Fue un jueves. Gabriel García Márquez tenía 87 años la tarde en que falleció. Desde aquel 17 de abril de 2014 —se cumple hoy una década exacta de su partida— el Nobel colombiano, el periodista entusiasta, el escritor fascinado, el autor de piezas como Cien años de soledad y Crónica de una muerte anunciada, el hombre detrás de una obra complejísima se volvía leyenda. Quizás ya un poco lo era. Pero, ¿qué nace cuando un escritor muere? ¿Qué clase de relecturas habilita la ausencia del creador? ¿Cómo volver sobre una obra tan vasta? ¿Cuáles son las huellas que hay que seguir para no perderse en la bruma de la celebración atónita? Dos escritores colombianos, que sobre todo son lectores, conversaron con Infobae Cultura: Carolina Sanín y Gustavo Arango.
Un periodismo en clave poética
Gustavo Arango comenzó a leer a García Márquez en la escuela. “Yo era un niño, estaba en el bachillerato”, recuerda del otro lado del teléfono. Fue con La Hojarasca, publicada originalmente en 1955, la primera. “Una lectura muy diferente a las que había hecho hasta ese momento, porque casi todos los autores que había leído eran de otras épocas o de otros países. Creo que por primera vez vi reflejado mi mundo en una novela“, cuenta el escritor y periodista, autor de una veintena de libros entre ficción, crónica y ensayo. Cuando tocó elegir una carrera para ingresar a la universidad, eligió el periodismo, “elección que estuvo motivada por el modelo de García Márquez, porque siempre tuve el interés de ser escritor y me di cuenta que García Márquez había llegado a la literatura a través del periodismo”.
“Leí sus columnas de prensa en la universidad y me nació el interés de trabajar en el periódico El Universal, entre otras cosas porque ahí fue donde García Márquez empezó su carrera como periodista”, asegura. Efectivamente, fue en ese diario, trabajando a fines de la década del cuarenta, cuando desechó la idea de ser abogado para abrazar el periodismo. Cuatro décadas después, Arango seguía los pasos de su compatriota. “En los años noventa llegué a El Universal; yo estaba allí cuando salió la novela Del amor y otros demonios”, recuerda. Al año siguiente, Arango publicó el libro Un ramo de nomeolvides: García Márquez en El Universal, que incluye entrevistas, anécdotas y textos recobrados del Nobel colombiano. “A partir de ahí quedé matriculado como gabólogo”, bromea.
Está el García Márquez escritor y el García Márquez periodista, pero para Arango “es lo mismo”. Y lo explica así: “Hay una base que le da el periodismo, que es la disciplina, la de la sala de redacción, que te obliga a terminar un texto en un tiempo determinado. Y creo que esa disciplina le sirvió mucho para completar sus novelas y sus grandes proyectos literarios. Pero además, él insistía mucho en que no había ni una sola línea de su obra que no estuviera basada en la realidad. Entonces, lo que él hacía en sus novelas, en cierto modo, era periodismo. Un periodismo matizado por una formación también poética, porque él era un gran lector de poesía. Entonces, lo que él hace en sus novelas es un periodismo en clave poética”.
Tótem y fetiche
Antes de que Carolina Sanín haya publicado novelas, ensayos, cuentos —en total, más de una docena ya—, antes de recibirse de Doctora en Literatura Hispánica y de dar clases en distintas universidades, fue una niña fascinada leyendo a García Márquez. “Lo que primero me deslumbró y me dio luz de la obra de García Márquez fueron los cuentos de juventud de Ojos de perro azul. Sobre todo el cuento epónimo. Es en esos cuentos sobre muertos y soñantes donde el autor descubre que hay una naturaleza imaginal americana, que palpita en la posibilidad de comunicación entre un mundo y el otro”, le dice a Infobae Cultura, al teléfono, desde Colombia. Pero así como hay una lectura fascinada, también una mirada crítica sobre el devenir de su obra y las lecturas más mainstream.
“García Márquez se ha vuelto una especie de rey. En un lugar donde no ha habido monarquía, es lo más parecido a un rey, y es inmortal como lo es, en buena medida, un rey. También hay una nobleza conformada por hombres en distintos círculos concéntricos, según lo cercanos que estuvieron o dicen haber estado de él. También se espera que el rey tenga sucesores. ¿Quién será el próximo? Sin embargo, no habrá nunca un escritor tan célebre. La gloria literaria, como existió hasta el siglo XX, ya no es posible. Aun así, siempre está la fantasía de un sucesor (y también están las guerras de sucesión). El nombre de García Márquez se vuelve fetiche, y su figura es totémica, como ancestro simbólico de la nación”, reflexiona la escritora.
“Hay mil cosas que se arman en torno al motete familiar, meloso, de su nombre: los Premios Gabo, el Festival Gabo. Y al mismo tiempo hay una obsesión con hablar de todo lo relativo a su vida, que para muchos es relevante y atractiva. En cambio, su obra -que contiene la cifra de qué es ser americano- no se lee con cuidado”, explica. Luego continúa con la idea de realismo mágico: “Tal cosa no existe. ¿Por qué no se llama ‘realismo mágico’ a Kafka? Porque se trata de descalificar el pensamiento tercermundista; de mostrarlo como un pensamiento infantil, ajeno a la razón. Es una expresión colonialista y nociva. Y hay una literatura, en Latinoamérica y en otros lugares (India, por ejemplo), que adopta el supuesto ‘realismo mágico’, un mecanismo imaginario de lo pintoresco -la capa más superficial de la obra de García Márquez-. Sobre esa inspiración se ha construido todo un estilo, creo que cultivado por mujeres, sobre todo”.
Antes y después del Nobel
En el año 1982 le dieron el Nobel de Literatura. Viajó a Suecia a recibirlo y dio un discurso de aceptación titulado “La soledad de América Latina”. Allí, frente a un contingente de lectores europeos, dijo: “El desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad”. ¿A qué se refería? “Yo leí a García Márquez antes del Premio Nobel”, cuenta Arango. “En ese momento en Colombia no era completamente aceptado. Había sectores de la sociedad y regiones del país con cultura diferente a la cultura del Caribe que lo consideraban vulgar y lo rechazaban. Hubo una aceptación masiva de su obra y de su figura como escritor después del Nobel. Ya a partir de ahí es un escritor de escala mundial”.
Antes de eso, había tenido lo que Arango define como “su gran golpe”: Cien años de soledad, que se publicó en 1967 por la argentina Sudamericana. Los 8 mil ejemplares de la tirada inicial se vendieron en quince días. Hoy lleva más de 30 millones en los más de cuarenta idiomas en que se tradujo. “Cien años de soledad fue el gran salto pero el Nobel lo hizo entrar en un nivel todavía mucho más alto: una figura mundial. Y así como tenemos un García Márquez distinto después del Nobel, tras su muerte también hay otro”, dice. “En sus últimos años había mucha expectativa de si iba a publicar una novela más, pero también cuál sería su próxima declaración en una entrevista, porque a él también le gustaba dar declaraciones escandalosas. Y un poco lo hacía para promoverse como figura pública”.
La estatura de Cervantes
La etiqueta de clásico ya está puesta. No solo por la acaudalada producción, ni siquiera por el Premio Nobel de Literatura, sino por la huella que deja en cada lector. Pero trae un problema: “A veces pesa tanto al punto de alejar a los lectores. Por eso creo que es un poco más pesado ese acercamiento a García Márquez, el que tienen nuevas generaciones, de otra manera a como me acerqué yo”, dice Arango. “A veces me preguntan por dónde empezar a leerlo, sobre todo cuando conocen a García Márquez por sus últimas novelas o por la que acaba de publicarse, En agosto nos vemos, y aquellas novelas legendarias como Cien años de soledad o El otoño del Patriarca o El amor en los tiempos del cólera son unos monumentos, como templos sagrados, y da un poco de miedo acercarse”.
¿Qué va a pasar, entonces, con las nuevas generaciones que se topen con García Márquez, con esos lectores ávidos que se encuentren, en medio de su paseo, con este prócer? “Mi opinión es que va a pasar lo que pasa con todas esas figuras que nunca se borran por completo de la historia. Va a tener periodos en los cuales la gente se va a cansar de él y luego va a tener periodos en los cuales la gente lo va a redescubrir. Una oscilación con momentos de saturación. Por ejemplo, creo que a raíz de la publicación de su novela y de la adaptación de Cien años de soledad como serie de televisión vendrá un momento de popularidad y luego vendrá un momento de cansancio y dirán: ‘bueno, ya no más García Márquez’. Y luego, después de unos años, lo redescubrirán”, asegura.
¿Y los autores? ¿Cuán potente seguirá siendo la influencia de acá en adelante, a diez años de su muerte, pero que luego serán, veinte, treinta, cien? “Es obvio que los escritores jóvenes lo rechacen un poco”, responde Arango. “De hecho, cuando él todavía estaba escribiendo, hubo una generación que ya lo rechazaba. No querían que García Márquez ejerciera esa injerencia de figura paterna de los escritores. He leído, por ejemplo, jóvenes escritores que dicen que ya la influencia no es García Márquez, sino Bolaño. A mí me parece que García Márquez va a seguir siendo influyente. Como te decía, cada cierto tiempo la gente lo va a ir descubriendo y en mi opinión, puedo estar equivocado, tiene una estatura como la de Cervantes, porque es un autor que siempre va a estar presente a la hora de hablar de literatura”.
Lo sublime y lo plástico
“Yo creo que es el escritor más grande de América y que su obra es infinita”, afirma Sanín, sin titubeos. “No me parece ni bien ni mal que se publiquen obras póstumas, pero a veces me preocupa que se confunda su literatura menor con su gran obra. Es una preocupación tonta, pero no quisiera que una nueva lectora escogiera, por el mismo precio y la misma extensión, En agosto nos vemos y no la Crónica de una muerte anunciada, que es una cosa tan increíblemente reveladora, que hace más inteligente a cualquiera que la lea con atención y que, además, es para mí la obra más sublime del feminismo en Latinoamérica”.
“No creo, sin embargo, que una pieza más o menos fallida ensombrezca lo sublime y lo duradero: Cien años de soledad es un ser vivo formidable, mientras que En agosto nos vemos es un plástico de un solo uso. Es algo así, aunque, quizá, ninguno de estos libros es exactamente desperdicio”, y concluye la charla telefónica así: “Creo que mientras haya lectura, se va a leer a García Márquez”.