podía crear. Era también una forma de pensar el espacio público. Hoy, en cambio, en el espacio público ya está todo dado, tenés que consumir”, agrega.
En el país del Dante, de Ítalo Calvino, de Umberto Eco, de Cesare Pavese, ¿cuánto pesa la tradición, cuánto oprime, cuánto inspira? “Existe una tradición que tiene mucho peso, pero más en el ámbito académico. Para mi generación y la generación que me sigue hay una mirada muy puesta en la escritura, sobre todo en la escritura de los Estados Unidos. Y esto es una suerte de colonización. Una colonización del imaginario. Es muy importante el imaginario de la tradición italiana. Estamos leyendo tanta literatura estadounidense, viendo tanto cine estadounidense, tantas series”, responde Raimo.
“Pero también existe una mirada localista de contar lo propio”, agrega, y concluye que “el punto intermedio es, en el fondo, tomar en cuenta la contradicción: crear una cosa que pueda fundar un nuevo tipo de canon, que no es solamente el canon literario italiano, y que se abra a un mundo globalizado. Abrir a todo el mundo, tomando en cuenta también a la literatura sudamericana, africana, europea. Esto todavía tarda en suceder”.
Desesperación y alegría. Para Verónica Raino, la literatura implica ambas cosas. “Por un lado, escribir es una alegría, una joya, le da sentido a mi vida, pero a la vez es algo que me desespera todo el tiempo. Están las dos cosas: desesperación y alegría. Una especie de relación tóxica continua”, dice y deja en el aire una sonrisa breve que tapa con su copa de vidrio: un sorbo de vino blanco.
En diez minutos comienza la presentación. Hay gente esperándola en el bar de la librería. Algunos, los más impacientes, revisan estantes. Afuera es de noche y hace frío: el otoño muestra el colmillo. En diez minutos, Raimo se cruzará de piernas, tomará el micrófono y comenzará a hablar.
(Fotos: Franco Fafasuli)