Escribir después de García Márquez: historia de McOndo, el “libro parricida” de la generación del “realismo virtual”

Jugando con el nombre del pueblo ficticio del Nobel colombiano, en 1996 se publicó una antología de jóvenes autores latinoamericanos como “ironía irreverente” y “merecido tributo”

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“McOndo”: en el año 1996
“McOndo”: en el año 1996 se publicó esta antología de cuentos que nucleaba a escritores de distintos países latinoamericanos

Si hay cielo, hay infierno. Si hay utopía, hay distopía. Y si existe Macondo, también está McOndo. En el año 1996 se publicó un libro, una antología de cuentos que nucleaba a escritores de distintos países latinoamericanos y se proponía transitar la delgada línea entre ser “una ironía irreverente al arcángel San Gabriel” y “un merecido tributo”. Por entonces, la figura de Gabriel García Márquez proyectaba un imaginario latinoamericano. Cuando los lectores del mundo leían novelas como Cien años de soledad o Los funerales de la Mamá Grande caminaban por las calles de un pueblo ficticio llamado Macondo. Caló tan profundo la imagen que se volvió una marca: el realismo mágico como puerta de ingreso a América Latina. Por eso, McOndo: más que un libro, un gesto estético y, sobre todo, político.

“Una exageración”, dice Sergio Gómez, “desde este lado del cerro”, autor y compilador del libro junto a Alberto Fuguet. Nació en Chile en 1962 y escribió una veintena de títulos, entre ellos Vidas ejemplares, La felicidad de los niños y la saga Quique Hache. Cuando se publicó McOndo tenía 34. Cuenta la leyenda que hicieron la fiesta de lanzamiento en un McDonald’s. Ahora, Gómez baja la espuma: “Fue un acto francamente publicitario. Tampoco exageremos. Recuerdo que no fue una fiesta, solo un lanzamiento al lado de un Cheeseburger en un plato, algo así. Para joder y para reírnos y no llorar. Para mí fue la primera y la última vez que entré a un McDonald’s, no por conciencia vegana o animalista, sino básicamente por lo incomible que sirven allí”.

La antología incluyó a los argentinos Juan Forn, Rodrigo Fresan y Martin Rejtman, los españoles Martín Casariego, Ray Loriga, José Ángel Mañas y Antonio Domínguez, los mexicanos Jordi Soler, David Toscana y Naief Yehya, el boliviano Edmundo Paz Soldán, el colombiano Santiago Gamboa, el costarricense Rodrigo Soto, el ecuatoriano Leonardo Valencia, el peruano Jaime Baily, el uruguayo Gustavo Escanlar y, en nombre de Chile, Gómez y Fuguet. “Hay que recordar, aunque sea difícil de creer, que hace treinta años internet estaba en pañales. Nada de lo que hoy maravilla y conecta a la gente existía, ni siquiera el correo tradicional era confiable. Con fronteras cerradas por los milicos durante años, nada las cruzaba o nos acostumbramos a que nada pasara la cordillera”, explica el editor.

El canon perdido

Si hay historia, hay prehistoria. El antecedente de este libro es Cuentos con Walkman, una antología de escritores chilenos menores de 25 publicada por el sello Planeta en 1993. Gómez y Fuguet fueron los compiladores. Vendió bastante más de lo esperado. En la franja de la cuarta edición se leía: “Una nueva generación literaria que es post-todo: post-modermsmo, post-yuppie, post-comunismo, post-babyboom, post-capa de ozono. Aquí no hay realismo mágico, hay realismo virtual”. Entonces surgió la versión internacional. “Muchos de los que fraguaron la idea (Fuguet, Fresan, yo mismo) veníamos de un semestre becados en Iowa, en los famosos talleres literarios de esa universidad, ahí se gestó todo”, cuenta Gómez. Los compiladores, además de compilar, pasaron al frente e incluyeron cuentos suyos.

No se trataba de “escribir
No se trataba de “escribir contra” García Márquez, a quien la mayoría admiraba: fue una “ironía irreverente” y un “merecido tributo” (Foto: Ulf Andersen/Getty Images)

Antes, armaron el canon. ¿Qué autores incluir en la antología? Cuentan en el prólogo: “Los contactos existían, pero más a nivel de amistad en países como Argentina, España y México. El resto del continente era territorio desconocido, virgen. No conocíamos a nadie. Llegamos a pensar que América Latina era un invento de los departamentos de español de las universidades norteamericanas. Salimos a conquistar McOndo y sólo descubrimos Macondo. Estábamos en serios problemas. Los árboles de la selva no nos dejaban ver la punta de los rascacielos”. ¿Existía la tan celebrada literatura latinoamericana? “Una embajada dijo que sólo había poetas en su país (lo que resultó ser falso) y en otra nos aseguraron que el autor más joven de su territorio era un chico de 48 años que, para más remate, era inédito”.

Había algunos requisitos. La edad, por ejemplo, que era una excusa. Se debía nacer entre 1959, año de la Revolución Cubana, y 1962, el año en que llegó la televisión a Chile. Aunque había flexibilidad: “La mayoría, sin embargo, nacieron algún tiempo después”. También fueron excluyentes con esto: “Todos los escritores recolectados han publicado antes de los treinta con un relativo éxito. Han creado polémicas, revueltas y exageraciones críticas con lo que escriben”. No hay mujeres: “Quizás esto se debe al desconocimiento de los editores y a los pocos libros de escritoras hispanoamericanas que recibimos. De todas maneras, dejamos constancia que en ningún momento pensamos en la ley de las compensaciones sólo para no quedar mal con nadie”, explican en el prólogo.

La cultura bastarda

El prólogo del libro —firmado por Alberto Fuguet y Sergio Gómez, “Santiago de Chile, marzo de 1996″— es una declaración de principios, un manifiesto: “El nombre (¿marca-registrada?) McOndo es, claro, un chiste, una sátira, una talla. Nuestro McOndo es tan latinoamericano y mágico (exótico) como el Macondo real (que, a todo esto, no es real sino virtual). Nuestro país McOndo es más grande, sobrepoblado y lleno de contaminación, con autopistas, metro, TV-cable y barriadas. En McOndo hay McDonald’s, computadores Mac y condominios, amén de hoteles cinco estrellas construidos con dinero lavado y malls gigantescos. En nuestro McOndo, tal como en Macondo, todo puede pasar, claro que en el nuestro cuando la gente vuela es porque anda en avión o están muy drogados”.

No se trataba de “escribir contra” García Márquez, a quien la mayoría admiraba; tampoco era una cuestión que tenía a la literatura como principal asunto. “Vender” que América Latina es un “paraíso ecológico” y una “tierra de paz”, escribieron Gómez y Fuguet, es “aberrante, cómodo e inmoral”. “Los más ortodoxos creen que lo latinoamericano es lo indígena, lo folklórico, lo izquierdista. Nuestros creadores culturales sería gente que usa poncho y ojotas. Mercedes Sosa sería latinoamericana, pero Pimpinela, no. ¿Y lo bastardo, lo híbrido? Para nosotros, el Chapulín Colorado, Ricky Martin, Selena, Julio Iglesias y las telenovelas (o culebrones) son tan latinoamericanos como el candombe o el vallenato”, agregan. “Temerle a la cultura bastarda es negar nuestro propio mestizaje.

“Latinoamérica es el teatro Colón de Buenos Aires y Machu Pichu, Siempre en Domingo y Magneto, Soda Stereo y Verónica Castro, Lucho Gatica, Gardel y Cantinflas, el Festival de Viña y el Festival de Cine de La Habana, es Puig y Cortázar, Onetti y Corin Tellado, la revista Vuelta y los tabloides sensacionalistas (...) Latinoamérica es Televisa, es Miami, son las repúblicas bananeras y Borges y el Comandante Marcos y la CNN en español y el Nafta y Mercosur y la deuda externa y, por supuesto, Vargas Llosa”, escribieron los autores, y más adelante: “McOndo es MTV latina, pero en papel y letras de molde”.

Ray Loriga, Jaime Baily, Juan
Ray Loriga, Jaime Baily, Juan Forn y Rodrigo Fresan son algunos de los autores que formaron parte de la antología

No hay dudas. Estamos frente a un libro parricida que trató, no solo de asesinar metafóricamente a su padre para por fin venerarlo en paz y sin sobreactuaciones, sino también que se propuso pensarse como generación, su época, su generación y el futuro incierto, borroso, desértico. “El mundo se empequeñeció y compartimos una cultura bastarda similar —se lee—, que nos ha hermanado irremediablemente sin buscarlo. Hemos crecido pegados a los mismos programas de la televisión, admirado las mismas películas y leído todo lo que se merece leer, en una sincronía digna de considerarse mágica. Todo esto trae, evidentemente, una similar postura ante la literatura y el compartir campos de referencias unificadores. Esta realidad no es gratuita. Capaz que sea hasta mágica”.

En síntesis, escribieron, “el fenómeno editorial joven en Latinoamérica es irregular, a veces mezquino y en la mayoría de los casos, sufrido. La mayoría de los textos que recibimos eran ediciones feas, publicadas con esfuerzo y con poca resonancia entre sus pares”. Surge así la postal de época: “El gran tema de la identidad latinoamericana (¿quiénes somos?) pareció dejar paso al tema de la identidad personal (¿quién soy?). Los cuentos de McOndo se centran en realidades individuales y privadas. Suponemos que ésta es una de las herencias de la fiebre privatizadora mundial (...) No son frescos sociales ni sagas colectivas. Si hace unos años la disyuntiva del escritor joven estaba entre tomar el lápiz o la carabina, ahora parece que lo más angustiante para escribir es elegir entre Windows 95 o Macintosh”.

Los malentendidos

McOndo, sostiene el editor, surgió “nada más saber qué había allá afuera”, porque “recién las grandes trasnacionales editoriales españolas comenzaban a estirarse por el continente”. Y agrega que es un “error escalofriante” pensar que existió un “plan premeditado frente a la literatura oficial, la guerra no declarada contra el ancien régime, el antiboom”. No: “Nada de rigurosidad, mucho joder por joder. Por eso la antología se llenó de malentendidos y muchos de los convocados después adjuraron de ella. A mí, particularmente, rápidamente me reventó las pelotas, también a Alberto. Nos olvidamos de aquello y seguimos adelante. A veces miro para atrás y me sonrío. Mientras tanto han surgido autores no sólo buenos, sino excelentes. Los leo a todos, algunos hasta dos veces”.

Luego ese monstruo vistoso, ácido, bardero, que incluía plumas destacadas que recién empezaban a arder, le pasó algo parecido, aunque en otra escala, a lo que vivió el realismo mágico: se convirtió en leyenda. “Hay que partir por decir lo obvio: la publicación de esa antología fue un gesto mínimo y precario en todos los sentidos. Se le ha inflado desproporcionadamente, se han dictado cursos al respecto, regado litros de tinta, se le ha discutido, criticado, denostado, se escribieron tesis universitarias, papers, seminarios”, sostiene Gómez, matizando el tamaño de las cosas vistas en perspectiva, y agrega que el “gesto inicial no era otro más que saber qué se escribía alrededor. Hace treinta años enterarse de aquello era imposible, lo que hoy es escandalosamente impensado”.

Sergio Gómez, editor y autor
Sergio Gómez, editor y autor en "McOndo"

Ternura póstuma

¿Qué es, entonces, Gabriel García Márquez, para esta generación, qué lugar ocupa en el cielo de las letras? “Antes, durante y después me pareció uno de los mayores escritores latinoamericanos de nuestra historia, un lujo. El segundo. El primero, es, lejos, Borges”, responde Gómez, y continúa: “Yo no participé de esa antología o no ayudé a hacer una para cargarme a García Márquez, tampoco éramos tan pretenciosos. Tal vez un poco contra los epígonos, pero que tampoco hacen mal a nadie y, por suerte, nunca fueron legión. De García Márquez solo me molesta que cualquiera lo llame ‘Gabo’, como si fuera su amigo íntimo. Leí, con cierta ternura cínica, la novela que le acaban de encontrar mágicamente bajo el colchón y casi lloré de la emoción. Soy sincero”.

El autor se refiere a la novela póstuma En agosto nos vemos, publicada el mes pasado. el día 6, en un aniversario del nacimiento del Bobel colombiana. En un principio, la historia fue pensada para ser un cuento. Luego de múltiples reescrituras y versiones que salieron en diferentes medios, se volvió el borrador de una novela y, tras su muerte, el 17 de abril de 2014, hace exactamente diez años, terminó archivado. Hasta que sus herederos tomaron la decisión que debía ser publicada. “Como las películas de Woody Allen —asegura Gómez—, no hay malas (películas o novelas) de esos autores tutelares, hasta las malas son buenas. Solo un tonito García Márquez, una frase entre otras revueltas con alzhéimer, es mejor que mucho de los que hoy se publica”.

La audacia del futuro

¿Cuánto brilla hoy la literatura latinoamericana? ¿Contra qué fantasmas pelea? Incluso en estos tiempos, el encasillamiento del mercado prevalece. “Lo que ha cambiado en referencia a la antología de la que hablamos, es lo que dije al principio: el acceso. Surgen autores valiosísimos, envidiables, pero también, por el mismo fenómeno de la facilidad, surge una parva de intragables que hacen nata, donde todos aparentemente son genios y, maldición eterna a quien no esté de acuerdo con el listado de Granta, por ejemplo. No sé si después de treinta años se escribe mejor. Pero no es el punto. Tal vez ocurre que se escribe con menos riesgo y audacia nada más. Otra vez hay que mirar atrás: la literatura del boom sigue rebosante, audaz y valiente, insuperable”, dice Gómez.

Gabriel García Márquez recibiendo el
Gabriel García Márquez recibiendo el Nobel en Suecia, 1982 (Foto: Hulton Archive/Getty Images)

McOndo se inicia con una anécdota: el rechazo de dos autores latinoamericanos en una revista estadounidense “por faltar al sagrado código del realismo mágico”. “Es que ese código de los esencialismos —conrinúa— sigue más que nunca en todo lo que ocurre ahora. Es decir, es un mal que ha empeorado. Lo exótico que se espera comprobar como exótico. Es cosa de revisar los premios de los festivales de cine a aburridas películas asiáticas, o de los Balcanes o de alguna isla remota del Pacifico, premian ideas preconcebidas y sacrosantas de lo que se cree debe ser para defender lo auténtico, otro mito que empelota. Además, ahora al exotismo se le suma los otros esencialismos, el de las minorías, el lenguaje inclusivo y esas boludeces que hacen reír solo para no llorar a mares”.

“En cambio, hoy se escribe para contar vidas personales, biografías más o menos iguales, sin salir de la anécdota, el trauma personal, la minoría a la que pertenezco, y todo lo que duele crecer, qué linda era la infancia llena de heridas, o me dejó mi novia, todo eso me pudre un poco, pero solo un poco”, y luego concluye de este modo: “Enseguida de McOndo aparecieron dos frentes irrebatibles que lo cambiaron todo. Uno fue el dominio de internet, nuestro gran hermano, personal, irrenunciable, que derrumbó el cómo comunicarnos. El otro frente, específicamente en la escritura, fue Roberto Bolaño. McOndo fue antes, ese es el hito, nada más. ¿Qué quedó de lo anterior? ¿Qué viene para adelante? No tengo idea. Tal vez el desierto seco donde no crezca nada, hasta llegar a una fecha temida: 2666″.

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